jueves, 31 de mayo de 2018

CENTROAMÉRICA, Y LOS COLOQUIOS DE LA POBREZA Y LA VIOLENCIA

CENTROAMÉRICA, Y LOS COLOQUIOS DE LA POBREZA Y LA VIOLENCIA Recuperador de los valores de la Ilustración occidental: ciencia, reflexión y discurso racional; su destino, hasta marcado, en haber persistido en la autenticidad democrática, así también en la consolidación de la identidad cultural, cívica y pluralista, sinónimo de pensar con cabeza, “o receta” propia, en la convicción de preservar los prodigiosos logros históricos. Su virtud: multiplicarlos en desarrollo humano, a raíz del énfasis puesto en la educación y en lo que hubo de ser la abolición del ejército en 1949. Experiencias acumuladas en seguridad y protección social, de lo cual brinda testimonio nuestra evolución como Estado nacional, ahora mismo concentrado en la preservación del medio ambiente. Asimismo, su economía tuvo una subida “notable” desde el 2002, “mostrando hoy un ritmo de crecimiento alto entre los países avanzados". Todo lo antes dicho: la reconocida calificación, ofrecida por el estadounidense Joseph Stiglitz a nuestro país, en su disertación de abril pasado en la Universidad de Costa Rica. Nos ha deparado créditos y prestigio internacional, lo asevera el filósofo de la economía estadounidense. En estos tiempos, como decía una escritora local, argumentos de tal envergadura son de buen recaudo, alentadores, sobre todo, tratándose de los conceptos, provenientes de un afamado Premio Nobel de Economía. Hay que mejorar, advierte Stiglitz, a fin de equipararnos a una sociedad continuamente próspera en los principios del desarrollo sostenible. Tampoco resulta conveniente dormirse en los laureles. Él identifica vulnerabilidades, particularmente, en las disciplinas de fondo, entre ellas, la deuda pública, el déficit fiscal, aparte de la desigualdad social (“en ascenso”), pues hay segmentos de la población con elevados ingresos: los adinerados y la clase media, los beneficiarios de la globalización. En la estructura social, otros siguen en desventaja; se halla el dilema de la coexistencia de ese 20% de la población nacional, ubicado dentro de los límites de la pobreza, un entresijo insostenible, a la altura de un potencial riesgo social, lo cual resulta inconcebible como nación inclusiva. A lo explicado, nosotros agregamos la existencia de subrayadas brechas en términos de productividad y competitividad, tanto sectoriales como regionales, fenómeno que se refleja en las grandes disparidades de los niveles de desarrollo económico entre nuestras diferentes regiones (Alexánder Sánchez Sánchez; Óscar Quesada, economistas, 2018). Por eso, dicha fragilidad, la desigualdad, en detrimento de la cohesión social, la desigualdad, llega a convertirse en el factor de alerta superior, por cuanto la posposición del mejoramiento de las condiciones de vida de casi un millón de habitantes representa “la contramarcha” de los preceptos de justicia social. Tal cual como se manifiesta, sin dudar, (la desigualdad social) empaña nuestra trayectoria histórica de reducción de las brechas sociales. En el llamado a la participación del evento académico, se había anunciado que el eminente economista haría referencia del contexto centroamericano, la región en la cual Costa Rica cohabita con seis naciones más. Inesperadamente, el consagrado economista se deshizo de las vicisitudes del istmo; solo trajo a la luz el caso costarricense; nos llenó de elogios. En vez de él, y “sin andar con pasos menuditos”, al escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado le correspondió el turno, al recoger en semanas recientes el Premio Cervantes 2017, convirtiéndose así en el primer escritor centroamericano en recibirlo. En su discurso de aceptación, Ramírez Mercado no se reservó el derecho de hacer mención del crudo panorama de su país natal, e incluso lo unió a Centroamérica, en este instante. En donde no sobra mencionar acerca de los males estructurales, los cuales poseen vigencia. El galardonado afirmó que nuestra región sucumbe frente a la violencia, la inseguridad, fertilizada por la pobreza, el crimen organizado propiamente dicho, la inequidad - o la iniquidad, sea el recurso del método” (Alejo Carpentier) de la mandamás pareja “reinante” Ortega - , y las manifestaciones autoritarias de varios signos en Honduras. Las élites dirigentes, entre ellas, las oligarquías tradicionales, la nueva burguesía - en cuenta la pseudo – izquierda nicaragüense y salvadoreña - ; las castas militares de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, todas ellas “enfermas de poder político y económico”; coartando las libertades y erosionando la insuficiente institucionalidad democrática. Ésta, acogotada por esos poderosos círculos, quienes, desde distintas trincheras en guerra, otrora condujeron al istmo a “la paz de cementerios”. Cementerios que ya entrado el Siglo XX albergan las víctimas de los capos del crimen organizado, los autores contemporáneos de los Estados cuasi – fallidos, responsables de modelar uno de las rincones del mundo con mayores tasas de homicidios, mientras el desplazamiento forzado de personas, especialmente en el norte de Centroamérica, constituye un fenómeno reiterativo. Retratado mejor aún en las expresiones de Ramírez Mercado: “los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Y el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos de América, impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida, y la violencia como la más funesta de nuestra deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Las fosas clandestinas que se siguen abriendo, los basureros convertidos en cementerios”. Así, entonces, la Costa Rica narrada por Joseph Stiglitz, al igual que en casi todo el Siglo XX, en prueba de resistencia, se muestra testigo de un manifiestamente adverso contexto centroamericano, de violencia sin guerra civil, de pobreza y exportación de migrantes y refugiados, y ahora mismo la deriva autoritaria cuasi-caudillista. El grave síntoma que, con el paso del tiempo, nos pone a reflexionar acerca de aquel Plan de Paz de Esquipulas de la década de 1980, impulsado de forma tenaz y audaz por el presidente costarricense Oscar Arias Sánchez; el proceso de paz devaluado esta vez por los plutócratas de siempre, los cleptócratas, la mafia organizada, así también por no pocos demagogos y populistas, entre ellos, Manuel Zelaya, y algunos que hicieron su aparición en los últimos comicios generales costarricenses. En cuanto a dicho Plan de Paz, la burocracia del sistema de integración y los mismos gobiernos abandonaron la postura política, ofrecida a la sociedad centroamericana acerca de la posibilidad de cumplir, e ir más allá con la filosofía y los acuerdos de Esquipulas, tal que se hubiera podido prosperar en equidad y cohesión social. Los abusos y la arbitrariedad contra la frágil institucionalidad en las naciones de la región – excepto Panamá y Costa Rica - han contado con la complicidad de las élites dirigentes del istmo, y hasta con la pasividad de Washington y del propio sistema interamericano, este cargado de retórica e impericia, ayuno de soluciones convincentes. Ha habido excepciones. Lo cierto del caso que el Congreso de los Estados Unidos de América ha dado un paso significativo en fortalecer el Estado de derecho en América Central. Los demócratas y los republicanos en el Congreso de Estados Unidos se han unido “para apoyar a los valientes fiscales, jueces e investigadores policiales que trabajan para erradicar la corrupción y el crimen organizado”(Norma Torres, congresista californiana). Se ha respaldado a la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala, así también la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras, quienes han jugado una misión esencial en perfeccionar los sistemas judiciales, al cabo de los señalamientos hechos a los representantes de los Congresos del Triángulo Norte centroamericano en sus intentos de reducir las penas a los sentenciados por acciones de corrupción. De paso, a efecto de revertir la lucha anticorrupción, personas provenientes de esos países han contratado firmas de cabildeo en Washington, pagando hasta 80,000 dólares al mes, en aras de influir en la política que Estados Unidos de América ejerce en Centroamérica. De los hechos patéticos, Nicaragua hace acuso otra vez; enseguida Honduras le pisa los talones. De modo acertado lo dio a conocer en una de sus columnas el escritor costarricense Fernando Durán Ayanegui, al poner en evidencia que en Nicaragua, durante esta fase degradada - de represión, asesinatos y persecución frente a los indefensos estudiantes universitarios y campesinos, protegidos por la valiente Iglesia Católica - y tal vez final del sandinismo, ha habido una “convivencia de hermanos siameses” entre los Ortega y la clase empresarial, la cual privilegia los negocios tanto nacionales como regionales. Según Durán, tal “diarquía” multimillonaria, o sea, mandamás reinado de Daniel Ortega y Rosario Murillo arrastra “la creación de una forma de servidumbre (mano de obra), lo más barata posible dentro de un marco autoritario, el cual mantiene la sumisión y el orden, sin que haya mengua de la productividad; pareciera ser la base de los acuerdos que posibilitaron la existencia o la prolongación del régimen pseudosandinista y su mancuerna con los adinerados tradicionales. En la correlación del poder nicaragüense, las restantes clases dirigentes centroamericanas han encontrado también oportunidades de negocios transfronterizos. Encontraron la mejor fórmula de hacer negocios a toda costa, casi igual de excluyente, siempre bajo realidades de sesgos en la sociedad, esta vez con la incorporación de un perfil de clase trabajadora ampliamente subordinada, entre lo cual caben los funcionarios públicos (junto con los militares y policías) en su rol de “obediencia debida”. El silencio e indiferencia de las élites las delata frente a los movimientos de protesta, que reclaman democracia y libertades, cuando ahora mismo tienen en la puntería a la pareja dictatorial. Respetando las reglas del juego, en lo referido al pasado y controversial proceso electoral de Honduras, la familia Ortega guardó distancia, ya que entre aquello y lo suyo, como proyectos dictatoriales, las diferencias son mínimas. Lógicamente, a ella y los demás secuaces le serán indiferentes los arrebatos en Guatemala del poder oficial y sus aliados, en sus repetitivos intentos de volver atrás, reproduciendo los actos de corrupción e ingobernabilidad, la institucionalización de la impunidad, así como las violaciones profundas a los derechos humanos. Seguimos sin aprender la lección, advirtió el salvadoreño Benjamín Cuéllar, director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Centroamérica (UCA), de El Salvador. Ciertamente, los pueblos, independientemente de que se superen guerras o conflictos violentos, mantienen latente la posibilidad de conflictos violentos nuevos” y prolongados. “Es evidente que desigualdad, hambre e inseguridad, sobre todo en el Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Honduras), más Nicaragua, hacen que la región sea expulsora de gente que, buscando lo que no encuentra en sus países, se arriesgue a travesías (migratorias) para encontrar un lugar para suplir carencias (Benjamín Cuéllar). Bien presente tenemos las palabras de aquel expositor estadounidense quien renegaba que los migrantes centroamericanos sí prosperaban en Estados Unidos de América, mientras que en sus países de origen estaban condenados a la pobreza y la violencia. Quiere decir que el Plan de Paz de Esquipulas favoreció solo 1000 millonarios centroamericanos (El País, España); en este privilegiado grupo se hallan varios exguerrilleros. Ronald Obaldía González (Opinión personal)