martes, 31 de diciembre de 2024

SUCESIÓN DE HECHOS HISTÓRICOS HACIA LA COMPRENSIÓN DEL COLAPSO DEL RÉGIMEN DE LA FAMILIA AL ASSAD EN SIRIA.

SUCESIÓN DE HECHOS HISTÓRICOS HACIA LA COMPRENSIÓN DEL COLAPSO DEL RÉGIMEN DE LA FAMILIA AL ASSAD EN SIRIA (PRIMERA PARTE). Autor: Ronald Obaldía González Bashar al Assad, un oftalmólogo formado en el Reino Unido, “el rostro” de un régimen dinástico, islámico (chiita, alauí) - secular, instalado en Siria (en el Medio Oriente asiático), toda vez despiadado y sanguinario (AFP, 08/12/2024), sorpresivamente, abandonó hace tres semanas, el poder. Todavía los sirios continúan celebrando su caída, al igual que los refugiados, que comienzan a regresar a sus hogares. Ese mandatario dirigió Siria durante 24 años y reprimió con violencia una revuelta prodemocrática en 2011”, la cual se transformó en una de las encarnizadas guerras de este primer cuarto de siglo, la que excedió los 500.000 muertos. Asumió las riendas del país en el año 2000, sucediendo a su padre Hafez al-Assad, quien gobernaba “con mano de hierro” desde 1971. Así, entonces, esa familia (al Assad), quien falseaba los procesos electorales, ejerció el poder durante más de 50 años por encima de una población étnica y culturalmente diversa, en tanto que la minoría alauita - chiita gobernó sobre una subordinada mayoría sunita, al cabo de la existencia de la política de división étnica, religiosa, sectaria, impulsada por feudos y grupos rivales, la mayoría de las veces hostiles entre sí (Charles Kupchan; Sinan Ülgen). La repentina entrada en Damasco de la organización rebelde – islámica (sunita), Hayat Tahrir al Sham (HTS), antes aliada de las agrupaciones terroristas al Qaeda y del Estado Islámico (EI), en 11 días puso fin a al - Asad, cuyo ejército tampoco ofreció resistencia. El gobierno - ahora derrotado - dio lugar a un narco – Estado (Abu Malek al Shami. En: AFP). Se apoyó en sus disminuidos socios Rusia - enfrentado con Ucrania - e Irán y el movimiento libanés Hezbolá – ambos contendientes de Israel -, a fin de asegurar el hermético poder gubernamental. En el ambiente de una guerra, se había presentado ante el pueblo y la comunidad internacional en “el único líder viable”, capaz de proteger las minorías sirias; “impulsar la apertura política” (incumplida); así como eliminar la amenazante ofensiva del terrorismo, fraguado por agrupaciones fundamentalistas islámicas (AFP, ídem), las cuales estuvo a punto de vencer. Los soldados del ejército oficial desertaron. El dictador encontró asilo en Rusia, su aliado, quien, por cierto, está perdiendo los beneficios y ventajas de carácter estratégico – militar, alcanzados en el territorio de Siria: un país árabe, castigado por una guerra civil, iniciada en el 2011, en el contexto de la multitudinaria, pero fallida, “Primavera Árabe”, que demandó la destitución del gobernante alauita. La Primavera fue un movimiento popular, en su ocasión comprometido a modernizar las rigurosas y conservadoras estructuras políticas, sociales, culturales, en cuenta la falta de equidad, el denominador común en la totalidad de las sociedades nacionales del islámico Medio Oriente. Al final los grupos yihadistas y extremistas sacaron ventaja de las movilizaciones, a fin de reforzar su presencia y el poder territorial en los últimos 13 años, estrategia anteriormente empleada en el 2003, en razón de la eliminación en Irak del poderío de Saddam Hussein. En la presente coyuntura de la convulsionada región, subordinada a los intereses geopolíticos, con el derrocamiento del régimen familiar, llega a quedar reducido “el eje de la resistencia”, conformado, entre otros, por el régimen de al-Assad, los ayatolas musulmanes chiitas de Irán; Hezbolá en el Líbano; las milicias chiitas de Irak; Hamás, “la palestina organización terrorista”, gobernante en la Franja de Gaza, hoy en guerra con Israel; así como los hutíes de Yemén. En cambio el destierro del autócrata sirio significa un peso menos, favorecedor de Israel, por cuanto lo denominó “un eslabón central del eje del mal”, respaldado por su enemigo Irán. En adelante, la nación hebrea habrá de convertirse en la fuerza dominante del Medio Oriente (Shlomo Ben Ami). De acuerdo con la óptica del Estado hebreo, en dicha región a la vez habrá alteración significativa “en las dinámicas regionales, en particular en el frente del conflicto israelí-iraní”, a sabiendas de la enemistad con la familia gobernante ahora derrocada, la cual facilitó siempre el territorio de su nación a los ayatolas y su “proxi” Hezbolá en los objetivos de atacarlo, por la vía armada. A efecto de disipar las suspicacias y las desconfianzas hacia el ascenso del extremismo musulmán, Abu Mohammad al Halabi, alto cargo de la milicia HTS, ha anunciado a los cautelosos Estados Unidos de América y la Unión Europea, que se apartarán “del radicalismo, fundamentalista, del yihadista Estado Islámico (EI) y del mismo al Qaeda. En el fondo (HTS) habrá de agradecer a las fuerzas armadas israelíes que, al reducir militarmente a Hezbolá e Irán, protectores del gobernante sirio, enemigos de ambos, los milicianos sunitas lograron derrotarlo. Aun cuando la alta dirigencia del Estado hebreo acumula sospechas de las verdaderas intenciones de los islámicos facciosos, ganadores, tan mal que se transformen en una amenaza terrorista, a diferencia de al – Assad, que le era conocido. Hasta se pudo pensar que era preferible que él “permaneciera en el poder” (Shlomo Ben Ami). De ahí que previniendo que los musulmanes radicales una vez en el poder utilicen el armamento sirio, de inmediato Israel procedió a destruir los arsenales “para evitar que caigan en manos” de sus potenciales enemigos. Según al Halabi procederán a desarmar el conjunto de las milicias rebeldes, en aras de la reconciliación, la pacificación. Le darán acceso al poder a las diferentes denominaciones étnicas, religiosas y políticas, así también a los grupos étnicos, con tal de construir un gobierno nacional. Con todo su historial de represión, el HTS, guiado por Mohammad al Jolani, intentó convencer en que se aspirará a restaurar las relaciones con Occidente (Charles Kupchan; Sinan Ülgen). Y de paso que, en la fase de la reconstrucción, se considere prioritario que le sean levantadas al país las sanciones diplomáticas y económicas, las cuales han conducido al colapso la economía doméstica. El sentido de los propósitos antes dichos contrasta con la determinación ya anunciada de implantar la Sharia, es decir, el riguroso sistema legal islámico que establece un (oscurantista) código de conducta, regulador de todos los aspectos de la vida de los musulmanes. Un código fielmente impuesto brutalmente por los yihadistas, además de los talibanes que lo aplican contra el pueblo afgano. RAÍCES HISTÓRICAS. Mencionado por los textos bíblicos, el territorio de Siria fue un objetivo constante de los apetitos de los antiguos imperios de Egipto, los persas, los griegos, los romanos y posteriormente los turcos. Entre los siglos Xll y Vll a.C la civilización cananea, conocida también como los fenicios, crearon allí una sociedad de marinos y comerciantes en las partes centrales de sus costas, lindantes con el mar Mediterráneo. Por ello fueron la primera economía mercantil del planeta. De las contribuciones suyas (de los fenicios) a los griegos y de seguido a la civilización occidental, se registran la invención del alfabeto, el primer sistema de escritura lineal, que data de 1600 años a.C; la ampliación de los primeros conocimientos geográficos; la construcción de embarcaciones hacia mar abierto, adaptadas a la circunnavegación de África; así también la fabricación de cerámicas y tejidos. La difusión de tales realizaciones civilizatorias, lo facilitó la ubicación del espacio físico sirio en el ámbito mediterráneo (Instituto del Tercer Mundo – IteM. Guía del Mundo, 2008). Tras la muerte de Alejandro Magno (326 a.C) y de las divisiones en Grecia, el territorio se convirtió en el centro del Estado seléucida (por Seleuco, general de Alejandro), extendido hasta la India. Con el predominio romano y la aparición del imperio de los Partos (un pueblo, nacido dentro del actual Irán, siglos lll a.C y 224 d.C), constantemente Siria llegó a ser un territorio agitado por las guerras. La arabización siria (660 y 750), llevada a cabo por los califas Ummaia, hizo de Damasco la capital del imperio. Pero, las pugnas entre los califatos, debilitaron el poder político que le otorgaron, el cual luego asumió Bagdad, la nueva capital. Aunque (Siria) conservó su relevancia económica y cultural. La irrupción de los cruzados cristianos (Siglos Xl – Xlll) en los lugares santos de Medio Oriente habría de poner en evidencia la indiferencia de Bagdad para con los desplazados sirios; por lo que Egipto, en su acometida de expulsar los invasores europeos, así como enfrentar a los invasores mongoles y tártaros, llegó a declarar a Siria una provincia suya, en la cual por su parte los cristianos (maronitas) se habían fortalecido, a causa de la heredada protección de los cruzados europeos. En el Siglo XVl el imperio Otomano arrebató esa provincia a los egipcios. En 1831 Egipto vuelve a conquistar el territorio sirio, imponiendo impuestos y el servicio militar. La rebelión de los cristianos y musulmanes contra tal incursión y las medidas arbitrarias citadas, facilitaron los entendimientos entre los sultanes turcos y los europeos, lo que hizo posible la salida violenta de los egipcios (1840). Al tiempo que Francia asumió la defensa de los cristianos maronitas; aparte que se restauró allí el dominio turco otomano. Las discordias confesionales entre los cristianos y los musulmanes brotaron en 1860. Los primeros habían acumulado predominio, cuestionando el sistema feudal de la tenencia de la tierra, del cual dependían los islámicos – tanto los chiitas y los sunitas, pese a su antagonismo - , además de los drusos. Sistema, el cual luego quedó abolido (Instituto del Tercer Mundo – IteM. Guía del Mundo, 2008). De aquellas reyertas se conformó la separada y pequeña provincia del Líbano, en ella los cristianos adquirieron preeminencia frente a sus rivales. En tanto que a través del acuerdo Sykes – Picot, quedó sentado el predominio de Europa, extendido en el Medio Oriente. Siria y el Líbano cayeron en las manos de los franceses; por su parte, los ingleses se apoderaron de Palestina, Jordania e Irak. En medio de la Primera Guerra Mundial la resistencia siria y árabe en general fue aplacada. Hasta 1932 hubo relativa calma en Siria, en donde la extracción de petróleo constituiría la mayor actividad económica e industrial, con frecuencia sometida a la volatilidad de los precios a nivel global, que, adicionado a las guerras regionales, todavía terminan agravando los ingresos nacionales. Sin embargo, Francia le impedía una gran autonomía, Líbano se mantenía separado; la reunificación se frustraría. Nuevamente, afloraron los enfrentamientos con los árabes. Algún sector de ellos prestarían colaboración a las fuerzas del nazismo en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, con tal de deshacerse del poder francés. Las tropas de este país (Francia) recuperaron el control, mas el mandato extranjero continuaba provocando agitación. Concluida la Segunda Guerra, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ejerció presiones diplomáticas y políticas, con el propósito de materializar la retirada europea del Medio Oriente, lo cual determinó el fin del mandato francés en Siria, ello en 1946. Al desprenderse del predominio europeo, el gobierno de Siria se plegó a las políticas panarabistas, nacionalistas, unificadoras y anti - israelí de la mayoría de las sociedades árabes. Igualmente, en 1948 luchó contra la partición de Palestina entre judíos y árabes. Se unió a Jordania, Egipto, Irak y Líbano, a efecto de atacar la proclamación en 1948 del Estado de Israel, guiada por David Ben Gurión. En la guerra como tal, la nación hebrea logró obtener un 40% de territorio adicional, aparte del que se le había otorgado en el plan de partición (Instituto del Tercer Mundo – IteM. Guía del Mundo, 2008). En 1956 Damasco se solidarizó con Egipto, debido a la incursión militar de Israel, Gran Bretaña y Francia, al nacionalizar Gamal Abdel Nasser (por lo demás anti-sionista) el canal de Suez. Inmediatamente después, Nasser impulsó los proyectos fallidos de la República Árabe Unida (1958), así también el de la Federación de Repúblicas Árabes (1971), en los cuales la nación Siria fue partícipe. Asimismo, en 1978 esta nación fracasó en su propósito de formar un Estado único con Irak, a través de los sendos partidos políticos Baath. En cuanto a los combates armados, Siria participó activamente en las Guerras Árabes – Israelíes de 1967 y 1973, durante las cuales el ejército hebreo ocupó los Altos del Golán, territorio que fuera parte esa nación árabe, el cual perdió para siempre: fuente de altas tensiones, habida cuenta de los objetivos de defensa y seguridad sionistas. En otro orden se opuso a la política extranjera de los Estados Unidos de América en el Medio Oriente, en particular de los acuerdos de “Camp David l y ll”, relacionados con el apaciguamiento de las hostilidades, y en algún sentido con la cuestión de Palestina. Rechazó el Pacto de Israel con Egipto (1979) y después con Jordania (1994), así también los Acuerdos de Oslo de la década de 1990, entre otros instrumentos diplomáticos. En su lugar Siria ha cumplido un rol interventor, con tal de impedir la partición del Líbano, país sobre el cual posee señalados intereses, puesto que en el pasado llegó a ser una de sus provincias. EL REVELAMIENTO DEL PODER DE LA FAMILIA AL - ASSAD. A principios de la década de 1960 surge un movimiento popular, que dio lugar al Partido Baath Árabe Socialista, de rasgos seculares, socialistas, ajenos al fundamentalismo yihadista islámico, el cual le servirá de plataforma al general Hafez al-Assad - el padre del actual mandatario derrocado Bashar al Assad) - , quien asumió el poder “e introdujo reformas en las estructuras económicas y sociales” (Instituto del Tercer Mundo – IteM. Guía del Mundo, 2008). Al-Assad (primero) se engolosinó con el poder. Contando con el respaldo de la minoría alauita, fundó una dictadura, sostenida bajo parodias electorales hasta su fallecimiento. En materia de política exterior mantuvo fuertes acercamientos con la entonces Unión Soviética (URSS), potencia que instaló unidades militares (navales y aéreas) en su territorio, a cambio de suministrarle armas. Los intercambios continuaron con Moscú tras la caída del sistema comunista a principios de la década de 1990. Excepto con Irak del dictador Saddam Hussein, el gobierno de al-Assad comenzó a recomponer sus vínculos políticos con Egipto, Arabia Saudita y con el mismo Washington, dado que enseguida se incorporó a la alianza anti-iraquí cuando Kuwait fue invadido. Posteriormente, se decidió por una relativa liberalización de la economía nacional, estimulando el capital privado (Instituto del Tercer Mundo – IteM). Tampoco con el mandatario del Partido Baath se descartó el rebuscamiento de los vínculos con Rusia, Irán y la organización chiita Hezbolá, financiada por Teherán. Así, ellos fueron los aliados durante la lucha armada doméstica, iniciada 13 años atrás, cuando estalló la frustrada Primavera Árabe, movilización popular, cuya propuesta de reformas políticas de carácter liberal puso en vilo al régimen de la familia al – Assad. Las relaciones exteriores sirias experimentaron doblamiento. Al percibir una amenaza la alianza turco – israelí, avanzaba en 1997, porque con esos dos Estados había reñido. Sorpresivamente, Damasco se acercó a Irak - enemigo de Occidente - , con quien también había sostenido relaciones tirantes. A lo último, tanto Recep Tayyip Erdogan como Benjamín Netanyahu llegaron a ser parte de los verdugos, quienes dieron al traste con la cruel tiranía de la familia al – Assad. En 1991 Bagdad fue invadido por los Estados Unidos de América y su coalición internacional, en vista de la ocupación militar del ejército de Saddam Hussein sobre Kuwait. Al-Assad se negaba a correr los mismos riesgos, por eso creyó hacer baza, arrimándose a Bagdad. Con la ventaja que Irán se sumó a las negociaciones sirio – iraquíes; a pesar que Bagdad fuera enemigo suyo por las hostilidades en la década de 1980. Siria, dominado por al- Assad, de ninguna manera perdió la perspectiva de influir en el Líbano, país el cual le había pertenecido. Por lo tanto, intervino cuando este país entró en guerra civil durante la década de 1980, con tal de apagar la sangrienta convulsión. Damasco consiguió desarmar las milicias cristiana, árabes (sunitas), las de los drusos y Hezbolá – enemigo acérrimo de la nación judía -. A la vez instauró un gobierno aliado. Por primera vez, desde que se independizaron de Francia, en 1991 la nación siria reconoció la separación del Líbano como Estado independiente. El gobierno de Damasco, dirigido por la minoría chiita – alauí en detrimento de la mayoría sunita, se enemistó, en adelante, con los miembros de la Hermandad Musulmana (organización radical sunita), supuestamente respaldados por Irak y poco después por Jordania. En 1979 lanzó una sangrienta ofensiva militar contra ellos, quienes a la postre se fueron fusionando con otras agrupaciones sunitas, integristas, extremistas. Algunas de ellas matriculadas con las acciones terroristas, en cuenta el Estado islámico (EI), cuyo propósito consistirá en derribar al régimen de mano dura de Hafez al Assad, quien decidió aliarse con Irán y Rusia - a la vez enemigos de los fundamentalistas - , con tal de sobrevivir. Derrocamiento completado en días recientes ante el golpe de Estado, experimentado por el régimen de la familia al Assad. En la guerra, protagonizada por Irán e Irak durante la década de 1980, el gobierno de al Assad tomó partido a favor del régimen teocrático iraní, enemigo acérrimo de Israel. Tal inclinación puso en una posición delicada la estabilidad del dictador alauita, por cuanto Arabia Saudita, Irak y Jordania - esta última nación, aliada de la Hermandad - estuvieron a punto de desencadenar una arremetida militar en contra de su gobierno. Al cabo que la opción siria, posteriormente contribuyó a sentar las bases de la conformación “del eje de la resistencia” anti-sionista, o “del eje del mal” (John Bolton), dirigido por los ayatolas (chiitas), al cual habrá de sumarse Hamás, Hezbolá, los Hutíes de Yemén, además de las milicias musulmanas, asentadas en Irak. Dos de los objetivos prioritarios de la política exterior siria descansaron en la causa palestina, así también en la superación de la vulnerabilidad política, las riesgosas contrariedades confesionales adentradas en el Líbano, cuando a partir de 1981 la Falange Cristiana afianzó su poder en el vecino del noreste, ello en desmedro de las otras colectividades. El avance cristiano lo intentó de impedir allí la fuerza árabe de disuasión, comandada por las fuerzas militares al servicio de al -Assad, cuya constante alianza con la entonces Unión Soviética (URSS) le fue posible la instalación de misiles tierra – aire Sam-6. Armamento que luego originó la reacción israelí, quien se ocupó de destruirlo, invadiendo la nación libanesa en 1982. También Siria mantuvo su vasto ejército, la retirada de él lo condicionó “a la previa evacuación de todas las tropas judías” (Instituto del Tercer Mundo – IteM. Guía del Mundo, 2008). El veterano gobernante Hafez al-Assad murió en el 2000, “el único mandatario que conoció la mayoría de los sirios”. Antes citamos que de inmediato lo sucedió su hijo Bashar al-Assad. El lanzó fuertes ataques retóricos frente a Israel. Le facilitó el territorio de su país a Irán, Hezbolá, las organizaciones palestinas, entre otros, a fin de provocar o atacar militarmente al Estado hebreo, quien tampoco se abstenía de responder en términos similares. LAS RELACIONES EXTERIORES SE TORNARON INTENSAS. Con el apoyo de las naciones de África y Asia, (al Assad ll) alcanzó en el 2001 su escaño en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), a pesar de la oposición de Israel. El Gobierno de Damasco debió enfrentar las constantes acusaciones y amenazas de sanciones económicas y diplomáticas, provenientes de Washington, asociadas al interés del gobierno de al-Assad en obtener armas de destrucción masiva; al mismo tiempo que ayudaba a fugitivos iraquíes. El Papa Juan Pablo ll fue recibido en Visita Oficial. El nuevo gobierno de al-Assad desocupó Beirut, sus militares se replegaron hacia otras zonas libanesas, al tiempo que Washington, Francia y la ONU le demandaban el retiro total. Al – Assad (segundo) reforzó los lazos con Irak; intentó el deshielo de los vínculos con Turquía, al final de los responsables - junto a Qatar y las presiones de Washington, por la cuestión de los derechos humanos - de haberlo derrocado, respaldando las acciones bélicas en contra del régimen. El gobierno turco, dirigido por Erdogan es poco digno de fiar en la reconstrucción de la devastada nación árabe alauita. Continúa siendo enemigo de los kurdos – sirios, y del Kurdistán en general, cuya historia va ligada a conservar su autonomía en el noreste. Continúan (los kurdos, defendidos por Washington) librando constantes combates con algunos grupos islámicos, financiados por Ankara. Quien por su lado tomó control de una amplia zona de territorios en el norte sirio (Charles Kupchan; Sinan Ülgen). Lo cual tiende a entorpecer las tentativas de desarme de quienes fueran hasta este diciembre las distintas organizaciones antigubernamentales que derrocaron la familia al – Assad. Con la mediación de Turquía, las negociaciones sirio - israelíes en el 2007 fracasaron, en lo tocante a encontrar una salida a la cuestión de los Altos del Golán. La Parte siria exigió la recuperación de dicho territorio hasta la línea del 4 de junio de 1967. Al - Assad excarceló a decenas de presos políticos, fueran los fundamentalistas islámicos, turcos y gente sunita de la Hermandad Musulmana, etcétera. Los presos habían sobrevivido bajo condiciones degradantes. Los activistas internacionales de los derechos humanos y las organismos multilaterales le exigían democracia, así como la libertad del resto de los presos políticos. Los atentados terroristas se incrementaron, supuestamente ejecutados por extremistas musulmanes-sunitas, opositores al gobierno, los cuales gradualmente cobrarían mayor forma y fuerza, como de hecho ocurrió: derrocaron un régimen dictatorial, cuya familia al-Assad gobernaba de manera despiadada. En consecuencia intentaba la prolongación del mandato absoluto, borrando cualesquier expresiones opositoras y haciendo caso omiso de los llamados internacionales. PROMESA QUE RIÑE CON LA REALIDAD. Las potencias de Occidente y las del Medio Oriente se han pronunciado a favor de “las soluciones pacíficas e inclusivas” en la nación Siria. Son buenas intenciones. Ciertamente, hay que tomar en cuenta el riesgo, representado por el extremismo confesional. Posee arraigo, en tanto constituye un factor decisivo, pero divisivo. Fertiliza distopías o realidades sombrías. Por lo mismo, provoca rupturas y polarización regional. El Islam político (chiita o sunita) apaga cualesquier iniciativas de apertura social y cultural. Difícilmente, los presupuestos de la democracia liberal podrán tener asidero allí, solamente sobresalen en Israel. Ni siquiera se han registrado mínimos indicios, porque pareciera que la historia quedó paralizada. La supervivencia de las monarquías feudales impide cambios revulsivos. La evidencia reside en el fracaso de la Primavera Árabe (2010), contradictoriamente aprovechada en Siria por el islamismo rigorista, cercano a las organizaciones terroristas. A la vista del fondo de sus pronunciamientos, si la dirigencia del Hayat Tahrir al Sham (HTS) implanta la Sharia - organización que de hecho asumirá el control del gobierno -, es de suponer el empoderamiento del fundamentalismo sunita, de los motores de la inestabilidad e inseguridad regionales. Un fundamentalismo, el cual encontraría a los alauitas (chiitas) entre los contestatarios; ellos pasarían a convertirse en movimiento guerrillero, respaldado por los Ayatolas. Sea como sea, Irán es una potencia, experta en la práctica de acciones desequilibrantes. Ese rol como tal forma parte de sus ardides, en función de acumular activa influencia, intimidando a sus vecinos rivales con el eventual desarrollo de dispositivos nucleares (Richard Hass). Desafortunadamente, la debilidad del multilateralismo global y regional resulta inoperante, casi inhabilitado, en torno a apaciguar el extremismo, el odio, así también en impulsar las iniciativas de la cooperación internacional, destinadas a la reconstrucción integral de la castigada nación árabe. Valga adicionar la indiferencia, vislumbrada en los pronunciamientos de la próxima Administración de Donald Trump, en el entendido de mantenerse distante de la etapa post al – Assad. Algunos operadores deberán asumir la responsabilidad histórica de evitar el desaprovechamiento de la coyuntura de la caída del régimen de la familia al – Assad. Lo cual podría transformar el panorama geopolítico de la turbulenta región (Shlomo Ben Ami), dado el debilitamiento del chiismo iraní y su “eje de la resistencia”, provocado por la huida a Rusia de un tirano aliado. Una misión interdependiente con los propósitos de alcanzar en la nación predominante islámica la paz, incluidas la coexistencia respetuosa, la seguridad estable y efectiva, teniendo presente la reunificación territorial. Todo ello, conexo con el retorno seguro de los refugiados, la reconciliación “entre las distintas facciones internas”, en línea con “la relativa gobernanza”, el desarrollo humano compartido y la creación de oportunidades económicas. A decir verdad, el pesimismo nos domina, debido a que la venganza y “el ajuste de cuentas” (Charles Kupchan; Sinan Ülgen, Richard Hass) son patrones políticos y culturales, acendrados en el comportamiento de “los numerosos feudos y grupos rivales”, la mayoría de las veces hostiles, para males condicionado ante el trasfondo de una región en la que, sin límites, imperan la conmoción social y “la volatilidad”, que de acuerdo con el criterio del recordado profesor Jaime Daremblum las alianzas allí son impredecibles. Rodrigo Díaz Bermúdez escribió: El artículo de Obaldía sobre el conflicto sirio ofrece un panorama profundo y complejo que no solo abarca la situación política y social, sino que también invita a reflexionar sobre las dimensiones teológicas y humanas que están entrelazadas en la crisis. Al leerlo, me siento confrontado por la realidad de un conflicto que no solo es geopolítico, sino que involucra profundas tensiones sectarias, sociales y religiosas. Obaldía describe cómo la situación en Siria ha evolucionado desde una lucha por la democracia hasta una guerra devastadora con implicaciones para las identidades religiosas y étnicas de la región. Desde mi perspectiva como cristiano occidental, este análisis me invita a reconsiderar la forma en que entendemos el sufrimiento y la violencia en el mundo, especialmente en contextos tan complejos como el sirio. Sociológicamente, la guerra en Siria no es solo una disputa entre facciones políticas, sino una lucha profundamente arraigada en las identidades religiosas y sectarias. Obaldía describe cómo las diferentes comunidades religiosas, especialmente los cristianos, han tenido que navegar un paisaje político lleno de desafíos. A pesar de ser una minoría, los cristianos en Siria han sido parte integral de la historia del país, con una presencia que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Este aspecto histórico de la presencia cristiana en Siria, como señala Obaldía, se ve reflejado en las tensiones actuales. A medida que las comunidades musulmanas suníes y chiítas se han enfrentado, los cristianos se han encontrado atrapados en medio de estas luchas sectarias, buscando mantener su identidad y su fe mientras enfrentan la amenaza de extinción en una región marcada por la violencia. La respuesta cristiana a estos desafíos, según Obaldía, debe considerar no solo la resistencia en términos de supervivencia, sino también la llamada a la reconciliación y la paz. La teología cristiana occidental, particularmente en la tradición evangélica, nos enseña que el amor y la paz son principios fundamentales, no solo para la vida individual, sino también para la construcción de una sociedad más justa. En este contexto, me encuentro reflexionando sobre cómo la comunidad cristiana occidental puede responder de manera efectiva a la situación en Siria. Obaldía destaca la necesidad de una solidaridad internacional que no solo se limite a la ayuda material, sino que también busque restaurar las relaciones entre las diversas comunidades. Como cristianos, la teología de la reconciliación es crucial en nuestra respuesta. No basta con condenar la violencia; debemos comprometernos activamente a la restauración de las relaciones rotas y a la construcción de una paz duradera. Desde una perspectiva histórica, Obaldía señala la importancia de reconocer el legado cristiano en Siria y cómo las tensiones actuales amenazan con borrar esa rica historia. El cristianismo ha sido parte integral de la región desde los primeros siglos de la era cristiana, y su presencia en la vida de la comunidad siria es algo que no puede ser ignorado. Este legado histórico no solo debería ser valorado, sino defendido, para que las futuras generaciones no pierdan el testimonio de una tradición cristiana que ha contribuido profundamente a la formación cultural, moral y religiosa de la región. Como cristiano occidental, considero que este es un momento crucial para reflexionar sobre la unidad de la Iglesia universal. La situación en Siria debe servir como una llamada de atención para que los cristianos en todo el mundo se unan en oración y acción para proteger a las comunidades cristianas en riesgo. En términos teológicos, el conflicto sirio invita a una reflexión sobre el sufrimiento y el rol de la Iglesia en medio de la adversidad. Obaldía menciona que, a pesar de las dificultades, muchas comunidades cristianas han mantenido su fe, y esta resistencia es un testimonio del poder redentor del evangelio en medio de la tribulación. La teología de la esperanza que la Biblia ofrece, especialmente en momentos de desesperanza como este, es un pilar que puede sostener a las comunidades cristianas en Siria. Sin embargo, la pregunta teológica que surge es cómo esa esperanza se traduce en acción práctica. La fe cristiana nos llama a ser agentes de cambio en el mundo, no solo a través de la oración, sino también mediante el compromiso activo con las víctimas del conflicto y la promoción de la paz. A través de la historia, la Iglesia ha jugado un papel vital en situaciones de conflicto, buscando ser un refugio de esperanza y un lugar de reconciliación. Obaldía nos recuerda que los cristianos sirios, aunque enfrentan grandes dificultades, también son testigos de esta esperanza viviente. Sin embargo, la responsabilidad del cristiano occidental no puede terminar en la contemplación de la situación; debe extenderse a la acción. La reflexión teológica que Obaldía propone debe incitarnos a ser más que observadores de la crisis; debemos ser partícipes activos en la búsqueda de la paz, tanto en Siria como en otros lugares donde el sufrimiento humano sea evidente. Por lo tanto, mi respuesta desde la teología cristiana occidental es una llamada a no solo orar por la paz, sino también a involucrarnos en acciones concretas que promuevan la restauración y la sanación en medio de la violencia. La Iglesia no puede ser indiferente ante el sufrimiento humano, y el llamado de Cristo a ser pacificadores debe ser el motor de nuestra respuesta. La situación en Siria es una oportunidad para que los cristianos en todo el mundo actúen con valentía, amor y compasión, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien vino a sanar y reconciliar lo que estaba roto. El artículo de Obaldía sobre el conflicto sirio ofrece un panorama profundo y complejo que no solo abarca la situación política y social, sino que también invita a reflexionar sobre las dimensiones teológicas y humanas que están entrelazadas en la crisis. Al leerlo, me siento confrontado por la realidad de un conflicto que no solo es geopolítico, sino que involucra profundas tensiones sectarias, sociales y religiosas. Obaldía describe cómo la situación en Siria ha evolucionado desde una lucha por la democracia hasta una guerra devastadora con implicaciones para las identidades religiosas y étnicas de la región. Desde mi perspectiva como cristiano occidental, este análisis me invita a reconsiderar la forma en que entendemos el sufrimiento y la violencia en el mundo, especialmente en contextos tan complejos como el sirio. Sociológicamente, la guerra en Siria no es solo una disputa entre facciones políticas, sino una lucha profundamente arraigada en las identidades religiosas y sectarias. Obaldía describe cómo las diferentes comunidades religiosas, especialmente los cristianos, han tenido que navegar un paisaje político lleno de desafíos. A pesar de ser una minoría, los cristianos en Siria han sido parte integral de la historia del país, con una presencia que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Este aspecto histórico de la presencia cristiana en Siria, como señala Obaldía, se ve reflejado en las tensiones actuales. A medida que las comunidades musulmanas suníes y chiítas se han enfrentado, los cristianos se han encontrado atrapados en medio de estas luchas sectarias, buscando mantener su identidad y su fe mientras enfrentan la amenaza de extinción en una región marcada por la violencia. La respuesta cristiana a estos desafíos, según Obaldía, debe considerar no solo la resistencia en términos de supervivencia, sino también la llamada a la reconciliación y la paz. La teología cristiana occidental, particularmente en la tradición evangélica, nos enseña que el amor y la paz son principios fundamentales, no solo para la vida individual, sino también para la construcción de una sociedad más justa. En este contexto, me encuentro reflexionando sobre cómo la comunidad cristiana occidental puede responder de manera efectiva a la situación en Siria. Obaldía destaca la necesidad de una solidaridad internacional que no solo se limite a la ayuda material, sino que también busque restaurar las relaciones entre las diversas comunidades. Como cristianos, la teología de la reconciliación es crucial en nuestra respuesta. No basta con condenar la violencia; debemos comprometernos activamente a la restauración de las relaciones rotas y a la construcción de una paz duradera. Desde una perspectiva histórica, Obaldía señala la importancia de reconocer el legado cristiano en Siria y cómo las tensiones actuales amenazan con borrar esa rica historia. El cristianismo ha sido parte integral de la región desde los primeros siglos de la era cristiana, y su presencia en la vida de la comunidad siria es algo que no puede ser ignorado. Este legado histórico no solo debería ser valorado, sino defendido, para que las futuras generaciones no pierdan el testimonio de una tradición cristiana que ha contribuido profundamente a la formación cultural, moral y religiosa de la región. Como cristiano occidental, considero que este es un momento crucial para reflexionar sobre la unidad de la Iglesia universal. La situación en Siria debe servir como una llamada de atención para que los cristianos en todo el mundo se unan en oración y acción para proteger a las comunidades cristianas en riesgo. En términos teológicos, el conflicto sirio invita a una reflexión sobre el sufrimiento y el rol de la Iglesia en medio de la adversidad. Obaldía menciona que, a pesar de las dificultades, muchas comunidades cristianas han mantenido su fe, y esta resistencia es un testimonio del poder redentor del evangelio en medio de la tribulación. La teología de la esperanza que la Biblia ofrece, especialmente en momentos de desesperanza como este, es un pilar que puede sostener a las comunidades cristianas en Siria. Sin embargo, la pregunta teológica que surge es cómo esa esperanza se traduce en acción práctica. La fe cristiana nos llama a ser agentes de cambio en el mundo, no solo a través de la oración, sino también mediante el compromiso activo con las víctimas del conflicto y la promoción de la paz. A través de la historia, la Iglesia ha jugado un papel vital en situaciones de conflicto, buscando ser un refugio de esperanza y un lugar de reconciliación. Obaldía nos recuerda que los cristianos sirios, aunque enfrentan grandes dificultades, también son testigos de esta esperanza viviente. Sin embargo, la responsabilidad del cristiano occidental no puede terminar en la contemplación de la situación; debe extenderse a la acción. La reflexión teológica que Obaldía propone debe incitarnos a ser más que observadores de la crisis; debemos ser partícipes activos en la búsqueda de la paz, tanto en Siria como en otros lugares donde el sufrimiento humano sea evidente. Por lo tanto, mi respuesta desde la teología cristiana occidental es una llamada a no solo orar por la paz, sino también a involucrarnos en acciones concretas que promuevan la restauración y la sanación en medio de la violencia. La Iglesia no puede ser indiferente ante el sufrimiento humano, y el llamado de Cristo a ser pacificadores debe ser el motor de nuestra respuesta. La situación en Siria es una oportunidad para que los cristianos en todo el mundo actúen con valentía, amor y compasión, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien vino a sanar y reconciliar lo que estaba roto. Rodrigo Díaz Bermúdez escribió:Rodrigo Díaz Bermúdez escribió: Gracias. No sé mucho de geo-política como vos y realmente eso es admirable. Profundizando un poco sobre lo que dije. Claro, me encanta la forma en que desde lo teológico se puede ver el tema pero también es cierto que para ello hay que fortalecerlo con más fundamento bíblico y con propuestas prácticas para actuar como cristianos frente a la tragedia en Siria.Y en esa línea, sí, la oración y la acción no son opuestas; más bien, son dos caras de la misma moneda. Como dice Jacques Ellul, la oración es un acto subversivo porque nos posiciona en la realidad del Reino de Dios y nos empuja a vivir en coherencia con ese Reino.Cuando pienso en lo que un cristiano puede hacer frente a la crisis siria, me vienen a la mente las palabras de Jesús en Mateo 25:40: "En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis." Aquí está la esencia del evangelio: nuestra compasión no es una abstracción, es acción tangible.Vos y yo estamos llamados a ser las manos y los pies de Cristo en el mundo. Frente a Siria, esto significa varias cosas.Primero, nuestra acción comienza con la oración, pero no como un mero ritual. Según Greg Boyd, un defensor de la teología abierta, la oración es participación activa en el proyecto de Dios para el mundo. Cuando oramos por Siria, nos unimos a los dolores de las víctimas y, al mismo tiempo, nos abrimos a las formas en que Dios puede utilizarnos como instrumentos de su paz. La oración no nos separa de la realidad; nos sumerge más profundamente en ella. Es un compromiso para buscar la justicia de Dios en un mundo roto, como ya te lo dije.Sin embargo, la oración no puede quedarse en palabras.Recordemos lo que dice Santiago 2:17: "La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma." La acción concreta puede tomar muchas formas. Como cristianos, podemos involucrarnos en apoyar organizaciones que ya están trabajando en Siria, como Open Doors o World Vision. Estas organizaciones están en el campo proporcionando alimentos, refugio y apoyo espiritual a las comunidades más vulnerables, incluyendo a los cristianos perseguidos. Vos podrías donar, sí, pero también podrías levantar conciencia entre tus amigos, tu iglesia o incluso en redes sociales. A veces subestimamos el poder de nuestras voces para generar impacto.Además, hay una dimensión teológica en nuestra respuesta que no podemos ignorar.El sufrimiento humano no es algo que Dios desea, y en esto coincido con teólogos como Jürgen Moltmann. Moltmann, en "El Dios Crucificado", nos recuerda que Dios mismo ha entrado en el sufrimiento a través de Cristo. Esto implica que nuestra respuesta no es solo para aliviar el dolor físico, sino también para acompañar espiritualmente a los que están quebrantados.Vos y yo podemos escribir cartas de ánimo a las comunidades cristianas en Siria, o colaborar con iglesias locales que están sirviendo como refugios en medio de la guerra.No olvidemos que la Biblia también nos llama a abogar por la justicia. Proverbios 31:8-9 nos exhorta: "Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos." Como cristianos, podemos presionar a nuestros gobiernos para que adopten políticas más humanas hacia los refugiados sirios, o para que se comprometan con iniciativas internacionales de paz.Tal vez no tenemos el poder de cambiar las dinámicas globales, pero podemos ser esa pequeña voz profética que recuerda a los poderosos su responsabilidad ante Dios y la humanidad.Algo que siempre me desafía es recordar que nuestra lucha no es solo contra carne y sangre, sino contra las fuerzas espirituales del mal (Efesios 6:12). La intercesión espiritual es fundamental, pero también lo es reconocer que estas fuerzas actúan a través de la cultura y las formas de injusticia, odio y violencia. En este sentido, un cristiano no puede ignorar las dinámicas históricas y políticas que han llevado a Siria a este punto. Como mencionaste, Ronald,, el sectarismo, el colonialismo y las ambiciones geopolíticas han contribuido al desastre. Vos y yo estamos llamados a ser conscientes de estas realidades para que nuestras acciones sean más efectivas y nuestras oraciones más informadas.Creo que lo más importante es recordar que cada pequeño acto de amor tiene un impacto eterno.Puede parecer que lo que hacemos es insignificante frente a una crisis tan grande, pero recordá la parábola del buen samaritano. No solucionó todos los problemas del mundo, pero cambió la vida de una persona. Y una persona es importante.Así también, nuestra compasión, nuestras acciones y nuestras oraciones pueden ser el reflejo del Reino de Dios en medio del sufrimiento.