viernes, 22 de julio de 2016

GRAN BRETAÑA Y ESOS AIRES DE RECOBRARLE EL PODER AL ESTADO NACIONAL.

GRAN BRETAÑA Y ESOS AIRES DE RECOBRARLE EL PODER AL ESTADO NACIONAL. Destacar la Gran Bretaña solamente como uno de los centros o ejes financieros (“City”) de más alta significación, nos arrastra a un error garrafal. Se podría subestimar lo que esa poderosa nación en términos históricos, políticos, económicos, militares, otrora dueña de los mares, ha contribuido a la civilización occidental. Y específicamente, en la construcción del Estado moderno, en tiempos del poder de los Tudor; luego en la composición del capitalismo, como modo de producción y “praxis social”. Eventos que llegaron a repercutir principalmente en Europa, en cuenta las unificaciones territoriales en pos de las identidades nacionales; un proceso civilizatorio, acelerado mediante la adopción de la figura del Estado nación, lo cual acarreó menos trauma en la isla británica, en comparación con los antiguos conflictos dinásticos de la Europa continental. El mundo experimentó profundas transformaciones sobre la base de la novedosa visión (mindset) anglosajona, con alcance planetario o global, sustentada en el respeto a la vida, la igualdad y la dignidad de los seres humanos, la libertad individual – entre los derechos naturales, según el filósofo John Locke - , así como el derecho a la propiedad privada, el libre comercio y el funcionamiento de la democracia política. Obviamente, hubieron de cometerse yerros en sus aspiraciones expansionistas y hegemonistas, sin embargo, del Siglo XV al XX eran desconocidas la Declaración Universal de los Derechos Humanos, así como la Carta de la Organización de las Naciones Unidas, entre otros textos trascendentales. Para fomentar la conciencia de los derechos humanos hubo que esperar la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América (1776), la Revolución Francesa (1789) y la Constitución española de 1812 o Constitución de Cádiz, que además de precedentes de los postulados de los derechos humanos, se transformaron en acontecimientos, que marcaron el inicio de la Edad Contemporánea, al repuntarse las bases de la democracia moderna y la completa legitimitación de la economía de mercado. Acendrado tal acervo ideológico o concepción de vida en el entorno del decaimiento de la monarquía y el feudalismo en la Baja Edad Media, dicho sea paso en los inicios del sistema capitalista y del liberalismo político; Occidente no tardó en entrar a la era moderna con la invención en Gran Bretaña del Parlamento que, gracias al basamento de la democracia liberal, cobró fuerza y supremacía, a tal extremo de provocar el desplazamiento del poder absolutista y las ataduras de la monarquía y la nobleza: los estamentos dominantes en el sistema feudal. Casi parejo iban consolidándose los cimientos de la Revolución Industrial (agrícola también) entre el Siglo XVl y XVll. Es decir, los orígenes de los mercados libres, alentados por el comercio y la novedad de las fábricas, sustitutas de los talleres artesanales; las máquinas, entre ellas, la del vapor, la producción minería y la metalurgia, fuente de materias primas de aquella revolución creativa, desde entonces la de mayor resonancia planetaria. El Reino Unido conquistó y pobló la mitad del mundo (Joseph Jimènez, 2016), y puso a una vasta porción territorial, simbolizada en la Commonwealth, nada menos, que a comunicarse en el idioma inglés, cuya estructura, cadencia gramatical y precisión ortográfica, cuasi perfecta y normativa como el castellano, este último expandido a la vez por los españoles por el Nuevo Mundo. Como sea, el uso del inglés y del español vinculó e hizo comunicar entre sí, a no pocos pueblos, los ingredientes iniciales que dieron vida a los incipientes órdenes regionales e internacionales, entrelazados con las identidades nacionales. De hace siglos atrás los británicos vinieron demostrando que son distintos. El mejor testimonio se halla en sus pensadores políticos, la sabiduría científica, la excepcional democracia, la escuela económica de Adam Smith, las ejemplarizantes virtudes humanistas y cívicas, también en los escritores universales (Shakespeare tan magnánimo como Cervantes). Al respecto, nuestro ilustre profesor de español en el colegio, Álvaro Alvarado Castro, nos advertía acerca de la necesidad de escudriñar en la novela, como obra literaria, la característica de “la naturaleza como estado de ánimo”, presente en ella. Y es que los ingleses, gente inteligentísima (la inteligencia es rebelde) y su singular conducta social, al habitar, para ellos, su isla británica, se han autorretratado menos conflictivos, en comparación con el resto de las naciones de la Europa continental, pese a haberles sido complicado el sustraerse de los contagios, provenientes de los enredos y las "componendas" entre los franceses, ibéricos, italianos y eslavos. A causa de los contagios y "las triquiñuelas", con los cuales los cobardes y calculadores una vez pactaron, múltiples señas inclinaron al Reino Unido a que desde el principio pusieran en alerta roja a la comunidad internacional. Se lanzaron a la guerra frente al peligroso ascenso del nazifascismo, nacido en la porción continental, cuyas raíces hubieron de remontarse a los Siglos XVlll y XlX, dadas las pugnas domésticas que se interpusieron contra la unidad alemana, logro, éste, que, relativamente, hizo posible el canciller prusiano Otto von Bismarck. Para combatir de modo intenso al monstruo hitleriano, su antípodas natural, en el pueblo británico sobresalieron y convergieron en aquel entonces, las tradiciones del pensamiento liberal, el de los socialistas utópicos, los movimientos obreros, entre otras corrientes filosóficas, políticas y económicas, anti - totalitarias. A su vez, las fuentes espirituales, humanistas, parejo a la valentía y la fuerza de voluntad de los anglosajones, todo lo cual, hicieron realidad la derrota del nazifascismo, con inmensos sacrificios y pérdidas de vidas y, posteriormente, la desaparición del comunismo estalinista, hecho en el cual Margaret Thatcher fue una de sus pioneras, al lado de Ronald Reagan y el Papa Juan Pablo ll. Dicho antes, la corta separación física entre ambas geografías, hecha por el canal de la Mancha - útil para la defensa británica - brazo del Océano Atlántico; particularmente, los ingleses, siempre nos ofrecerán sorpresas, en este año con el Brexit o la salida británica de la Unión Europea, y quién sabe cuáles más en el futuro. Qué nos extraña, si ya en el Siglo XVl se había originado otro Brexit afín, tras la determinación de Enrique Vlll, uno de los Tudor, de romper, en malos términos con Roma, o sea, la Iglesia Católica, por lo que fundó la Iglesia Anglicana: uno de los fraccionamientos del catolicismo, tan severo como la Reforma Protestante (Siglo XVl), regida por Martín Lutero en Alemania. También un cisma para el Papado. Tengamos cuidado. Hasta ahora el Brexit dista de condenar la apertura de los mercados y la liberalización del comercio transnacional, ya sea de bienes, servicios y capitales, o la reducción de las barreras del comercio, al tiempo de que el proteccionismo o el aislacionismo le es ajeno. Pero, la salida de la comunidad europea sí comporta regulaciones migratorias. Por eso, la renuncia británica de la Unión Europea, probablemente, habrá de minar el programa de integración europeo. Felizmente, se hace evidente el regreso de la supremacía del Estado democrático y pluralista, dador de seguridad y bienestar a la ciudadanía, defensor de la soberanía nacional. Un poder que, con su eficaz desempeño no cede el control de las fronteras, "ni su política fiscal y monetaria". Así concebido (el Estado) se exime de colocarse por debajo de normativas y estructuras supranacionales, que en nuestros tiempos resultan una pantomima, sin futuro alguno, que conduce a los pueblos a terrenos desconocidos. Así entonces, el Brexit es un evento eminentemente político, que el sistema capitalista y el Estado liberal británico, por su naturaleza resiliente y homeostática lo asimilarán, tan solo con mínimas consecuencias. El debate lo han monopolizado los economistas expertos y los banqueros; hay escasa desconfíanza popular, respecto a sus vaticinios fatalistas De todos modos, las perspectivas de la economía internacional se han visto ensombrecidas desde las bajonazos bancarios del 2008, fenómeno en el cual todavía resulta inocente el curso del referendo británico. Siendo una sociedad singularmente libre, abierta, desprejuiciada, por eso, los británicos nada esconden: menos aún "los pecados mortales y veniales", los secretos de alcoba, o bien, el patrimonio de la ranciosa y apenas formal monarquia, lo mismo que de su clase política. Poco interesa la evaluación del impacto a largo plazo de los términos de la futura relación del Reino Unido con la Unión Europea. Los británicos son dueños de sí mismos. Falso que las catástrofes se avizoran. El rumbo lo determinará la democracia parlamentaria, o en su lugar, el plebiscito, donde se debaten y resuelven las aspiraciones del pueblo. No así, lo harán las tesis económicas, sacudidas, de forma constante, por las contingencias y las emociones, quizás por intereses oscuros. Lo que desean los ingleses "es recuperar su país", su identidad nacional, tener control de la seguridad nacional, y no dejarla en manos de los burócratas parleros e inoperantes, asentados cómodamente en Bruselas. Es un enfrentamiento entre nacionalismo de libertad y de democracia e internacionalismo burocrático e inoperante; este incapaz de frenar el endeudamiento, el mediocre crecimiento en la zona euro, el elevado desempleo, especialmente entre la población juvenil; lo mismo que las turbulencias de los sistemas bancarios de varias naciones europeas, que empobrecen. Así de simple, la libertad democrática de la que gozan los ingleses será la que decida en cualesquiera circunstancia cívica. Con todo, Unión Europea: "good luck". Ronald Obaldía González (Opinión personal)