ENTRE LÍDERES ASTUTOS.
A mediados de la década de 1990, Rusia, “la Gran Madre Patria”, enfrentaba la incertidumbre
total. El colapso de la Unión Soviética
pocos años atrás, en particular, el desmembramiento
de aquella inmensa federación de repúblicas multiformes, además de traumático, llegó a ser uno de los hechos sorprendentes
del pasado siglo. Sorprendente, tal vez sea el término inexacto en tal contexto particular de la historia del pueblo
ruso, por cuanto a la Revolución Bolchevique hay que reconocerle el lugar de evento
revelador en la Era contemporánea.
Aunque se tomara demasiado en
cuenta las fuentes del escepticismo, que rodeaba la sostenibilidad del imperio
soviético, el cual suponía desde la década de 1980 el glasnost y la pereistroika de Mijail
Gorbachov, difícilmente calzaba en las hipótesis y vaticinios de las ciencias
sociales de aquel entonces, ya fuera la
caída del Muro de Berlín, emblema del bloque de naciones de la Europa Oriental,
pertenecientes a la órbita de influencia de la antigua Unión Soviética), así
como la imprevisible desintegración del imperio socialista, seguida de las
reformas liberalizadoras de Gorbachov y de Boris Yeltsin. Como tales llegaron a consolidarse
intempestivamente, a pesar de los amagos de resistencia del Partido Comunista,
pronto sofocados.
La nación rusa, heredera del régimen soviético, careció de brújula tras
la desintegración del imperio. El grosero reemplazo de los postulados de la economía centralizada
y planificada por la economía de mercado, corrían empañados de una gran conmoción y desorden
social. Había (o hay) ausencia de reglas de producción y comercialización
favorecedoras de la libertad de empresa y la libre competencia.
Al mismo tiempo la privatización
de los conglomerados de empresas públicas estuvo encubierta por prácticas de corrupción,
que dieron lugar a las nuevas élites
políticas, burocráticas y empresariales, rectores de la estructura de poder
semi – dictatorial y de la economía del petróleo, guiada por Vladimir Putin
desde 1999.
Los frustrados intentos de secesión de Chechenia (1994-95), esta
reprimida ferozmente por las fuerzas
militares al servicio de Yeltsin, le causó un severo desprestigio internacional
a Rusia. Con altibajos la represión contra los chechenos, poseedora de
voluminosa población islámica, sigue
siendo un riesgo inherente, a menos que el Kremlin se decida a conceder la
independencia de ese territorio. Algo improbable todavía, puesto que el control ruso de los oleoductos que lo atraviesan, llega a ser el factor
primordial, obstaculizador de la autodeterminación de Chechenia.
En 1997 arribó a la Cancillería costarricense un espigado y
elegante diplomático ruso. Era innecesario especular sobre la inteligencia de aquel
hombre de ancestros armenios, pues le brotaba por todos los poros. Más aún, desde 1994 el Presidente Yeltsin hubo de confiarle la
conducción de la Misión Permanente de Rusia ante la Organización de las
Naciones Unidas, justamente, cuando a su gobierno le correspondía presidir transitoriamente
el Consejo de Seguridad de la ONU.
En el periodo de 1997 – 1998 Costa Rica ocupaba por segunda vez un
puesto no permanente en ese Consejo, lo cual hizo posible que Serguéi Lavrov,
el diplomático citado líneas arriba, solicitara un diálogo directo con el señor
Fernando Naranjo, el brillante Canciller
costarricense de ese entonces, a fin de coordinar posiciones sobre hechos de la
realidad internacional que ocupaban la plena atención de la ONU. Sobre
todo, Lavrov aprovechó el diálogo para aclarar
el curso de acción y las reacciones de su gobierno frente a los rebeldes chechenos,
catalogadas de excesivas por la comunidad internacional.
Al hacer comentarios sobre la cuestión de Chechenia, nuevamente el
inteligente y previsor diplomático extranjero, con el poder de su razonamiento
lógico y seguridad personal, logró en el diálogo con el Canciller Naranjo aliviar
la ansiedad que le originaban las
turbulencias políticas del “Oso ruso”, incluidas las vicisitudes de su país en su
enfrentamiento con los rebeldes, hervidero de pérdida de prestigio. Por aquellos años era difícil tomar en cuenta
la tesis de Lavrov acerca de la amenaza del fundamentalismo islámico, enraizado
en Chechenia, tanto para Rusia como el Occidente.
El tiempo le dio la razón al prestigioso diplomático ruso, a la vez un asiduo
estudioso de la historia y de la política del Medio Oriente. Consciente de los intereses de las fuerzas
políticas y religiosas de esa región, seguro que Lavrov ha sido el arquitecto
del excelente y más reciente acuerdo ruso – estadounidense sobre el
desmantelamiento del arsenal químico sirio, el cual sirvió para contener, por
ahora, el ataque militar contra la convulsionada nación árabe. Todo ello, nos hace recordar a nuestro Don
Gonzalo Facio Segreda, también Canciller costarricense, pues aseveraba que “el
pueblo ruso era de los más inteligentes del mundo”; Facio dijo que nunca se arrepintió de aprobar
la apertura de la Embajada de Rusia en San José, a inicios de la década de 1970.
Enseguida hablemos de
la próspera Alemania. Sin la
convicción de que existen genuinos líderes la política pierde valor y encanto. Originaria
de la antigua Alemania Oriental totalitaria, la alemana Ángela Merkel es
simplemente grandiosa. Hace notoria diferencia con ese tren de mandatarios, políticos
y burócratas europeos tramposos, despilfarradores, faranduleros, peleles e ineptos, que al lado de ciertos grupos
de presión, entre ellos empresarios, banqueros, “chulos” sindicalistas, merodeadores
de prebendas y privilegios, llevaron a la ruina económica tanto a sus países como al bloque común y la
zona euro.
No es de extrañar que la figura recia, disciplinada y
metódica de la reelegida gobernante alemana
provoque ampollas en los pies de tales estructuras corporativas, para quienes el
sentido del concepto, relacionado con la “austeridad en las finanzas públicas”,
conciliado con crecimiento y el desarrollo económico, está demasiado lejos de
la impericia de los gestores de la recesión, los activos tóxicos, el incremento
de la deuda y el gasto público desmedidos.
Parte de estos últimos vicios, transferidos a las jaurías de
demagogos, populistas y dicharacheros, visibles
en todo el mundo en desarrollo, incluida América Latina, en donde ignoramos que
una buena política de solidaridad social es una correcta y responsable gestión
económica, conexa al buen gobierno. Sobre este particular, Merkel imparte lecciones gratuitas.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)
Estimado Ronald:
ResponderEliminarExcelente artículo, felicitaciones. Te recuerdo la conferencia que impartiré mañana Jueves 26 de setiembre en el Instituto de México, a las 7 p.m., sobre el tema "LA BATALLA DE RIVAS Y LA QUEMA DEL MESÓN: UN CASO DE HISTORIA FORENSE". Ojalá que puedas asistir, invita también a mi querido Walter.
Saludos,
Raúl Arias
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