domingo, 31 de agosto de 2014

LA REVOLUCIÓN DE 1948 EN COSTA RICA Y LOS FALLIDOS PROCESOS REFORMISTAS DE COLOMBIA Y GUATEMALA

La Revolución de 1948 en Costa Rica y los fallidos procesos reformistas de Colombia y Guatemala. La historia de Colombia, marcada por una crónica asimetría social, alta concentración de la tierra en manos de latifundistas, así también las múltiples guerras civiles desde 1830 hasta los comienzos del Siglo XX, hubiera experimentado una real evolución de haberse facilitado la maduración y consolidación de las reformas sociales liberales, impulsadas principalmente por el liberalismo en Colombia, entre 1936 y 1948, cuyo líder Jorge Eliécer Gaitán llegó a ser uno de sus máximos exponentes. Su asesinato en 1948 provocó violentas reacciones populares, respondidas con represión militar, ordenada por el gobierno conservador de aquel entonces. El acontecimiento es conocido como “El Bogotazo”, autor de la masacre de cientos de personas y de la destrucción de cualquier cantidad de edificaciones, entre otros actos violentos que se extendieron por todo el país. Los grandes intereses económicos, particularmente la férrea oligarquía agraria y las compañías transnacionales, se interpusieron contra las políticas de reformas sociales de la clase media, inspiradas en el liberalismo colombiano, corriente que ejerció una notoria influencia en las fuerzas políticas que en Costa Rica impulsaron la reforma social de la década de 1940 y las bases ideológicas de la Segunda República. Tiempo después del “Bogotazo”, como era de preverlo, salieron a la superficie los movimientos guerrilleros marxistas, entre ellos sobreviven todavía las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el Ejército de Liberación Nacional. La guerrilla rural fue duramente enfrentada por paramilitares y grupos de autodefensa armados, pagados por los latifundistas; todos ellos, en un largo periodo de la guerra que alcanza ya los 50 años. Consiguieron el respaldo solapado de las Fuerzas Armadas, lo cual colocó en posición de mayor precariedad y vulnerabilidad constante la situación de los derechos humanos. Hubo negociaciones de paz que fracasaron. El narcotráfico cobró auge como factor preponderante del conflicto, el cual logró entronizarse en todos los protagonistas de la violencia armada. Ahora se avizora la pacificación en Colombia al tener lugar en Cuba las rondas de diálogo entre representantes del Gobierno de Juan Manuel Santos y los dirigentes de la FARC, a pesar de proseguir la guerra. De cuya prolongación se alimenta principalmente la ultraderecha, patrocinadora de soluciones militares definitivas, fórmulas que dichosamente perdieron terreno en América Latina, en tanto que en los pasados comicios generales, favorecedores de la reelección del Presidente Santos, se les asestó una convincente derrota. Regresamos al capítulo del liberalismo colombiano, abortado torpemente por los sectores del capital nacional y extranjero. De haber prosperado y tomado forma, a través de sólidas instituciones democráticas, ese pueblo suramericano pudo haberse ahorrado el baño de sangre de estos últimos 50 años, que ha cobrado la pérdida de valiosas vidas y miles de desplazados. Al tiempo que en el Siglo XXl, el de la sociedad del conocimiento, Colombia con su multitud de recursos naturales y su gente inteligente hoy estaría a la altura de las naciones desarrolladas del planeta, y por lo tanto se estaría economizando los enormes gastos de energías al repensar en la también incierta etapa del postconflicto, lo que supone la compleja tarea de cicatrizar las profundas heridas, arrastradas por los horrores de la guerra. En cuanto a Guatemala, días atrás la organización Grupo de Apoyo Mutuo (GAM) reveló que más de 80 mil personas han muerto en ese país a causa de la violencia criminal, tras concluir el conflicto armado interno hace 18 años. Al igual que en Colombia que enfrentó a las Fuerzas Armadas y la guerrilla marxista, en la nación centroamericana la índole de tal conflicto armado interno dejó miles muertos o desaparecidos entre 1960 y 1996, según una investigación auspiciada por la ONU conocida como Informe de la Verdad. Empleando datos de la policía, se detalló que entre 1997 y 2013 fueron asesinadas 80 mil 303 personas, principalmente en el departamento de Guatemala. Además, se apuntó que en 1997, primer año de la posguerra, las fuerzas de seguridad reportaron 3 mil 988 muertes homicidas en el país, mientras que en 2013 la cifra fue de 5 mil 253. El reporte puso de manifiesto que el 85% de los crímenes fueron cometidos con armas de fuego. Respecto a los homicidios de mujeres, el GAM solo estudió el lapso 2001-2013 y concluyó que ocurrieron 7 mil 180 muertes violentas de mujeres de los 67 mil 446 crímenes reportados en ese período. Las autoridades guatemaltecas estiman que las operaciones criminales y la rivalidad de las pandillas Mara 18 y Mara Salvatrucha, junto al narcotráfico, son las principales causas de la ola de criminalidad que vive este país centroamericano. La mayoría de los informes relacionados con las condiciones sociales de Guatemala coinciden además que las extorsiones y secuestros “tiñen de sangre a Guatemala", poniendo freno al desarrollo y haciendo altamente insegura a la sociedad, puesto que la tentación del dinero fácil contagia también el comportamiento de la misma Policía Nacional Civil y las Fuerzas Armadas. “El Señor Presidente” es una novela de Miguel Ángel Asturias (1899–1974), escritor y diplomático guatemalteco, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1967. La novela, como cientos de testimonios, hace referencia de la naturaleza despótica de la dictaduras de esa nación, subordinadas en aquel entonces a los intereses políticos y económicos de la United Fruit Company (UFCO), esta generadora de marginalidad e ignorancia. De modo tal, que el régimen filial, de enclave (sinónimo de "república bananera”), basado en estructuras sociales, ampliamente desiguales y violentas, llegó a ser blindado mediante la sucesión de gobiernos militares de las primeras cuatro décadas del Siglo XX; sucesión interrumpida parcialmente con el ascenso en 1944 de la “Revolución de Octubre”, dirigida primero por Juan José Arévalo y después Jacobo Arbenz que intentó acelerar las reformas sociales y económicas, así también la apertura política. Entre las medidas reformistas tuvo curso la reforma agraria, particularmente la expropiación de tierras ociosas en manos de la UFCO. De manera similar a la experiencia de los progresos sociales auspiciados por las fuerzas sociales que se reconocieron en el liberalismo colombiano, aquella vez la revolución guatemalteca fue víctima de la fusión de los intereses conservadores del capital extranjero y nacional, al cabo que se fraguó la invasión desde Honduras, financiada por la UFCO, lo cual dio como resultado la dimisión forzada en 1954 del Presidente Arbenz y enseguida el freno a todas las políticas sociales de la Revolución de Octubre; al tiempo que le fueron devueltas las tierras expropiadas a la compañía extranjera. De nuevo un movimiento democrático, fue abortado por la miopía y la idiotez de algunas fracciones de la clase política latinoamericana. En ese entorno de frustración, años después despiertan los movimientos guerrilleros, contrarrestados inmediatamente por la represión gubernamental. Los capítulos seguidos son de sobra conocidos: cobró fuerza la cruenta y sangrienta guerra civil de 36 años, cuya conclusión a través de los Acuerdos de Paz de 1996, han sido insuficiente en lo que respecta a poner coto a la marginalidad y la violencia de la criminalidad que golpea a la sociedad guatemalteca, complicaciones que encuentran su abono en la sociedad relatada por el escritor Miguel Ángel Asturias. Tan desigual e inequitativa ha sido Colombia como Guatemala, desde el siglo pasado hasta nuestros días. Pero, cuando era oportuno dejarlos que se gestaran, a ambos pueblos se les negó la posibilidad de hacer posible el robustecimiento de los procesos de cambio social de naturaleza civilista y democrática, estos casi coetáneos con la reforma social costarricense de Rafael Ángel Calderón Guardia, Manuel Mora Valverde (el comunista criollo) y la Iglesia Católica, luego perfeccionada por los principios y acciones de la Revolución de 1948 del Movimiento de Liberación Nacional. De verdad, que los líderes políticos costarricenses de la década de 1940 se anticiparon a la multitud de riesgos, acarreados por la injusticia y las consecuencias del mal gobierno, por lo que ciertamente las lecciones y las enseñanzas de ese fructífero periodo de la historia Patria valdría la pena retrotraer en aras de continuar reflexionando y actuando con visión. “En esto estriba la política: dejarse acompañar de la historia”. Ronald Obaldía González (Opinión personal).

miércoles, 13 de agosto de 2014

LAS DESVENTURAS DE LA GLOBALIZACIÓN.

LAS DESVENTURAS DE LA GLOBALIZACIÓN Los escenarios de conflicto proliferan a nivel global, sin que se vislumbren arreglos y soluciones efectivas y duraderas. Los de mayores repercusiones: la guerra en el oriente de Ucrania, asociada a la invasión rusa a Crimea; la inestabilidad en el mar de China, en donde Japón, Taiwán, Vietnam, Surcorea, etcétera, sostienen disputas limítrofes con la China Popular y en especial con “su ofensiva geopolítica”. Asimismo, pueden mencionarse los nacionalismos y el estancamiento económico de la Europa, débil y tímida a causa de su dependencia del gas ruso; el islamismo fundamentalista desenfrenado, violento (y terrorista) en Oriente Medio y África (Guillermo Pacheco Gaitán, 2014), como también la expansión de epidemias, entre ellas el Ébola, mal que amenaza con propagarse a los otros continentes. Tampoco se puede apartar el impacto del cambio climático, así como la incapacidad de los programas internacionales y gubernamentales, en cuanto a reducir la elevada concentración del ingreso y la desigualdad en cuanto a desarrollo humano. Agravándose los eventos, puesto que el Sistema de las Naciones Unidas y la propia OTAN caminan de puntillas en torno al panorama de inestabilidad, inseguridad y de desequilibrio social imperante. Bastante cerca, localizamos a Venezuela, golpeada por las crecientes tensiones internas, agudizadas, sobre todo, por el desgobierno que la empujó al colapso económico; contracara de sus riquezas petroleras que distan de generarle los ingresos suficientes para equilibrar su precarias finanzas e incontrolable inflación. Lo que parecía superado en la región, nos damos cuenta que Argentina entra en “default” al demostrar señaladas limitaciones respecto a efectuar pagos de interés a los tenedores de bonos o acreedores, bajo el riesgo inminente de que le sean cerradas las puertas de los mercados financieros externos, además de ser objeto del poderoso castigo de las calificadoras internacionales de riesgo. Un analista internacional acaba de preguntarse si es cierto que la indecisión y la pasividad política, la prudencia estratégica o la falta de eficacia de un multilateralismo institucional, cada vez más alejado de la realidad, es la torpe e incorrecta reacción frente a tales convulsiones, las cuales arrastran pérdidas de vidas humanas y ruina a las economías y la infraestructura básica de las regiones en conflicto. Solo la rehabilitación de la empobrecida Gaza tendrá un costo de casi $5.000 millones; al cabo que la continuación de la guerra entre Israel y Hamas desembocaría en la aniquilación de la raquítica infraestructura del diminuto territorio palestino. Durante la Guerra Fría privaron la influencia ideológica y la carrera armamentista, lo cual signó los intereses incubados desde el antagonismo entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética: los rasgos sustanciales de ese periodo histórico. Exceptuando la rivalidad ideológica (capitalismo y comunismo), todo pareciera indicar que han sobrevivido hasta ahora los apetitos relacionados con la influencia territorial – para fines políticos y económicos -, el poderío militar y la consolidación nacional, situados dentro de las primeras categorías de las prioridades de la mayoría de las potencias globales, encaminadas supuestamente a consolidar un "duopolio" (Juan Gabriel Tokatlian, 2014), a saber: el bloque tradicional, conformado por Estados Unidos de América, Europa y Japón; el otro, su adversario y "emergente", constituido por los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China Popular y Sudáfrica). A pesar de las señales de alarma de guerra en aquel contexto bipolar, siempre hubo líderes con visión y alto olfato político (hoy inexistente) de la talla de Richard Nixon, Leonid Brezhnev, Ronald Reagan, Mijail Gorbachov, Willy Brandt y Henry Kissinger, quienes abogaron por la coexistencia pacífica, la contención y la distensión, postulados por los cuales se anticiparon a los riesgos devastadores, acarreados por la carrera nuclear, cuya responsabilidad hubiera recaído en el antagonismo de las dos superpotencias. Dichosamente el Muro de Berlín cayó, y como sea el mundo es relativamente menos amenazante y hostil en términos absolutos. Eso sí, en tanto al terrorismo islámico le sea vedado el acceso a armas altamente destructivas. En cambio, con significativo peso religioso, las complicaciones ideológicas se revirtieron, cambiaron de lugar, al concentrarse en el mundo islámico, en donde los ideales de la democracia liberal y la economía social de mercado se esfumaron completamente. Por largo tiempo, el islamismo fundamentalista e integrista estuvo sosegado, especialmente durante la Guerra Fría. Hubo de refugiarse en las ideas panarabistas y nacionalistas, corrientes fallidas a la vez, similar a la Primavera Árabe, ésta que despertó esperanzas antes de tiempo. Tras el ascenso de los Ayatolahs en Irán (1979), las posturas a favor de los Estados teocráticos, al igual que “las fascinaciones” ante la instauración de los califatos comenzaron a dominar el pensamiento colectivo de un sector numeroso de mahometanos del Medio Oriente y África. Ascenso que fue percibido con recelo por Occidente; luego por Rusia, una vez desplomada la Unión Soviética, por cuanto ha debido enfrentar con dureza la reivindicación nacionalista de Chechenia, ampliamente acicateada por los grupos islámicos, los cuales operan también en el Asia Central, precisamente a quien el Kremlin tiene como sensible vecina. La colaboración internacional, facilitadora del derrocamiento en Irak de Saddam Hussein, luego de los talibanes en Afganistán y posteriormente de Muamar Gadafi en Libia, resultó un proyecto demasiado accidentado; de ahí la indefinición en el caso particular de Siria; aunque tarde o temprano las conflagraciones sectareas, tribales e interreligiosas que presenciamos hubieron de estallar, fuera con la permanencia o no de tales tiranos. O, con ellos, quizás el baño de sangre hubiera sido mayúsculo. En el orden de la economía global las complejidades corren su curso. Las instituciones creadas en el siglo XX para confrontar las diferencias económicas, estallidos financieros y sociales, fomentar el desarrollo y la paz, como las Naciones Unidas, o las instituciones nacidas de los Acuerdos de Bretton Woods en 1944 (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), más acá la Organización Mundial del Comercio (OMC), se han visto amenazadas y vulneradas por un mundo "que resulta demasiado grande”, inmanejable y lleno de contradicciones", sobrecargado no solo por los convencionales actores Estatales, sino también por los actores no gubernamentales, desde grandes corporaciones multinacionales, propietarios de infinitas riquezas y calificadoras de riesgo estadounidenses, hasta ONG y grupos criminales transnacionales (Juan Gabriel Tokatlian, idem). Frente a este panorama, acabamos mencionando un escrito de Rafael Calduch, quien hace un sesudo diagnóstico sobre los hechos expuestos, urgidos de soluciones sostenibles. Nos hemos respaldado en su tesis, de que en verdad la indefinición, la indecisión, el exceso de cálculo y cautela han sido causantes de la sequía tanto de ideales como objetivos e intereses comunes y compartidos, tal que lejos de fortalecer el potencial de la acción colectiva global, al contrario, acentúan “la parálisis decisoria”. Un inmovilismo que va en desmedro de las doctrinas estratégicas y planes operativos viables, que si bien se exhiben como excelentes piezas literarias, resultan pírricas, “ïnutiles”, en términos ejecutivos y en materia de rendición de cuentas. Calduch incurre en real pesimismo, al subrayar la inexistencia de perspectivas de cambio frente a las nefastas consecuencias políticas de tal brecha e incertidumbre internacional, de modo que niega las posibilidades de cursos de acción favorables en el corto plazo. En cambio, nosotros continuamos confiando en el espíritu e instinto de sobrevivencia del ser humano; y por supuesto, en la Providencia. Ronald Obaldía González (Opinión personal)