lunes, 30 de diciembre de 2019

EN AMÉRICA LATINA NO HAY NADA TAN URGENTE COMO LA REVISIÓN DE DOGMAS

EN AMÉRICA LATINA NO HAY NADA TAN URGENTE COMO LA REVISIÓN DE DOGMAS Autor: Ronald Obaldía González En el 2019 multitudes de ciudadanos de varios países latinoamericanos marcharon masivamente con el propósito de expresar su extremo descontento con varios gobiernos, a causa de la corrupción pública y privada y “las deterioradas condiciones sociales y políticas”, puestas de relieve en países como Venezuela, Nicaragua, Perú, Honduras, Haití, Puerto Rico, Ecuador, Chile, Bolivia, y más recientemente Colombia, en donde se lanzaron a protestar a las calles miles de personas (CNN). Hasta hubo motivos históricos, en cuanto al riesgo de predecir que este subcontinente, el cual se tornó más complejo de lo calculado (Serguéi Lavrov), otra vez pudiera llegar a colocarse “en llamas”. Todavía no se ha disipado la incertidumbre, en cuanto a que las violentas protestas populares de este año puedan estar debidamente controladas. El riesgo “de guerras relámpagos” es inminente en los casos de la caótica Venezuela, donde Nicolás Maduro, heredero de la radicalizada “revolución bolivariana” de Hugo Chávez, de modo fraudulento y con el respaldo de las cadenas de mando del ejército, se ha aferrado al poder desde el 2013 (REUTERS). En circunstancias similarmente críticas hallamos a Nicaragua, regida por la tiranía de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, bajo la complicidad de la policía y de las fuerzas armadas. Desde abril del 2018 esa nación centroamericana viene siendo el escenario de masacres indiscriminadas, de violaciones a los derechos humanos, a causa de las constantes y hondas fisuras autoritarias de carácter dinástico. Las mediaciones diplomáticas y políticas dentro de los conflictos emergentes han carecido de resultado alguno. Por el contrario, le han proporcionado oxígeno a las tiranías de Nicaragua y Venezuela; o a los gobiernos impopulares, entre los resonados encontramos al de Honduras, desde enero del 2014 gobernado, mediante elecciones fraudulentas, por el oscuro personaje Juan Orlando Hernández. Asimismo, Chile, en donde al Presidente Sebastián Piñera, al estilo del antiguo régimen militar, se le responsabiliza directamente de la desmedida represión contra los manifestantes, opuestos en primera instancia al aumento de los precios en las tarifas de los trenes. EN EL ORDEN DE LAS AMENAZAS (latentes) y la inestabilidad, la región (América Latina y el Caribe) adolece de profundos desequilibrios entre ricos y los sectores sociales más desposeídos, al cabo que constituye un elemento sensible, apetecido en la acción de las fuerzas opuestas en el orden mundial, multipolar, emergente (Serguéi Lavrov). En América Latina “el deterioro de la calidad de vida”, especialmente la concentración de la riqueza en manos de élites reducidas, en consecuencia la desigualdad, se profundizan, casi que se ven anulados los esfuerzos transitorios o agónicos por reducirla, al extremo de poseer conexiones y canales de contacto con el crimen organizado y el narcotráfico, quienes se aprovechan de tales vulnerabilidades histórico - estructurales. Los capos y sus secuaces, además de infiltrarse en las organizaciones estatales y los partidos políticos, financian la violencia y explosiones sociales, especialmente en Centroamérica, Colombia, México. Hay “un entorno convulso”. Los principales detonantes de los estallidos han llegado a ser el estancamiento económico, el mal gobierno unido a la corrupción, las medidas económicas impopulares, la carencia de políticas públicas de reducción de la desigualdad y la pobreza; dicho sea de paso el rezago de las zonas rurales en relación con el mejor nivel desarrollo humano en las áreas urbanas o centrales, lo cual va de la mano con la agudización de “la brecha digital”. La última edición del informe “Panorama Social de América Latina, escrito por la Comisión Económica de América Latina y el Caribe (CEPAL), la cual evaluó la evolución de la pobreza, arrojó que la pobreza extrema en nuestra región aumentó en un 0,3%, alcanzando el más alto nivel en los últimos 100 años. Pero además continúan los efectos de las adversidades casi crónicas, o bien coyunturales (engañosamente superadas), sean respectivamente los orígenes del frustrado golpe de Estado en Venezuela, primero en contra de Hugo Chávez (2002), luego frente al autoritario gobernante Nicolás Maduro, cuyo mandato dejó ser reconocido por más de cincuenta gobiernos de la comunidad internacional; así como el caso particular de Bolivia, sacudido por el desacato al resultado del referéndum de febrero del 2016, por el cual el pueblo soberanamente impuso la prohibición de la reelección presidencial. El último hecho de Bolivia que encendió las manifestaciones sociales se centró en el fraude electoral, así catalogado por la Organización de Estados Americanos (OEA); igualmente el amaño lo corroboró en días pasados la misión electoral de la Unión Europea, el cual habría de favorecer la reelección del mandatario Evo Morales – luego derrocado por las Fuerzas Armadas - quien desde catorce años atrás venía ejerciendo la Presidencia. Enseguida el organismo regional adoptó la resolución, mediante la cual solicitó “establecer un calendario para convocar, lo antes posible, a elecciones nacionales con garantías democráticas”. Una acción política que ha de cumplirse y ejecutarse lo antes posible, sin exclusiones políticas de naturaleza alguna. A reglón seguido hay que prestar atención a las iglesias evangélicas en la política latinoamericana, las cuales crecen y alimentan de modo inconveniente las facciones políticas de la ultraderecha, con tal de impulsar su agenda conservadora a contrapelo de los postulados de los derechos humanos. Sea a través de candidatos propios o bien entregan el apoyo a quienes promuevan sus principios, por lo general a tendencias antidemocráticas. Han llegado a definir algunas veces el resultado de elecciones y después presionan en la toma de decisiones (Miguel Torres). Hay que mirarlos con recelo y desconfianza, porque al igual que en otros países intentarán penetrar las esferas políticas con el fin de imponer su agenda tradicionalista, utilizando sus pastores con un discurso de populismo religioso, semiautoritario, frecuentemente respaldado por intelectuales neoliberales, más radicales y de mayor influencia. LAS IDEOLOGÍAS, RELATIVAMENTE DEL PASADO. De hecho con las agitaciones sociales de América Latina sale a la superficie el desprestigio de las ideologías “misioneras”, “salvíficas”, a favor “del proletariado”, el campesinado”, los desheredados, o bien la del Consenso de Washington de la década de 1980, la apologista de los mercados desregulados, con las cuales a partir de la postguerra mundial en el Siglo XX, y ya adentrado el Siglo XX, se fascinaron y nutrieron respectivamente ciertos caudillos, las mismas clases políticas dominantes, así como los líderes contestatarios antisistema o pro-sistema, ya fueran adeptos al capitalismo liberal o al comunismo clásico. Dicho sea verdad el neoliberalismo significó “una contradicción para los grupos y organizaciones de la sociedad civil carente de los medios de producción y de la gran propiedad privada”. Al lado contrario, el populismo de izquierda infringió severos daños al sector productivo y la clase empresarial; queda en evidencia que ambas tesis y corrientes políticas poseen el demérito de ser fallidas La mejor comprobación de esta hipótesis nos la dan a conocer en estos meses los ciudadanos de Chile, entre otras naciones, durante las protestas y revueltas, al ventilar su repudio frente a las denominaciones políticas, desprendidas tanto del derechista régimen dictatorial de Augusto Pinochet, como de los partidos socialistas o neo-marxistas. Los mismos que cogobernaron por más de veinte años, transando el poder con las élites tradicionales. Las fuerzas sociales emergentes, contestatarias, justamente, en el caso chileno, se abstraen de aquellas ideologías convencionales, ya desacreditadas; fueron contraproducentes, las cuales “reperfilaron” el control de la geopolítica y la geoeconomía, al extremo de haber conducido a múltiples naciones a confrontaciones militares y guerras de insurgencia, tanto así que arrastran todavía secuelas irreversibles. Tras el regreso de los militares a los cuarteles, más el éxito relativo de los procesos de pacificación en el istmo centroamericano, se pudieron atestiguar por casi tres décadas, resultados democráticamente positivos en el mapa político latinoamericano. Sin embargo, subrepticiamente corrió el dogmatismo ideológico, el cual renunció a desaparecer por entero. El neomarxista Foro de Sao Paolo (1990), así como los apóstoles de los neoliberales “Chicago Boys hicieron de las suyas. En particular, los neoliberales, quienes pregonaron la acumulación de capital en lugar de la distribución justa de la riqueza (Andrés Velasco; Luis Felipe Céspedes). Llegaron a autoconvencerse “del fin de la historia…” al caer de manera estrepitosa la Unión Soviética. A Francis Fukuyama hay que abonarle el presagio como tal. Según él, “la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido”. Entonces daría inicio una sociedad global basada en la política y economía de libre mercado, impuesta a lo que denominó “las utopías”, entre ellas, el marxismo leninismo, luego del fin de la Guerra Fría. En el caso particular de nuestro subcontinente, la teoría de Fukuyama trastabilló, puesto que las revueltas sociales han tenido como fundamento el endurecido cuestionamiento de la política económica de mercado, de orientación neoclásica, fiscalista y monetarista, además de la descentralización del control de la economía; igualmente lo comentado acerca de Chile; lo acontecido en Ecuador y el gobierno delicuencial de Honduras. Éste decidido a privatizar los servicios de salud y educación. Por su parte, las clases políticas dirigentes poco disimulan “su escasa empatía hacia los movimientos sociales (autónomos), que estallan continuamente en la región”, particularmente en Nicaragua, Honduras, Nicaragua, Colombia, y Chile por supuesto. En esta última nación suramericana los líderes tradicionales, los congresistas allí desdeñan las mujeres, los indígenas y los grupos independientes, quienes demandan participación en el proceso de reformar la Constitución Política, en su entonces hecha a la medida de los intereses de la dictadura de Augusto Pinochet. El ascenso en México del populismo de izquierda significa una contundente prueba del desacierto de “la teoría del fin de la historia”. Al mismo tiempo, los remezones de carácter popular en Colombia, los cuales colocan en la mira el descrédito del gobierno derechista del Presidente Iván Duque - el 70% de la población desaprueba su gestión (AFP) - , a quien no le ha bastado confabular contra los esfuerzos y logros del plan de pacificación con la guerrilla de las FARC’s , concretado por el Presidente Juan Manuel Santos (2010 - 2018), sino que las organizaciones populares le cobran la corrupción gubernamental – el denominador común en la región - ; el asesinato de activistas sociales; “la ausencia del crecimiento económico sin equidad, el desempleo, las medidas económicas restrictivas frente al gasto social, las cuales reducen el consumo interno y acentúan la pobreza”; en cuenta la incertidumbre en la reforma de las pensiones. Con la puesta en práctica del esquema económico neoliberal, Colombia se ha tornado el país más desigual entre los 36 socios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE); arrastra un desempleo del 10.1%; “una informalidad laboral que castiga a casi el 50% de los trabajadores” (AFP). Fukuyama, posteriormente debió replantear su pensamiento al ser testigo de drásticas disrupciones en Occidente; probablemente la cadena de eventos latinoamericanos lo puede transportar al escepticismo. Ahora nos corresponde aprovechar la bancarrota intelectual (Alfonso J. Rojas) de tales ideologías, las cuales polarizaron la sociedad humana. Los defensores en América Latina de tales corrientes de pensamiento, desgastados, encuentran ninguna capacidad de respuesta a las demandas de los nuevos movimientos en apogeo. Se ha sembrado la conciencia de que los líderes y los gobiernos encasillados en dichas líneas de pensamiento carecieron de autenticidad y originalidad; se distanciaron de hacer una interpretación correcta y apropiada de las realidades particulares de cada nación latinoamericana o del subcontinente en su conjunto. En palabras de Vladimir Lenin, sus promotores fueron incapaces de realizar “análisis concretos de las realidades concretas”. Con base en este error de emplear dogmas, es decir, la ortodoxia completa, hoy podemos constatar los fracasos tanto del neoliberalismo como del radicalismo socialista en la región, por lo que “el cretinismo ideológico” ha sido culpable del retroceso político registrado en tan corto tiempo. LAS AGITACIONES ALCANZARON UNA PELIGROSA FRONTERA. Ya es patente el nuevo militarismo en la región (Gustavo Román Jacobo). Los ejércitos han vuelto a cumplir la función de árbitros en medio de los conflictos: las circunstancias del golpe contra Evo Morales, asociada al fraude electoral por parte del gobernante indígena en la nación andina, también el de Honduras, levantan una alerta roja. Los liderazgos civiles decaen a costa de la corrupción y la sed de poder, no pocos políticos tienden a aferrarse al poder e inclinarse ante el nepotismo y el clientelismo. Argentina por largo tiempo ha estado sometida a las diferentes e ideológicamente versátiles “familias políticas” dentro del peronismo (Carlos Alberto Montaner), quienes se disputan el poder entre sí, cuyo populismo y clientelismo corrosivo pusieron a dar tumbos el sistema productivo y sobre todo el sistema financiero de la abundante nación en recursos naturales. Al cabo que los latinoamericanos pierden de manera gradual la confianza en los sistemas democráticos liberales, en paralelo corren economías erosionadas por las deudas públicas, la inflación, los desbalances fiscales, la ineficacia tributaria, el desempleo, el mediocre crecimiento productivo, la modesta inversión en infraestructura, el insuficiente gasto en ciencia e innovación, así como la falta de rendición de cuentas en el quehacer de la burocracia pública, ésta plagada de excesos, abusos e ineficiencia y corporativismo obstaculizador. El panorama negativo se agudiza todavía más frente a los desastres naturales en la región, portadores de cuantiosas pérdidas económicas; así también, con despropósitos de expoliación mercantil, los irrecuperables daños ambientales en las regiones amazónicas del Brasil de Jair Bolsonaro y la Bolivia cuando Evo Morales, incluida la destrucción de los hábitats de las poblaciones originarias. Lo han demostrado los alzamientos, particularmente en Nicaragua, Chile, Ecuador, Colombia y Honduras, las sociedades latinoamericanas están cada vez menos dispuestas a tolerar malos gobiernos, así como mayores ajustes e impuestos tributarios contra sus ingresos (Leandro Mora Alfonsín). Más que en tiempos pasados, las clases sociales de menores ingresos demandan gobernabilidad, la generación de beneficios mensurables en reducción de la pobreza, empleo, suministro de servicios públicos de calidad, la distribución transparente y correcta de las transferencias y subsidios sociales. Es Perú un país fuertemente azotado por las investigaciones de los escándalos de corrupción de Odebrecht, por eso ha visto a varios de sus expresidente sometidos a procesos judiciales. Esto ha sido el precedente de las reyertas en las calles por parte de multitudes de ciudadanos que tomaron, de manera decidida, las calles de diferentes ciudades. Exigieron con éxito, por ejemplo, que el Congreso fuera disuelto, a causa de opacas actuaciones suyas, originadas por el principal partido político de la oposición, del cual es dueño el clan familiar Fujimori, cuyo jefe (Alberto) gobernó el país (1990 – 2000 ) autoritaria y criminalmente. EL PANORAMA IDEOLÓGICO DE AMÉRICA LATINA “mutó significativamente en apenas tres años”. A inicios del 2016 aún gobernaban en varios países de la región los presidentes y gobiernos “del llamado giro a la izquierda”, los cuales “antes parecían invencibles, no obstante empezaron a perder elecciones”, sean las experiencias del Uruguay, El Salvador, Ecuador y Paraguay. El cambio (desfavorable) sí se volvió controversial en Brasil el 28 de octubre de 2018, cuando el ultraderechista y racista Jair Bolsonaro derrotó en la segunda vuelta a Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores, fundado por el líder Ignacio “Lula” da Silva, formación que supo construir política social a favor de la superación de la pobreza, guardando el equilibrio entre el sector productivo y el asalariado. Desde una década y media atrás ellos (las denominaciones de izquierda en los gobiernos) recobraron impulso ante el ascenso de la influencia global de Rusia, en simultaneidad con la expansión económica y financiera de China, hoy en declive, debido a los embates de la guerra comercial con los Estados Unidos de América. Así también, los empoderó el valor récord en los mercados globales de los commodities. Las formaciones políticas y los presidentes de la izquierda regional se adscribieron directa o indirectamente a la revolución socialista bolivariana (antiestadounidense), ideada en 1999 por el presidente de Venezuela Hugo Chávez Frías (+). Sin embargo, luego de un trienio convulsionado, pasaron a ser mayoría los gobiernos de centro y centro derecha, que aún con la mesura y relativo distanciamiento en cuanto al empleo de patrones rígidos de carácter neoliberal, se inclinan en ser “menos estatistas y más afines al mercado”. Si bien el propio Piñera, quien volvió a inclinar la balanza para el lado de la centroderecha en las elecciones de 2017 en Chile, llegó a desmarcarse de las políticas tendientes a suavizar la visión del mercado abierto a ultranza. Ciertamente, ha habido “un corrimiento hacia la derecha”; hay dos excepciones, aparte de Cuba, quien lleva al extremo “la ausencia de cambios políticos desde hace más de medio siglo”. La primera fue la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México el 1 de diciembre de 2018, quien puso fin al ciclo de alternancias entre los partidos tradicionales del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN). La segunda fue nuevamente en Argentina, puesta en marcha con la victoria del peronismo de “izquierda populista” en los comicios del pasado 27 de octubre, lo cual implica el regreso del “Kirchnerismo” al poder, representado en el binomio compuesto por Alberto Fernández y Cristina Kirchner (expresidenta), quienes atacaron la política de fuertes ajustes fiscales del entonces presidente Mauricio Macri. En lo personal, le presagiamos un futuro poco halagador a tal binomio. El Presidente argentino posiblemente se distanciará de los doce procesos penales afrontados por su vicepresidenta, la exmandataria Kirchner, esta vez acusada de corrupción, aun cuando ella se negará a mantener un rol inactivo en el Poder Ejecutivo, básicamente en la dirección de la política económica. PENSAR CON CABEZA PROPIA. América Latina lleva el curso de una potencia emergente en un mundo multipolar. Puede elevar sus márgenes de maniobra en dirección a construir esquemas políticos, económicos y culturales originales, tomando como fundamento su propia historia, antropología e integración cultural, así como lo ambicionaron pensadores de la talla del mexicano Leopoldo Sea, Haya de la Torre, quienes abogaron por una sociedad genuina y auténticamente latinoamericana, respetuosa de su historia y dueña de su destino. Coloquemos en esta senda al pensador peruano José Carlos Mariátegui (1894 – 1930), para quien asumir las ideas humanistas del socialismo no podían ser cosa de copia o calco, solamente proveniente del marxismo ortodoxo y dogmático, sino de “creación heroica”, producto de la realidad particular de nuestra región. Él comprendió que el pensamiento latinoamericano debía explicar su realidad pluralista desde una perspectiva original y creadora, “que rebasase la importación acrítica de modelos teóricos, concebidos en y para otras realidades”. Por ello evitó limitar su formación y formulación teórico y política “al determinismo histórico”, derivado de la rígida concepción y “praxis” marxista, sino que se mantuvo siempre abierto a otras corrientes para “atemperarlo todo a las necesidades de la realidad que pretendía transformar”. Mariátegui apelaba a la idea de que en cada país y región “había disímiles factores, desde especificidades históricas hasta culturales”. Por lo tanto defendió, a nivel de su activismo político e intelectual, que el marxismo y el socialismo - y cualquier otra ideología, según nuestro criterio - eran asunto de una continua creación, exenta de dogmas (preestablecidos). No andemos lejos. En esta línea de pensamiento trabajó tantas veces el politólogo costarricense Rodolfo Cerdas Cruz (+), al igual que Pepe Figueres y Daniel Oduber en sus correspondientes actividades políticas y formativas. Es decir, la región puede mantenerse fuerte, políticamente pluralista, diversa, unida y económicamente sostenible. En este orden, la Unión Europea y la China Popular están distantes de llenar el vacío de poder a nivel global, ese poder otrora a expensas del sistema ideológico bipolar, configurado por los Estados Unidos de América y la (hoy extinta) Unión Soviética durante la Guerra Fría, el cual por su naturaleza hegemónica y expansionista llegó a ser víctima nuestra región, entre otras periferias geográficas dependientes y subordinados a él. Por eso, resulta prescindible a nuestra diversa región importar modelos externos de integración y desarrollo social, provenientes de otros rincones del planeta, quienes menos aun poseen la axiología y los fundamentos y valores éticos para exponerse en ejemplo a seguir. Ni válidos son la oscilante Unión Europea (UE), incapaz de consolidar su desprestigiado proyecto secularista, eurocentrista, aunque torpedeado por los grupos (antisistemas) nacionalistas, ultraderechistas y hasta neofascistas, ese precisamente el proyecto integracionista que de manera absurda insistieron imponer en Centroamérica, ahora el de aquí convertido en “chatarra”, gracias a los tiranos y mafiosos locales. Asimismo, cabe mantener un subrayado recelo ante emergentes patrones expansionistas a cargo de la propia China Popular y su “eficiente y progresivo” capitalismo de Estado (totalitario), quien cercena las libertades fundamentales de las personas. El gigante asiático pone en exhibición su régimen político con tal de suplantar en la civilización occidental las presuntas limitaciones de la democracia liberal, ésta basada en frenos y contrapesos, despreciados por las tiranías. Dicho sea verdad, la China Popular es susceptible de generar desconfianza a todo nivel, a causa de sus incoherencias diplomáticas, en su proteccionista comercio exterior – golpeado esta vez en medio de la guerra comercial con los Estados Unidos de América - ; en la exportación de las tecnologías de información y comunicación, funcionando al servicio del espionaje; en las políticas de poder en los territorios marítimos del Asia. El dominio suyo se proyecta sobre zonas de influencia transfronterizas, en lo cual pueden serle útiles los recursos de la opaca “Ruta de la Seda” y los leoninos créditos a naciones insolventes. Dentro de estas sospechas, sería inconveniente desatender las políticas de recuperación del prestigio diplomático y del renovado expansionismo de la Rusia de Vladimir Putin, las cuales intimidan a la Unión Europea, al cabo de las ambiciones de Moscú en dominar los territorios de Ucrania, ya le arrebató Crimea. En América Latina ha sido obvio el respaldo incondicional de Putin a la tiranía de Venezuela, Cuba y a la propia Nicaragua. Nunca jamás se les puede otorgar a la UE y sobre todo a China cheques en blanco, ya sean en los distintos roles globales y domésticos de la cooperación política, económica y comercial. Lo cual tiene implicaciones también en el frente del cambio climático, ya que algunas naciones europeas, al igual que el régimen chino, tampoco llegan a comprometerse, de acuerdo con los puntos de vista y los parámetros científicos, en la búsqueda de soluciones inmediatas y tangibles alrededor del constante riesgo, resultante de las emisiones del dióxido de carbono en el planeta. A MODO DE CIERRE. En ningún sentido hay que bajar los brazos. Hay que exigir el respeto a la voluntad del pueblo, respetándose los derechos de la gente a determinar cuál es la vía política que les resulta más adecuada para avanzar en libertad y prosperidad (Michael Kozak). Tampoco podemos renunciar en trabajar a favor de la normalidad cívica, la vigencia del Estado de derecho, los derechos humanos, en la solidez democrática, la construcción del buen gobierno, y en paralelo disminuir todo género de brechas históricas, incluido el rezago de las zonas rurales - donde vive aproximadamente el 68% de los pobres (Katrina Kosec; Leonard Wantchekon) - en desventaja con el avance de las urbanas. El conjunto de estas visiones humanistas se han visto realmente interrumpidas en diferentes y largos periodos históricos de la región. Bajo la democracia liberal se puede ser capaz de fiscalizar las instituciones públicas y a las élites dirigentes, así como contrarrestar los excesos del Estado y de paso ser sujetos activos en democracias cohesionadas. Eso sí, resulta imperativo aprovechar la aceleración y proyección tecnológica de las redes sociales, así como los innumerables mecanismos sociales de participación como los partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, asociaciones profesionales y grupos de pensamiento (Abril Gordienko). De igual forma la ciudadanía informada puede demandar rendición de cuentas a los poderes e instituciones del Estado como aporte a la estabilidad política (ídem). En América Latina se trata de buscar un rumbo político, abarcador, por el cual se replantee el modelo económico en curso. Lo escribió de forma acertada Fernando Araya, columnista de un periódico costarricense: “es imprescindible la búsqueda de un balance y equilibrio de intereses entre las fuerzas y sectores fundamentales de la sociedad política y la sociedad económica, sobre la base de un proyecto original alimentado de herramientas y recursos y conceptos propios y genuinos de la realidad latinoamericana, entre ellos nuevos pactos sociales y económicos, alentando la participación de cada sector social: los trabajadores, los empresarios y los dirigentes políticos, en fin toda la sociedad civil”. En tal sentido, no debe quedar por fuera ningún sector en un proceso de concertación y entendimiento global. Cada vez más se difunde el consenso en que el neoliberalismo radical así como el populismo de izquierda “son vías erradas”, que los pueblos soberanos pueden utilizar los fundamentos éticos, los recursos disponibles, propios de la democracia liberal y los postulados de “la economía mercado con rostro humano”. Asimismo, están a la vista los avances institucionales alcanzados en libertad, que aun con las limitaciones del caso, se reconoce que pueden ser realineados, a fin de atacar los mayores males de la región, consistentes en la concentración del capital, el insuficiente crecimiento económico, la desigualdad y la marginalidad social. Propósitos loables que nos impone el año 2020.