FUENTES DE INFORMACIÓN
- Manolo Carvajal Robles
- Periodista María Montero. Periódico La Nación. Escribió en el 2006 un artículo acerca de la pulpería La Villanueva.
NUESTRO RELATO
Dulcelina Rivera Muñoz, más conocida como Celina, quien en 1956 al lado de su padre Rogelio Rivera y su madre Carmen Muñoz Sandí, fundaron en su condición de propietarios la pulpería “La Villanueva”, en el casi demolido local comercial de hoy, situado en un terreno de 690 metros cuadrados, al puro costado sureste de la Casa Presidencial de Costa Rica.
El incendio que golpeó a la Villanueva a mediados de la década de 1970 obligó a la familia Rivera Muñoz a trabajar fuertemente con tal de levantarla. En poco tiempo el famoso negocio retornó a sus quehaceres, merced a la tenacidad y la pujanza de Celina; así también de su noble, siempre risueño y leal colaborador Alberto - “Beto – Pacheco, vecino de la Ciudadela. La vivienda de Beto se ubicaba al norte de la Iglesia Evangélica, específicamente en los adentros del segundo pasaje posterior a ella, el cual carece de una salida al fondo.
La zapoteña, miembro de las familias nativas, fue una mujer soltera, sin hijos, de mediana estatura, físico erguido, de facciones mestizas criollas, recia, poco sonriente, de mirada quisquillosa e interrogante, precavida. Ni siquiera “esa dama de hierro” se ocupó de groseras chabacanerías, para implantar autoridad y respeto en sus quehaceres como pequeña empresaria. Nunca dejó de inspirarme su aplomo, franqueza y espíritu laborioso.
A la vista de todos había un anticipado anuncio. La dama zapoteña solía usar una gabacha blanca, impecable, la cual hablaba por sí misma de esa certeza de guardar las distancias frente a cualesquiera personajes, quien estuviera dispuesto a sobrepasarse, o de reñir con las reglas de comportamiento, establecidas en el funcionamiento del negocio, por el cual la familia Rivera Muñoz llegó a alcanzar un buen capital, “un pequeño gran imperio”, el que le permitió vivir cómoda y honradamente.
También aquellas normas como tales iban dirigidas a los estudiantes de la escuela y el colegio zapoteños. Celina poseía un tacto natural, en cuanto a corregir conductas inapropiadas, ajenas al desarrollo personal. Ella hacía de educadora no formal, al dar a conocer en el ambiente limpio de su negocio sanos valores, los que los tramposos siempre han despreciado.
Me he permitido esta vez escribir estas líneas acerca de una personalidad femenina que estuvo lejos de pasar desapercibida por más de cinco décadas, todo sea en rescatar la trayectoria de seres humanos, que fueron leyendas zapoteñas, quienes desde sus trincheras crearon desarrollo y normas del buen vivir,
en las épocas de informales, intensas y solidarias relaciones comunitarias.
Asimismo, lo fueron nuestros pequeños y honrados comerciantes de numerosas y lugareñas pulperías, tales como La Gloria, la San Gerardo, la Guaria, la Venus, la Colmena, la Lourdes, las Mirlas, el Avance, el Merengue, el Dominó, el Resbalón, la Roxana, la Valentina, etcétera.
La organización de “la Villanueva” se esmeró por ofrecer a su clientela productos de alta calidad, aunque el precio iba dirigido a consumidores con algo más de ingresos que la mayoría de los zapoteños. El negocio fue versátil – era una especie de Mall en miniatura, “se trabajaba todos los días” -, dadas las diferentes líneas de comercialización a las cuales daba cabida. La venta de abarrotes y comestibles, lo fundamental; lo cual se veía complementado con los artículos de bazar, pasamanería y librería, más algunos productos de ferretería. Servía además de botiquín. “Durante un tiempo, se pudieron pagar los recibos de luz”.
Nos narra el zapoteño Manolo Carvajal Robles que nuestra dama se dirigía todas las mañanas al mercado Borbón de San José a comprar la verdura y las frutas, celosamente escogidas. Las compras de todos los productos las realizaría por la vía del mayoreo.
En sus negociaciones con los proveedores, ella buscaba obtener sanas ventajas, todo fuera a favor de la prosperidad de la empresa suya, cuyo capital aumentaba puesto que tenía la fortaleza de convertirla en proveedora de otros negocios vecinos, entre ellos el negocio de Las Mirlas, ubicado en la propia Ciudadela.
Propias de su época, era tal la capacidad y la visión empresarial suyas en materia de reventas, que hasta había logrado compartir ganancias con otros comercios afines, producto de su poder de persuasión con poderosos proveedores nacionales, al cabo que la calidad de los productos era indiscutible, lo mismo que en el volumen, pues había un buen manejo del bodegaje y los inventarios. Difícilmente había desabastecimiento. Lo antes dicho nos lo constató nuestro gran amigo Manolo.
Por su parte, separada del resto del negocio a través de una sólida pared, funcionó la cantina. Esta se situaba en el rincón derecho del pequeño local, por cierto bastante organizado. Tanto así que el cielo raso serviría para colgar especialmente artículos de bazar. El bajo precio de las bebidas espirituosas atraía a los clientes, eso sí la famosa “boca” estuvo ausente.
Con el paso del tiempo el negocio de las bebidas fue el atractivo de un círculo exclusivo, compuesto por los empleados de las empresas públicas y privadas, ya fueran instaladas dentro de nuestro distrito; fueran ellos de origen zapoteño o no. Quienes contaron que hasta un Presidente de la República, conocido por “su gusto ante el trago”, estuvo tentado, varias veces, en hacerles allí compañía.
Nuestra Celina a la periodista María Montero le confió lo que sigue: “Cuando había huelgas se hacía mucha plata. Hasta licor se vendía”. Algo que recordaría en sus últimos días, como si evocara los momentos de oro de su negocio. “Aaahh las huelgas… a cada rato salía uno en tele ”, una de sus anécdotas.
Su recia personalidad se imponía. Esto le confesó a la misma periodista: “Un día vino un cliente y me dijo, allá en la barra: Usted lo que necesita es un hombre como yo. ¿Ah sí? , le dije. Entonces le quité el trago y dejé de atenderlo. Después se fue”.
Los colores azul claro y el blanco fueron los preferidos por parte de los propietarios, a fin de mantener en buenas condiciones las estructuras del viejo local. En sus últimos años el local de “La Villanueva” encontró un uso distinto. Fue alquilado a unas personas para que levantaran una cafetería.
Aproximadamente, en el 2006, cincuenta años después, la famosa pulpería se extinguía y con ella, seríamos testigos del veloz proceso de la modernización urbana y comercial de nuestro josefino distrito de Zapote.
La señora Rivera Muñoz falleció en julio del 2008, pues su salud había comenzado a desmejorar. Por temor a sufrir una caída, ya hasta tenía miedo de salir al patio de su casa, adjunta al negocio. Sin embargo, su ánimo y facultades mentales, entre ellas la memoria, se mantuvieron intactos, toda vez para recordar con lujo de detalles una vida hecha en la actividad comercial. En definitiva, fue “una dama de hierro”.
A fin de satisfacer nuestra curiosidad, una vez los nuevos inquilinos me permitieron entrar hasta las interioridades del pequeño edificio, otrora un multiuso comercial. Era previsible que sus estructuras físicas decaían gradualmente; tendían a quedar derrotadas frente al paso de los años.
Sin embargo, nuestros recuerdos por Celina nos parecieron conjuntados con las místicas hondas y las energías impregnadas en todos los rincones, gracias a la fuerza existencial de nuestra dama, tan peculiar y poderosa. Desde los 16 años comenzó a trabajar con denodada entrega y compromiso. Había sido la mano derecha de su padre Rogelio. Como hubiera deseado tener mayor cercanía con ella. Lo que nos perdimos de verdad.
(Imagen del local de la pulpería "La Villanueva" en proceso de completa demolición)
No hay comentarios:
Publicar un comentario