ALEJAR LOS RIESGOS DE LA NUEVA ECONOMÍA COSTARRICENSE.
Encontramos comentarios que abundan en contraponer el mercado interno a los logros del esquema de la apertura comercial, la entrada de empresas tecnológicas y la captación de inversión extranjera, un enfoque de desarrollo iniciado en Costa Rica casi a principios de la década de 1980.
Nos parece inútil presentarlos como materia de debate electoral, más cuando alrededor sobresalen componentes ideológicos, sesgados contra el libre comercio, la plena consolidación del sistema de la banca mixta, los servicios (entre ellos el turismo) y la innovación tecnológica hacia la modernización de la estructura productiva y el acceso a los mercados.
Los detractores de la apertura económica sacan a relucir la cuestión de la equidad social, esto ausente en la nueva economía costarricense, según ellos. Sin embargo, con el auge de la clase media como atenuante, las complicaciones atadas a la inequidad fueron visibles también en la etapa de apogeo del proceso de sustitución de importaciones de bienes y servicios, en función del mercado interno - que se remontó entre finales de la década de 1950 hasta la conclusión de la década de 1970 - e interrelacionado al sistema de integración económica.
Los programas políticos en ese momento se fundamentaron en los generosos intentos de la erradicación de la pobreza – una tarea todavía pendiente - , la cual golpeaba en aquel entonces a más del 50% de los costarricenses. Mensaje político que poco se diferencia de los pronunciamientos de la campaña electoral de estos días.
Fuera del incipiente conglomerado de industrias de manufacturas (protegidas), causantes de déficits comerciales y endeudamiento externo, los principales productos de exportación continuaron siendo agrícolas: el café, en manos de productores nacionales y condicionado al vaivén de los precios, así como el banano, cuya industrialización en las regiones costeras y mercado de exportación los controlaron predominantemente las compañías foráneas.
Socialmente ha permanecido deprimido el Pacífico sur desde el retiro de las compañías bananeras extranjeras, como consecuencia de los conflictos laborales, lo cual puso en evidencia las deficiencias del modelo sustitutivo, incapaz de haber incorporado las amplias zonas periféricas del país de sus modestos beneficios, las que dicho sea de paso dependieron de la limitada creación de valor de los consorcios agrícolas transnacionales.
Ciertamente, en este país la versión de la nueva economía tampoco ha sido eficaz en el objetivo de superar el 20% de niveles de pobreza y la desigualdad, como se intentado, toda vez que disminuye nuestra competitividad nacional (Velia Govaere, 2014).
Con todo, en la fase madura del actual modelo de apertura y liberalización, impulsado por la hegemonía del bipartidismo, cabe reconocerse la fase de privilegiar el conocimiento, al compás de la innovación científica y tecnológica. Eso sí, corresponde aprovechar al máximo la instalación de multinacionales de punta, en aras de estimular “los encadenamientos de alto valor”, así como dedicar mayores recursos presupuestarios al rubro de la investigación y desarrollo.
Al mismo tiempo, los principios de la competencia, adjuntos a la eficiencia en la asignación de los recursos abundó en la reinvención de las empresas, en la diversidad de carreras universitarias y técnicas (Abraham Sánchez Obaldía,2014), generando todo ello fuerte heterogeneidad productiva, social y territorial (Velia Govaere), pronto a surtir efecto directo fuera del Gran Área Metropolitana (GAM).
Desprendida de la nueva economía costarricense, en los últimos tres lustros se consolidó a la vez una renovada clase social, compuesta por académicos, profesionales y técnicos, poseedora de sofisticada formación y conocimientos científicos y tecnológicos.
Ellos representan la generación de la alta calificación laboral, la cual sobrepasa en ingresos económicos y capacidad de consumo a los segmentos de trabajadores vinculados tradicionalmente a la agricultura, así también a la clase gerencial, la tecno – industrial y burocrática, la obrera capacitada, resultantes del primer período de especialización industrial (1960 – 1980), respaldado por el crecimiento de las funciones del Estado.
Enseguida y bastante opuesto a las declaraciones de no pocos políticos e investigadores sociales, con la introducción de los factores de producción de la nueva economía global y la rápida creación de empleos de calidad, se alcanzó a reducir sustancialmente los niveles de pobreza nacional. Una complejidad social, posible de disminuir en el mediano plazo, al tener en cuenta la gestión y la administración eficaz de los mayores recursos económicos, derivados de los cambios experimentados por el PIB costarricense.
La nueva economía dista de equivocarse en su naturaleza; calcula y hace bien lo que produce (Sánchez Obaldía), aunque arrastra “un interés en conflicto”, al malmedir la distribución de la riqueza, la equidad y desatendiendo quizás el objetivo de la erradicación de la pobreza.
De ahí, la relevancia de la razón de ser de la política que le ofrece mayor sentido y orientación a la macroeconomía, frente al reto de lograr una mayor democratización del actual modelo de desarrollo, susceptible de incorporar las soluciones concordantes con nuestra realidad histórica, siempre apoyadas con el ingenio, la integración y la cooperación entre el Gobierno, el sector privado y la sociedad civil. Obvio que en esta visión nacional no hay asidero para los oscurantismos y las viejas ideologías totalitarias.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)
Encontramos comentarios que abundan en contraponer el mercado interno a los logros del esquema de la apertura comercial, la entrada de empresas tecnológicas y la captación de inversión extranjera, un enfoque de desarrollo iniciado en Costa Rica casi a principios de la década de 1980.
Nos parece inútil presentarlos como materia de debate electoral, más cuando alrededor sobresalen componentes ideológicos, sesgados contra el libre comercio, la plena consolidación del sistema de la banca mixta, los servicios (entre ellos el turismo) y la innovación tecnológica hacia la modernización de la estructura productiva y el acceso a los mercados.
Los detractores de la apertura económica sacan a relucir la cuestión de la equidad social, esto ausente en la nueva economía costarricense, según ellos. Sin embargo, con el auge de la clase media como atenuante, las complicaciones atadas a la inequidad fueron visibles también en la etapa de apogeo del proceso de sustitución de importaciones de bienes y servicios, en función del mercado interno - que se remontó entre finales de la década de 1950 hasta la conclusión de la década de 1970 - e interrelacionado al sistema de integración económica.
Los programas políticos en ese momento se fundamentaron en los generosos intentos de la erradicación de la pobreza – una tarea todavía pendiente - , la cual golpeaba en aquel entonces a más del 50% de los costarricenses. Mensaje político que poco se diferencia de los pronunciamientos de la campaña electoral de estos días.
Fuera del incipiente conglomerado de industrias de manufacturas (protegidas), causantes de déficits comerciales y endeudamiento externo, los principales productos de exportación continuaron siendo agrícolas: el café, en manos de productores nacionales y condicionado al vaivén de los precios, así como el banano, cuya industrialización en las regiones costeras y mercado de exportación los controlaron predominantemente las compañías foráneas.
Socialmente ha permanecido deprimido el Pacífico sur desde el retiro de las compañías bananeras extranjeras, como consecuencia de los conflictos laborales, lo cual puso en evidencia las deficiencias del modelo sustitutivo, incapaz de haber incorporado las amplias zonas periféricas del país de sus modestos beneficios, las que dicho sea de paso dependieron de la limitada creación de valor de los consorcios agrícolas transnacionales.
Ciertamente, en este país la versión de la nueva economía tampoco ha sido eficaz en el objetivo de superar el 20% de niveles de pobreza y la desigualdad, como se intentado, toda vez que disminuye nuestra competitividad nacional (Velia Govaere, 2014).
Con todo, en la fase madura del actual modelo de apertura y liberalización, impulsado por la hegemonía del bipartidismo, cabe reconocerse la fase de privilegiar el conocimiento, al compás de la innovación científica y tecnológica. Eso sí, corresponde aprovechar al máximo la instalación de multinacionales de punta, en aras de estimular “los encadenamientos de alto valor”, así como dedicar mayores recursos presupuestarios al rubro de la investigación y desarrollo.
Al mismo tiempo, los principios de la competencia, adjuntos a la eficiencia en la asignación de los recursos abundó en la reinvención de las empresas, en la diversidad de carreras universitarias y técnicas (Abraham Sánchez Obaldía,2014), generando todo ello fuerte heterogeneidad productiva, social y territorial (Velia Govaere), pronto a surtir efecto directo fuera del Gran Área Metropolitana (GAM).
Desprendida de la nueva economía costarricense, en los últimos tres lustros se consolidó a la vez una renovada clase social, compuesta por académicos, profesionales y técnicos, poseedora de sofisticada formación y conocimientos científicos y tecnológicos.
Ellos representan la generación de la alta calificación laboral, la cual sobrepasa en ingresos económicos y capacidad de consumo a los segmentos de trabajadores vinculados tradicionalmente a la agricultura, así también a la clase gerencial, la tecno – industrial y burocrática, la obrera capacitada, resultantes del primer período de especialización industrial (1960 – 1980), respaldado por el crecimiento de las funciones del Estado.
Enseguida y bastante opuesto a las declaraciones de no pocos políticos e investigadores sociales, con la introducción de los factores de producción de la nueva economía global y la rápida creación de empleos de calidad, se alcanzó a reducir sustancialmente los niveles de pobreza nacional. Una complejidad social, posible de disminuir en el mediano plazo, al tener en cuenta la gestión y la administración eficaz de los mayores recursos económicos, derivados de los cambios experimentados por el PIB costarricense.
La nueva economía dista de equivocarse en su naturaleza; calcula y hace bien lo que produce (Sánchez Obaldía), aunque arrastra “un interés en conflicto”, al malmedir la distribución de la riqueza, la equidad y desatendiendo quizás el objetivo de la erradicación de la pobreza.
De ahí, la relevancia de la razón de ser de la política que le ofrece mayor sentido y orientación a la macroeconomía, frente al reto de lograr una mayor democratización del actual modelo de desarrollo, susceptible de incorporar las soluciones concordantes con nuestra realidad histórica, siempre apoyadas con el ingenio, la integración y la cooperación entre el Gobierno, el sector privado y la sociedad civil. Obvio que en esta visión nacional no hay asidero para los oscurantismos y las viejas ideologías totalitarias.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)
Carlos Echeverria escribió:
ResponderEliminarQueridísimo amigo:
Uno de tus mejores y más oportunos articulos. Un abrazo.