martes, 28 de marzo de 2017

REFLEXIONES SOBRE FRANCIA, Y EUROPA TAMBIÉN.



REFLEXIONES SOBRE FRANCIA, Y EUROPA TAMBIÉN.
Reconozcamos a Francia entre las naciones occidentales, gestoras del liberalismo en la era moderna, al lado de los preceptos de la república, una concepción filosófica de organización y orden social. En ella, como en casi toda Europa, antes había tenido lugar a plenitud el sistema feudal, principalmente a comienzos del Siglo lX, o sea en la Edad Media, cuando hubo de ser además víctima de la expansión islámica. Aún así, el territorio galo, así llamado por los romanos, llegó a convertirse, en alianza con la Iglesia Católica, en una de las grandes potencias comerciales y culturales, especialmente entre el Siglo X y Siglo Xlll.
El feudalismo, un edificio social jerarquizado, se basó en la producción agraria y civilización rural. En ese ciclo histórico, el poder había sido ejercido, de modo absoluto, por la monarquía, la aristocracia y la Iglesia. Todas estas clases e instituciones hegemónicas vivieron rodeadas de privilegios; avasallaron la mayoría de la población, compuesta por masas de campesinos empobrecidos. Lo cual presagiaba una inminente ruptura y cambio social.
Superado el episodio del régimen antiguo, la burguesía y el pueblo constituyeron un bloque histórico, con la vista puesta en la construcción de un sistema social, favorecedor de la producción o revolución industrial, la libertad de comercio y la civilización urbana. Se instauró, gradualmente y con tropiezos, la república, tras el impulso de la Revolución Francesa (1789), resistida por el resto de la Europa feudal y monárquica.
La ilustrada Revolución impuso un nuevo orden político y económico, ocupado en su primer momento de confiscar y nacionalizar los bienes de la alta jerarquía feudal. La resistencia europea contra el novedoso esquema social francés derivó en la invasión germana al territorio francés. En cierta medida, este hecho comportó el desencadenamiento posterior de una diversidad de disputas y rivalidades entre las potencias europeas, así como el auge de corrientes ideológicas, que hubieron de impactar luego el equilibrio y el balance del poder (Henry Kissinger, sf) de la sociedad europea, en su conjunto. Fenómenos que podrían tener a la vez un alto grado de vinculación con el florecimiento de las corrientes ultranacionalistas y radicales, que estremecen, en este instante, la política europea, en cuenta a Francia, principalmente.
 Simultáneamente, la Revolución proclamó la democracia, fundamentada en “la igualdad por naturaleza del género humano”. Por lo tanto, se concebirá un Estado unificador, soberano, representante de la ley, nacido del consenso popular y de la división de poderes, con sentido nacional e identificativo, praxis que retoma, en exceso, la radicalizada Marine Le Pen, líder del Frente Nacional.
 Asimismo, habría de tener lugar la Declaración de los derechos del hombre, la cual reconoce la inviolabilidad de la propiedad privada, la igualdad de todos los hombres ante la ley, así también el derecho del pueblo a la resistencia frente a la autoridad arbitraria y abusiva. Imaginemos entonces los cimientos axiológicos y seculares de la revolucionaria Declaración, contrastantes con el Islam político. Todo ello, coincidente y concatenado con los eventos de siglos pasados, cuando se había reflejado el antagonismo y la aversión europea (y francesa) hacia ese credo religioso, abundante en tesis que reniegan de los principios de la libertad y la tolerancia.
 La Revolución francesa, la cual hubo de caer en manos de la burguesía, dio a la vez fisonomía al sistema de producción capitalista y la república liberal. Alteró no solamente un orden arcaico, sino que contribuyó ampliamente a transformar las instituciones europeas; sentó las bases ideológicas, doctrinarias de nuestra civilización occidental, dada la influencia de prominentes pensadores humanistas, que trascendieron de manera global.
Respecto a los altibajos de la Revolución, en cuanto a la consolidación de la república, hay que hacer mención a uno de ellos: la entrada en escena del imperio de Napoléon Bonaparte (1804 - 1815). A pesar de su despotismo y rapaces conquistas territoriales, de carácter bélico, en buena proporción de la Europa Occidental y Central; aun así, se le atribuye a él la vigencia del Código Napoleónico, con lo cual instituyó la primera estructura constitucional republicana, de los cinco ajustes políticos y jurìdicos, los cuales han dado vigor a la República Francesa.
A ella (la Revolución) le debemos el vocabulario político, compuesto de símbolos, palabras e ideas políticas, con las que vivimos hoy (Jean Touchard, 1977), las cuales datan de su período más inmediato (1789 - 1815), ya sean los conceptos de derecha e izquierda," Directorio", sufragio universal (masculino), patria y nación armada, golpe de Estado, burguesía, el ascenso social e individual, los movimientos populares - las comunas y los jacobinos como sus antecesores- , asamblea nacional o general, propiedad común, la abolición de la propiedad privada (fuente del marxismo, al igual que la experiencia de la Comuna de París en 1871), el culto a la razón, lo secular, la defensa de la soberanía nacional, etcétera.
 El sentimiento nacionalista e imperial quedó firmemente arraigado en Francia, lo cual modeló su propio comportamiento internacional. Siguiendo los pasos de los ingleses, holandeses, belgas, portugueses en la estrategia del reparto del mundo, en la búsqueda y la acumulación de materias primas y el dominio de las rutas marítimas comerciales, los franceses conquistaron y colonizaron múltiples territorios del Medio Oriente, África - especialmente Argelia (1830) - , Asia, el Océano Pacífico, la Indochina y América.
Entonces, identifiquemos una Francia, con profundo arraigo republicano; una potencia global y colonialista, centralizada y autoritaria, al tiempo que logró rescatar los territorios de Alsacia y Lorena, despojados por Alemania en la guerra de 1870. Tales antecedentes expansionistas y hegemonistas ofrecen una especie de “reversión paradójica”. Es decir, "un bumerán", por cuanto tal predominio, en la mayoría de las veces, arrastró expoliación, iniquidad, división religiosa y cultural, inestabilidad política y social en los confines subyugados. Aquel dominio de ultramar, con el paso de los años, vino a parar en una incertidumbre, e inmanejable, a causa de la extrema complejidad del terrorismo yihadista de nuestros días, el cual viene mortificando a Europa, en particular las antiguas potencias colonialistas, y que en esta etapa se reúnen en coaliciones militares, con tal de derrotar el violento fundamentalismo islámico en el Medio Oriente y Afganistán.
Lo cierto es que de potencia colonizadora, desde décadas atrás Francia experimentó un repoblamiento, semejante a un país colonizado por quienes otrora fueron sus súbditos, sean los árabes (musulmanes sunitas), los africanos y gente del Asia meridional - no pocos de ellos refugiados, que escapan de las guerras locales -, destinatarios también de las costosas transferencias del sistema de seguridad y protección social, bastante debilitado, según la opinión del público. Entiéndase un fenómeno inmigratorio que resienten y adversan los franceses nativistas xenófobos y racistas; de lo cual acusan al proceso integracionista, representado por la Unión Europea, en razón de sus políticas migratorias, permisivas, de fronteras abiertas.
 Por eso, han florecido conductas y reacciones antieuropeas, que calzan con el ultranacionalismo y el extremismo radical, opuestos a las instituciones comunitarias de la integración continental, en cuenta la zona económica y monetaria común, hasta cierto punto rasgos patrimoniales, afines al neo-nazifascismo.
Las credenciales y estigmas de nación imperial, condujeron a introducir a Francia a la Primera Guerra Mundial. Terminó sufriendo cuantiosas pérdidas económicas. En línea con su temperamento imperial y colonialista, en alianza con las otras potencias tradicionales, se impusieron graves compensaciones y reparaciones de guerra a la derrotada Alemania. Hasta exigió su desarme. Lo que siguió, la historia se ha encargado de relatar, explicando la respuesta de la sociedad alemana - los galos llevaron la peor parte - frente a los excesos europeos, que vinieron a reducir la moral y la estima nacional, en lo cual la nación gala fue la principal artífice. Puso en evidencia los antecedentes de potencia inescrupulosa. Sin embargo, la historia posee el atributo de cobrar facturas, el precio de estas fueron al máximo desventajosas contra París.
 En la ll Guerra Mundial la nación francesa fue víctima de la humillante y apabullante capitulación a manos de la Alemania, dirigida por el régimen nazifascista de Adolfo Hitler. El führer llegó a ocupar (1940) más de la mitad del territorio francés, siendo esto de los mayores traumas históricos del pueblo galo. Le sobrevino un enorme descrédito y desprestigio, al extremo que se cuestionó la determinación de habérsele concedido - con tal antecedente - un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), una vez instaurada la organización multilateral. En cambio, el correcto desempeño de las grandes potencias aliadas - Estados Unidos de América, la Unión Soviética, Gran Bretaña y China Comunista - frente al eje nacional fascista, compuesto por Alemania, Italia y Japón, bien justificó ese "derecho natural" de conformar de manera vitalicia el principal órgano de la ONU.
 Con la rendición, la nación francesa desdibujó su propia historia llena de poderío, pasando de lo sublime al demérito. Más bien fueron las tropas soviéticas - rusas las que hicieron el sacrificio mayor en la guerra de Normandía, para liberar su territorio del nazismo. Por eso no es de extrañar el habido acercamiento francés con el Pacto de Varsovia en tiempos de la Guerra Fría, imitado ahora por la ultranacionalista y antieuropeísta la carismática Marine Le Pen, y su Partido Frente Nacional, en las nada casuales y fraternales conversaciones con Vladimir Putin; por cierto acérrimo enemigo y saboteador de los postulados de la Unión Europea - de la cual ha obtenido mayor provecho Alemania, el eterno rival de franceses y rusos - , así también de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El declive galo en cuanto a potencia global corrió más allá de la capitulación. Poco después de la conclusión de la ll Guerra Mundial, Francia inició un brusco periodo de pérdida de hegemonía sobre sus colonias. Por su parte, le ha sido difícil reconocer - por orgullo nacionalista - el haber sido de las mayores naciones del viejo continente, beneficiarias del Plan Marshall estadounidense; asistencia que le hubo de permitir la modernización de su industria, fomentar la investigación científica, lograr la estabilidad económica, aumentar 47% el ingreso per cápita, avanzar en seguridad social; y hasta convertirse en potencia nuclear,
En el Tercer Mundo emergieron los movimientos de liberación nacional, las tesis de la descolonización, habida cuenta del espíritu de democracia y de legitimidad global de los derechos humanos, enarbolados, en aquel entonces, por la incipiente Organización de las Naciones Unidas, unido al otro factor estratégico: la fuerza de la Internacional Comunista, la cual ganaba prestigio, a causa de su colaboración para acabar con la alianza fascista. Fueron de lo más traumático y desmoralizador para los franceses las guerras anticolonialistas y de independencia de Argelia (1954), la del mismo Vietnam, cuya ebullición arrancó en esa misma década de 1950. Desgastaron la república. Otra vez su identidad nacionalista es golpeada.
 Arribamos a la revolución de 1968, la cual lesionó las bases liberales, desvirtuadas por gobiernos semi-autoritarios e impopulares. Lo cual dio cabida a nuevos movimientos contestatarios, entre ellos, los reclamos por la libertad de cátedra en las universidades, los activistas sociales de la talla de los ambientalistas o verdes, las voces antinucleares, los feministas, la comunidad gay.
La fuerza de tales corrientes hizo posible el ascenso del gobierno socialista de Francois Mitterrand en 1981, bajo una coalición con los marxistas. El nuevo gobierno practicó nacionalizaciones de algunos sectores económicos clave, e impulsó una agresiva política social. La derecha liberal debió acomodarse a la emergente recomposición de fuerzas, lo cual hizo inevitables las transacciones con los denominaciones izquierdistas. Razón por la cual se aceleró el esquema de la "cohabitación", a través del cual los liberales y la izquierda conformaron gobiernos de unidad, pro - europeos; entre ambos se dividieron el poder gubernamental. Eso sí, se retornó a las privatizaciones, pero se conservó la polìtíca social, decretada por Mitterrand.
El pasado de decadencia del nacionalismo francés, el predominio del bloque unitario europeo, al igual que las transacciones, y entendimientos entre liberales y socialistas (la cohabitación) fueron los factores determinantes que dieron un renovado impulso al ultranacionalista, antisistema, xenofóbico Partido Frente Nacional, el cual hizo una campaña exitosa por el NO en el referéndum de la Constitución Europea, el que venció por un 55%, frente al 45% del SÍ.
Jean- Marie Le Pen, un exparacaidista nacido en 1928, que combatió en las guerras coloniales de Argelia e Indochina, fundador de dicha denominación política, estuvo bastante cerca de haber triunfado en las elecciones presidenciales del 2002. Su hija Marine Le Pen retomó el liderazgo del partido; como mínimo, ella podrá llegar a la segunda ronda en los comicios de este 23 de abril. El gobierno socialista de Francois Hollande es objeto de una subrayada desconfianza popular; los partidos de la derecha liberal están sumidos en desentendimientos; varios de sus líderes han debido enfrentar cargos de corrupción.
Al intentar desmarcarse, dudosamente, del neofascismo, la candidata Le Pen proclama el retorno a las fuentes del nacionalismo francés, esta vez para rechazar abiertamente las migraciones y los flujos de refugiados, provenientes del Medio Oriente, Asia y África, la gente que ejecuta los trabajos desechados por los nativistas. Es decir, se trata además de las expresiones o las tesis del antieuropeísmo, signado por el triunfo del Brexit de Inglaterra. Ella ha sembrado expectativas alrededor de la presidencia del líder anti - sistema Donald Trump, gestor de la fusión de los movimientos entre la gente blanca estadounidense y europea.
 La candidata ataca a los proeuropeos partidos socialistas, los liberales, los de la derecha conservadora, estos herederos del pensamiento del general Charles de Gaulle - quien se enfrentó a la ocupación nazifascista - , al responsabilizarlos del "crash" financiero del 2008, del estancamiento económico y científico, el desempleo, de los abismos entre las distintas clases sociales. La carismática candidata, pudiera que salga con "un domingo siete" en los comicios de este abril. En política todo es posible.
Tengamos presente que, "a modo de efecto dominó", las corrientes políticas de la extrema derecha, ultranacionalista, antisistema, xenofóbica, y hasta racista, se han multiplicado por Europa entera, incluso, peligrosamente en Alemania, en donde el nazifascismo se incubó en su momento. En los diversos procesos electorales del continente acumularon terreno. Al mismo tiempo, hace uso de un discurso social populista, por el cual atrae a las capas sociales de menores ingresos, desfavorecidas de las políticas (globalizadoras) de la apertura comercial, la desregulación financiera y la libre movilidad de los factores de producción, institucionalizadas por la Unión Europea.
A la vez dichos movimientos radicales proclaman los preceptos de economías y mercados autárquicos, así como del orden político riguroso, al devolverle los poderes tradicionales al Estado Nacional. Se censura a las clases dirigentes tanto nacionales como las del bloque comunitario, a quienes acusa de burocráticas, corruptas e ineptas, quienes abrieron las fronteras al integrismo islámico, éste propulsor de la anticivilización, además de acucioso en lo tocante a extender el terrorismo, así como otros símbolos religiosos ajenos a los valores y normas occidentales.
Solamente en Francia viven más de 6 millones de musulmanes sunitas; se supone que varias agrupaciones suyas tienen tentáculos con los yihadistas sunitas del Medio Oriente. La islamofobia, excelente material político para Le Pen, del cual tampoco se escapan varios partidos tradicionales europeos proclives, a veces, a las medidas anti - inmigratorias y ultranacionalistas.
El acto terrorista de este mes en Gran Bretaña amplía el entusiasmo de los franceses hacia la hermosa rubia, apenas menguado por el triunfo de los liberales en las recientes votaciones de Holanda, donde la ultraderecha había retomado empuje después del asesinato del cineasta (anti - Islam) Theo van Gogh.
Aunque Marine perdiera las elecciones francesas “todavía la amenaza del ultranacionalismo y el extremismo persiste”. Lo peor que pudiera pasar es que sea exportado a América Latina. Mientras tanto, continuemos fomentando las voces dominantes, que tengan relación con los valores de la democracia pluralista, el Estado de derecho y el libre comercio. Y también pensar y actuar con misericordia ante el débil y el caído.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)

domingo, 5 de marzo de 2017

TRAS LAS HUELLAS DEL POLÍTICO EMERGENTE DONALD TRUMP.


TRAS LAS HUELLAS DEL POLÍTICO EMERGENTE DONALD TRUMP.
Un alto precio arrastra para la clase dirigente estadounidense el gobernar en un estado democrático liberal, multicultural, compuesto por fuerzas políticas heterogéneas, compactas e influyentes organizaciones civiles, en donde el capitalismo con libre mercado apuntaló la gran potencia universal, especialmente en el periodo de entreguerras mundiales. La sólida descentralización del poder continúa siendo parte de sus virtudes, y la base nacional y cultural de esa Unión abierta y pluralista. Así, hubo de concebirse desde sus cimientos históricos. La propia Constitución Política de 1787 debió expresar ese genuino valor ideológico, político y cívico.
El sistema de pesos y contrapesos (y de frenos) en el sistema político estadounidense reafirma la voluntad popular de restarle poder a la autoridad, o al representante democráticamente electo. En esto hay que remontarse a los antecedentes históricos. Colonizadores sajones y europeos que se liberaron de las ataduras feudales y del control absolutista, arribaron a esa porción del Nuevo Mundo "a fin de formar una Unión más perfecta, promover el bienestar general y asegurar" para ellos mismos y para sus descendientes los beneficios de la "Libertad", la ciencia y la prosperidad; en el ambiente “societal”, protector del sistema de mercado, cuya capacidad le permite a los ciudadanos y los inmigrantes acumular riqueza, talento, en el tiempo, a decir del famoso magnate Warren Buffett.
O sea, tendremos Estados Unidos de América (USA) indefinidamente. Habrá resfríos en esa ruta sin final de la libertad, la justicia, el crecimiento económico, la producción, el comercio y el consumo de bienes y servicios (de toda índole), del sofisticado conocimiento científico; la administración de Donald Trump puede que sea uno de esos resfríos. Lo que sí es preocupante y digno de la mayor atención es que haya tantos ciudadanos de USA viéndolo bien (Sergio Erick Ardón, 2017).
Esta vez el magnate republicano fue elegido gracias al respaldo de republicanos y demócratas blancos anglosajones, provenientes de los trabajadores y la clase media baja , por conductores de camiones, vendedores, agricultores, por hombres y mujeres "que tienen las manos llenas de callos". Constantemente, Trump se dirige a ellos, concitando a su formación política, el Partido Republicano, al declararlo como el defensor de los trabajadores y obreros estadounidenses, cuando en verdad ha sido a la inversa. Pues desde larga data, dicha denominación se ha distinguido por las causas de los sectores de más elevada renta e ingresos, entre ellos, los multimillonarios y los líderes de las grandes corporaciones transnacionales.
De uno de los diarios estadounidenses leímos, hace poco, que el 56% de blancos anglosajones - la etnia predominante - dice apoyar a Trump. De las etnias minoritarias: el 73% de los afroamericanos lo objetan todavía; sin embargo, durante el proceso de los comicios, ese porcentaje fue mayor, casi el 80%, en el primer mes del gobierno de Trump ese rechazo bajó. Pensando en la reelección presidencial, él viene acercándose activamente a los líderes de la comunidad negra. Mientras tanto, el 89% de la comunidad hispana lo rechaza. Casi que se ha mantenido inalterable el punto de vista de desaprobación de parte de los latinos o hispanos. Estos números hacen prever la disolución gradual del bloque unitario entre hispanos y negros, el que le rindió abundantes réditos electorales al Presidente Barack Obama.
Hay que admitir que significa una exacerbación el hecho de que a la inmensa mayoría de los trabajadores blancos y afroamericanos, escasamente, les interesa la cuestión del medio ambiente, el calentamiento global, los conflictos internacionales, en otras palabras, las complicaciones sociales. El examen de esas materias se focaliza en las clases de medianos y altos ingresos, compuestas por determinados políticos científicos, profesionales, líderes y activistas de la sociedad civil y la propia academia, donde el magnate encuentra resistencia.
En cambio el empleo, el salario, el consumo, y el confort son la razón de vivir del trabajador común. Trump se aprovechó de este modo simple y restringido de ver la vida, el cual se transformó en la fuente de su caudal de votos. Es lo mismo que el "sueño americano", sea vivaz o no, pero que, por más muros habidos, continuará atrayendo migración, proveniente de las más remotas latitudes. Es la ilusión. Ni la China, tampoco la India, menos Rusia, están escogidas como naciones de destino entre los planes de los migrantes y los refugiados, a quienes sus naciones de origen, les ha negado oportunidades básicas y un mínimo de patrimonio.
Por lo poco convencional que resultará la obra del Partido Republicano en manos del actual Presidente, tampoco ello podría llegar a convertirse en deriva desestabilizadora del régimen político. Por el contrario, se intentará auto-reafirmar y perpetuar. El factor clave será la inclinación suya (de Trump), principalmente, hacia las posturas nacionalistas, sustentadas en los intereses domésticos (“American First”), desde ya, con notorias determinaciones y próximas implicaciones en la seguridad doméstica o nacional - frente al terrorismo y el crimen organizado - . Ante lo cual destaca la construcción del muro en la frontera con México; su levantamiento es parte de sus armas frente a la migración, tan real y seria amenaza - según el Presidente - a la seguridad interior, como los residentes musulmanes.
En cambio, las inextricables relaciones entre allegados de Trump y los diplomáticos rusos, con el mismo Vladimir Putin, pone a varios senadores y congresistas a dudar acerca de la congruencia y autenticidad de la visión de seguridad nacional de la recién inaugurada Administración. Luego está en curso el afianzamiento, todavía mayor, del poderío atómico y militar, coexistente al económico, comercial y las inversiones.
Cabe resaltar, la empeñada idea de la Casa Blanca, en cuanto a derogar las reformas financieras Dodd-Frank del año 2010, con el propósito de disminuir los controles a las inversiones y los flujos financieros (Joseph E. Stiglitz, 2017), acompañado de reformas tributarias, favorecedoras de recortes de impuestos a las empresas privadas. Justamente, fueron las políticas y las medidas regulatorias las que han proporcionado mayor seguridad a los bancos, tras las turbulencias financieras del 2008.
Se prepara en paralelo duplicar el crecimiento económico al 4%. En este empeño, las empresas y las compañías representarán el firme sostén. Posiblemente, se les elevará el volumen a estos objetivos, en compañía de los subrayados excesos en inversiones alrededor de la infraestructura local, eso sí, bajo el riesgo de “minar las finanzas públicas”.
En lo tocante a su discurso – "que comienza a moderar" - a favor del proteccionismo comercial y el aislacionismo, es, para nosotros, precisamente eso: un discurso provocador, con el cual intenta “probar los límites de otros"; a diferencia de los pronunciamientos nacionalistas, de lo cual ha ofrecido claras señales, tales como, el énfasis y rechazo en torno al déficit comercial con China, con quien podría alimentar una "guerra comercial". Insostenible. Ambas potencias saldrían bien lesionadas (Keyu Jin, 2017).
Lo otro del gobernante estadounidense son las advertencias que giran sobre las disputas de la China comunista con el Japón, Corea del Sur, Vietnam, Taiwán, etcétera, al estar en juego la posesión de espacios marítimos en Asia Pacífico. Lo cual posibilitó en días anteriores la movilización de un poderoso buque de guerra estadounidense en la zona de tensión, con tal de contener los ímpetus expansionistas chinos. A la vez, de ese nacionalismo se desprende el intento de acrecentar el presupuesto militar en un 10% - equivalente a $54.000 millones - "para ganar las guerras" pendientes; adyacente “al riesgo inherente” del aumento del poderío nuclear, el cual está presente en la mente del nuevo presidente.
En las sociedades humanas hay leyes ineludibles. Frente a ellas, el mismo magnate, con todo su poder, llegará a ser totalmente débil. Desde su formación, la nación de George Washington, Abraham Lincoln y Ronald Reagan asumió, al lado de las naciones liberales y de tradición judeo cristianas de Europa, compromisos y responsabilidades para con la humanidad, los cuales estuvieron lejos de ser provisionales, menos aún, transitorios. Y con esa disposición histórica en pos de la prosperidad económica, las alianzas democráticas, fundadas en el respeto a los derechos humanos y del Estado de derecho, hizo, además, que la sociedad estadounidense haya ganado o capitalizado (Stiglitz, idem), en cuenta en seguridad. De modo que renunciar a tales presupuestos es cosa inimaginable, más ahora que persiste una visión optimista de la economía estadounidense, en lo cual los aportes del mandatario Barack Obama fueron determinantes; al cabo que Wall Street corre en subida, “inmune a la incertidumbre política de Trump”.
En ese orden, consideramos conveniente hacer una salvedad entre el nacionalismo populista de Trump, el cual tiene acción en la nación más desarrollada - en todos sus extremos - del planeta: una máquina económica y tecnológica, "bien engrasada", de múltiples dimensiones. Por lo tanto, para nosotros resulta inverosímil equiparar los presupuestos y expectativas de él con el histriónico y fallido socialismo populista de las naciones latinoamericanas del ALBA, entre ellas, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y hasta la propia Bolivia, producto del cual dichas economías cayeron en la ruina.
El episodio del populismo europeo lo dejamos para otra ocasión, a pesar de que pensamos también en sus reales particularidades, que se diferencian en su naturaleza del que traquea hoy en USA, y el de las naciones populistas de nuestra región. Los efectos de cada uno de esos fenómenos populistas y nacionalistas obedecen a evoluciones y factores distintos, es decir, poseen sus particulares antecedentes, comportamientos y reacciones, por cuanto, expresan realidades específicas, diferenciadas, de los Estados Unidos de América y de la región latinoamericana, en donde aquel (el populismo) tuvo cabida. Lo cierto es que hacer tal equiparación es aceptar un "barbarismo", una confusión que hemos encontrado en varios reportes de opinión.
Las realidades históricas, políticas y económicas entre Estados Unidos de América y el ALBA son diametralmente distintas. En el caso particular del socialismo populista de Hugo Chávez (qdep) y de sus satélites, este renació sobre la base de economías rezagadas, precedidas por el dominio de élites férreas, autoras de desigualdades y exclusiones sociales, así como de estructuras políticas erosionadas, sumergidas en la ingobernabilidad y la corrupción. Proponemos este supuesto para trabajar con miras a una mejor comprensión del origen y configuración de las expresiones populistas del Siglo XXl, sobre lo cual hay que partir de las propias identidades y los desarrollos políticos nacionales.
Refiriéndose a la necesidad de perfeccionar el orden comunitario europeo, el excelente y versátil académico y diplomático español, Javier Solana, sugiere en una de sus recientes publicaciones, el retomar la relevancia del multilateralismo, como la mejor herramienta, “en un mundo interconectado”, para mantener la paz, compartir intereses, fomentar la concordia y la solidaridad en las relaciones exteriores
A través de ese esquema de diplomacia - dice este español -, que, además de “practicarlo a diario”, se habría de facilitar la vocación de “que cediendo todos, ganamos todos”, aparte que las complicaciones y vicisitudes “no pueden ser abordados a nivel nacional”, tampoco de modo bilateral. La misión será confrontar y neutralizar las corrientes populistas - nacionalistas, los extremismos, más todos aquellos mensajes y declaraciones excluyentes, incluido el “unilateralismo”, llámese para nosotros, una gama de desviaciones, que ponen en grave riesgo la estabilidad global. Brillante y atinadas las ideas de Solana. Hay un pero. Observamos sumamente frágil, paralizado y timorato al Sistema de las Naciones Unidas (ONU) para que sea capaz de concederle mayor legitimidad, valor y efectividad al multilateralismo. Desde que era jovencillo hemos venido escuchando la reforma de dicho sistema de diplomacia parlamentaria.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)