miércoles, 22 de junio de 2022

ASPIRAR A UN ENFOQUE HUMANISTA ALREDEDOR DE LAS CORRIENTES MIGRATORIAS (Primera parte). Autor: Ronald Obaldía González.

ASPIRAR A UN ENFOQUE HUMANISTA ALREDEDOR DE LAS CORRIENTES MIGRATORIAS (Primera parte). Autor: Ronald Obaldía González. En nuestra época hemos venido constatando peligrosos factores de riesgo en el modelo de la globalización, o “la desglobalización”, denominada así por varios comentaristas en vista del avance de los nacionalismos proteccionistas, conexos a las disputas comerciales entre las grandes potencias. Sea también la compleja reiteración de las desafortunadas turbulencias económicas, ahora sofocadas ante el incremento de las tasas de interés: la medida de contención de los Bancos Centrales frente a la espiral inflacionaria, la que perniciosamente se diluye en estanflación, tal cual se caracteriza por el aumento de los precios de los bienes y servicios, aparejado con la baja oferta productiva, esta vez en curso a nivel mundial. La mayor vulnerabilidad, a causa de tales perturbaciones en las relaciones políticas, económicas y comerciales del orbe, recae en las clases sociales de inferiores ingresos y las postergadas; pues el aumento del costo de la vida resultante ahonda los desequilibrios al interior de las sociedades. Agravan el entorno global las crecientes amenazas acerca del cambio climático, en cuenta los recurrentes desastres, la inseguridad alimentaria, además de la pérdida de biodiversidad, a pesar de la conciencia existente de reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Lo último, ciertamente, una tarea engorrosa que habrá de consumir varias décadas a fin de hacerla realidad. Y cuya urgencia se pone de relieve al prolongarse la guerra entre Rusia y Ucrania, por cuanto se interrumpen las cadenas del suministro de los energéticos, con su consecuente subida de los precios, al igual que de otras materias primas, entre ellas los fertilizantes y los alimentos. La propagación de las enfermedades pandémicas y las frágiles estructuras sanitarias de varios Estados, incapaces de afrontarlas, forman ya parte del eslabón de los significativos riesgos y amenazas. EL PRINCIPIO DE LAS MIGRACIONES IRREGULARES. Añadimos a los hechos arriba subrayados, la marginalidad, las desigualdades o las brechas sociales, económicas y culturales, amparadas por gobernantes autoritarios, corruptos, sometidos a determinadas élites. Detonantes en sí mismos del descontento popular y la violencia política, incluso hasta de la criminalidad organizada, cuya evidencia empírica, bastante cercana, la hallamos en el Tríangulo Norte del istmo centroamericano (Guatemala, El Salvador, Honduras), Nicaragua, así como en México, Colombia, Cuba, Venezuela, Haití, otras latitudes del continente americano, al mismo tiempo en cuenta Asia, África. Al ritmo de las funestas experiencias, cabe señalar a Alejandro Giammattei, Nayib Bukele y Daniel Ortega, quienes “están desmantelando activamente la democracia liberal y fomentando la corrupción, empobrecedora de los pueblos”; así se crean las condiciones que conducen a más desplazamientos de gente hacia regiones, superiores en rentas y desarrollo humano (Walter Isaacson en CNN). En razón de lo anterior, y a efecto de desincentivar los desplazamientos humanos, la cooperación externa escoge aliados confiables. Por eso sigue optando por movilizar las agencias internacionales, la inversión del sector privado (nacional y extranjero) y demás organizaciones de la sociedad civil, participantes en las iniciativas acerca del control y el ordenamiento de las migraciones, aplicadas normalmente en los países de origen. Allí mismo, donde los gobiernos nacionales dan lugar a la expedición de las personas naturales o oriundas, exponiéndolos a ser luego estigmatizados “en el conjunto de las nuevas amenazas”, manifiestas en las plazas de acogida. En los factores de riesgo, acumulados a nivel doméstico de los Estados Nacionales, sus consecuentes repercusiones negativas, que se extienden hasta la esfera internacional, palpamos dolorosamente el fenómeno del resurgimiento de las constantes, desordenadas e incontrolables dispersiones de muchedumbres de personas, también motivo de enormes tragedias humanitarias, de las que son víctimas los niños y las mujeres. A decir verdad, una cuestión altamente sensible, “dificil de abordar”, la que se perfila en responsabilidad política para el capitalismo maduro de la Unión Europea y la Administración de Joe Biden, en conjunción con los subdesarrollados países emisores: socios ambiguos e insinceros en el renglón “sospechosamente cooperativo”. De los Estados “despachadores” de seres humanos parten regularmente las caravanas de migrantes hacia la frontera entre México y el sur de los Estados Unidos de América. En un panorama no menos diferente, la otra congregación de excluidos en ruta al continente europeo, hace uso de las mortales aguas del mar Mediterráneo, “suponiendo que todos sus miembros llegarán e ingresarán” al destino fijado. Son reveladores los relatos de los grupos humanos que, provenientes de las naciones del “Sur Global”, en esta coyuntura castigadas económica y sanitariamente por el covid-19, abandonan su lugar de origen. La inequitativa distribución de los ingresos nacionales, la ausencia de oportunidades laborales, la prevalencia del racismo, las guerras inconclusas, la violencia convencional o del crimen organizado, las consecuencias de los desastres, se registran entre las raíces principales de tales diásporas, entre complicaciones que nos cansaríamos de enumerar. Por eso, ellos se ven impulsados a encontrar, en otros destinos geográficos, la seguridad y la protección personal, nuevos horizontes, superior calidad de vida y empleo, todo ello negado por quienes desde el poder político y económico nacionales, deberían estar obligados a expandir, con especial compromiso por las poblaciones históricamente vulnerables y desfavorecidas. Por el contrario, la indiferencia social de dichos gobiernos y poderes (antidemocráticos) los mueve a ser permisivos con las emigraciones, las que arrancan desde de sus naciones. De este modo se dispensan de dar decidida solución a la pobreza, la frustración de los habitantes; por consiguiente así se reduce el desosiego y las tensiones, provocadas por los movimientos populares. Dicho sea de paso, los Estados recibientes habrán de asumir las responsabilidades de la seguridad y la protección social de la gente foránea, cuyos costos de prestación correrán por cuenta de los presupuestos locales, frecuentemente insuficientes, en lo concerniente a satisfacer la variedad de los servicios públicos requeridos. RECHAZADOS Y DEPORTADOS. Particularmente, en nuestro hemisferio, Estados Unidos de América Europa, en menor grado Costa Rica y ciertas repúblicas suramericanas constituyen las preferidas plazas de destino de las personas que emigran. En condición irregular, o sea indocumentados, ingresan (o intentan ingresar) a dichos territorios, los cuales a través de las últimas décadas se convirtieron en genuinos países receptores, en función del peregrinaje de tales personas empobrecidas (o perseguidas). Enseguida, en la condición de inmigrantes (regularizados o no) tendrán que soportar el calvario de las presiones políticas y las manifestaciones de disgusto, derivados del hostil y vertiginoso nacionalismo xenofóbico; posiblemente de la reaparición del neofascismo en el caso de Europa. En aras de sobrevivir, habrán de reconocer y luego integrarse, en medio de dificultades, a conglomerados humanos diferentes, en lo que respecta a cultura, costumbres e idiomas, etcétera. A diferencia del objeto de “la fuga de cerebros”, sea la gente altamente educada que sale de su país, pero con buenas probabilidades de realizarse en el extranjero en amplia prosperidad; la realidad de la mayoría de los emigrantes meridionales es diametralmente distinta, pues en su mayoría carecen de una aceptable formación educativa y capacitación laboral. Razón por la cual se desempeñarán en trabajos de bajo nivel de complejidad, desdeñados por la población nativa de las naciones de llegada. En su defecto, habido desempeño oficial de las autoridades coercitivas, una voluminosa cantidad de migrantes terminarán siendo detenidos y expulsados de forma expedita, sin procesos legales (llámese deportaciones), hacia los países de donde provienen. En cuanto a nuestro continente, los afectados casi siempre tendrán en mente reingresar (a los Estados Unidos de América), burlando con suma frecuencia los controles policiales y aduaneros, instalados en las fronteras; pese a poder convertirse en mártires de los numerosos peligros, en particular el tráfico y trata de personas, los secuestros, o perder la vida, los más comunes en sus odiseas. Tampoco lo mencionado limitará los ingresos irregulares de las personas. Por cualesquier políticas contra la entrada de indocumentados (o levantamiento de muros fronterizos) aprobadas y practicadas, habrán de nacer moribundas. Dificilmente se podrá detener un fenómeno intrínseco a la dinámica de “la aldea global”, aparte de que se tornan en intrigantes, por cuanto lastiman, de forma inconveniente, los vínculos entre las naciones emisoras y las de acogida. Asimismo, líneas arriba dimos a conocer “los conocidos colectivamente como el Triángulo del Norte”, es decir, de los Estados centroamericanos, a corta distancia México, emisores de miles de migrantes, los cuales “resultan a la vez un punto de tránsito clave para aún más viajeros irregulares”, dispuestos a acercarse a la frontera sur “con la esperanza de reubicarse” en el territorio estadounidense. Si alcanzan a entrar (los indocumentados) al privilegiado espacio “del sueño americano”, con seguridad, o probablemente, si la fortuna los acompaña, se expondrán a explícitas y severas demostraciones de fuerza institucionalizadas. Esas quizás menos indignas, que las medidas draconianas antiinmigratorias, impuestas por el mandatario Donald Trump en la Unión Americana – imitadas durante este mes por la Gran Bretaña en contra de una comunidad de africanos (BBC de Londres) -. Las cuales, a pesar del repudio mundial generado, pueden recobrar fuerza en caso de triunfar el magnate republicano en las próximas elecciones presidenciales, según lo prevén no pocas encuestas de opinión. ALTERNATIVAS FRENTE A LA COERCIÓN. Nos hemos alejado, de forma inapropiada, de la razón del título sugerido a nuestro escrito; en tanto que hemos omitido la sensible cuestión del tratamiento humanista en lo tocante a las migraciones. Reparamos el error, reconociendo que el sesgo de un presunto chovinismo constantemente influye en nuestras opiniones. Ni en esta oportunidad hacemos excepción. A las sociedades democráticas, pluralistas y abiertas al mundo casi que se ven obligadas a diferir de lo que negativamente es usual en la mayor parte de los Estados nacionales. Por lo tanto, haremos referencia de Costa Rica, pues, de acuerdo con su tradición, ha descartado a renunciar al propósito de acoger un gran número de migrantes o refugiados. A nuestro humilde entender constituye una población (de llegada) que tiende a ser un factor de desarrollo y de captación de talento y variadas capacidades a favor del sistema económico y productivo y de nuestras instancias culturales. Al cabo que en la experiencia costarricense se llegaría a subsanar lo ocurrido en dos riesgosos y graduales procesos socioculturales: el envejecimiento y la reducción de la tasa de natalidad, todo lo cual incide negativamente en la solidaridad intergeneracional de los fondos de pensiones (MIDEPLAN). El anuncio de Joe Biden, el Presidente de Estados Unidos de América en la Cumbre de las Américas, celebrada en junio de este año, en el sentido de invertir casi US$ 2.000 millones para atender las complicaciones de la migración en Centroamérica, coincide a cabalidad con la tesis costarricense, en cuanto a la urgente y grave necesidad de captar recursos financieros, derivados de la cooperación y la asistencia internacional, a fin de emplearlos aquí en la acogida y atención de nuestros inmigrantes. De la oferta del Presidente Biden, bien podria Costa Rica sacar provecho. Convendría plantear el mecanismo de intercambio cooperativo, conocido como “swap” (en inglés), el cual consistiría en canjear el compromiso de dar más acogida de migrantes, eso sí de manera racional y balanceada, a cambio de la condonación de la deuda externa, contraída por nuestro país con los organismos financieros y del ámbito del sector privado internacionales. Valga la pena tomar la palabra al presidente Rodrigo Chaves en su discurso en la pasada Cumbre de las Américas, al solicitar, de manera oportuna, a los cooperantes externos mayor respaldo “económico para atender en Costa Rica las poblaciones migrantes y de refugiados”. CONVENIENTES DE LA MIGRACIÓN. Al haber acá un déficit de talento, dichas poblaciones (incluimos a una parte de los migrantes latinoamericanos, ucranianos, africanos y asiáticos (en tránsito hacia los Estados Unidos de América) que, dependiendo de los conocimientos, las capacitaciones y las destrezas demostradas, al igual que la calificación de los antecedentes penales, podrían ser absorbidas en el mercado del empleo de la economía verde y digital. Empleos ofrecidos tanto por las compañías de servicios y de alta tecnología, las cuales operan en las zonas francas costarricenses, al igual esas personas les interesarían a las empresas de los sectores industrial, rural agropecuario y ecológicos turísticos, entre otras actividades. Múltiples programas de economías productivas y sostenibles, a favor de los inmigrantes y nacionales, podrían planearse y ejecutarse en las zonas rurales, costeras, fronterizas, dirigidos por la propia inversión nacional o extranjera – lo facilitaría la reciente ratificación de la Ley del Régimen de Zonas Francas -. En diversos planes de desarrollo y de sostenibilidad podrían ser parte activa las “empresas de autogestión” (Carlos Manuel Echeverría Esquivel), las cooperativas, los nuevos asentamientos o colonias agroindustriales, las industrias turísticas, bajo el financiamiento inicial de la cooperación y la inversión extranjera, comprometida con el fenómeno de las migraciones. Nuevamente, se podría en práctica un proyecto ambientalmente sostenible, semejante al del gobierno del Presidente José Figueres, relacionado con la ampliación de la frontera agrícola. El que precisamente dio lugar a la creación del próspero cantón de San Vito de Coto Brus (antes llamado San Vito de Java), cuando en la década de 1950 un grupo de migrantes italianos fueron acogidos en nuestro país, siendo ellos, junto a los campesinos locales, artífices ahí de la entonces iniciativa demográfica y productiva gubernamentales. En circunstancias históricas distintas, el apogeo social y económico de las zonas bananeras, localizadas en el Caribe y la región sur-sur obedeció a los aportes y contribuciones de los trabajadores y cultivadores centroamericanos y jamaiquinos, entre otras nacionalidades. Esta gente hubo de superar las adversidades geográficas, en aras de generar riqueza y fundar ciudades, donde miles de habitantes hacen hoy su vida normal. En este mismo orden, valga citar las positivas experiencias de la región cafetalera de Los Santos (San José), la cual da abrigo y trabajo a cientos de indígenas provenientes de Panamá, en lo cual la productividad del cultivo del grano ha salido favorecida. Costa Rica tiene en su haber una avanzada la Ley General de Migración y Extranjería (2009), la cual le otorga facultades al Consejo de Migración en dictar políticas públicas en materia migratoria, sustentada en los postulados universales de los derechos humanos y los convenios internacionales. En este sentido y dada nuestra positiva reputación mundial, continuemos reafirmando nuestro comportamiento cívico y solidario, en lo respecta a acoger y aceptar, de manera regulada, las personas, provenientes de los distintos rincones de la Tierra, con la vista puesta de llegar a dar enormes réditos a nuestros sectores educativo, económico productivo (empresarial y laboral), académico- científico, cultural y deportivo. Al cierre de este escrito, además tengamos presente en las conciencias individual y colectiva, que el Artículo primero de nuestra Constitución Política, define que: “Costa Rica es una República democrática, libre, independiente, multiétnica y pluricultural”. Basta para evitar equivocaciones y antivalores que abundan en las civilizaciones, acostumbradas a discriminar y agredir la gente, carente de casi la totalidad de recursos materiales y psicosociales, cuya subsistencia va más allá que una ruta empinada.