domingo, 9 de noviembre de 2014
"NO PRECIPITARSE", ARTÍCULO ESCRITO POR EL TEÓLOGO RODRIGO DÍAZ BERMÚDEZ
No precipitarse
La fragilidad de cualquier estructura personal, social, familiar o comunitaria siempre es sometida por las circunstancias a las cualidades de su código. Es decir probar si se trata de una constitución robusta o necesitada de ser fortalecida y en el peor de los casos transformada en cenizas las cuales continuarán su rumbo hacia la materia anónima.
Cuando los viejos nos aconsejaban a no precipitarnos en lo que hacemos nos estaban informando de su código consuetudinario de que las cosas hechas a la carrera sin tener la robustez requerida corría grandes peligros. Es decir que si no te planifica, si no se tienen las condiciones necesarias, si no se tiene la resistencia producto del proceso, entonces podemos fracasar de manera rotunda.
Nuestros países se han precipitado o los han obligado a ello, quizá ingresar por ejemplo al TLC no sea en sí tan negativo si se tienen las condiciones. Pero, los países pobres no lo tienen con respecto a los ricos. De tal forma que terminarán más pobres. Pudieran terminar más ricos, pero necesitan un mínimo de antifragilidad como le llama un filósofo del Líbano, para darse ese chance de apostar. Para apostar hay que tener o no tener nada y estar dispuesto a seguir no teniendo nada. Pero en el caso de los países pobres tienen algo, pero poco, y eso poco lo pueden perder y quedarse sin nada. Así que eso poco debe convertirse en más para poder ir al gran Casino de la economía de los poderosos pero el juego está casado con la desigualdad para sacar provecho a la misma, por supuesto por parte de los megacentros del poder internacional.
La familia es tema bien manoseado por los diarios, congresos, iglesias y las más extrañas ONG del mundo. Nos empujan hacia nuevas agendas de diversos tipos de familia. Diversidad. Al precio de perder la identidad para los pueblos culturalmente menos respaldados por el desarrollo del capitalismo. Así que las familias tradicionales, o mejor dicho los modelos o paradigmas que han sostenido el edificio comienzan a derrumbarse junto con las instituciones que garantizaban su sacralidad. El intento vaticano que levantar una imagen de un Papa más socializador y populista es una señal del deseo de conjugar la nueva agenda con los valores tradicionales. Mezcla que atrae, pero no sabernos qué pasará en definitiva aunque no se deja de sospechar de que se camina hacia nuevos modelos inciertos de familia, de cultura donde las religiones como el catolicismo por solo mencionar una, quieren tener un espacio en ese tren que marcha hacia nuevos derroteros que verán morirse sociedades y nacer otras en las entrañas de las cenizas y de los centros poderosos que se impongan a base de su poderío estrictamente económica. Pero la historia ha demostrado que los imperios romanos tan poderosos no lo son cuando su fuerza moral no tiene consistencia y los convierte en motores de descontrol. De allí la necesidad de una moral que no sea solo complaciente, porque con eso sólo se logra un coqueteo de sobrevivencia sino una que pueda resistir los embates de la irracionalidad y permitir que los cerebros reptiloides, mamífero humanoide, el racional pueda armonizarse con otro virtual no solo como pantalla referencial sino como virtud en sí, tal como lo concibieron los moralistas del pasado, es decir, una ética humana, espiritual, trascendente, decente, justa, equitativa, compasiva o amorosa que haga del ser humano lo que han soñado los visualizadores de la intervención divina en el desarrollo del macro y del microcosmos, con predilección por la conciencia. Porque es la conciencia el mejor monitor referencial para saber si algo es humano o simplemente reptil en la conducta del homo sapiens que no por estar erecto es más sabio.
En el plano de los planes particulares de cada individuo, la precipitación consistirá en eso, en hacer las cosas sin tener la consistencia ya sea física, intelectual, psicológica y sobre todo moral, vemos a individuos flojos manejando las políticas sociales, vemos a individuos débiles caer en la corrupción por tener temor a la pobreza o a la soledad, por inseguridades interiores fruto de una personalidad pobres, de una familia pobre en valores, de una sociedad cada vez más llenas de chats y tecnología y menos de corazones de carne y hueso, de música interior y de paz. Vemos en fin a sujetos planeando sus vidas, familias, economía e historia sin considerar de manera real lo que sería un sano temor a Dios, porque hasta éste concepto y realidad ha sido invadida y se nos presente a una caricatura de divinidad que ya no juzga la injusticia, ni pesa las acciones, sino que es un apostador más a favor de la riqueza, del mercado y de las apuestas a nuevas agendas tan flojas como ese "diosecillo" que el nuevo capitalismo ha querido instaurar.
No precipitarse es el viejo y nuevo mandamiento que deberías enseñar en la nueva alfabetización hacia la creación de una sociedad y de un futuro mejor, es decir un futuro con futuro. El actual futuro que se está diseñando carece de eso, de futuro.
Las prédicas de los cambios estructurales ya no pueden ser tan ideológicas como en el pasado ni tan manipuladas como en el futuro, tienen que surgir de minorías con robustez unificadas por sólidos principios. La vieja familia aún con sus hipocresías en la moral sexual por ejemplo, resistió más el paso del tiempo que las nuevas alternativas en que se divorcian a diario, en donde más interesa que a un hombre se lo trague una Anaconda o como llevaba la panza descubierta una famosa actriz de cine, que en el planteamiento ético sobre medicina, vacunaciones, y negocios farmacéuticos bajo políticas estatales para prevenir, verbigracia, el avance el Ébola en África primeramente, donde está el ombligo de la raza humana, hacia las periferias y metrópolis que ostentan el poder heredado justamente del sometimiento de las viejas sociedades consideradas salvajes, pero portadoras de las riquezas más grandes, del petróleo, la agricultura, los animales exóticos y las grandes calamidades que a nadie le importan hasta que no sea motivo de negocio, en este caso para las empresas o laboratorios productores de medicamentos, que con los precios matan y con su ciencia cura.
Rodrigo Díaz Bermúdez, Doctor en Teología
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