AQUELLOS OCASOS LATINOAMERICANOS.
Con toda la razón, una dilecta amiga nos ha emplazado por la omisión cometida el pasado mes, al pasar inadvertido el 40 aniversario del golpe militar en Chile contra el Presidenta Salvador Allende, fraguado por su hombre de confianza. el general del ejército Augusto Pinochet.
En efecto, ese oscuro y mafioso personaje merecerá siempre nuestra más alta condena y repudio, así como sus cómplices en el operativo de “la Caravana de la muerte”, que simultáneamente con el Plan Cóndor, arrasó contra la vida de miles de opositores políticos, principalmente de líderes izquierdistas y desertores. Entre estos últimos cabe citar al general Alberto Bachelet, torturado y asesinado por el régimen militar, padre, por cierto, de Michelle Bachelet, expresidenta de la República y esta vez aspirante presidencial.
Al recapacitar acerca de ese desafortunado acontecimiento político, nos viene a la mente la figura del Canciller costarricense Fernando Volio Jiménez, hombre honesto, enérgico y consecuente con sus principios democráticos y humanistas, por cuanto nunca tuvo reparos e inconvenientes para atacar la tiranía de Pinochet, en los más diversos escenarios de la política internacional. Volio se comportó, así también, frente a las políticas racistas del apartheid en Sudáfrica, menos cedió - ni un ápice - a sus posturas de denunciar al opresor régimen de Daniel Ortega, ocupado en asesinar en Nicaragua a indígenas miskitos y desertores en la convulsionada década de 1980.
Las dictaduras militares amalgamadas en las décadas de 1970 y 1980 en el Cono Sur (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay), para contrarrestar el ascenso de denominaciones marxistas leninistas y de la guerrilla izquierdista, se inspiraron en la doctrina de inteligencia y seguridad nacional, a efecto de aniquilar enemigos internos que resistían un sistema político y económico desigualitario. Todo ello llegó a ser una desviación - en cuanto a instrumentación - de la estrategia de los Estados Unidos de América hacia Latinoamérica.
La tal doctrina poseía carácter transfronterizo, en lo que respecta a violaciones de los derechos humanos; algunas de sus líneas rozaron Centroamérica. Sin salir a la superficie, las dictaduras del Cono Sur cooperaron militarmente con la dinastía somocista y el resto de las dictaduras de esta latitud, las cuales estaban al borde de la derrota de parte de la insurgencia, ésta apoyada por el eje cubano soviético.
A diferencia de las organizaciones de la guerrilla marxista, que intentaron derribar los gobiernos autoritarios, utilizando la vía armada, Salvador Allende - y la Unidad Popular - en cambio, arriban al poder mediante un legítimo proceso electoral.
Igualmente, era la primera vez en el continente que un partido político, declarado marxista leninista, además de ganar elecciones democráticas, controlaría la economía, quizás, más desarrollada de América Latina. Tomemos en cuenta al Chile proveedor de cobre, incluido dentro de las materias primas, ampliamente demandadas por los mercados internacionales.
A nuestro juicio, los factores influyentes del golpe militar en Chile recayeron primero en el hecho de que la izquierda marxista llegara a controlar el poder, a través de elecciones libres, desplazando las élites tradicionales; en segundo lugar, que el evento atípico fuera acogido por una economía vital a los intereses estadounidenses, en especial de algunas transnacionales.
Trabajando en las sombras, los recelos y las intrigas - hoy tan de modas - no se hicieron esperar. Compañías transnacionales como la ITT, alertadas por el gobierno de Richard Nixon, auspiciaron finalmente el golpe de Estado, habida consideración que Chile se transformaría en el eslabón inicial de la propagación del comunismo por la región.
Lo antes dicho dista que respaldemos los viejos ejercicios académicos de culpar a los Estados Unidos de América de “todos los males” sociales de nuestros países, la mayoría de ellos provocados por desastrosos gobiernos, que ni siquiera son capaces de proveer papel higiénico a su gente.
Por otra parte, la ultraizquierda o los radicales marxistas, en especial, el MIR , confabuló torpemente contra Allende, al presionarlo a que avanzara de prisa con las nacionalizaciones de la industria del cobre y la banca privada, o bien que elevara los aranceles al comercio exterior.
Luego la descontrolada inflación, el desabastecimiento y la profunda inestabilidad política pusieron en alto riesgo la continuidad de la Unidad Popular. Para los seguidores de Pinochet, aquel caos y estancamiento económico lo subsanó el régimen militar (1973 – 1990) al adoptar la política económica basada en las recetas “neoliberales” del profesor Milton Friedman y la escuela de Chicago. Recetas que dicho sea de paso dejó vigentes por 20 años la Concertación de Partidos por la Democracia - opositora a Pinochet - en aras de modernizar y expandir con éxito la economía.
Con todo, ni el régimen militar, tampoco la centroizquierdista Concertación fueron capaces de superar las complejidades, relacionadas con la concentración de la riqueza, así como las fuertes diferencias sociales que acusa la pujante nación chilena.
Lo bueno fue que los últimos años de Pinochet fueron bastante atropellados. En lo personal, le hubiera deseado más infierno en este valle de lágrimas, así como se lo deseo a Fidel Castro y su delfín Daniel Ortega, extensivo, entre otros, al mandatario que sueña con pajaritos y duerme al lado de la tumba de su mentor.
Ronald Obaldía González (Opinión personal).
Carlos Echeverria escribe:
ResponderEliminarSos un valiente! Un espadachín!