lunes, 31 de julio de 2017

ALEMANIA AFRONTÓ LO SUFICIENTE EL VIENTO EN CONTRA. (PRIMERA PARTE).

ALEMANIA AFRONTÓ LO SUFICIENTE EL VIENTO EN CONTRA. (PRIMERA PARTE). El pueblo germano ha estado acostumbrado a las invasiones y guerras desde sus orígenes remotos, igual ha sucedido con sus vecinos, los galos. Juntos habían ocupado, respectivamente, el este y oeste del río Rhin, conocida antes como la región de Galia en el viejo continente europeo. Sucesivamente, los griegos y los romanos la atacaron en la Era Antigua. En los inicios del apogeo de la cristiandad (Siglo lll), pueblos como “los alemanni y los francos” la escogieron como campo de batalla. La existencia de numerosas tribus en las tierras del Rhin, entre ellas, los merovingios, los carolinos y los otomanos, hubieron de complicar, sobremanera, los consensos y los entendimientos en la causa de consolidar un solo imperio. Hecho que Carlomagno apenas pudo concretar: primero siendo rey de los Lombardos, luego rey de los Francos, todo ello en la primera mitad del Siglo Vlll e inicios del Siglo lX, hasta haber logrado ocupar los territorios de las actuales Alemania y Francia, y enseguida fundar sus respectivas monarquías, quienes le nombraron como Carlos I. Llegaron bastante lejos las hazañas, y de paso las ambiciones de Carlomagno a quien se le reconoce "como el padre de Europa", particularmente de la civilización occidental. Reposando en las corrientes religiosas, políticas, culturales, propias del resurgimiento de la clásica cultura y las artes latinas, en la supremacía del cristianismo, dirigido por la Iglesia Católica, se estableció una identidad europea común, las bases axiomáticas e ideológicas de Europa Occidental en la Edad Media. Lo cual arrastró las guerras contra los musulmanes, como un hecho ineludible. Parte de la hegemonía de Carlomagno, en Europa llegó a consumarse a través del afianzamiento del Imperio Carolingio, de tal suerte que obtuvo la coronación como emperador en Roma, "signo de restauración de facto del antiguo Imperio romano de Occidente”. En el poder Carolingio, controlado por la dinastía de Francia, él pudo adherir e integrar la dinastía sajona, además de haberla convertido al cristianismo, tras largas e intensas confrontaciones. Lo mismo ocurrió con los pueblos eslavos e Italia, también, a quienes combatió por el predominio europeo. Con todo, la partición y el desvanecimiento en el 843 d.C del Imperio permitió un siglo después (Siglo X) ser renacido y rescatado por el Sacro Imperio Romano Germánico en el este, y por el Reino de Francia, igualmente con la idea de preservar el prestigio del antiguo Imperio romano. Consolidado el renacido imperio, plagado simultáneamente de tensiones internas, este llegó a poseer una población de diez a veinte millones de personas y una extensión de 1.112.000 km².​ Bastante similar a esta época del Siglo XXl de la comunidad económica y la integración europea; desde el Medioevo, franceses, alemanes y los mismos sajones - ingleses fueron construyendo o dando forma a la sociedad europea, controlando el poder de los imperios. Eso sí, siempre en medio de rivalidades, disputas políticas entre sí, centradas en el poderío territorial, económico, militar, y el dominio de las áreas de influencia. De este modo, durante los Siglos Xll y Xlll Alemania dio un gran salto al experimentar una continua expansión y colonización territorial, impulsada por el crecimiento de la población. El empuje como tal, estuvo lejos de exonerarla de las inestabilidades internas, provocadas por sus principados tanto religiosos como seculares, que en su conjunto completaron alrededor de 360. Y que en adelante, en la era moderna, se verá reflejado en las enormes vicisitudes y frustraciones alemanas, en cuanto a alcanzar la verdadera unificación e integración nacionales. Pues esos mismos principados tuvieron libertad y autonomía para construir fortalezas, explotar recursos naturales, ejercer la justicia en sus dominios. Alemania, sino fue una fuente llegó a ser una receptora de tendencias provocadoras de contradicciones por todo el viejo continente. En los Siglos XV y XVl fue objeto de un nuevo y grave remezón doméstico, causado por el movimiento de la Reforma, iniciado en 1517 con el debate de las tesis de Martín Lutero y después Juan Calvino. Las cuales tuvieron además repercusión política; una sucesión de guerras que enfrentaron a católicos y protestantes (luteranos y calvinistas). Estos últimos - como los calvinistas - disentían de los dogmas y la autoridad de la Iglesia de Roma, criticaron “la secularización y la corrupción de la Iglesia católica alemana, cuestionaron la autoridad de Roma su enriquecimiento económico y financiero, y la acumulación abundante de tierras en perjuicio de enormes masas de campesinos. En doctrina, los luteranos condenaron el escándalo por la venta de indulgencias, practicadas por la Iglesia. No entraremos a fondo en la división política religiosa entre católicos y luteranos protestantes, lo cual dio origen a la Guerra de los Treinta Años (1618 - 1648), incendiaron todo el continente, redujo la población especialmente de Europa Central en alrededor del 30%. Lo cierto es que a través de la Paz de Westfalia se pudo poner fin a una guerra que mezcló motivaciones políticas, religiosas y hasta económicas, de lo cual el pueblo alemán llevó la peor parte - así como la decaída España - , aunque ciertamente sobrevino mayor libertad de conciencia, de lo cual salieron favorecidos los protestantes en su confrontación con los católicos (Instituto del Tercer Mundo, 2009). Intentamos simplemente dar a conocer una sociedad alemana, compuesta por centenas de países soberanos, dirigida y normada por imperios, tal como el Sacro Imperio Romano, cuyo poder mayúsculo después de los edictos de Westfalia, descansó en los francos, un tanto menos en Inglaterra y Holanda – las potencias marítimas -, además de Suiza y Suecia. En cambio, Alemania quedó castigada por las consecuencias de las guerras religiosas y políticas, de las fragmentaciones territoriales, las severas pérdidas materiales que, en parte, mancillaron la concepción de la dignidad nacional, tan venida a menos. Esos eventos marcaron la pauta de sus inclinaciones militares; se avizoraba desde ese momento el escabroso y el sombrío futuro, retomado por el nazi - fascismo entrado el Siglo XX, afortunadamente, superado por la energía inteligencia y la nueva ética contemporánea de su pueblo. Trátese de la renovada y democrática sociedad germana, sobre lo cual en días recientes escribió el embajador José Joaquín Chaverri Sievert en el periódico costarricense La Nación, en referencia al gobierno de la brillante canciller Ángela Merkel. Cabe reconocer que los edictos acordados a través del Tratado de Westfalia sentaron los primeros fundamentos e ideas centrales de la construcción posterior de la noción de nación-estado soberanos. Se abrió el campo a la figura de que los ciudadanos de las respectivas naciones se atendrían “a las leyes y designios de sus respectivos gobiernos, en lugar de las leyes y designios de los poderes vecinos, ya fuesen religiosos o seculares”. Como sea, en las condiciones materiales, dominadas por las contradicciones entre imperialismos expansionistas, en la historia europea se presagiaron y configuraron tres poderosos liderazgos, progresivamente colonialistas, al cabo que, mediante la implantación del capitalismo como sistema de producción, se reservaron todo su poder en la època moderna del Siglo XlX y XX: Francia, Inglaterra - su primogénito estadounidense en América - y la insubordinada Alemania (Prusia), cuyos comportamientos y quehaceres fueron más allá: al modelar el esquema de división del trabajo, los desequilibrios políticos a escala internacional. Acépteseme esta digresión. Sin embargo, como prometemos analizarlo en la segunda entrega de nuestro estudio de Alemania, en el pleno Siglo XX salen a flote otros poderes contestatarios y antagónicos frente al imperialismo europeo. El cual, de acuerdo con la teoría marxista, significaba el estado maduro del sistema capitalista, por el cual las naciones desarrolladas, “se repartieron el mundo” (Karl Marx; Vladimir Lenin) mediante prácticas de explotación económica (y dominio político) contra los países menos desarrollados de otras regiones distintas a sus territorios; colocaban sus productos e inversiones; captaron materias primas, mano de obra y otras riquezas. En el contexto del imperialismo se sentaron las condiciones a favor de revoluciones políticas contestatarias, más adelante transformadas en nuevos y agresivos imperialismos ideológicos, signados en la Unión Soviética, gestora del comunismo global, quien enfrentó y amortiguó la expansión de los imperialismos tradicionales, con la particularidad de Estados Unidos de América que los superará (los poderes europeos) tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Más acá sobresalen las potencias emergentes, tales como China, India, Brasil, Rusia - la heredera del extinto imperio Soviético, los cuales han intentado neutralizar los poderes globales tradicionales, a diferencia del Japón, que se reconoce en las políticas occidentales, incluida las de seguridad y defensa internacional. Volvemos al asunto original que nos ocupa la atención. La autocracia y el oscurantismo de los príncipes se impusieron en el Sacro Imperio Romano Germánico. En el Siglo XVlll, al interior de él, el reino de Prusia (en Alemania) sobresalió, en medio de los recelos y desconfianzas de sus vecinos, como la unidad económica y política de enorme dinamismo, hasta que se vio reducido su emergente poderío frente las invasiones de Napoleón Bonaparte (1806), mediante la fundación de la Confederación del Rhin. Las invasiones arrastraron a Prusia, por cuanto de seguido colapsó el sistema multipolar, modelador del Sacro Imperio. Pero, otra vez la Alemania se convirtió en objetivo militar. Se le frenó su potencial, fuera en aquel entonces Prusia, su principal entidad política territorial. Así, incluso, al pueblo le sobrarían arrestos con tal de levantarse de los embates, ese ha sido su innata resiliencia psicológica y perseverancia social. A pesar de las amenazas y guerras, en la fragmentada nación alemana, a manera de escape social, desde el Siglo XVlll tuvo lugar el desarrollo vertiginoso de la cultura y las ciencias humanistas, producto de las corrientes del “idealismo y el espiritualismo”, todo lo cual influyó en el arte, la literatura, la filosofía alemanas. Entre sus exponentes destacaron Kant, Hegel, Herder, Goethe, Schiller, etcétera. Justamente, del sistema filosófico de Hegel, más tarde nacen las teorías históricas, sociales, económicas del prusiano - judío Karl Marx (el socialismo científico), las cuales alcanzaron repercusión universal. La caída de Napoleón Bonaparte (1815) habría de facilitar años después la reorganización de la sociedad alemana, en la cual sirvieron como autores 39 de sus Estados independientes, siempre con Prusia a la vanguardia – gestora de la unidad nacional alemana - , desde la cual se impulsó la unión aduanera alemana (1834); el comercio se duplicó entre los socios. Comenzó la proliferación de industrias de manufacturas; creció la población urbana; de paso la clase obrera, gran parte de ella quedó excluida de la nueva economía industrializada, la cual fue incapaz de emplearla en su totalidad. Salieron a relucir los movimientos de agitación social, accionados por los obreros (1848 – 1849). Asimismo, los campesinos habían llevado tales prácticas frente al régimen feudal y la propia Iglesia, quienes habían acaparado las grandes proporciones de tierras. En la segunda mitad del Siglo XlX resonaba con fuerza el pensamiento democrático liberal, así también el viejo régimen dinástico feudal, sus vestigios, hacían hasta la imposible por recomponer sus fuerzas para evitar su generalizado desplome. El cual tampoco acabaría con los antagonismos militares, en este caso, en la nación alemana, figurada por los expedientes de su tradición y vocación militar, producto de las guerras europeas. El empuje y el repunte político y económico de Prusia ofreció señales a favor de la liberalización, una concepción política que ganaba terreno por Europa. Primero, la nación prusiana, para afirmar su hegemonía debió disputar contra Austria “la guerra de las siete semanas” (1866). Su victoria, paulatinamente contribuyó a la unidad nacional y la confirmación del liberalismo. Ideología que el régimen de Otto von Bismarck (El Segundo Reich) se dio a la tarea de contener, y separarla de la aspiración de la unidad alemana, la cual concretó de manera exitosa a raíz de la instauración de “la Confederación alemana del norte”, más cuando venció aplastantemente a la poderosa Francia en la guerra de 1871, un episodio que hizo reafirmar la supremacía de Prusia. Las guerras europeas, transcurridas en Francia - en el 18 Brumario, una obra por la cual Carlos Marx expuso el golpe de estado de diciembre de 1851 en París, fraguado por Luis Bonaparte - actuaron en aquel entonces como el evento desmovilizador de los movimientos socialistas de la clase obrera y trabajadora, del que después el propio Bismarck tampoco se quedó atrás al neutralizarlos en su nación al considerarlos como una severa amenaza. “Ya el fantasma del comunismo recorría Europa”, según Marx, quienes dieron un paso hacia adelante al obtener la mayoría en el parlamento alemán en 1910. Tanto en Francia como en la Alemania los movimientos socialistas obreros significaron el enemigo común. Cabe resaltar que luego el socialismo alemán se bifurcó entre la social democracia (la fuerza moderada) y los socialistas estrictamente marxistas simpatizantes y precursores, junto con los bolcheviques de la Revolución Rusa de 1917, varios de ellos ejecutados. El fenómeno lo recrearemos en la segunda parte de este comentario. La supremacía alemana significó el peso de los controles aduaneros a favor de sus intereses económicos y comerciales; la expansión territorial prusiana por Europa, incluidas, entre otras, las regiones de la Sajonia – intolerable al poder francés - , así como el frustrado interés de los franceses por anexar Luxemburgo, bajo la oposición de Bismarck. Ese gobernante prusiano hizo superar cualquier duda acerca de los propósitos hegemonistas, expansionistas de su nación, aunque fuera a costa de alterar, apenas en el papel, “el equilibrio de poderes” (Henry Kissinger, 2010) con el imperio francés, en cuenta Inglaterra, y cualquiera otras potencias menores. El régimen (personalista) de Bismarck, el de la transición de la monarquía feudal a la sociedad liberal, con un marcado carácter racista (pangermanismo de estirpe alemana, incluyó Austria) obtuvo escasa suerte en entorpecer por completo la llegada en Alemania de las ideas democráticas liberales, menos en la Prusia agresivamente industrializada y tecnológica, empresarial, pujante a favor del comercio, quien daba clara forma a la moderna sociedad capitalista, y abocada en 1867 a inaugurar el Parlamento (Reichstag). Los logros del régimen prusiano de Bismarck residieron en haber unificado la nación alemana, fomentar alianzas con Austria e Italia (la Triple Alianza en 1882), en cuanto a reducir el poder francés - este aliado con los ingleses y rusos en la “Triple Entente”, entre otros - , el que luego hará todo lo posible en desmilitarizar los alemanes, y a la vez obstaculizar su poderío económico. Estos últimos, precisamente, disfrutaron del auge económico a escala de imperialismo, al extremo de crear el perfil de “economía mundial” (Weltwirtschaft), lo cual se tradujo en dominios y avasallamiento de los pueblos serbios eslavos en Europa; así también, posesiones coloniales en varios territorios asiáticos y africanos, como Nueva Guinea, fueran las pretensiones en Marruecos. Arriba señalamos que, en particular, París había “probado” el puño de Bismarck y los efectos de la fuerza del ejército suyo, a causa de la guerra franco prusiana. Una demostración adicional del repunte alemán, peligroso frente a los rivales. Así que París, por temor fundado, habría de materializar el objetivo, una vez que se conquistó, con la intervención de la “Entente” y los Estados Unidos de América, la derrota militar en la Primera Guerra Mundial del Imperio Austro Húngaro, este guiado por Alemania. A quien al quedar vencido en dicha conflagración, por medio del Tratado de Versalles (1919) se le impusieron pesadas y humillantes condiciones de paz de diverso género, compensaciones, en cuenta la pérdida de dominios territoriales, tal como Austria, las regiones eslavas, todo lo cual llegó a generar el posterior clima de la Segunda Guerra Mundial. Tal como veremos en una segunda entrega, con la caída del Tercer Reich alemán en la Segunda Gran Guerra, se llega a la “convicción fáctica” en Occidente, que la continua militarización alemana, ciertamente, comportaría una severa amenaza, específicamente al equilibrio de poderes europeo, y a la paz mundial. Desmoralizada tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, arrastrando casi dos millones de alemanes muertos en combate, de los trece movilizados, se funda en la Alemania devastada la República o Constitución de Weimar (1919) la más democrática y liberal de aquella tortuosa época. La denominada República de Weimar hubo de poseer una vida breve, también complicada, a causa de la economía nacional completamente deteriorada. Asimismo, la debilitaron las duras y exigentes condiciones del Tratado de Versalles, que los vencedores le fijaron (Francia, Inglaterra y los estadounidenses, principalmente), además bastante negativas fueron las presiones en contra de Alemania de aceptación de culpabilidad y responsabilidad, en provocar la guerra, lo cual implicó juzgar como criminal de guerra a cualquier alemán, comenzando por el kaiser. De poco valieron las leves recuperaciones económicas (el plan Dawes de 1924) con tal de sostener Weimar. El gobierno republicano de Weimar debió enfrentar toda clase de colapsos económicos, incluidos las tormentas financieras de 1920 - 1923, el severo desempleo y empobrecimiento de la población; luego la caída de la bolsa de Wall Street en 1929. Ante ese panorama desolador, salieron a relucir en la sociedad deprimida las ideas del nacionalismo - socialista, racista, antisemita - el odio contra los judíos - , o sea la ultraderecha. Esas tendencias exacerbadas, provocadoras de incertidumbre, desestabilización y desorden en Alemania, al igual que los movimientos comunistas, quienes fueron sus cómplices, a pesar de la enemistad mutua. Ambas fuerzas antidemocráticas y de naturaleza totalitaria (el nazifascismo y el comunismo) chocaron entre sí, Al final, el nazifascismo, la fuerza de masas portentosamente espeluznante, resultó gananciosa. Los movimientos ultraderechistas - anticomunistas, que condenaron las imposiciones del Tratado de Versalles, cobraron extremada fuerza, hasta que llegaron a organizar el Partido Nacional Socialista (Nazi), liderado por Adolfo Hitler, esto para restauran “la Gran Alemania” ; ganaron las elecciones en 1932. De este modo, se habría de precipitar el derrumbe total del gobierno democrático liberal. Apoyado por las clases adineradas, industriales, comerciantes, el demolido ejército, Hitler culminó su carrera hacia el poder con su ascensión a canciller del Tercer Reich en enero de 1933. Al nuevo canciller nazifascista se le concedieron todos los poderes. Rearmó otra vez la nación, contradiciendo los términos del Tratado de Versalles, este vergonzoso a la vez. A partir de aquí el Partido Nazi fue el único permitido en la nación alemana. Haremos el esfuerzo por analizar los acontecimientos sucesivos en un segundo aporte. Ronald Obaldìa González (Opinión personal)

martes, 25 de julio de 2017

"Construyendo una Visión de Estado de la Política Exterior Costarricense". Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Costa Rica.

Queridos lectores: líneas abajo encontrarán la dirección electrónica (Internet), por la cual se podrá tener acceso a la sección "Documentos Digitales" del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Costa Rica; en ella observarán la edición del siguiente documento, producido por el propio Ministerio: "Construyendo una Visión de Estado de la Política Exterior Costarricense". JULIO 18, 2017 03:49 PM https://www.rree.go.cr/?sec=servicios&cat=documentos&cont=667

miércoles, 5 de julio de 2017

QATAR ASUME UN COSTO ELEVADO POR REAFIRMAR SU POLÍTICA INDEPENDIENTE EN EL MEDIO ORIENTE.

QATAR ASUME UN COSTO ELEVADO POR REAFIRMAR SU POLÍTICA INDEPENDIENTE EN EL MEDIO ORIENTE.


En los tiempos remotos de  sus interrelaciones sociales y culturales con la India y Mesopotamia,  el  pueblo peninsular de Qatar, ubicado en el golfo Pérsico,  se  distinguió por la pujanza  de su comercio, así como de su celo en conservar su autonomía e integridad territorial, al colmo extremo en que sigue vigente la tradición nacional de impedirle   a los “no ciudadanos”  ser propietarios de tierras.  

A pesar de los apetitos de sus vecinos árabes, especialmente Arabia Saudita y Bahréin, así también de  los  turcos y europeos, tentados en dominarlo a lo largo de su historia, fuera  particularmente por la riqueza de sus perlas, hubo de ser Qatar  una nación tan próspera, que nunca se ha escapado de  la mirada  codiciosa de sus vecinos (o más bien adversarios), entre ellos, los persas,   Kuwait, Omán, los Emiratos Árabes Unidos, más  el gigante Arabia Saudita - protector de los Santos Lugares musulmanes - ,  y especialmente Bahréin. Este último,  con quien mantiene a la fecha disputas territoriales ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ),  en cuanto a la posesión de islas del golfo, compuestas por suelos ricos en petróleo.

En medio de un bajonazo mundial en el precio de las perlas, suscitado por el Japón en 1930, por primera vez la economía qatarí experimentó un grave estancamiento, al cabo que el gobierno monárquico, además a un precio ridículo,  debió vender a favor de los  ingleses e iraníes  los derechos de prospección, explotación y producción de petróleo, cuyo auge en el  territorio árabe   inició tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial (Instituto del Tercer Mundo - ITeM - , 2009).

En este caso de la apropiación extranjera  de los recursos naturales de los territorios árabes, inmediatamente después estallaron  los reclamos y los signos de  las reivindicaciones de los agitados movimientos nacionalistas, los cuales tuvieron lugar en toda la segunda mitad del Siglo XX en el Medio Oriente.  Lo antes dicho, movilizó fuerzas hacia lo que dio pie a que en la década de 1980 las naciones árabes del Golfo  se decidieran a fundar el hoy controvertido  Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), el grupo incluye a Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos (EUA),  Kuwait, Bahréin y Omán.  En conjunto controlan el 40% de las reservas mundiales de petróleo y en torno al 25% de la producción del gas.

En no pocas circunstancias las monarquías árabes se aprovecharon de tales procesos de des- nacionalizaciones de los recursos energéticos, con tal de beneficiarse con rentas ofrecidas por los consorcios extranjeros. En la experiencia de Qatar, uno de los monarcas  incurrió en prácticas corruptas;  fue destituido por la propia familia gobernante.

Al igual que la experiencia de varias naciones  árabes, las expropiaciones de las instalaciones petroleras extranjeras tuvieron lugar en el emirato de  Qatar. A tal efecto, se creó una poderosa  empresa estatal, impulsora de la expansión económica, con rasgos nacionalistas, especialmente en términos económicos y culturales. Esto trajo consecuencias en la psicología social del emirato de dos millones de habitantes, sobre todo,  en función de evitar una profunda transformación de la identidad nacional y en el conservadurismo social, por cuanto la modernización y la expansión productiva, de la que hablamos,  atrajo la inmigración proveniente de países como la India, Pakistán, Irán, Palestina y de otras naciones islámicas, la cual en su conjunto  (sea la inmigración) continúa representando en esa nación árabe, de un tamaño de 11.500 kilómetros cuadrados, el  60% de la población activa, en donde sólo 250.000 son nacionales en un total de 2 millones de habitantes. Una nación, regida  en los fundamentales de las  leyes  de la religión islámica, por medio de las cuales, se imponen barreras a las mujeres, la mayoría de ellas  se cubren de negro de la cabeza a los pies.  A la vez se aplica la pena capital hasta por delitos comunes.
 
Posteriormente, entrada la década de 1970, la nación  arrancó con  una etapa distributiva, rodeada de política social, se introdujeron  la industria no petrolera, a saber,  la industria del acero, la cual en la década de 1990 llegó a producir 450.000 toneladas por año, así como las plantas procesadoras de gas líquido. Se calcula que Qatar produce el 5% del total mundial de esa fuente de energía (Idem).  Asimismo,  en la década de 1980  inició, igualmente,  la fase de la modernización financiera y comercial, basada en la exportación de capitales, producto de las ganancias del crudo, cuya rentabilidad se equipara con los ingresos directos extraídos del petróleo. Entonces, así, las ideas de la monarquía qatarí, ambiciosa y emprendedora,  se orientaron  a diversificar la producción, reduciendo la dependencia alrededor del petróleo, el cual a la hora de la verdad podrían agotarse las reservas,  más cuando los combustibles fósiles comienzan a ser culpados frente a ese  rema del cambio climático.

La capital, Doha, había ya comenzado a dar  cierta fachada de liberalidad y pluralismo. Ella continúa funcionando como escenario de múltiples negociaciones globales, tanto diplomáticas como económicas y comerciales,  a diferencia de las demás  capitales árabes, en las cuales hay un sinnúmero de restricciones a la libertad de expresión y los derechos humanos; donde no se rema a favor de los derechos de la mujer, principalmente las inmigrantes, víctimas de abusos por parte de sus empleadores.  Al lado de mínimas y discretas reformas políticas de carácter occidental, a  la  mujer se le ha permitido el derecho al voto en la elección del Parlamento mediante el voto directo. Sin embargo, casi nunca alguna llega a resultar electa.     

Fiel a su tradición nacional,  cabe explicar  que los qataríes siempre han sobresalido por  mantener  cierta independencia en sus políticas regionales; más acá se han aprobado mínimas y discretas reformas políticas al estilo occidental. La familia gobernante de Qatar ha objetado ser controlada, incluidos en los vínculos  - calculados - con Israel y Occidente,   y las demás  corrientes religiosas, políticas, culturales  del mundo árabe  e islámico.

De ahí el empeño del pequeño emirato de mantenerse neutral alrededor de las contradicciones políticas y religiosas entre las potencias rivales: Irán (chiita)  y Arabia Saudita (sunnita), aparte que le son inconvenientes las posturas parcializadas en ese conmocionado confín planetario, pues el pequeño emirato  apostó por la presencia y mediación internacional “como fórmula de supervivencia”.  Asimismo, tampoco ha olvidado  que las disputas pueden tener consecuencias en los conflictos que sacuden la región:  de Libia a Yemen pasando por Egipto, Siria e Irak, donde las  petromonarquías, el aislado Irán,  intentan influir con su riqueza.  Mucho menos el  rico emirato se ha quedado  atrás en tal pulso del poder regional. Él no desiste de sus ambiciones en lo que respecta a ejercer liderazgo.
>
Lo vaticinamos en otros artículos, acerca del carácter  irrefrenable  de las  marañas de alianzas y controversias en el Medio Oriente, un rasgo que lo describe el  gráfico aportado seguidamente. Se trata de una región también “liberticida”,  que además de tener petróleo, abusa de los enormes contrastes entre modernidad y tradición, pobreza y riqueza, hasta de las extravagancias de las   petromonarquías o familias gobernantes, estas emparentadas entre sí, ávidas de perpetuarse en el poder en el Siglo XXl. Las cuales intentan influir con su riqueza y poderío militar a las demás naciones islámicas.       






  • http://img-s-msn-com.akamaized.net/tenant/amp/entityid/BBCrKdn.img?h=373&w=624&m=6&q=60&o=f&l=f
Fuente:   Ángeles Espinosa. El País (España), junio del 2017.

En décadas anteriores Arabia Saudita (sunnita)  se había declarado enemigo acérrimo de Israel.  Las dos potencias al tener una enemigo o amenaza común:  el Irán (chiita), han  intentado  controlarlo, al percibirlo como un sub-imperio, obsesionado con poseer  la hegemonía en la zona;  se han visto obligados, de manera solapada, a limar ciertas asperezas y pactar entre sí. Por eso, le han bajado la intensidad a los ataques recíprocos; ya eso es pedir demasiado a los judíos y los sauditas. Al lado de la mayoría de las naciones árabes,  no sólo expresaron su preocupación por el programa nuclear iraní, sino que denunciaron la “continua interferencia” de Teherán en los asuntos internos de cada país,  teniéndose presente  de que los Ayatolas  en la esfera palestina  se aliaron a la sunnita organización terrorista Hamas, quien domina la región de Gaza, una organización, por cierto,   enemiga mortal del Estado Judìo.
Habíamos citado el Consejo de Cooperación del Golfo. Cabe explicar que desde ese mecanismo de integración, dichas naciones árabes musulmanas  coordinan líneas de trabajo de carácter político; frecuentemente  lo tocante a disminuir las tensiones entre las naciones del Golfo con el Estado de Israel, así también las relacionadas con el desarrollo  económico, social, cultural, y la colaboración militar, sin excluir los acercamientos con Europa, quien tiene sembrados múltiples intereses económicos.  Eso sí, menos que los Estados Unidos de América, quien instaló  bases militares en el territorio qatarí. Desde ese lugar  planeó la invasión de Irak (2003) contra Saddam Hussein (Idem), al igual que los  operativos, vinculados a la guerra contra los talibanes y yihadistas de Afganistán.
El inmovilismo político como denominador común, ha sido capaz de disipar  las fugaces y  tibias ansias de reforma en el mundo árabe islámico (Ángeles Espinosa, 2017). Las  alianzas o coaliciones, sobre todo “las lealtades”, desde la antigüedad, se han distinguido por su fragilidad y transitoriedad.  Casi siempre,  los líderes musulmanes tienden a seguir  cada uno por su lado, con tal de consolidar el poder nacional de las respectivas familias gobernantes.  Lo han identificado bien el Irán e Israel, lo cual les ha generado réditos políticos y diplomáticos.

Fundamentalmente, los árabes  siempre han guardado recelos acerca de la influencia iraní sobre las minorías chiíes de varios países (Bahréin, hoy convertido en especie de protectorado saudí).  La desconfianza se ha agravado desde las prolongadas convulsiones  árabes del 2011, en especial en Túnez, Siria, Omán, Yemen, un tanto Bahréin, quien resiste las arremetidas de sus habitantes chiitas proiraníes, estos  conforman los  dos tercios del total de su población. A la fecha, de las revueltas se  han, relativamente,  escapado  Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos (EUA).
Esta vez se han crispado los ánimos en el puñado de naciones del Golfo,  con la abrupta decisión de Arabia Saudí, EAU, Bahrain y Egipto de cortar sus relaciones diplomáticas  con Qatar, supuestamente  por “apoyar al terrorismo”,  según ellos. Acaban de acusar a Doha de alentar el terrorismo por su apoyo al islam político, y de simpatizar con Irán, quien está presta a recuperar su papel de potencia, “al que de todas formas nunca renunciará”.

Por eso decidieron  cortar con Qatar las vías de comunicación áreas, marítimas y terrestres, cerrar las fronteras, con tal de aislarlo. Por su parte,  Doha ha negado las alegaciones y denuncia un intento “inaceptable” de someterlo a tutela, de irrespetarle la soberanía. En gran medida le asiste la razón. Además de la caída de la bolsa catarí, el melodrama  ha provocado la cancelación de numerosos vuelos regionales y un descenso del precio del petróleo. Otro foco de preocupación son las exportaciones de gas natural licuado (LNG). Qatar, uno de los países más ricos del mundo gracias a tener las terceras reservas mundiales de ese producto energético, es un suministrador clave para Europa y Asia (Idem). De manera tal, será impermisible que los clientes extrarregionales  del gas qatarí dejen prolongar este nuevo cisma, que habrá de resolverse por los conductos diplomáticos.  

Las autoridades de  Doha aseguran que tienen bajo su control  el abastecimiento de los alimentos - el emirato importa el 90 % de los alimentos que consume -  las .medicinas y otras materias primas; a la vez confirman que puede mantener sus estándares de vida;  pero, transmiten  alertas de que el diferendo amenaza la seguridad y la estabilidad de toda la región del Golfo Pérsico, hasta llegar a crearse condiciones con vistas a una guerra regional.

EL INTERNACIONALISMO QATARÍ, Y EL GERMEN DE LAS RIÑAS.     En parte, para comprender la diplomacia de Doha, cabe dar a conocer que Arabia Saudita y el Irán antagonizan por la hegemonía en el mundo árabe islámico.  A partir de la Revolución islámica del Irán en 1979  las tensiones recrudecieron. Por otra parte, los anhelos y ambiciones  de Qatar siempre han parecido “excesivos” para un país de reducido territorio. La familia gobernante qatarí  apuesta por acrecentar el prestigio internacional, en cuanto a  estrategia de supervivencia. Ello se ha convertido en un pesado lastre, porque significa haber sido  independiente respecto a su soberana política extranjera, llegando a declarar su neutralidad, según lo subrayamos,  en las riñas entre los persas y los sauditas,  aun siendo miembro del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).  

En las últimas décadas, Doha se  ha inclinado decididamente a favor de la apertura cultural y social, acercándose cautelosamente a la civilización occidental.  En esa vía, Qatar también atrajo a prestigiosas universidades occidentales, inauguró museos; aspira a ser un activo centro cultural y educativo de Oriente Próximo.  Y se apuntó a los grandes eventos deportivos, entre ellos, el haberse convertido en la futura  sede del Campeonato Mundial de Fútbol en el 2022. Además, descubrió la eficacia del poder blando, financiando proyectos en varias latitudes, o bien  promocionando la imagen de la nación impulsora de diversos proyectos educativos y culturales. Algunos observadores tachan a Doha de practicar el estilo de la  “diplomacia de chequera”. Sin duda le ayudó contar con una de las mayores reservas de gas del mundo, tal que los beneficios de esa riqueza natural la transformaron  en un dinámico inversionista  global.

Eso sí, Qatar  “ha sabido quedar bien con Dios y con el demonio”.  Ha combinado una estrecha alianza con Estados Unidos de América (cuya principal base aérea en Oriente Próximo le alberga), así como buenas relaciones con los principales enemigos políticos de este en la región.  Entre sus amistades peligrosas figuran  líderes islamitas  radicales, los antisistema Hermanos Musulmanes,   Hamás, Irán y la Siria de Bachar el Asad, etcétera. No obstante, “esa ambivalencia” la aprovechó Washington, cuando recurrió a Doha,  a fin de intentar conversaciones con los talibanes afganos. Y en  mediar, con desigual éxito, en las reyertas de Líbano, Yemen, pasando por los territorios palestinos o Darfur (Espinoza, idem).

Pero, fue sobre todo su apoyo económico y mediático a las revueltas árabes del 2011 (la Primavera Árabe)  y, en particular a la de Túnez,  los rebeldes sirios - tras llegar a la conclusión de que Bachar era un líder acabado - “lo que colocó a Qatar en la primera liga de la diplomacia internacional.  La ayuda al Gobierno de Mohamed Morsi (perteneciente a la Hermandad), es decir, el presidente egipcio que sustituyó al déspota  Mubarak; la alianza con la Turquía de Erdogan;  o la acogida a islamistas perseguidos,  confirmaron las sospechas  de Arabia Saudita y de sus aliados islámicos  (Espinosa, idem) de un viraje anti - Golfo por parte de Doha.   Lo cual  terminó de irritar a sus vecinos, en especial a Arabia Saudí, máxime que la primera cadena de televisión panárabe Al Jazeera, propiedad qatarí, hubiera, por su parte, atizado los fuegos de la (fallida) Primavera Árabe. En este orden, se sabe que los talibanes poseen oficinas en Doha; al Qaeda usa regularmente la cadena televisiva de Al Jassera, lo mismo que el Estado Islámico (EI), con tal de emitir sus comunicados. 

Desde entonces, Riad,  Emiratos Árabes Unidos, Bahréin  y El Cairo acusan al pequeño emirato de Qatar  de connivencia con el Islam político:  los Hermanos Musulmanes, un grupo islamista que esos gobiernos consideran terrorista, parejo con  Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS).  Bajo la práctica del “castigo colectivo”, esas naciones socias del Consejo del Golfo optaron por aislar al emirato qatarí. Una sanción que  supone una herida seria a su prestigio internacional, que de prolongarse, pondría  en peligro la construcción de las infraestructuras del Mundial de 2022 y su consiguiente organización. Definitivamente, que es “un golpe bajo”.   

Principalmente, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes (EAU), al romper relaciones diplomáticas con el emirato qatarí  - Bahréin y Egipto también secundan la ruptura - ,  provocaron  la crisis que presenciamos; han dicho públicamente que intentan  “un compromiso político de cambio de rumbo por parte de Qatar, que tome en estricta consideración  poner fin  su apoyo a los Hermanos Musulmanes y a Hamas.  Dichas naciones árabes han incluido a ambos grupos en su lista de  terroristas. Además,  también han declarado que otra de las condiciones es que deje de “utilizar la formidable propiedad de medios”, en este caso la cadena de televisión Al Jazeera, preferiblemente que la cierre, a causa de “promover una agenda extremista y agresiva”.  Entre otras cosas, igualmente,  se exige la expulsión de las peligrosas figuras islamistas acogidas en su país.   

A propósito de Al Jazeera, fundada en 1996. Es una cadena televisa de un éxito rotundo de audiencia en los países del Cercano Oriente, en vista de su sesgo pro-árabe y pro-musulmán; ha sido la emisora de comunicados de la organización terrorista de Al Qaeda y los Talibanes,  así también por la difusión “de hechos de la comunidad árabe,  ignorados por las grandes cadenas occidentales y las amordazadas televisiones estatales” de esa región, habida cuenta allí de la precariedad de la  libertad de expresión e información.  

Por supuesto, que el tal acercamiento de Qatar con Irán ha llegado a entrar en las demandas de sus censuradores, lo cual significa que debe alejarse de los persas, que han ganado terreno en el Medio Oriente.  Los estados del CCG consideran que Doha “está volviendo a sus viejos trucos de seguir políticas de forma unilateral y fuera del marco del grupo”, lo cual origina inestabilidad e inseguridad,  interpreta Theodore Karasik del Institute for Near East and Gulf Military Analysis en Dubái. Este analista también apunta que su “acercamiento hacia el ancestral  imperio de Turquía está causando fricciones, al inmiscuirse en la guerra civil de Siria.

Al argumentar que violan su soberanía, Qatar es categórico en su férrea oposición de satisfacer las demandas de  sus vecinos árabes, quienes  han cortado relaciones diplomáticas, y cerrado las fronteras con el emirato. Enseguida, Kuwáit intentó una mediación que resultó infructuosa hasta ahora.  Y países como Estados Unidos, Turquía, Francia y Rusia también se ofrecieron para interceder entre Doha y sus adversarios, sin resultados aparentes. Los Emiratos Árabes Unidos avisaron el 19 de junio que el aislamiento de Doha  podría durar "años" si persisten los desacuerdos”.  Este julio el Golfo le planteó  un ultimatum a Qatar - totalmente desaprobado por este-  en cuanto a ceder a sus demandas, de lo contrario lo excluirán del comercio y de las múltiples asignaturas regionales y federativas.   

ATENUANTES. Acerca de un Golfo monolítico hay abundante material que lo desdice.  Se ha puesto en evidencia que al interior de los Emiratos Árabes Unidos (EUA) hay  intereses contrapuestos. Mientras Dubái tiene lazos históricos y comerciales con su vecino iraní, Abu Dhabi se encuentra ideológicamente más próximo de Riad (Espinoza, idem). De ahí, que pierdan peso los señalamientos de un Qatar presuntamente aliado de Teherán.  Al mismo tiempo,  el plan unionista, total, del Golfo topa con tropiezos en los Emiratos Árabes Unidos (EUA), quien tiene “intereses contrapuestos”, que lo distancian de los sauditas.

Omán sostiene relaciones amistosas con el Irán, al cabo que se opone al proyecto de la unión absoluta del Golfo, formulado por los sauditas, al igual que a la propuesta de unidad monetaria.  Igual voluntad en guardar “cierta equidistancia”  expresa  Qatar que, por un lado, lleva años tratando de marcar sus diferencias con Arabia Saudí y, por otro, comparte con Irán un importante campo de gas en aguas del golfo Pérsico (Espinosa, idem). De forma tal, que sale difícil prever que Doha pueda condecir con Riad, habiendo de por medio un negocio vital con los persas.

En diversas ocasiones,  el Irán y  la ultraconservadora,  absoluta monarquía de Arabia Saudita - tan intransigente del Islam suní como el ISIS y al Qaeda -   han resuelto sus diferencias en buenos términos, hubo ocasión de algunos progresos en sus vínculos, los cuales reprocharon otras naciones del Golfo (Pérsico o Arábigo), a causa de las disputas territoriales con los persas, en las cuales entraron en juego los intereses de los Emiratos Árabes.

A excepción de Rusia, Irán y Turquía que lo ayudan, Qatar recibió señales contradictorias de la administración de Donald Trump,  respecto al “castigo colectivo” por parte del Golfo.  Mientras el presidente Trump le pedía “que dejara de financiar a los movimientos extremistas”, el Departamento de Estado abogaba por el diálogo para poner fin al conflicto diplomático (Idem).  Es de suponer que la riña distará  de  afectar la base de Estados Unidos de América, la cual opera en el territorio qatarí,  de acuerdo con las versiones de Rex Tillerson, secretario de Estado estadunidense.

Hay consideraciones que van más allá de  las reyertas limítrofes, a saber, los reclamos de la federación del Golfo de que  Irán se apoderó de varias  islas en una de las zonas más estratégicas del golfo Pérsico, dado  que la mayoría del tráfico marítimo pasa entre ellas por la profundidad de las aguas. Como dijimos,  la nación saudita y la iraní antagonizan por la hegemonía en el mundo árabe islámico. El tema clave.  El reciente acuerdo o compromiso nuclear alcanzado en Ginebra entre Irán y las seis grandes potencias, en cuenta los Estados Unidos de América con Barack Obama a la cabeza,   ha eclipsado a las monarquías de la península Arábiga, su poder de influencia se debilitó, a diferencia de Irán, que al respetarlo, paulatinamente ha recobrado confianza en el seno de la Organización de las Naciones Unidas y en el propio Occidente.  

Considerando otro factor, los iraníes muestran mayor fortaleza, capacidad y experiencia militar que las seis naciones componentes del Consejo del Golfo, en tanto que juntos suman 30 millones de habitantes frente a los 80 millones del  Irán. En cambio las naciones federadas superan no más al “subimperio” iraní  en  las reservas mundiales de petróleo y en torno al  gas. Lo cual es insuficiente, con tal de mitigar el poderío persa.

POSIBLES VARIANTES  EN LA  CORRIENTE ANTI-IRANÍ.  Los sauditas insisten en consolidar su liderazgo geoestratégico frente al Irán. Ellos están bastante  lejos de resignarse ante el  prestigio iraní, alrededor del  compromiso nuclear alcanzado con Occidente.  Sus cálculos anti - persas fallaron, al presumir que con el arribo del Gobierno de Mahmud Ahmadineyad, quien pretendía convertir al Irán  en una potencia atómica,  un desafuero y amenaza que, en lugar de allanarle la vía al Presidente Barack Obama de poder  bombardearlo, más bien el mandatario prefirió  optar  por un acuerdo antinuclear, el cual decepcionó a   Arabia Saudita y sus aliados del Golfo, que esperaron  un ataque militar tanto de los estadunidenses como de Israel, enemigo absoluto de Teherán y los Ayatolas.

Por eso, la monarquía de Riad  ha acelerado el paso con el gobierno de Donald Trump,  en cuanto a hacer realidad el proyecto antiterrorista de una “OTAN árabe”, lo cual  inquieta a Irán, pues se percibirá aislado; ello antecedido por el ostracismo internacional en el cual Irán se encontraba desde la revolución contra el Sha  de 1979. Tales posturas quedaron a la vista durante la reciente visita de Trump al Medio Oriente, en la cual se propuso restaurar el precario equilibrio de poder regional, tal que favoreciera a la disminuida Arabia Saudita.  

Tampoco  es seguro presagiar  señales  del viraje estadounidense con respecto a los Ayatolas, a quienes Trump intenta, al menos de palabra, aplicar una política dura, a pesar de que el presidente iraní Hasan Rohaní aboga por acercamientos con Washington y la comunidad árabe.  Se desconoce hasta qué punto lo ha conseguido, porque  Trump acaba de instaurar  la obligatoriedad de impedir la entrada a su país a los ciudadanos de seis naciones islámicas, en cuenta a los del Irán.

Lo que sucede es que Estados Unidos de América y el Irán deben coordinar acciones militares; ostentan propósitos similares,  bajo el argumento en que ambos tienen un enemigo común: el sunnismo radical de  ISIS (o el Estado Islámico),  más el incremento de sus actividades terroristas, conexo a la guerra librada contra esa organización ultra - radical, asentada en Irak, Siria, Afganistán, entre otras naciones. Posteriormente, quedó en evidencia (paradójicamente) que tanto Washington como el Irán poseían los mismos enemigos: los talibanes en Afganistán y Pakistán, así también  el déspota Saddam Hussein en Irak.

Por su parte,  “Rohaní es un político astuto que encontrará cómo dialogar” y concertar, atenuando la posición anti - iraní de Trump, detrás de  la cual aparecen los sauditas.   Y dicho sea verdad  la probable derrota del ISIS en Irak y Siria en los próximos meses, puede redituar a favor de Irán, declarado enemigo de los fundamentalistas sunnitas, estos quienes llevaron a cabo atentados contra lugares claves y simbólicos de Teherán, en los cuales el gobierno de Rohaní acusó a los sauditas de estar detrás de tales acciones agresivas. Promete venganza. El señalamiento  enciende el clima de desconfianza, en medio de una cadena de conflagraciones, en los cuales los iraníes han sacado ventajas contra su rival saudita, ya sean  los conflictos en  la zona de Siria a Yemen, que alcanzan a Libia, Líbano, Palestina, Irak y Bahréin.  Las autoridades saudíes alegan que tal ventaja militar no es sino que  la intromisión iraní y sus planes desestabilizadores  contra los países aliados de Riad, para lo cual utilizan  a las comunidades chiíes,  al cabo que allí  encuentran además rincón  los extremistas violentos, los yihadistas, etcétera.
Recordemos que al comenzar el Siglo XXl con  los atentados del 11-S contra  las Torres Gemelas de New York (después los de Europa),  los sauditas salieron golpeados y desacreditados  en sus relaciones con los Estados Unidos de América, por cuanto 15 de los 19 terroristas eran saudíes (Espinosa, ídem). Hubo señalamientos en Washington  alrededor de la escuela interpretativa fundamentalista del wahabismo, las escuelas madrasas, financiadas por los saudíes, de donde provienen, precisamente, las células de  la organización terrorista al Qaeda y los yihadistas.

Asimismo,  varios congresistas estadounidenses  le exigen a los sauditas pagos de indemnización a las familias norteamericanas afectadas, por cuanto  los terroristas de ese doloroso episodio  poseían la nacionalidad saudí; desde el  país árabe se organizó.  Intentando lavarse la cara, por eso el gobierno saudita acusa a  Qatar de respaldar el terrorismo, presentando como prueba sus vínculos con los Hermanos Musulmanes, entre otras fuerzas políticas.

A Irán tampoco le son ajenos los ataques en su haber, en cuanto a que promueve  el terrorismo en dirección a objetivos israelitas, financiando a formaciones radicales palestinas y al chiita hizbulá libanés.  Los episodios violentos, patrocinados años atràs por  el Irán contra intereses judíos en Argentina acrecentaron el valor de las pruebas del ligamen de Teherán con el terror global.  Al mismo tiempo, el lenguaje de odio y ofensivo de los Ayatolas frente a Occidente e Israel eleva la incertidumbre acerca de la sinceridad de los persas de unirse a la campaña internacional contra todo tipo de manifestación terrorista, el cual se alimenta de las ganancias del tráfico de drogas, que de seguido  nutre a su vez la economía iraní, castigada por Europa y Washington al insistir de llevar a cabo sus proyectos nucleares.     
 
LOS HERMANOS MUSULMANES. El Consejo del Golfo asegura que Qatar respalda a esa organización islámica (el Islam politico), ilegal en la mayor parte de esa región. A dicho bloque de naciones le   molesta,  sobre todo a los  saudíes y emiratíes,  porque su ideología cuestiona el estatus del gobierno monárquico y dinástico. De ahí que hayan facilitado miles de millones de euros de ayuda a Egipto, tras el derribo del presidente Mohamed Morsi, miembro de la Hermandad que contó con el apoyo financiero del gobierno qatarí para que alcanzara el poder. Esas diferencias también son visibles en el respaldo a la oposición siria, a cada uno se le atribuyen distintos enfoques.

Parcialmente Doha comulga con mantener a los chiitas en Siria, pese a declarar  su contraposición a la vigencia del mandato del gobierno de Bachar el Asad, perteneciente a un clan chiita. En el caso específico de los Hermanos, Doha ha necesitado de  ellos, a fin de  frenar al gigante Arabia Saudita, que la acosa y aboga “por someterla a tutela”.  Ese vecino gigante, que dicho sea verdad concretó, peligrosamente,  contratos de compra de armas con Trump.

Habiéndoles sido útil  en la Guerra Fría al  adoptar sus preceptos para contrarrestar los movimientos de izquierda y los nacionalistas panarabistas,  hoy las petromonarquìas conservadoras reprimen y encarcelan  a todos aquellos sospechosos de pertenecer a la desautorizada Hermandad. Simultáneamente, ese proceder  sube el volumen de las acusaciones de que Qatar proporciona  apoyo el terrorismo, este que, por demás, amenaza el poder perpetuo de las familias gobernantes del Golfo.

El resurgimiento de las ultraconservadoras “Hermandades Musulmanas”, se interpreta a modo de una amenaza comparable al  Irán de los ayatolas,  ya que  tienden a cuestionar la legitimidad y el estatus de las autoritarias monarquías árabes. “Los Hermanos Musulmanes, que hace poco se aprovecharon de la moderada apertura democrática de Egipto,  no creen en el Estado nación, ni en la soberanía del Estado”, ha justificado Abdalá Bin Zayed al Nahyan, ministro de Exteriores de Emiratos, un país que por cierto hace campañas para desactivar el ascendente poder de la Hermandad.

Los gobernantes saudíes, por su parte, han atemperado su apoyo a la sunnita oposición siria, de la que los Hermanos Musulmanes “constituyen la espina dorsal”.  Ali al Ahmed, el director de Institute for Gulf Affairs, “un think tank” sobre la zona con sede en Washington reconoce que la Hermandad cuenta con mayor credibilidad en la calle que las desacreditadas y cuestionadas familias reales del Golfo. “Su modelo atrae a un amplio sector de la juventud sunní porque le resulta más cercano, y su poder es más difuso que el de las monarquías que monopolizan gobierno y riqueza”. Entretanto, las monarquías sunnitas, con gastos multimillonarias en inversiones de infraestructuras y medidas modernizadoras, tratan de evitar que sus ciudadanos se vean atraídos “por los cantos de sirena islamistas”, u otra vez por  los valores de los  movimientos de la Primavera Árabe (2011), los cuales han logrado contener por este instante (Espinosa, idem).  
Lo paradójico es que supuestamente al financiar a grupos cercanos al ISIS o Al Qaeda en Siria, o a tratar con Israel, los qataríes no han hecho otra cosa que repetir las mismas y subrayadas prácticas   de sus vecinos del Golfo, principalmente la nación saudita, que tiene cola en abundancia.. Hasta cierto punto en las presiones contra Doha, según algunas fuentes, lo que prevalece es el temor a la fuerte  reaparición de una nueva  Primavera Árabe, así como el convencional “cinismo”. Nada de extrañar en el Medio Oriente.

Ronald Obaldìa González (Opinión personal).