martes, 29 de marzo de 2016
PORVENIR EN CONSTRUCCIÓN: CUBA Y COLOMBIA. DESENCANTO CENTROAMERICANO.
PORVENIR EN CONSTRUCCIÓN: CUBA Y COLOMBIA. DESENCANTO CENTROAMERICANO.
La visita oficial a Cuba del Presidente de Estados Unidos de América, Barack Obama, la destacan varios medios de comunicación como el evento de mayor resonancia internacional del ya adentrado Siglo XXl. Realmente, coincidimos con tal apreciación.
Tras la caída del muro de Berlín (1989) era innegable que el aislamiento de Cuba representaba un absurdo y contrasentido. A partir del muro derribado, simplemente el régimen de Fidel Castro se convertía en simple "dictadura tropical".
Diversos hechos todavía cercanos hicieron anacrónica y obsoleta la enemistad política y económica entre cubanos y estadounidenses, derivados del antagonismo ideológico entre capitalismo y socialismo, que aparte de traumáticos en aquel entonces, fueron relativamente superados en los últimos tiempos, ya fuera, la guerra de la península de Corea a mediados del Siglo XX, cuando China Comunista y los estadounidenses - hoy socios - se enfrentaron en el terreno militar, este localizado esa vez en el Paralelo 38, donde quedó restaurada la frontera entre las Coreas y después se creó allí la Zona desmilitarizada. Acéptennos la omisión de Corea del Norte, cuyo gobierno demencial se escapa de cualquier noción; no es casualidad que altera hasta el ánimo de la China Comunista, su único aliado.
Al igual, podemos colocar en tales circunstancias ideológicas el drama y las tragedias de la guerra de Vietnam entre las décadas de 1960 y 1970, cuyas heridas dichosamente lograron sanar, al cabo que los Estados Unidos de América y Vietnam lograron consolidar una creciente cooperación en los diversos ámbitos, en cuenta la asociación regional desde la cuenca del Pacífico, lo cual les ha permitido alcanzar réditos mutuos en términos de inversiones y comercio transnacionales.
Ni el ascenso en 1990 de la izquierda en Chile provocó severas asperezas con Washington, a pesar de los oscuros y siniestros acontecimientos que, con la complicidad estadounidense, rodearon el golpe militar de 1973 contra el Presidente constitucional Salvador Allende. Así de seguido, el mandato de su aliado el general Augusto Pinochet, rector del régimen represivo y conculcador de los derechos humanos, tampoco consiguieron situar en alta tensión los vínculos entre los sucesivos gobiernos socialistas chilenos con los distintos presidentes de la Casa Blanca.
Los entendimientos y los afirmativos intercambios, así como la mutua colaboración constituyeron la tónica entre las dos naciones, tal que sus líderes dejaron a un lado aquellos dolorosos episodios de la dictadura militar chilena, susceptibles de haber crispado la cooperación política.
En el orden de los anacronismos, la guerrilla colombiana se dio cuenta repentinamente de que se había convertido en fósil viviente, tomó conciencia de su estrabismo, luego encontró el camino de la razón. Se decidió a negociar la paz con el brillante presidente Juan Manuel Santos. La realidad es la fuente de leyes que sencillamente son difíciles de evadir, a menos que los órganos de los sentidos de los sujetos y activistas de la política entren en estado de deterioro.
Por lo visto, las contrapartes en guerra de Colombia se resistieron a tocar fondo. Tras múltiples fracasos, allí las fuerzas sensatas y civilizadas estuvieron lejos de desistir hasta que lograron dar pasos firmes a favor del proceso de paz, cuyas pláticas, casualmente, se realizan en Cuba.
Hay razones y motivos para que los pueblos se entusiasmen por el futuro. Lo llegan a poner de manifiesto Colombia junto a su proceso de diálogo, así también la gradual reforma, presagiada en Cuba, que ni siquiera podrá revertir la gerontocracia o el “establishment” al servicio del caduco dirigente Fidel Castro.
Sobran las energías entre colombianos y cubanos, abocados a crear praxis política sobre base de su propia historia y experiencias sociales, así como de las enseñanzas que deparan los logros y desvaríos, un material suficientemente útil para sociedades en reconstrucción o en pos de “beneficios humanos” y justicia social.
En cambio, con excepción de Costa Rica y Panamá, es el resto de Centroamérica una región “atrapada por la historia”; propietaria de un sector productivo de bajo rendimiento, centrado sobre todo en la agricultura (Diálogo Interamericano, 2014). Una región que continúa siendo prisionera de sus males crónicos, entre ellos, el aumento de la inequidad y la vulnerabilidad social, las reducidas oportunidades laborales, educativas y de formación profesional, deficiente estructura sanitaria, etcétera.
La prolongación de la violencia a la hechura de la criminalidad organizada, llegó a desplazar la originada por los militares y la guerrilla en la otrora guerra civil a finales del siglo anterior. De modo que a ello se suma la fragilidad de las instituciones políticas y jurídicas, lo cual hace más críticos los fenómenos de la impunidad y la corrupción.
Sabemos que esto apenas representa una porción de los factores de carácter estructural, que inciden tanto en la marginalidad y por ende en los significativos flujos migratorios. Solamente en 2015, más de 40.000 menores de edad , la gran mayoría de ellos estudiantes de la escuela secundaria (o al menos en edad escolar); más 140.000 adultos - pobres y carentes de educación formal completa - cruzaron la frontera sur de Estados Unidos de América (Idem). A la vez, más de 15.000 nicaragüenses emigran anualmente a Costa Rica “para trabajar y enviar dinero a casa”.
Cabe resaltar que la migración centroamericana ha generado un flujo importante de ingresos (o de remesas), que asciende a aproximadamente el 20 % del PIB de la región (Idem). Esto quiere decir, que las remesas que ascendieron a $17 mil millones en 2015, llegan casi a completar el 50 % de los ingresos en cerca de 3,5 millones de hogares centroamericanos, inmersos en sistemas económicos tradicionales, de baja productividad y escasamente innovadores. A diferencia de la economía de Costa Rica, influenciada por el sector de los servicios - aporta el 40% al PIB - , que de acuerdo con estudios de la entidad Diálogo Interamericano, ella es entre dos y cuatro veces mayor que la de sus vecinos.
Ahí está en escena el Sistema de la integración centroamericana (SICA), sumergido en textos declarativos, adoptados en medio de una secuencia de reuniones pomposas e improductivas, de donde se desprenden compromisos y promesas incumplidas, a causa de la ineptitud del conjunto de instancias burocráticas, responsables de ejecutarlas.
Pero, en adelante, pensemos en que pronto contaremos con la ansiada “refundación” de esa organización regional, tal como lo propuso atinadamente el Presidente Luis Guillermo Solís Rivera. En efecto, así intentaremos avanzar en la superación de la marginalidad, “la madre” de casi la mayoría de las complicaciones. Quizás con ello “se demandará más que comunicados”, que, por cierto, captan una gruesa cantidad de recursos económicos.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)
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