miércoles, 31 de enero de 2018

LAS AGUAS TURBIAS DE IRÁN (PRIMERA PARTE)

LAS AGUAS TURBIAS DE IRÁN (PRIMERA PARTE) En su estrategia de defensa nacional, Estados Unidos de América achaca responsabilidades al régimen teocrático de desestabilizar el Medio Oriente, de expandir su poder, lo ubica en la categoría de “Estados parias”, junto con Corea del Norte, al intentar dotarse con el arma nuclear y apoyar al terrorismo. Sin embargo, en la convicción en que interpretaron la voluntad de Alá, en el 2015 Irán se decidió a pactar con la comunidad internacional la contención de su programa nuclear (Francisco G. Basterra,2017). El Presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, continúa exigiendo a los países países europeos acerca de la necesidad de endurecer el pacto nuclear, sellado en el 2015 por Estados Unidos, China, Rusia, el Reino Unido, Francia y Alemania con el Gobierno de Irán. Advierte que de lo contrario, su país se retirará de ese acuerdo. En enero de este año Donald Trump mantuvo, por ahora, a su país en el acuerdo nuclear alcanzado por varios países con Irán. Firmó la suspensión temporal de sanciones económicas a Irán, previsto por el acuerdo. Sin embargo, el mandatario dejó abierta la alerta que es “la última suspensión” que pretende firmar. Expresó que se trata de “la última oportunidad”, por lo que demandó un entendimiento con los países europeos para solventar lo que calificó como “fallas desastrosas” del acuerdo firmado con Teherán. El recelo de Trump en cuanto a certificar el acuerdo multilateral antes dicho, llegó a corresponder con las manifestaciones populares frente al régimen inspirado en Alá, el cual atravesó a principios de este año una cadena de protestas, motivadas por el alto costo de la vida, producto de la política económica a favor del libre mercado del Presidente Hasan Rohaní, las que acaban de trascender en críticas al sistema islámico, o sea, en desconfianza a la autoridad del líder supremo islámico. Con 81 millones de habitantes, el 60% menor de 30 años, es Irán un estratégico país en el centro de la región más convulsionada del planeta, la de vastas reservas de petróleo y de gas. Gobernado por unos "clérigos barbudos con turbante”, guías supremos de la corriente de los musulmanes chiítas. Sus seguidores representan, aproximadamente, el 89% del total de la población. El chiísmo siempre ha desarrollado una lectura más moderada y espiritual del Corán, aunque las mujeres todavía deben andar completamente cubiertas. El restante 11% de los habitantes lo conforman los musulmanes sunitas, los cristianos, los bahai, zoroástricos y judíos. Un caso aparte lo constituye la población kurda (sunita), la cual representa el 7% de la colectividad multiétnica iraní; dicho grupo étnico se concentra a lo largo de la frontera occidental con Iraq, y su identidad cultural goza de mayor valoración y libertad allí que en cualquier otra región del Medio Oriente. La animadversión iraní se ha centrado tradicionalmente en la defensa de su supervivencia como minoría, frente a las ambiciones, o actos de opresión de los califas árabes y de los turcos otomanos. La mayor parte del crecimiento económico casi siempre proviene de la exportación de gas, petróleo y sus derivados petroquímicos. El 78% del total del Producto Interno Bruto (PIB) llega a ser el resultado del sector de petróleo. De hecho, su economía ha dependido tradicionalmente de este sector, una buena parte del resto de la mejora de los últimos años, gracias al acuerdo nuclear con Occidente, también se mueve por el curso de los petrodólares. Pero, el 55% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, en medio de "la asfixia económica", resultante de la gama de bloqueos y sanciones internacionales en su contra. RETROSPECTIVA. Desde tiempo atrás, la enemistad entre el gobierno iraní y saudita (potencias petroleras) continúa siendo el reflejo de hechos históricos, todavía insuperables, o que no evolucionaron. El origen de ellos se remonta, primordialmente, a la división entre sunitas los mayoritarios - pues representan entre el 85% y 90% dentro de la comunidad del Islam – y, por el otro lado, los chiitas. Una división irreversible o irreconciliable, nacida poco después de la muerte del Profeta Mahoma en el año 632, alimentada alrededor de la disputa por la sucesión del liderazgo de la comunidad musulmana, adjunta al crimen de Alí y sus hijos, parientes del Profeta. De “las antiguas disputas religiosas alrededor de la doctrina del Profeta Mahoma”, las contradicciones (irreconciliables) entre las fracciones chiitas y sunitas, las dos ramas preponderantes del Islam, cabe observar que estas tendieron a prolongarse; al mismo tiempo que se hicieron crónicas las fisuras entre el Irán (chiita) con las monarquías sunitas del Golfo Pérsico, ya sean Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos - con precaria vocación democrática - , en cuenta Egipto (Ronald Obaldía, 2015). Al remontarnos a la historia antigua comprobaríamos que a causa de la dominación ejercida por los indoeuropeos y los indios se había intentado imponer el sánscrito a los grupos pastores, quienes dieron origen a la civilización o tradición de los persas o iraníes. Entre el 559 - 530 a.C, Ciro el Grande, extendió el imperio iraní por todo el Asia Menor, hasta alcanzar Afganistán, Grecia, Egipto, Turquestán y parte de la India. Esta postura imperial persa estuvo lejos de desaparecer a lo largo del tiempo, ni las futuras vicisitudes la minaron. Luego su territorio cayó en manos de Alejandro de Macedonia. Los sucesores de este fracasaron (los selúcidas y romanos) en retener la parte oriental del imperio, por lo que, con tenaz resistencia, los persas reconquistaron la independencia (Siglos ll a.C. a lll a.C), con todo y los conflictos con los bizantinos y los mismos romanos. La conquista árabe en el Siglo Vll sobre el imperio iraní provocó que la nación fuera islamizada; aún así ella pudo mantener marcada su individualidad, "tanto en su lengua como en la peculiar orientación de las artes y las letras". La decadencia del califato de Bagdad le permitió a los persas salvaguardar relativa independencia y progresar en ciencia, cultura, en las matemáticas, la astronomía y en la propia filosofía. A principios del Siglo XVl la rama del Islam, el chiismo, se convirtió en la religión oficial de Irán, una civilización que ciertamente no es árabe. A través del tiempo se ha visto confrontada por los árabes sunitas, la otra fracción del Islam, la dominante. La cual acusa a la membrecía chiíta de herejes o apóstatas. Asimismo, el chiísmo no solo por los propios árabes ha sido amenazado, también por los turcos otomanos. Esa historia llena de invasiones contra el territorio nacional iraní, por el cual el nacionalismo iraní se justificó y robusteció, fue azuzado, otra vez, a mediados del Siglo Xlll cuando fue atacado por los mongoles, quienes lo dominaron por espacio de tres siglos (Instituto del Tercer Mundo, 2009). En el inicio de la expansión territorial otomana en los Siglos XIV y XV, los otomanos tampoco escondieron sus ambiciones de apoderarse de los persas, más bien entre los siglos XVl y XVll, estos se encargaron de expulsar a los turcos, como también a los portugueses europeos, quienes codiciaron los territorios persas. Todo ello, para unificar la nación y enseguida apoderarse de Afganistán, sobre la cual los iraníes han siempre ejercido una amplia influencia, extendida desde Siria hasta la India. En sus dominios debieron enfrentar a los rusos y los ingleses, adversarios suyos en lo relacionado con el dominio de las civilizaciones del Asia Central, las instaladas en la ribera del Golfo Pérsico y el propio Afganistán. Durante la Primera Guerra Mundial los ingleses y los rusos tuvieron éxito en repartirse las tierras iraníes a través del Tratado de 1909, lo cual les permitió a los invasores apropiarse de los recursos petroleros. Al resistirse al poder extranjero, los persas fraguaron la revolución anticolonialista y nacionalista de 1921, por la cual denunciaron todos los tratados leoninos en su contra, aquellos que reconocieron derechos de extraterritorialidad a extranjeros. Se abolió la obligatoriedad del velo a las mujeres, se reformaron los sistemas de educación y salud; se cancelaron las concesiones petroleras que favorecieron a los ingleses. La revolución había aspirado a consolidar un Estado moderno, militarmente fuerte y neutral frente a la Primera Gran Guerra Mundial (Idem). Una posición que disgustó a las potencias occidentales y a la misma Rusia, dado que los iraníes desistieron de prestar su territorio para el paso de armamentos a favor de los aliados. En 1941 el Sha Reza fue testigo de la humillante invasión de la nación persa por parte de Rusia e Inglaterra (Idem). Depuesto y exiliado, su hijo Mohammed Reza Pahlevi, bajo la tutela anglosoviética, asumió las riendas de la nación, aprestándola a los intereses extranjeros, y dejándose gobernar bajo la tutela de esas dos grandes potencias protagonistas de la Segunda Guerra Mundial. Los movimientos nacionalistas frente a la tutela extranjera cobraron vigor, particularmente se abogó por la propiedad nacional de la producción petrolera, y las respectivas expropiaciones. El principal exponente hubo de ser Mohamed Moshadeq. En 1953 lo derrocaron las dirigencias de las naciones occidentales. La reciente desclasificación por parte de Estados Unidos de documentos secretos muestran lo que era un clamor: la implicación de la CIA y los Ayatollahs que, en una alianza insólita, provocaron la caída del régimen de Moshadeq. Él había cometido la osadía de enfrentarse a Occidente en 1951, nacionalizando el petróleo (Alfonso Armada, 2017). Tales confabulaciones, dirigidas desde las potencias extranjeras, dieron al traste con tales expropiaciones, estas impulsadas por el sector nacionalista del gobierno del Sha. Las tensiones habidas hicieron que los ingleses se proveyeran de los energéticos en otros países, bajo el agravante de que los persas comenzaron a experimentar un descenso vertiginoso en sus ingresos, a causa de los bloqueos económicos de Occidente. Por eso no tardó el golpe de Estado, fraguado desde la CIA estadounidense con tal de eliminar del gobierno iraní la fracción nacionalista e izquierdista promotora de las expropiaciones de los minerales. ESCAPARSE DE LA TRADICIÓN. El último Sha de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, por cierto derrocado en 1979 por la Revolución Islámica, encabezada por el Ayatollah Ruhollah Jomeini, enseguida llegó a asumir el mando, y el control del país. Se propuso avanzar rápidamente en la occidentalización del país, superar las milenarias tradiciones persas, lo que significó facilitar de nuevo la inserción en la economía local de las compañías extranjeras. Mohammad Reza Pahlaví, el Sha de Persia, puso demasiada velocidad a "la modernización" del país, y demasiado pronto (Hafez, 2017), eso desató "los demonios de la revolución islámica, de lo cual esta se aprovechó. El conservador clero islámico enfrentó decididamente las nuevas políticas del Sha de abrirse a Occidente. La entrega de los recursos domésticos fue respondida con la severa resistencia de los sectores obreros, como también de los pequeños campesinos. Una combinación y unidad de fuerzas sociales, compuestas por islámicos y marxistas aceleraron las protestas contra el Sha. Luego los fundamentalistas se deshicieron de la izquierda, antes sus aliados frente al Sha. Y, en ese escenario político convulso, debió bastar la figura del exiliado Ayatollah Jomeini, director de la organización de las manifestaciones multitudinarias, las cuales concluyeron con el derrocamiento definitivo del régimen del Sha de Irán. EL CUESTIONAMIENTO A LA REVOLUCIÓN TEOCRÁTICA. En 1979 el Ayatollah regresó triunfante al Irán, a fin de iniciar el ciclo de la (fundamentalista o integrista) "Revolución Islámica", al principio acogida con enorme entusiasmo por el mundo islámico. La Revolución se sustentó en componentes antioccidentales, enemiga principalmente de los Estados Unidos de América - a finales de 1979 un grupo de estudiantes adeptos al régimen teocrático ocupó la embajada estadounidense acreditada en Teherán, y los ayatollas prohibieron la enseñanza del inglés - ; el Ayatollah y su séquito se involucró en las convulsiones violentas al proclamarse enemiga acérrima del Estado de Israel, protegido estadounidense, al extremo de financiar a encendidos grupos terroristas anti-hebreos tal como el Hizbollah (chiíta) en el Líbano, así como a las organizaciones militares de los palestinos, entre ellos, los extremistas de Hamas. La reacción de Washington hubo de ser la política de sanciones y bloqueos contra el régimen iraní, considerado hasta hoy como uno de sus principales enemigos. El nuevo régimen islámico iraní instituyó el cuerpo de seguridad denominado los "Guardias Revolucionarios (los Pasdarán)", aliados incondicionales del Ayatollah (Idem), el líder supremo de la Revolución. Continúa siendo una fuerza poderosa y bastante popular entre los iraníes, a los que siempre ha protegido (Ángeles Espinosa). Descritos como un Ejército ideológico, funciona a la vez como policía religiosa. Creada en 1979 para proteger los ideales y principios de la revolución teocrática islámica de 1979, los Guardianes se ocupan de proteger al estamento gobernante de la nueva República Islámica" frente a las amenazas internas y extranjeras. Ellos fueron los responsables de desarrollar el posterior programa nuclear, a cuya renuncia se resistieron, y únicamente lo aceptaron por imposición del líder supremo (Idem), así también el programa de misiles, el que sigue en pie, irritando de este modo al Presidente Donald Trump, a Occidente en general, al Estado de Israel, al igual que a las monarquías sunitas del Golfo Pérsico, entre otros sujetos. Desde entonces las responsabilidades y peso (de los Guardianes) se han extendido ampliamente hasta convertirse no sólo en un pilar económico y político del régimen, sino en un relevante actor diplomático en la región (idem), al desplazar del desempeño de tales roles al propio cuerpo diplomático de la nación. "Los Guardianes han sido tildados por Washington de patrocinar el terrorismo, han sido incluidos en su lista de entidades sancionadas. El gobierno de Teherán ha negado la acusación, más bien, según el régimen, este ha demostrado oponerse al terrorismo en la región del Medio Oriente y más allá. Los conflictos internos del Irán no se limitaron a lo doméstico. Al año siguiente la nación iraní entró en guerra sangrienta contra el Irak, la cual tuvo una duración de más de 8 años. La guerra contra Irak desangró a los persas. Poco tiempo después sobrevino la invasión de Irak contra Kuwait, por lo que Irán se mantuvo neutral ante la dura respuesta militar de Occidente. La circunstancia como tal llegó a bastar para atenuar las preocupaciones iraníes acerca del poderío de su archienemigo, este obligado esa vez a enfrentar las tropas estadounidenses coaligadas con tropas de decenas de países en "la Primera Guerra del Golfo". Mientras tanto la revolución iba adquiriendo un mayor carácter teocrático, el cual se endureció bajo las leyes integristas islámicas, se aceleraron la represión y las ejecuciones (más de 1500) contra los líderes opositores, en cuenta el escritor Salman Rushdie, acusado de blasfemo por su libro "los Versos Satánicos", quienes se vieron obligados a exiliarse. Eso sí, su economía petrolera y de guerra caminó con saldos comerciales favorables. Tras la muerte natural del Ayatollah Jomeini (1989), su lugar vino a ocuparlo Ali Sayed Jamenei (el Ayatollah Jamemei), designado guía espiritual de la nación, y de tendencias antioccidentales. En adelante, se estuvo lejos de estabilizar el país, a pesar del amplio triunfo a la presidencia de la República de Ali Akbar Hashemi Rafsandjani, al plantear el prudente acercamiento de las nuevas autoridades políticas hacia Occidente. El presidente promovió las privatizaciones de algunas empresas, nacionalizadas por la revolución teocrática, restableció los lazos diplomáticos con la Gran Bretaña; normalizó los vínculos con Arabia Saudita, el otro recalcitrante rival sunita islámico suyo en el Medio Oriente, con quien continúa persistiendo una velada rivalidad política y diplomática hasta esta época. Rafsandjani encontró acercamientos políticos y comerciales con las repúblicas islámicas del Cáucaso y Asia Central, una vez desmembrada la Unión Soviética. Con Rafsandjani, el presidente del Irán, se inició una fase de contradicciones entre radicales e integristas islámicos, antioccidentales, frente a los moderados o "reformistas", estos guiados por el presidente. Esta última corriente concentrada en limar asperezas con Occidente, incluso en flexibilizar las normas islámicas de convivencia nacional. Los reformistas hubieron de superar a los conservadores en las consecutivas elecciones, las organizadas tras la muerte del primer Ayatollah. Fue así como la figura de Mohammad Jatamí surgió en 1997, como presidente pro-occidental, al ganar, de manera categórica, las elecciones de mayo 1997. El presidente Jatamí, el referente principal de los reformistas, el intelectual, filósofo y político iraní se convirtió en presidente de Irán entre 1997 y el 2005, de los partícipes principales del movimiento de la reforma política iraní, tal que se anticipó a la posterior Primavera Árabe. La pésima lectura hecha por Washington, continuación de la política de desconfianza, alrededor de la visión y los pasos del mandatario Jatami en cuanto acercarse a Occidente, frustró los intentos del gobierno iraní de reforma y moderación. En esa equivocada línea, junto a Corea del Norte e Irak, la nación iraní fue inscrita en el famoso "eje del mal", un calificativo usado por el presidente George W. Bush, a efecto de identificar los enemigos de su nación. La segunda invasión militar estadounidense (2003) contra Irak, al señalarlo de poseedor de armas nucleares, atizó la enemistad de los iraníes hacia el Presidente Bush, a quien le demandaron abandonar la región del Golfo Pérsico, con tal de evitar mayor violencia y sangre. SIN CLAUDICAR. RADICALIZACIÓN. Aumentaron entonces las sospechas de una eventual invasión de los Estados Unidos de América a Irán. Se agravaron no únicamente las contradicciones internas de los iraníes, ya sean entre conservadores y reformistas, sino que en el 2003 el régimen teocrático se lanza al proyecto de construcción del primer reactor atómico iraní, agregándose así un componente mayormente peligroso a las persistentes tensiones entre ambas naciones. Desde un comienzo ni los propios inspectores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), específicamente la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) lograron sofocar, habida hipótesis que el objetivo de los fines pacíficos - producir electricidad - del reactor eran escasamente creíbles. Por el contrario, en el fondo Washington y algunos de sus aliados de Occidente aseguraron en ese entonces, que los fines militares lo acompañaban, ya fuera con vistas a elevar su poderío militar en función de sus ambiciones imperiales en el Medio Oriente. Frente a los proyectos nucleares, los reclamos y amenazas se apoderaron de Israel y (la sunita) Arabia Saudita, enemigos acérrimos del régimen teocrático iraní. Las sanciones económicas y comerciales no se hicieron esperar, alentadas, tanto por los Estados Unidos de América como la Unión Europea en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU. Por su parte, Irán desdeñaría las advertencias de la diplomacia multilateral de abandonar sus planes megamilitares. Un comportamiento cercano a su tradición expansionista y hegemonista, que ni las sanciones políticas y económicas de las Naciones Unidas, los hicieron retroceder de sus ambiciones geopolíticas y geoeconómicas en el Medio Oriente, apenas neutralizadas por el Irak en los tiempos de Saddam Hussein (Marina Ottoway, 2015) al haberlos derrotado en la cruenta guerra de la década de 1980. La economía del régimen islámico caería en fuerte recesión o estancamiento, a causa del asedio internacional; los desastres naturales, fueran los estragos originados por terremotos y las sequías, empeoraron los índices económicos. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), órgano de la ONU, emitió recomendaciones, orientadas a censurar duramente a Teherán al rechazar las investigaciones acerca de sus proyectos o actividades nucleares, ejecutados con señalado "secretismo". Las presiones y las censuras foráneas contra el régimen iraní se incrementaron, hechas realidad a raíz de la aversión del Presidente Bush contra los Ayatollahs y la Guardia Revolucionaria, ambos autores de las investigaciones, destinadas a poner en marcha una sofisticada instalación capaz de enriquecer el combustible nuclear para desarrollar armas de destrucción masiva. El resultado de tal asedio era previsible: el afianzamiento del frente conservador islámico. Lo cual puso en clara desventaja a la fracción de los reformistas, estos últimos quedaron sometidos, en adelante, a los vetos impuestos por el Consejo de los Guardianes de la Revolución frente los candidatos reformistas, a quienes se les redujeron los derechos a aspirar a puestos de elección popular. Las amenazas externas exacerbaron el nacionalismo persa. Razón por la cual en las elecciones de junio del 2005 Mahmoud Ahmadinejad salió victorioso. Actuando más como nacionalista que ultraconservador islámico, su mandato presidencial habría de distinguirse por la aplicación de medidas represivas contra la oposición. El pasado suyo de integrante de la Guardia Revolucionaria, lo inclinaría "a proclamar la consolidación de una nación islámica poderosa, avanzada y ejemplar". El radical Ahmadinejad elevó el nivel de las tensiones con las naciones occidentales, e Israel, así también con la ONU, principalmente. Estas, por su parte, aumentaron las presiones, con logros modestos, al trasladarlas a la esfera financiera, y el aislamiento comercial, tal que Teherán pudiera desistir de sus programas de enriquecimiento de uranio, básicos para la fabricación de armas nucleares. En la segunda entrega nos dedicaremos a ofrecer el concurso al cual sometió ese líder nacionalista persa, quien enfrentó de manera intransigente la diplomacia multilateral, y hasta el propio clérigo islámico. Esta noche agradecemos a las personas que se ocupan de leer, comentar – o refutar casi siempre – el contenido de nuestros artículos, correspondientes a este humilde proyecto personal, el cual, precisamente, este mes cumple diez años. A todos muchas gracias. Ronald Obaldía González (Opinión personal)