PARTIDOS
POLÍTICOS. IMPRESCINDIBLES.
Un
gazapo histórico sería admitir la desvinculación en Costa Rica entre las bases doctrinarias de la creación
de la Segunda República (1948 – 1949) y el contexto de la valerosa promulgación
de las garantías sociales durante la década de 1940; producto “del acuerdo
tripartito del Presidente de la República, Rafael Ángel Calderón Guardia, el
Arzobispo de San José, Monseñor Víctor Manuel Sanabria y de Manuel Mora
Valverde, fundador del Partido Vanguardia Popular”, mejor conocido como el
Partido Comunista.
Ambos
procesos revolucionarios constituyeron una tarea de titanes, cuyo objetivo
consistió en encarar el viejo Estado liberal, basado en la economía del café, el
cual solo personalidades como las antes citadas, junto a don Pepe Figueres y
Rodrigo Facio Brenes, el gran ideólogo, fueron capaces de concebir y amalgamar,
o dar continuidad en medio de profundas contradicciones, a efecto de que los
costarricenses, los principales herederos del Estado social de bienestar,
recibieran como un legado a la vez imprescindible y comprometedor, dadas las
experiencias de las naciones vecinas que resultaban poco menos que aterradoras.
De tales revoluciones sociales, fueran la conquista de las garantías sociales y su prolongación: la Segunda República, se desprendieron, enseguida, las tendencias ideológicas, originadoras de los partidos políticos, vigentes desde la segunda mitad del Siglo XX hasta nuestros días. En tanto que el propio liberalismo, dominante en todo el Siglo XlX, resistió las corrientes modernas, particularmente de la social democracia - promotora del esquema de intervención del Estado en la economía y de la propuesta de la CEPAL de sustitución de importaciones de bienes y servicios - y que, adoptando la reforma social calderonista y camuflando ciertas tesis del comunismo criollo, intentó aplacarlo de las contiendas electorales.
No sobra dar una definición sencilla de partidos políticos. Una apropiada, es aquella organización formada por personas de similar corriente ideológica o concepción integral de la vida del Estado, “en todos sus aspectos”, cuyo objetivo e interés fundamental es alcanzar el poder de éste, y con ello poner en práctica sus convicciones y programas políticos, tendiendo a excluir las concepciones e ideas que se distancian o diferencian de la suya. Asimismo, tengamos en cuenta que los partidos desempeñan el rol de intermediarios entre las fuerzas sociales del pueblo (o la sociedad civil) y las instituciones del Estado.
Después de esta definición, retornemos entonces “a lo que vinimos”. Curiosamente, nos encontramos el documento, intitulado “Patio de Agua”, redactado en 1968 por un grupo de intelectuales del ala “purista” de la social democracia costarricense. Pareciera que también ellos estaban bastante influenciados – en estilo y fondo - por la nueva teología del Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXlll, en aras de adentrarse en un renovado mensaje de la Iglesia Católica, basado en perspectivas y postulados sociales, acordes con la época moderna.
Al mismo
tiempo, el texto declarativo de “Patio de Agua” tampoco disimulaba su
acercamiento con no pocas tesis del marxismo, razón por la cual causó
reacciones negativas en determinados círculos sociales, todavía apegados al
liberalismo tradicional, o bien por el anticomunismo, extendido en la época de
la Guerra Fría, lo cual trajo como consecuencia la proscripción en Costa Rica
del Partido Comunista, tras los hechos políticos de 1948.
Era de
prever que en la Segunda República el pensamiento socialcristiano y por otra
parte el comunismo criollo, sobre la base de sus correspondientes partidos
políticos, coaligados o no, se convertirían en asociaciones permanentes,
estables e ideológicamente sólidas, tal como lo persiguió la social democracia
en el emergente Partido Liberación Nacional (PLN), fundado en 1951, pero
también objeto de accidentes, algunos transitorios, otros irreversibles, que no
dejaron de amenazarlo.
La
casi totalidad de las denominaciones que abrazaron una de estas ideologías en
particular, registraron tanto serias
divisiones, como irreconciliables rupturas y hasta la desaparición del
escenario político, como le ocurrió al Partido Comunista tico, inmediatamente
después de la caída del Muro de Berlín.
De
igual modo, los desmembramientos los registra el mismo PLN, ya fuera por la quijotada
de “Patio de Agua”, o bien a través de la separación en 1957 del dirigente
(liberal) Jorge Rossi, lo cual facilitó la victoria del candidato (liberal)
Mario Echandi. Años después el socialdemócrata
Enrique Obregón Valverde, asociado con sectores de la
izquierda nacional, fundó el Partido Acción Democrática Popular,
“que lo postuló a él mismo como candidato presidencial para las elecciones de
1962”. Así, sucesivamente, hay que
destacar la figura del Rodrigo Carazo Odio (social demócrata y liberal), cuya
separación del PLN le llegó a provocar un severo golpe, aún más intenso a lo
que pudo generarle el Partido Acción Ciudadana (PAC).
Mientras
tanto, los socialcristianos (calderonistas), para tener vigencia, además de
pactar con los comunistas en la década de 1940, después de la guerra civil de
1948 hubieron de desmovilizarse para luego coaligarse en 1958 con los liberales del Partido Unión Nacional,
dirigido por su enemigo, el expresidente Otilio Ulate; comportamiento repetido
en la conformación posterior del desaparecido Partido Unificación Nacional, en
donde coexistió con los liberales, hasta conformar luego una exitosa coalición
con estos últimos y con una fracción desertora del PLN.
Por su
parte, los dirigentes del liberalismo criollo
- doctrina hegemónica hasta los tiempos de Ricardo Jiménez Oreamuno
(1932 – 1936) - opuestos en su momento a las garantías sociales de Calderón – Mora -
Sanabria, consiguieron avenirse después
de la guerra 1948, con el movimiento calderonista, fusionándose bajo un solo partido político, tal como lo anotamos líneas arriba. A la vez, una minoría de liberales tuvieron
acogida parcial en el Partido Liberación Nacional, al cabo que más adelante hicieron
intentos (fallidos) por encontrar autonomía e identidad propia en partidos
emergentes, como fue el caso de la conformación en 1974 del Partido Nacional Independiente.
A partir de la década de 1960 el liberalismo
como concepción y método de análisis de la realidad social ha sido objeto de
transformaciones sustanciales y sensibles, al ser injertado por los postulados
de política económica del profesor
Milton Friedman y la escuela de Chicago, que privilegian la teoría del libre e
irrestricto funcionamiento del mercado (llamada el neoliberalismo), que ni economistas clásicos de la talla de
Adam Smith (Siglo XVlll) y David Ricardo (Siglo XVlll – XlX) proclamaron
en sus obras.
El desplome del comunismo causó que el neoliberalismo se
entronizara, casi como ideología oficial,
en la mayoría de los partidos políticos del mundo, incluidos los de
Costa Rica. Algunos asumieron del todo
sus métodos; una minoría de ellos lo hizo parcialmente, pues se negaron a
abandonar del todo los argumentos que defienden la gestión distributiva de la
riqueza y reguladora a cargo del Estado dentro del sistema económico. Planteamientos que finalmente ha reivindicado por
ahora la izquierda nacional y latinoamericana, al quedar desacreditado el
marxismo leninismo.
Por todo
ello, de nuestra parte renunciamos a la tesis que reconoce el funcionamiento,
“químicamente puro”, del esquema bipartidista en la Costa Rica de los últimos
sesenta años, a pesar de que en términos formales o jurídicos se fingió, o en
apariencia lo hubo. Partimos del
supuesto, que al interior de los partidos políticos nacionales, que florecieron
especialmente de los cambios de la Segunda República, han interactuado líderes
y fracciones sociales con ideologías, visiones e intereses contrapuestos.
Puede
que entre ellos tal coexistencia fuera duradera. Lo cierto es que ha habido
múltiples fracciones políticas (o micro tendencias) en los partidos
costarricenses, tal que hicieron esfuerzos por lograr costosos entendimientos. Sin
embargo, las transacciones al entrar en
alta tensión, como es natural en política, entre los agentes activos sobrevinieron las
fuertes rupturas o los rompimientos definitivos. Lo cual dio lugar a finales de
la década de 1990 a la
creciente proliferación de agrupaciones políticas y de grupos de interés, así
como a “la atomización de la opinión pública”, que, además de debilitar el
imaginario del bipartidismo, hicieron sumamente complejos los mecanismos institucionales de negociación
y gobernabilidad política y social.
Tampoco hagamos
dramas por lo antes dicho, por cuanto el bipartidismo ficticio llegó a ser
saludable para la democracia costarricense, así también lo puede llegar a ser
la existencia de diversos partidos políticos, siempre que posean programas políticos flexibles y operen como maquinarias
pluralistas al servicio de la libertad y del bien común.
Ronald Obaldía González
(Opinión personal).
No hay comentarios:
Publicar un comentario