martes, 7 de octubre de 2014
CHINA POPULAR Y HONG KONG: PREFERIBLEMENTE CONTINUAR CON LA FÓRMULA DE "UN PAÍS DOS SISTEMAS".
CHINA POPULAR Y HONG KONG: PREFERIBLEMENTE CONTINUAR CON LA FÓRMULA DE "UN PAÍS DOS SISTEMAS".
Los acuerdos de julio de 1997 entre la Gran Bretaña y la República Popular China hicieron posible la devolución de la isla Xianggan (Hong Kong) al gigante asiático, cedida a Gran Bretaña a "perpetuidad" en 1842, cuando los ingleses atacaron el continente chino en la primera Guerra del Opio en 1839. Años más tarde los europeos se apoderaron de otros territorios cercanos a esa isla, producto de dos episodios aborrecibles y, a la vez, íntimamente enlazados.
El primero de ellos tuvo que ver con la expoliación del imperio británico en la China, donde extrajo buena parte de sus recursos y materias primas; comportamiento inherente al periodo del colonialismo europeo en Asia, África, América, incluida, cuyas secuelas aún continúan sintiéndose, casi como si la historia tuviera la potestad de decretar sentencias con efectos perpetuados.
Acépteme la digresión. Lo percibimos en Siria e Irak en donde el terrorismo despiadado de los musulmanes de ISIS tiene, desafortunadamente, sus raíces en los atropellos y abusos coloniales por parte de Occidente en el Medio Oriente, lo cual sembró las semillas del odio y el resentimiento en los propias superficies, donde nacieron civilizaciones hoy milenarias. A quienes les impusieron formas de organización política y divisiones territoriales, en simultaneidad con la formación de nuevos Estados nacionales, yendo todo ello a contrapelo de sus tradiciones y concepciones de vida.
El otro acontecimiento - que apenas cité en párrafos anteriores - llegó a ser la vergonzosa "Guerra del Opio", mediante la cual los británicos le impusieron condiciones excesivamente humillantes a la dinastía china. Presionada, tuvo que abrir las fronteras de la nación a las reexportaciones del opio, venidas de la India, otra de las colonias de la potencia europea.
Comercio insano, por el cual se equilibró la balanza comercial deficitaria en contra de los intereses ingleses. Enseguida, se extendió entre los chinos la adicción por la amapola, alcanzando niveles de epidemia, difícil de ser controlada por la dinastía, que había combatido las plantaciones domésticas del opio. Las dos “Guerras del Opio” fueron insuficientes, en cuanto a poner coto a las arbitrariedades colonialistas, las que fueron más allá, al arrancarle a la China una porción de su inmenso territorio: la isla Xianggan, más conocida como Hong Kong.
Al menos, hay que hacer una diferencia entre Hong Kong y lo que sobrevino de las apropiaciones y divisiones territoriales, practicadas por los británicos, de manera específica, en el Medio Oriente, en el mundo musulmán, en donde las grandes potencias trazaban fronteras, quitaban y ponían gobernantes, según sus intereses (Jose María Aznar, 2014). Desde que se apropiaron del pequeño Hong Kong, los ingleses construyeron allí un próspero y pujante enclave comercial, financiero y manufacturero. Quizás esto vino a ser una excepción a la regla, puesto que la ingobernabilidad, las ebulliciones, los antagonismos religiosos, los crónicos síntomas de descomposición politico y cultural, el atraso social, depararon las convulsas imágenes del Medio Oriente de los tres últimos siglos; a diferencia de Hong Kong, que creció sobre las bases del capitalismo moderno, floreciente en la Europa (colonialista) del Siglo XlX.
China, antes y después de proclamarse república (1912), reclamó a Hong Kong como suyo, al tiempo que su territorio era objeto de invasiones y reparticiones, fraguadas por europeos o japoneses, incluso de Rusia. Tras la victoria comunista en 1950, liderada por Mao Zedong, los bloqueos políticos y comerciales de Europa y de los Estados Unidos de América se endurecieron de modo significativo, lo cual hacía improbable la devolución de Hong Kong.
Al entrar en antagonismos los líderes chinos comunistas con sus pares de la Unión Soviética (URSS), respecto a “la praxis” del marxismo leninismo, los acercamientos de Occidente con Pekín fueron adquiriendo mayor notoriedad; en tanto que el tema de la recuperación de la soberanía de los chinos sobre la moderna isla tomaría relevancia en los debates bilaterales, ya que ellos se visualizarían menos amenazantes que la superpotencia moscovita. Asimismo, el fracaso de la Revolución Cultural de Mao, sellado con el fallecimiento del líder comunista, originó el inminente relajamiento del régimen totalitario de China, la que iba dando cabida a la apertura al comercio y al ingreso de la inversión extranjera, impresionante proceso social que por su lado el mismo Hong Kong, Singapur, Corea y Taiwán contribuyeron a impulsar.
Según el acuerdo establecido en 1984 con los ingleses, los comunistas prometieron libertades civiles a los habitantes de Hong Kong — ausentes en el resto de China — después de que tomara el control del pequeño territorio de apenas 1000 kilómetros cuadrados, que abriga a poco más de 7 millones de habitantes. Igualmente, ellos contarían con un elevado grado de autonomía, punto medular del acuerdo en cita.
Sin embargo, tal como están los hechos en Hong Kong, el retrato que captamos es el despertar del disgusto de un pueblo, especialmente guiado por los estudiantes universitarios en su liga “Occupy Central”, opuesto a la arbitrariedad del poder de Pekín de minar la autonomía del enclave y de restringir los derechos y las libertades de los ciudadanos, aprobando en agosto pasado el principio de que el próximo líder de Hong Kong sea elegido por sufragio universal en el 2017. Aunque el número de posibles candidatos será limitado a dos o tres, además, estos deberán pasar el filtro “de un comité consultivo” del Partido Comunista chino. Ese comité estará compuesto por magnates, de conformidad con los criterios de ese "comité de elección”, en gran medida, proclive a Beijing; al tiempo que cualquier candidato deberá asegurarse más del 50% de respaldo de sus miembros, a fin de correr como candidato en la elección del jefe ejecutivo de la isla.
Las tentaciones de reducir la autonomía y de controlar completamente Hong Kong traen sus antecedentes; solo que esta vez las reacciones de los grupos pro-democracia tomaron el agitado curso de la “desobediencia civil”, de la que dan cuenta las agencias noticiosas. Ciertamente, ese control se producirá a plenitud en el 2047, cuando expire el acuerdo entre la China y la Gran Bretaña; mientras tanto son 1.200 miembros de un comité de elección el que elegirá la principal autoridad, con el agravante de que la mayoría de ellos - como dijimos - están plegados a los dictados de Pekín.
La naturaleza represiva coloca al régimen comunista en una encrucijada. La repetición en este caso del modo brutal de la matanza de miles de ciudadanos y estudiantes universitarios en la plaza Tiananmen, en 1989, (Jaime Daremblum, 2014), podría desacreditar los tímidos intentos de la reforma política, sobre todo, las bases morales del prestigioso y acelerado crecimiento económico. Este, todavía, ayuno de libertades públicas, pluralismo, atiborrado de negativos expedientes en materia de derechos humanos, e incapaz también de superar los crónicos desequilibrios, respecto a los ingresos entre la gente de las regiones urbanas y rurales.
China, al “pasarse de la raya” en su objetivo de contener la ola de demostraciones, podría remover los factores de riesgo, ya inherentes en su sistema social, principalmente a su propia economía, la cual enfrenta una fase de desaceleración, por lo que el clima político de los negocios es imprescindible que se vea desprovisto de cualquier perturbación, no solamente doméstica, sino de la región entera del Asia Pacífico, de quien depende su comercio, flujos financieros y los servicios de comunicaciones y transportes.
Hong Kong no es igual a las zonas postergadas del continente, que se han convertido en zonas de tensión, pongamos como caso el Tibet y la provincia occidental de Xinjiang. A los manifestantes hongkoneses, Pekín tendrá que trabajarlos con manos de terciopelo y escrupulosamente, evitando hacerse de la compañía de la mafia china, a efecto de sofocarlos, lo cual arrastraría una ola de condenas internacionales: quizás a sanciones por parte de Occidente, a las cuales ha sometido al “Oso ruso” de Putin, a causa de sus desmedidos apetitos territoriales en Ucrania y la Europa Oriental.
Todo hace indicar que el riesgo de la torpeza como la de Tiananmen, está lejos de los planes de la policía o del ejército, que siempre se ha distinguido por irrumpir de inmediato frente a “algún signo de amenaza interna”, sin medir las consecuencias. La razón es que Pekín posee consciencia de que el enclave, que opera bajo el sistema capitalista, ejerce real influencia en su sistema económico, ya que canaliza el 11% del comercio del país, tiene a su haber reservas por $4 billones, su per cápita es cuatro veces mayor que el de sus hermanos continentales (Carlos Alberto Montaner, 2014), en tanto que la pobreza ha sido casi eliminada.
El experimento de “un país, dos sistemas”, susceptible - según los chinos - de aplicarse a la futura reunificación de China y Taiwán, seguro que llegaría a crear graves incertidumbres y desconfianza, de recrudecer las protestas populares en Hong Kong, así como la eventualidad de ejecutarse de manos de los comunistas una imprudente salida violenta con tal de sofocarlas, suponiendo, de manera equivocada, que frenaría el contagio por todo el continente, una idea fija que les quita el sueño. Por ello, hay que prestarle atención al llamado al diálogo y a las negociaciones formulado por las autoridades hongkongonesas pro - chinas, que la oposición democrática ha pospuesto.
El gigante asiático sabe bien que las virtudes y los escrúpulos confusianos, que el régimen totalitario ha reivindicado, han de prevalecer en la controversia, aprovechando que todavía la sangre no ha llegado al río. Por ahora, el más perdidoso llega a ser Leung Chun-ying, el Jefe Ejecutivo, quien ha demostrado escasa habilidad y solvencia, en lo tocante a poner fin a las revueltas estudiantiles, conducta que los líderes del Partido Comunista distan de tolerar, pero que es conveniente disimular: está de por medio el rico Hong Kong.
Los factores adversos o cuestionamientos en Taiwán en torno a la reunificación se multiplicarían, de registrarse un segundo Tiananmen, por lo que también habría que suponer el retroceso de los crecientes y variados acercamientos entre los chinos continentales y los taiwaneses. Los segundos apegados también al principio de la autonomía de su ejemplar nación, tal que sería puesto en riesgo frente a la posibilidad de la reunificación, al temerse la intromisión directa de los dictadores del Partido Comunista de Pekín, pues en Hong Kong así se vienen comportando.
Como sea, los comunistas del continente, los taiwanes y hongokoneses poseen sus particulares y exitosas sociedades chinas, las cuales han logrado entenderse y tolerarse. A pesar de sus especificidades culturales, ideológicas y de algunas etapas álgidas en sus relaciones, el capitalismo les ha calzado a su manera. Además hay demasiados conflictos en el planeta, para qué otro entre hermanos, pertenecientes a una civilización de las más ancestrales.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)
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Mauricio Vargas Fuentes escribió:
ResponderEliminarMuchas gracias Ronald por esta excelente descripción de la realidad de "las Chinas"
Saludos afectuosos
Carlos M Echeverría escribió:
ResponderEliminarAcertado comentario, sobre las sutilezas de seguir construyendo el comunismo. Abrazo
ResponderEliminarLuis Sandí Esquivel escribió:
Buenas tardes Ronald, muchas gracias, me gusto el artículo.