miércoles, 29 de enero de 2014

LOS MILAGROS DE LA AGRICULTURA FAMILIAR.


LOS MILAGROS DE LA AGRICULTURA FAMILIAR.

Confesamos que rehuimos la lectura de informes preparados por los burócratas de las organizaciones internacionales, cuyo rimbombante lenguaje es recitado casi siempre y sin originalidad, por no pocos técnicos de las burocracias nacionales en sus tediosas exposiciones.
Quizás este parcial rechazo se relaciona con nuestra identificación personal, a favordel grupo de los “resentidos sociales”, graciosa calificación utilizada por un excanciller costarricense, bañado de aflicciones y rencores, reacciones que desafortunadamente deslucen su valioso libro, recién publicado.
La cuestión es que esta vez nos hemos encontrado una excepción. A nuestro criterio llega a ser el excelente artículo de José Grazianoda Silva, el Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), intitulado: “La revolución de la agricultura familiar”. Al cabo que la sugiere como solución al cúmulo de vicisitudes, relacionadas con el cambio climático, la degradación e intensidad del uso de la tierra y el agua; dicho sea de paso a la urgente responsabilidad de la conservación de los recursos naturales.
El Director de la FAO recalca que no hay escasez de alimentos en el mundo. Por su parte, otros expertos en la materia se han sumado a esta tesis; culpan más bien al desperdicio de comida entre los principales responsables de la existencia de 842 millones de personas, que sufren de hambre crónica, porque no pueden permitirse alimentarse adecuadamente.
Influenciado por los principios de la “revolución verde” y de “la seguridad alimentaria”, lo cual persigue como objetivo prioritario de la humanidad la erradicación del hambre crónica, Grazianola destaca la tradición y la cultura del conocimiento y las prácticas sostenibles de las familias agrícolas.
El grupo de tales familias, según su versión, incluye a pequeños y medianos agricultores, campesinos, pueblos indígenas, comunidades tradicionales, pescadores, pastores, recolectores y muchos otros, cuyo potencial hasta ha facilitado la producción en regiones de suelos marginales, así como la diversificación de sus actividades y capacidades agrícolas. Razón por la cual operan como los gestores y los “administradores” principales de la seguridad alimentaria (Grazianoda Silva).
Lo destacable es que la práctica de la práctica de la agricultura familiar se contrapone al excluyente punto de vista de “las ventajas comparativas”, que solo permite a las regiones o comunidades concentrarse en lo que son mejores en producir (Ricardo Hausmann, 2014), que es escaso, toda vez que esto último limita el desarrollo de los mercados internos.
Sin detrimento de la agricultura especializada y el suministro corriente de alimentos, la tesis en mención insiste en acercarse todavía más a los patrones de la producción sostenible, partiendo de las experiencias de la agricultura familiar. De ahí, la obligación de las sociedades nacionales de reforzar e innovar la naturaleza de dichos sistemas agrícolas “verdaderamente sostenibles”, como respuesta a la necesidad de satisfacer las necesidades futuras de alimentos del mundo.
Los agricultores familiares, cuyos productos, usualmente, contribuyen a una dieta más sana y balanceada, simultáneamente, son participantes activos en los circuitos locales de producción, comercialización y consumo, que son importantes no solo en la lucha contra el hambre y la desnutrición, sino también en la generación de empleo e ingresos (Grazianoda Silva).
De igual forma, ellos son clave en la diversificación de las economías domésticas, con predisposición a incursionar en los mercados internacionales, siempre que se les asegure un clima institucional y apoyo apoyo político y técnico para alargar los objetivos comerciales.
Qué nos conduce a abordar esta materia expuesta por el Director de la FAO? Días atrás hicimos un minucioso recorrido por el distrito de Cot de la provincia de Cartago de Costa Rica. Uno de los poblados fértiles y productivos, de herencia colonial y hasta precolombina, o sea de los más antiguos de este país. La singular ciudad se ubica en la ladera sur del volcán Irazú.
Junto con los otros antiguos pueblos indígenas, Cot formó el nucleo central de la población indígena costarricense (Gerhard Sandner, 1962). La inmigración efectuada después de 1800 insertó ciertos rasgos mestizos y habitantes blancos, flujos que tampoco pudieron sustituir completamente las características indígenas (huetar) que a la fecha predominan en algunas fisonomías de ese aislado y pequeño rincón cartaginés.
Por centenas de años hubo en Cot una grave concentración de la tierra, fenómeno heredado de los tiempos coloniales. A la vez, tras la independencia los indígenas campesinos comenzaron a ceder sus pequeñas parcelas a mestizos del Valle Central y foráneos blancos.
Todo lo anterior, acentuó la pobreza y una división profunda entre los pocos agricultores pudientes - generadores de poquísimos empleos - y la gran mayoría pobre y desocupada, entre ésta los jornaleros que, a duras penas, alquilaban tierras; o en condiciones de abuso se las prestaban para sentar huertas. Dado tal desequilibrio social, el poblado adoptó los rasgos propios de un tugurio rural (Gerhard Sandner) y altamente rezagado.
La situación de la tenencia de la tierra mejoró sustancialmente desde mediados de la década de 1960, como resultado de las políticas del Estado sobre reforma agraria, lo cual propició la distribución de tierras, la creación de asentamientos de campesinos y la pequeña propiedad.
Las desigualdades y complejidades sociales y económicas se fueron subsanando significativamente, al cabo que luego llegaron a detectarse huertas familiares en cualquier rincón de Cot. Las huertas alcanzaron el nivel de unidades de agricultura familiar, donde es identificable ahora la introducción de ligeros métodos de procesamiento industrial, a efecto de asegurar la buena presentación y ganancias en torno a los productos.
Así entonces, se activó allí el empleo y al mismo tiempo la economía local, originándose suficiente infraestructura y establecimiento de servicios públicos, todo lo cual ha ido avanzando gradualmente, por cuanto la producción - especialmente de papa y remolacha - ha sido destinada también al comercio con las ciudades vecinas; en tanto es capaz de abastecer, por su buena calidad, la mayoría de las conocidas ferias del agricultor, fundadas por el Presidente Rodrigo Carazo Odio (1978 - 1982).
Entretanto, todos en el antiguo poblado siembran, todos laboran, casi todos hacen negocios, crecen los pequeños comercios, al tiempo que el lugar atrae inmigrantes nicaragüenses. Se observa gente saludable y gozosa. Las viviendas de las personas se equiparan con la clase media nacional, antes eras tugurios.
“Los coteños” conservan el espíritu de arraigo por la tierra, si bien hay hijos de varias familias agrícolas que lograron ser profesionales o técnicos especializados.
El desarrollo acumulado en estas últimas cuatro décadas, alentado por la agricultura familiar, entra en armonía con la excepcional belleza natural, del nada remoto pueblo de orígenes huetares del Valle Central. Al concluir la visita a este "simpático pueblo", nos convencimos que el Director de la FAO tiene pendiente la tarea de aprender mayores experiencias alrededor de la agricultura familiar.

Ronald Obaldía González (Opinión personal)

jueves, 9 de enero de 2014

ALEJAR LOS RIESGOS DE LA NUEVA ECONOMÍA COSTARRICENSE.

ALEJAR LOS RIESGOS DE LA NUEVA ECONOMÍA COSTARRICENSE. 

Encontramos comentarios que abundan en contraponer el mercado interno a los logros del esquema de la apertura comercial, la entrada de empresas tecnológicas y la captación de inversión extranjera, un enfoque de desarrollo iniciado en Costa Rica casi a principios de la década de 1980. 

Nos parece inútil presentarlos como materia de debate electoral, más cuando alrededor sobresalen componentes ideológicos, sesgados contra el libre comercio, la plena consolidación del sistema de la banca mixta, los servicios (entre ellos el turismo) y la innovación tecnológica hacia la modernización de la estructura productiva y el acceso a los mercados.

Los detractores de la apertura económica sacan a relucir la cuestión de la equidad social, esto ausente en la nueva economía costarricense, según ellos. Sin embargo, con el auge de la clase media como atenuante, las complicaciones atadas a la inequidad fueron visibles también en la etapa de apogeo del proceso de sustitución de importaciones de bienes y servicios, en función del mercado interno - que se remontó entre finales de la década de 1950 hasta la conclusión de la década de 1970 - e interrelacionado al sistema de integración económica.

Los programas políticos en ese momento se fundamentaron en los generosos intentos de la erradicación de la pobreza – una tarea todavía pendiente - , la cual golpeaba en aquel entonces a más del 50% de los costarricenses. Mensaje político que poco se diferencia de los pronunciamientos de la campaña electoral de estos días.

Fuera del incipiente conglomerado de industrias de manufacturas (protegidas), causantes de déficits comerciales y endeudamiento externo, los principales productos de exportación continuaron siendo agrícolas: el café, en manos de productores nacionales y condicionado al vaivén de los precios, así como el banano, cuya industrialización en las regiones costeras y mercado de exportación los controlaron predominantemente las compañías foráneas.

Socialmente ha permanecido deprimido el Pacífico sur desde el retiro de las compañías bananeras extranjeras, como consecuencia de los conflictos laborales, lo cual puso en evidencia las deficiencias del modelo sustitutivo, incapaz de haber incorporado las amplias zonas periféricas del país de sus modestos beneficios, las que dicho sea de paso dependieron de la limitada creación de valor de los consorcios agrícolas transnacionales.

Ciertamente, en este país la versión de la nueva economía tampoco ha sido eficaz en el objetivo de superar el 20% de niveles de pobreza y la desigualdad, como se intentado, toda vez que disminuye nuestra competitividad nacional (Velia Govaere, 2014).

Con todo, en la fase madura del actual modelo de apertura y liberalización, impulsado por la hegemonía del bipartidismo, cabe reconocerse la fase de privilegiar el conocimiento, al compás de la innovación científica y tecnológica. Eso sí, corresponde aprovechar al máximo la instalación de multinacionales de punta, en aras de estimular “los encadenamientos de alto valor”, así como dedicar mayores recursos presupuestarios al rubro de la investigación y desarrollo.

Al mismo tiempo, los principios de la competencia, adjuntos a la eficiencia en la asignación de los recursos abundó en la reinvención de las empresas, en la diversidad de carreras universitarias y técnicas (Abraham Sánchez Obaldía,2014), generando todo ello fuerte heterogeneidad productiva, social y territorial (Velia Govaere), pronto a surtir efecto directo fuera del Gran Área Metropolitana (GAM).

Desprendida de la nueva economía costarricense, en los últimos tres lustros se consolidó a la vez una renovada clase social, compuesta por académicos, profesionales y técnicos, poseedora de sofisticada formación y conocimientos científicos y tecnológicos.

Ellos representan la generación de la alta calificación laboral, la cual sobrepasa en ingresos económicos y capacidad de consumo a los segmentos de trabajadores vinculados tradicionalmente a la agricultura, así también a la clase gerencial, la tecno – industrial y burocrática, la obrera capacitada, resultantes del primer período de especialización industrial (1960 – 1980), respaldado por el crecimiento de las funciones del Estado.

Enseguida y bastante opuesto a las declaraciones de no pocos políticos e investigadores sociales, con la introducción de los factores de producción de la nueva economía global y la rápida creación de empleos de calidad, se alcanzó a reducir sustancialmente los niveles de pobreza nacional. Una complejidad social, posible de disminuir en el mediano plazo, al tener en cuenta la gestión y la administración eficaz de los mayores recursos económicos, derivados de los cambios experimentados por el PIB costarricense.

La nueva economía dista de equivocarse en su naturaleza; calcula y hace bien lo que produce (Sánchez Obaldía), aunque arrastra “un interés en conflicto”, al malmedir la distribución de la riqueza, la equidad y desatendiendo quizás el objetivo de la erradicación de la pobreza.

De ahí, la relevancia de la razón de ser de la política que le ofrece mayor sentido y orientación a la macroeconomía, frente al reto de lograr una mayor democratización del actual modelo de desarrollo, susceptible de incorporar las soluciones concordantes con nuestra realidad histórica, siempre apoyadas con el ingenio, la integración y la cooperación entre el Gobierno, el sector privado y la sociedad civil. Obvio que en esta visión nacional no hay asidero para los oscurantismos y las viejas ideologías totalitarias.

Ronald Obaldía González (Opinión personal)