viernes, 28 de febrero de 2014

RENOVACIÓN DE LA POLÍTICA COSTARRICENSE.

RENOVACIÓN DE LA POLÍTICA COSTARRICENSE.

En cuanto a consistencia ideológica  y programática de los partidos políticos costarricenses, encuentro similitudes entre los comicios generales, efectuados en 1974, y el proceso electoral del pasado 2 de febrero, por el cual la ciudadanía optó por la celebración de la segunda ronda electoral, a fin de definir, por esta vía democrática,  la elección del próximo Presidente de Costa Rica.
Esta vez le corresponderá participar únicamente a dos candidatos: uno de ellos perteneciente al “gran partido adulto”, el Partido Liberación Nacional (PLN);  el otro aspirante representa al novel, aunque disciplinado Partido Acción Ciudadana (PAC), cuyo desempeño positivo en los tres últimos comicios, lo han ido colocando, progresivamente, en posición de primer orden de la política nacional.

Al repasar aquella lejana fecha, 1974, cabe subrayar que fue por poco que no hubo doble votación.  El PLN había presentado como su candidato presidencial a Daniel Oduber Quirós - un purista ideólogo socialdemócrata -, facultado intelectualmente  en llevar a su partido a gobernar, consecutivamente, por segunda ocasión.

Don Pepe Figueres, con el PLN, había derrotado de manera convincente a Mario Echandi Jiménez en las votaciones generales de 1970.  Precisamente, el periodo de 1970 - 1978 significó el punto de mayor madurez de la socialdemocracia criolla y del ascenso de la clase media como poder emergente.  Pero, estos empeños y resultados sociales y políticos de ningún modo le hicieron fácil el camino a Oduber para convertirse en el candidato ganador.       
Al igual que en este 2014, la oposición se encontraba fragmentada (esto es política), lo cual fue aprovechado de manera táctica por el PLN y Oduber, para superar por una diferencia bastante corta  a las denominaciones adversarias, toda vez que  el continuismo de los socialdemócratas pesaba lo suficiente en el pensamiento de los electores.  

Entre las agrupaciones de la oposición se levantaron  profundas diferencias ideológicas y visiones programáticas, lo cual obstaculizó el interés  de conformar un bloque único. Aún así, la victoria de Oduber en primera ronda resultó posible, apenas, con un poco más de sufragios que excedieron el porcentaje mínimo (40%)  para triunfar.

La claridad de los principios y la proyección de las propuestas  de cada opción  partidaria, abundantes en recursos, organización y estructura de cuadros - hecho que sobresalió en la primera ronda del 2014 -, constituyó los señalados atributos y llamados para haber allegado a  sus filas el mayor número de adherentes y simpatizantes.

Por todo ello,  la segunda ronda fue tomada  en serio  desde la apertura de la contienda proselitista  por parte del Tribunal Supremo de Elecciones; mientras que el partido oficial redobló el trabajo duro, a fin de alcanzar el mínimo de sufragios necesarios, calculando que el desenlace de la segunda ronda podría haberle sido incierto. Un riesgo que suelen administrar frecuentemente  la mayoría de los partidos políticos de las naciones democráticas, capaces de retener el poder de manera consecutiva, mediante procesos electorales legítimos y transparentes como el de Costa Rica.  

Merece recordarse la elegancia,  la profundidad de ideas y el pensamiento bien ordenado de los candidatos  Daniel Oduber Quirós y Rodrigo Carazo Odio, otrora socios políticos, después rivales en la enriquecida competencia electoral de 1974. Por cierto, rasgos positivos entrañados en Luis Guillermo Solís Rivera y Rodolfo Piza Rocafort, aspirantes presidenciales en la primera ronda.   

Hubo candidatos que fueron animadores y participantes activos en la lucha electoral de hace cuarenta años, entre los que destacó, Jorge González Martén, cuyo saber práctico y capacidad ejecutiva, llegó a replicar el perfil de los políticos convencionales, dado que buena parte de ellos carecieron de trayectoria empresarial. 

Habilidades que González Martén traía consigo como desarrollador de computadoras en los Estados Unidos de América. Hoy percibimos estas virtudes de personalidades emprendedoras en Johnny Araya Monge y Otto Guevara Guth, demostradas a la vez en sus fructíferas vidas personales.  

El primero, Araya Monge, continua junto con Luis Guillermo Solís en la lid electoral, porque esta ha sido la voluntad del pueblo, que optó por resolver la elección en segunda vuelta, justamente en un contexto en que los costarricenses están “bien informados y dedicados a supervisar  la función pública, en medio de una sociedad libre y pluralista.     

Nuestro Manuel Mora Valverde, líder comunista y Benemérito de la Patria nunca dejó de ser un conductor de los destinos del país, motivo por el cual presentó de nuevo su nombre en las votaciones de 1974.  Poseedor de una inmensa inteligencia y capacidad retórica, por encima de sus convicciones marxistas leninistas, puso de manifiesto, primero, su lealtad con los principios, reglas democráticas y los valores cívicos de su país, los que defendió a ultranza, intentando profundizarlos  a favor de la justicia social.

En cambio,  en la primera vuelta del 2014 quedó demostrado que, con la sociedad costarricense,  todavía la izquierda nacional está en deuda. Entumecida con los postulados del Manifiesto Comunista del Siglo XlX e incapaz, igualmente,  “de hacer un análisis concreto de la realidad concreta” de la Costa Rica del Siglo XXl  - el ejercicio constante hecho por Manuel Mora en sus gloriosas batallas -,  es de suponer que   José María Villalta y su agrupación política al  sentirse cómodo con esa debilidad e impericia,  no hará otra cosa que reforzar las  limitaciones propias de una minoría dogmática, ahondadas a través  de la alianza con el decadente  populismo del Socialismo del Siglo XXl, la desgracia del pueblo venezolano.                       

Sin embargo, el diversionismo y la antipolítica hubieron de tener cabida en los comicios de 1974.  De repente levantó simpatías el famoso Gerardo Wescenlao Villalobos, más conocido como “GW”, quien le restó votos a las restantes agrupaciones, gracias a su ludismo y bufonadas.  Confiemos que esos accidentes dentro de la sociedad política, menos llamativos que la Cicciolina, la diputada porno de Italia, sean apenas pasajeras evasiones de la realidad, entendiendo que los líderes y los partidos políticos “son el aceite que lubrica las ruedas de la maquinaria democrática”.  

Ronald Obaldía González (Opinión personal).

miércoles, 12 de febrero de 2014

UCRANIA: DE SATÉLITE SOVIÉTICO A LA ÓRBITA RUSA.

UCRANIA: DE SATÉLITE SOVIÉTICO A LA ÓRBITA RUSA.





Hagamos a un lado el espacio, el tiempo y la particular realidad objetiva, tomados como punto de partida histórico  por los estudiosos de las ciencias sociales de América Latina, ocupados en la segunda mitad del Siglo XX  de formular la teoría de la dependencia y del subdesarrollo, cuyo aporte académico - a la vez transferido a  la praxis política -,  consistió en haber puesto en evidencia  la desigual  relación e interacción económica entre los centros de poder global (o metrópolis septentrionales) y las periferias postergadas o colonias meridionales.

Las ciencias sociales y la rama de la economía evolucionaron de modo significativo con esta escuela de pensamiento y novedoso método de análisis, influenciado por la teoría del imperialismo, formulada por el marxismo leninisno.  Doctrina que también dedujo y expuso en sus tesis políticas que la dinámica del  descubrimiento de América (1492), como realidad material e histórica,  acentuó tal régimen de desigualdad y exacción.

Según tales teorías, con el devenir del sistema capitalista de producción, fuente de contradicciones e inequidad  entre los países desarrollados y los menos, se crearon condiciones de crónicas desventajas  económicas y de  acumulación de plusvalía o ganancias, luego multiplicadas en el comercio internacional, pero favorecedor desmedidamente  de las metrópolis; más capaces de transformar los factores  productivos y agregar capital especializado al trabajo, sobre todo con el empuje de los procesos industriales (Karl Marx, “El capital”) de los Siglos XVlll y XlX.

Esas teorías, antes citadas, tuvieron un sesgo. Eludieron el análisis crítico  acerca de la hegemonía ejercida por Rusia por encima del  conjunto de las antiguas repúblicas soviéticas - Ucrania, en especial -, estas acosadas  e impedidas a adquirir independencia política y económica; o se les frenó la capacidad soberana de elegir a sus socios y alianzas internacionales.

De cualquier modo, sería  incorrecto negarles a tales escuelas metodológicas  sus contribuciones,  respecto a la comprensión de las causas del comportamiento expansionista y extractivo de la Corona o el imperio español en el Nuevo Mundo, así como del periodo colonial, en general, cuando las antiguas potencias controlaron las riquezas del mundo.  De lo cual,  fue también protagonista, primero la Rusia zarista, después  el Kremlin al someter las antiguas repúblicas soviéticas frente a la dirección superior del totalitario Estado Soviético y su Partido Comunista.   

Ciertamente, España  se había posesionado de fuerza laboral esclava, capitalizó los recursos naturales de inmensas zonas geográficas, en especial los materiales preciosos, y otras riquezas como el control de las  rutas marítimas comerciales, provistos por los territorios de ultramar,  dominados y colonizados; reveladores en la conquista y la colonia  como factores de acumulación, expansión y de poder, a fin de enfrentar el antagonismo de los tradicionales imperios europeos, tales como, Inglaterra, Francia y Portugal.

Al otro lado, el imperialismo soviético, y su  precursor inmediato:  el zarismo ruso,  emularon  las conductas expansionistas e imperialistas de sus adversarios europeos. Siglos antes del descubrimiento de América,  la agresividad y los apetitos del pueblo ruso por los territorios de Kiev (hoy Ucrania), Crimea,  la  Finlandia del Siglo Xll, así también los pueblos del Cáucaso, Asia Central y de algunos de Asia del Sur -  entre ellos Afganistán -, colocaron a “la Gran Madre Rusa” entre los epicentros de los poderes universales.

Enseguida  la Revolución Bolchevique (1917) restauró los pasos del antiguo régimen zarista, yendo más lejos todavía, por cuanto,  bajo  los acuerdos de Yalta y Potsdam (1945), la Unión Soviética (URSS) se configuró  como  imperio geoestratégico y geoeconómico, guiado por su propio proyecto ideológico (marxista – estalinista), así también  expansionista y despótico. Sin embargo, resistido por movimientos nacionalistas, que en el caso particular de Ucrania continúan intentando aminorar la dependencia y acercamientos en relación con Rusia, a cambio de asociarse en un futuro inmediato a la Unión Europea.
  
Así entonces, Moscú hubo de  confrontar  la civilización occidental,  en el marco también de la carrera armamentista de la Guerra Fría. El emergente poder estratégico y global del Siglo XX se apoderó  de diversas  naciones del Asia Central, el Báltico y el Cáucaso, a quienes subordinó,  incluidos  los Estados del centro y este de Europa,  enrolados  mediante el Pacto de Varsovia.

Todos esos pueblos  transformados a la vez en  satélites sumisos  del régimen comunista, el cual importó el prototipo de las interrelaciones e intercambios comerciales, que sobresalieron entre las tradicionales metrópolis y las periferias meridionales, aquellos históricamente desequilibrados e inequitativos.  

La desintegración de la URSS (1991) estuvo lejos de ahogar los sentimientos expansionistas e imperialistas de Rusia, principalmente, el rehusarse a abandonar el control de Bielorús  y Ucrania.  Esta última,  la de mayor extensión territorial entre las antiguas repúblicas soviéticas, así también, abundante en metales, entre ellos el acero, riquezas que contrastan con los rasgos de una economía deprimida, en la mira de las reformas y ajustes por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI), que le condiciona con frecuencia los préstamos de rescate, pues la crisis financiera golpeó los ingresos, derivados de las exportaciones de acero ucranianas.

Una vez colapsado el Pacto de Varsovia,  Moscú ideó en 1991 la conformación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), de lo cual se aprovechó para mantener al gobierno ucraniano como aliado, integrándola recientemente al acuerdo de unión aduanera, del cual son parte Belarús, Arzebaiyán y Armenia.   Dentro de la órbita rusa, las posibilidades ucranianas de consolidar relaciones balanceadas con la Unión Europea se redujeron  ampliamente. El reciente fracaso de su incorporación al acuerdo comercial con los europeos, boicoteado por Vladimir Putin debilita por completo tratativas venideras.

Una desventaja que los grupos nacionalistas y antirusos, promotores en el 2004 de la democratizadora   Revolución Naranja, quienes  en estos días se manifiestan violentamente en las calles de Kiev, resienten e intentan revertir, puesto que sus intereses apuntalan hacia la Unión Europea, cuya diplomacia y métodos políticos resultan timoratos y torpes frente a las persistentes ofensivas de Moscú, decidido en retener a Ucrania en su órbita, así como acumular influencia en la política internacional.

Por todo ello, Putin presiona a los ucranianos por la instauración de gobierno socios,  democráticamente cuestionados, tal que al actual,  dirigido por Viktor Yanukovych,  le ha ofrecido ayuda financiera por más de $15.000 millones;  además de aliviarle el costo de las facturas de energéticos, tácticas políticas que distan de amainar el desenfrenado nacionalismo, que repudia el protagonismo ruso.      

En medio de un patrón de dependencia, es sabido que intereses vitales de larga data ha poseído el Kremlin en Ucrania, todavía más con Putin,  entre los que cabe destacar la protección de la minoría rusa (20% de la población ucraniana); la inseguridad en las plantas nucleares en ruinas - causantes otrora del accidente de Chernobyl (1986) -  ahora bajo custodia ucraniana, las que representan  excesiva preocupación tanto a Rusia como a la comunidad internacional.   

Dentro de la gama de intereses se registran las deudas de Kiev por el abastecimiento de petróleo y gas rusos, deudas incrementadas (a veces arbitrariamente) por la fijación de precios más altos; al cabo que en parte del territorio ucraniano hay instalados oleoductos rusos, que funcionan de ruta de tránsito de las exportaciones de gas a Europa. Está en la agenda  la cuestión de  Crimea, por ahora en manos de Kiev, lo cual dista de ser un capítulo cerrado en Moscú, ya que en el Mar Negro operan  flotas moscovitas.

 No sobra destacar que la agricultura ucraniana es proveedora de alimentos de Rusia, donde la economía petrolera, lenta en despegar, ha sido incapaz de modernizar la base de su producción agrícola.    

En términos generales, si hay algo seguro es que la mayoría de las naciones latinoamericanas, otrora colonias de España, o en el caso de Brasil, dominado por los portugueses,  manifiestan tener en este Siglo XXl  mejores índices de desarrollo humano y niveles de sostenibilidad política y económica superiores,  que las repúblicas soviéticas,  controladas por la égida del imperio de Rusia, ya sea la del zarismo o de los Bolcheviques.

 

Asimismo, este supuesto llega a sumar a las naciones del centro y este europeo, regidas y asfixiadas, en su momento por la extinta URSS, a saber, Hungría, Eslovenia, Eslovaquia, Polonia. Más grave es la situación de la empobrecida y convulsa Bosnia y Herzegovina, fatigada constantemente por protestas sociales, en cambio, apaciguadas en Latinoamérica. 


Simplemente, realicemos una ligera comparación entre Costa Rica, una pequeña economía desarrollada,  y Ucrania,  la ex república soviética de mayor peso. Mientras nuestro país se coloca en el lugar 62 del Índice Desarrollo Humano de las Naciones Unidas; por su lado, Ucrania se ubica en la posición 78. De acuerdo con los datos económicos del Banco Mundial el ingreso pér cápita costarricense equivale a casi $9500, en tanto que el del pueblo ucraniano es apenas de $3900. En cuanto a gobernabilidad democrática y cohesión social, los hechos hablan por sí solos; es suficiente hacer una rápida lectura de las violentas divisiones entre pro-europeos y pro – rusos, que tienen fatigada la sociedad ucraniana en estos últimos meses.       

Retornando a las teorías de la dependencia y del subdesarrollo, y repasando la teoría imperialista, que todavía invaden las aulas de la academia latinoamericana, nos damos cuenta cuán tendenciosas siguen siendo las ciencias sociales. Esto significa que ha de estarse lamentando el argentino Mario Bunge de observar retrocesos en su tentativa de unificar los métodos de las ciencias sociales y las ciencias naturales, así como alcanzar mayor objetividad en las investigaciones de las ciencias sociales, múltiples de ellas ideologizadas.   

Ronald Obaldía González (Opinión personal)