martes, 7 de agosto de 2018

Honduras al borde de un colapso

Comentarios de Obaldìa: Honduras al borde de un colapso; el plan de paz a la saga Opinión estrictamente personal. Artículo redactado el 17 de diciembre del 2017 Por Mag.Ronald Obaldía González * El Plan de Paz de Centroamérica se descarriló inmediatamente después de haberse alcanzado en la década de 1990 el final de las guerras de Nicaragua, El Salvador y Guatemala, en cuenta el derrocamiento de Manuel Antonio Noriega en Panamá. Luego fueron extraviados sus fundamentos y postulados. Para recuperarlos, llegó a ser insuficiente el haberse acordado, oportunamente, el Protocolo de Tegucigalpa (1991) a la Carta de la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), el cual entraña una organización y estructura básicas en dirección a un innovador, abierto, vigoroso y dinámico sistema de integración con visión global. Por el contrario, se puso mayor énfasis en el legalismo y la administración burocratizada, modesta en resultados: el pretexto para denominar y relacionar la integración regional con una labor apenas formal, protocolaria, escasamente diligente, dependiente del entramado institucional, por el cual interactúan, frágilmente, ocho Estados nacionales y sus respectivos gobiernos; y el crónico desequilibrio entre “el crecimiento económico y el progreso social”, con la excepción de Costa Rica. Aletargadas complicaciones, de fondo, o bien estructurales, han quedado totalmente descuidadas en la débil y desidiosa integración centroamericana, lo cual estaba lejano de los propósitos del Plan de Paz, o de los Acuerdos de Esquipulas, cuya continuidad quedó debiendo. Salvo el mercado común, o mejor dicho la integración económica, y su motor el empresariado centroamericano; o valga la experiencia de los creativos e intensos programas del deporte y la cultura, paralelo al mercado regional. Verdaderas áreas de trabajo cooperativo, las cuales prescinden de la desatenta burocracia, que envuelve al sistema formal de la integración. No basta mencionar que los males estructurales perviven en la región. Hallamos, entre lo más sensible, el déficit democrático, el retorno del autoritarismo; la precariedad del Estado de Derecho, vinculado al mal gobierno, la corrupción, la criminalidad organizada y la impunidad. Se trata de una inercia del sistema de integración, que ronda en la impericia, injustificable frente al sin fin de vicisitudes y “desmesuras” regionales. Téngase en cuenta la erosión y pírrica credibilidad del sistema judicial de Guatemala, el cual ha requerido del auxilio de la Organización de las Naciones Unidas. Asimismo, el regreso de la vieja práctica de los procesos electorales viciados. Los máximos exponentes de esta especie de dictadura: Nicaragua, regida por una clase cleptocrática, cuyas mieles del poder las comparte con la clase empresarial, local, en ilimitado ascenso. En esa línea, y ubicados por encima del 70% de la población en condición de pobreza, incluidas las minorías étnicas, encontramos a Honduras, que, en el contexto de “un régimen agresivo – pasivo”, ha sido gobernada por los 230 latifundistas, semifeudales. Ellos controlan el 75% de las tierras (Instituto del Tercer Mundo, 2009), al lado de la compañía responsable de la traída a finales del Siglo XlX de negros esclavos, sea la transnacional United Fruit Company, al cabo que entraron en sociedad con los empresarios conservadores y la casta militar. Esta última, dueña de un expediente menos represivo, con menores incidentes, en cuanto a violaciones de los derechos humanos, en comparación con sus congéneres de América Latina; aunque conoce el oficio de ejecutar golpes de Estado, sacando del poder a una víctima (a Manuel “Mel” Zelaya), de madrugada y en pijama. De regresar a tal evento de hace ocho años, el cual tuvo como protagonista al gobernante “Mel” Zelaya, en aquel entonces, apegado al deseo (frustrado) de la reelección, bien podemos añadirlo a la relativa y leve demostración de la blandura de una fracción de las fuerzas militares catrachas, la que se sublevó ante sus superiores, quienes aceptaron su petición de librarse de reprimir más las convulsiones de estos días, “para evitar el baño de sangre”. El nuevo género y círculo de violencia. A la vista nuestros sentidos captan el desangrado Triángulo del Norte (Guatemala, El Salvador, Honduras) de lo más violento en el planeta, donde dominan las bandas y organizaciones criminales, las de los narcotraficantes "en la economía subterránea"; responden a estructuras bastante sofisticadas, globalizadas, esto hecho posible en compañía de los tentáculos a su alrededor y servicio. Solamente Honduras cerró el 2016 con 5.154 homicidios, 59 por cada 100.000 habitantes, “una completa epidemia”, de acuerdo con los estándares de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La adicción a favor de la violencia ha alentado la militarización de la policía, lo cual contraviene los principios del plan de pacificación centroamericano. Particularmente, el año pasado, el Gobierno de Honduras – el país que ha sido durante años el país más violento de América Latina - presupuestó 15.000 millones de lempiras (algo más de 620 millones de dólares, unos 528 millones de euros) para combatir el crimen organizado, e intensificar la prevención en materia de seguridad. La creación de una policía militar, más allá de que haya mejorado en la lucha frente al crimen, representa para muchos un retroceso en el proceso de desmilitarización de la sociedad (Javier Lafuente, 2017), lo cual pone de relieve el negativo avance de este mecanismo de fuerza. Con justa razón, años atrás un experto en seguridad multidimensional de la Organización de los Estados Americanos había advertido que “el istmo vive en medio de una guerra civil no declarada". Los niveles de violencia, inseguridad e inestabilidad, patrimonio de los ejércitos, paramilitares, así como de la guerrilla izquierdista,en los tiempos de las guerras civiles, ahora deliberadamente los alientan las bandas criminales, así también las organizaciones con estructuras delictivas, en alianza frecuente con las esferas superiores del Estado y el empresariado, incluidos los ejércitos y las agencias policiales, cuyo poder e influencia activan una carrera ascendente. Algunos de sus miembros hasta han alcanzado la presidencia. En una similar vía, algunos exguerrilleros salvadoreños al asumir el poder en El Salvador se han dedicado a repetir las mismas prácticas abusivas y contrarias a la buena gobernabilidad, empleadas por los sectores antidemocráticos, represivos, así como los partidos políticos derechistas, que ellos han desplazado. La región ha devenido en más allá de una zona de riesgo, altamente vulnerable en términos de cohesión social, bajo el agravante de haberse afianzado, como uno de los corredores de la droga que, desde Colombia, transita hacia México y Estados Unidos de América (Javier Lafuente, 2017). En el caso particular de Honduras, los desastres hubieron de profundizar la tildada vulnerabilidad. En octubre de 1998 el huracán Mitch provocó allí daños por $5360 millones; dejó unos 24000 muertos en todo el istmo, 14000 de los cuales fueron hondureños. Al Plan de Paz lo desvirtuaron, solamente llegó a ofrecerle paz y progreso a los grupos dominantes. En el panorama sombrío llegaron a tener peligroso acceso las élites políticas, sino también el arribo de las corrientes del "populismo" en sus variadas manifestaciones, tan corruptos e impopulares, que hacen más complejo el fenómeno de la desintegración interna en cada una de las naciones. Todo lo cual, se ha traducido en incontenible desigualdad, estancamiento económico y marginalidad sociales, al igual que el deterioro en el área de los derechos humanos. Justamente, lo que en parte propician los éxodos (o emigraciones de indocumentados) por parte de ciudadanos centroamericanos hacia los Estados Unidos de América, así como las inmigraciones intrarregionales. Los sectores políticos que propiciaron el plan de paz en las décadas de 1980 y 1990 perdieron presencia. Algunos de ellos, la familia Ortega corre a la inversa de aquellos nobles principios; Marco Vinicio Cerezo, un dirigente sin arrestos, pasivo, acomodadizo, ahora el rector – como dijimos - de una entidad burocrática anquilosada, deslucida e inoperante. El expresidente Oscar Arias Sánchez, otrora el mentor y arquitecto del Plan de Paz, vive de las glorias pasadas; terminó perdiendo fuste y prestigio. Se desacreditó en Costa Rica, a causa de sus señalados desaciertos en su segunda administración gubernamental. El gobierno de Taiwán, y la dictatorial pareja gobernante nicaragüense se han encargado de hacerle mala atmósfera en la región. Ciertamente, al producir múltiples anticuerpos entre sus antiguos colegas del istmo - antes sus aliados -, difícilmente el expresidente Arias sea capaz de gestionar una integración regional de gran coalición, heredera del plan de pacificación de las décadas de 1980 y 1990. Casi ningún sector político de la región ha intentado retomar los postulados del Plan de Paz; la diferencia la han marcado los diferentes gobiernos costarricenses. Las tendencias autoritarias, antidemocráticas, tienden a recuperar fuerza en la región, a través de la alianza entre políticos corruptos, los militares, las estructuras criminales. Esta semana el Departamento del Tesoro estadounidense condenó a tres años de prisión a tres empresarios del hondureño "clan Rosenthal", incluido un excandidato presidencial miembro de él, en vista de su apoyo a las actividades de tráfico internacional de narcóticos, de múltiples narcotraficantes en América Central y sus organizaciones criminales (AFP, 15 dic, 2017). Entretanto, las fuerzas democráticas de la sociedad civil rara vez pueden neutralizarlas, pues están expuestas a amenazas. El asesinato de la activista ecologista la hondureña Berta Cáceres nos da a entender la falta de superación de la intolerancia, la conspiración y hasta la eliminación, a los que se ven sumidos los líderes y organizaciones civiles, opuestos al “establishment”. Los asesinatos de líderes indígenas en Nicaragua opuestos a la construcción del canal interoceánico llega a ser una seña adicional de la violación de los derechos humanos, de manera tal que los mecanismos de diálogo y concertación inherentes al Plan de Paz, en este instante constituyen una ficción, o una verbosidad excesiva, que contrasta con la realidad del retroceso democrático. No tiene sentido, entonces, ratificar declaraciones altisonantes y tratados internacionales sobre democracia y derechos humanos, o de protección del medio ambiente, mientras en el interior de nuestros territorios hay individuos o fuerzas organizadas que pueden atentar, sin temor, contra la vida de personas como Berta Cáceres (El País, España, nov.2017), así como los periodistas, y los activistas sociales. Todo ello revela la gravedad de lo que viene ocurriendo, en Honduras. Según la ONG Global Witness, más de 120 activistas ambientales han sido asesinados en el país desde el 2010 (Diego García-Sayan,2017). Cómplice también de la inestabilidad de esa nación, Manuel “Mel” Zelaya ha pretendido ser el rostro mayormente visible de las fuerzas opositoras, izquierdistas populistas, enfrentadas al Gobierno de Juan Orlando Hernández, este último, candidato del conservador Partido Nacional: la formación respaldada, casi siempre, por el ejército y los terratenientes. Todos unidos se han asegurado el ejercicio y férreo control sobre las instituciones estatales (Edmundo Orellana, exfiscal de Honduras). “Lo bueno debe continuar”, esto, el lema de la campaña del presidente hondureño, quien golpea el crimen, parte de sus justificaciones y credenciales, con tal de mantenerse en el poder. Ambos líderes (el populista de izquierda Zelaya y los líderes conservadores del Partido Nacional) exhiben poses autoritarias, tienden a aferrarse al poder. Proclives en sus respectivos mandatos a la reelección presidencial consecutiva, incidente que sobrevuela simultáneamente en la política latinoamericana. En buena medida, se han ocupado de derramar el combustible de la polarización en la sociedad hondureña, comenzada a raíz del golpe de Estado de junio del 2009, precisamente fraguado contra el presidente “Mel Zelaya”, líder del izquierdista Partido Libertad y Refundación (Libre), en cuyo mandato hubieron de registrarse los evidentes acercamientos con la corriente del socialismo bolivariana del Siglo XXl, dirigida por el fallecido mandatario venezolano Hugo Chávez, una unión a la cual pusieron fin en Honduras las poquísimas familias gobernantes hondureñas, y su brazo el ejército. Juntos actuaron con tal de desaparecer del mapa al presidente Zelaya, cuya excentricidad populista lo condujo a firmar en agosto del 2008 la adhesión de su país a la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA). El desenlace electoral en Honduras era predecible, el esperado, además del evento del apagón informático durante el conteo de los votos emitidos, lo cual hizo arrojar incertidumbre alrededor del resultado de los comicios, en especial a los observadores de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y de la Unión Europea (UE), quienes quedaron poco convencidos del desenvolvimiento de las votaciones, al extremo que frente a la falta de certeza, la misión de la OEA admitió la posibilidad de recomendar “un nuevo llamado a elecciones” (Noe Leiva, Henry Morales Arana, AFP). Sin embargo, el domingo 10 de diciembre de los corrientes el Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Honduras presentó el informe oficial con el resultado del escrutinio especial de las actas puestas en duda. Su “presidente aseguró que no se incurrió en ningún tipo de fraude”. Las actas, el último conteo de votos, según él, reflejaron la voluntad expresada por el pueblo el pasado 26 de noviembre. En el proceso de los comicios Salvador Nasrallá del partido Alianza de la Oposición a la Dictadura, se presentó ante los votantes como heredero del zelayismo, el movimiento político cercano al dictatorial chavismo, el cual surgió tras el golpe de Estado de 2009 contra su aliado del expresidente Mel Zelaya. El candidato Nasrallá, que en un principio comenzó con una fuerte ventaja de casi un 5% contra Hernández, a lo último quedó a menos del 1% por debajo del actual presidente Juan Orlando Hernández, éste con todo “a su favor” para reelegirse cuatro años en el cargo; los artificios político judiciales le habían facilitado postularse otra vez, en un país donde la Constitución Política prohíbe expresamente la reelección (Moisés Castillo; Jacobo García, 2017: en AP). En aquel enmarañado ("lógico") frente al “zelayismo chavista”, el presidente de dicho Tribunal hubo de demorarse (innecesariamente) en ofrecer el correspondiente informe oficial, porque de acuerdo con las versiones del TSE se había “probado el cumplimiento de las observaciones y recomendaciones, realizadas previamente por la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE) y los grupos de la sociedad civil”. En las polémicas elecciones hay además un trasfondo, que sería un error desdeñar. Si bien la hondureña base militar de Palmerola, a cargo de los Estados Unidos de América, operada en forma combinada por hondureños y estadounidenses, en términos militares y de seguridad estratégica representa mínimos para Washington. Tampoco significa que se está dispuesto a desampararla, admitiéndose un supuesto gobierno nacional de tendencias “chavistas”, guiado a la sombra por un enemigo suyo; el expresidente Manuel “Mel” Zelaya. La medida preventiva quedó envuelta en la táctica diplomática de la “Encargada de Negocios de la Embajada de los Estados Unidos de América en Honduras, al apresurarse a avalar las controvertidas elecciones, con ello se ha disipado cualquier alarma. Entonces, Hernández proseguirá en el cargo de Presidente, imitando así la mejor versión de Daniel Ortega en Nicaragua. En el otro costado, los dos principales partidos de la oposición coinciden en los datos (Joaquín Mejía, 2017). Entre ellos, el Partido Liberal anunció a través de su candidato, Luis Orlando Zelaya, que, con una diferencia de cuatro puntos, es decir, de sus datos contabilizados, el ganador resultó el candidato y periodista Salvador Nasrallá del coaligado partido de la Alianza de la Oposición, quien continúa denunciando el fraude electoral. De ahí, el estado de sitio y la militarización, producto de manifestaciones violentas desatadas – a causa de ellas se registra el saldo de más de15 muertos, según organismos de derechos humanos – , las cuales organiza tanto el oficialismo, quien defiende los resultados de la justa electoral, como la oposición que los adversa. Los datos del escrutinio, expuestos por los liberales, coinciden con los que tiene la Alianza de la Oposición a la Dictadura, lo cual alimenta la resistencia frente al gobierno y el TSE. Lo grave —e inaceptable— es que en algunos países parezcan regir aún reglas de ejercicio del poder profundamente autoritarias y violentas (Diego García-Sayan,2017), las cuales deben ser seriamente investigadas y sancionadas por la Organización de los Estados Americanos, “para cortar ese inaceptable círculo vicioso”. Por su parte, las corrientes autoritarias y populistas (de derecha e izquierda) sacan provecho de tales disrupciones. En lo concerniente a los fundamentales del plan de paz de Esquipulas, hay que rescatar, en su momento, las sesudas tesis y señalamientos del presidente costarricense, acerca del incorrecto funcionamiento del sistema de la integración del istmo. Autoridad moral e intelectual posee nuestro mandatario. Porque al lado de un grupo de políticos y diplomáticos nacionales, y del chileno John Biehl, redactaron el texto que dio origen al resto de los acuerdos de pacificación. Eso explica la coherencia del Presidente Solís en la cumbre de gobernantes del istmo, celebrada en estos días en Panamá, al exigir el respeto a la voluntad popular en ese hermano país. Nos imaginamos que a los demócratas debe provocarles repulsión los estallidos de violencia, acusados por la falta de transparencia en los comicios generales hondureños, cuyo desempeño se distancia, desde todo punto de vista, de la razón de ser del proceso de Esquipulas y de las perspectivas democráticas, consustanciales al respeto de los derechos humanos. *Mag. Ronald Obaldía González. Correo electrònico: ronald.obaldia@gmail.com

lunes, 6 de agosto de 2018

EL MOMENTO DE LA VERDAD PARA MÉXICO; SI LA LLEGADA AL PODER DE MANUEL LÓPEZ OBRADOR SEA UNA OPORTUNIDAD DE CAMBIO.

EL MOMENTO DE LA VERDAD PARA MÉXICO; SI LA LLEGADA AL PODER DE ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR SEA UNA OPORTUNIDAD DE CAMBIO. Sospecho que en México se ha ido golpeando la particular "y rica historia y cultura precolombina", y la propia ciencia y academia, legados de una nación tejida por la sabiduría y las manos de una de las portentosas civilizaciones indoamericanas. Espero estar equivocado. Quizás nos hemos dejado guiar por la sarta de repugnancias, dignas de desprecio: lo producido por sus codiciosas empresas transfronterizas de televisión, ciertamente, esos programas de tan baja calidad y de mala fe, lo cual consigue que la decepción se apodere de nosotros. Lo otro, casi nada difícil de ocultar, lo supone la sobrevivencia de varios Méxicos. A nivel de exacerbación: el de los oligarcas ultramillonarios, "el México S.A", la segunda economía latinoamericana, la útil para Carlos Slim, junto a su casta. Luego la sociedad del narcotráfico y la criminalidad. Se han cometido más de cien mil homicidios en cada uno de los dos últimos sexenios (Carlos Alberto Montaner, 2018). Encontramos el sector de los integrados por el sistema socialmente vertical. Finalmente, se localizan las víctimas del inacabable contraste político y económico, el representado por el 50% de pobres, entre ellos los indígenas y los miserables, y los que lograron escaparse de la cruda realidad, sean los emigrantes en ruta al "agringamiento". HECHOS HISTÓRICOS QUE HICIERON DIFERENCIA. Las contribuciones de México a la política internacional durante los siglos diecinueve y veinte lo llenaron mucho de sí, con justa razón. Y el origen de ello pudiera ser su ubicación geoestratégica, decretada por el destino ("Manifiesto"). Especialmente, lo último, puesto que parece haberlo condicionado en su modo de hacer política (interna o exterior), ya sea ¡para bien o para mal!; una realidad infranqueable interpretada perfectamente por el dictador Porfirio Díaz en su frase célebre, aquella que dice así: "pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos de América". No es para menos el contenido de aquella indisoluble sentencia. La pérdida de grandes proporciones de territorios en la segunda mitad del siglo diecinueve a manos del coloso del norte, incidieron luego en los intelectuales mexicanos a producir trascendentales postulados en materia de derecho de gentes; por lo que se transformaron inmediatamente después en uso y aplicación universal, más aún por los Estados débiles, como parte de sus mecanismos defensivos de la integridad nacional, frecuentemente amenazada por los cálculos y ambiciones de otras potencias mayores. Dicho lo anterior, cabe suponer que tales precedentes históricos, adicionalmente a la animosidad contra México del Presidente estadounidense Donald Trump, obliguen a Andrés Manuel López Obrador, en su populismo nacionalista, a refugiarse en la tradicional y arcaica postura antiintervencionista, hecha valer por México en asuntos de “diplomacia regional” (Castañeda, ídem), tras la colocación del asunto migratorio y la seguridad fronteriza en el primer orden de la agenda bilateral. Todavía más, la resonancia política de la Revolución Mexicana en 1910, particularmente en América Latina, dadas las justificaciones ideológicas y sociales que entrañaba, supuso una estructura de pensamiento, que alimentó los anhelos de libertad, justicia, prosperidad e independencia de los restantes pueblos de la región, así como en Costa Rica, cuando diferentes organizaciones cívicas y sociales los adoptaron, para construir la Segunda República en 1948. El glorioso periodo de reforma social de Lázaro Cárdenas (1934 – 1940), significó una de las fuentes de inspiración en Costa Rica de políticos y pensadores costarricenses como José Figueres, Daniel Oduber, Rodrigo Facio Brenes, Rodrigo Carazo Odio, entre otros. México, por igual, fue la nación que mejor se adaptó al renovado capitalismo de la posguerra, impulsado por la fuerte intervención estatal en la economía, el alto volumen de inversiones públicas, las exportaciones de petróleo, el crecimiento industrial, el fomento de la ciencia y la academia, la reconstrucción de latifundios, y el apogeo del turismo (Guía del Tercer Mundo, 91/92). A contracorriente de lo antes dicho, la desatención a las disfuncionalidades políticas, sociales, étnicas y las disparidades regionales, hubieron de vulnerar y desintegrar la sociedad nacional, adolecida de desarrollo desigual, y debilidad del Estado de derecho. La evidencia comprobada de esto lo reflejan los desiguales "Méxicos". Bajo el (anti) paradigma en que “un político pobre es un pobre político”, “los prinosaurios” o los dueños del Partido Revolucionario Institucional, conocido como el PRI - el presunto heredero (o suplantador) de los principios de la Revolución de 1910 - , finalmente fueron bastante "acuciosos" en la elección del candidato del partido, un procedimiento que era llamado “el destape”. Se avizoraban serios reveses políticos en contra del Partido Revolucionario Institucional, de hecho aconteció, ya que en la oposición resurgieron fuertes liderazgos como el de Cuauhtémoc Cárdenas, capaces de quebrar su perfil de partido único, el del poder absolutista. Eso mismo que hizo posible que el funesto Carlos Salinas de Gortari alcanzara la presidencia en 1988, apoyado en el “fraude patriótico”. La incontenible corruptela del partido único, a la medida de los intereses del Partido Revolucionario Institucional (el PRI), el constructor de la "dictadura perfecta mexicana", estuvo lejos de obstaculizar "la tercermundista" producción intelectual, literaria, de México. Más bien ello era una herramienta de los gobiernos "priistas", para asegurarle prestigio internacional a la nación, además de que era empleada para desviar la atención de los abusos domésticos, en cuestión de desigualdades sociales, y de abusos frente los derechos humanos, desatendidos mediante "la alianza perfecta", compuesta por la izquierda latinoamericana, manipulada por el régimen dictatorial de Cuba. Asimismo, se libraba, hecho insuperable por el resto de las dictaduras latinoamericanas, de los señalamientos de la izquierda pro-cubana y soviética, con quienes el PRI era especialista en tejer alianzas antiestadounidenses. Como sea, resulta injusto negar que ese "hermano mayor", que fue casi por todo el siglo veinte "oscuridad en la casa y candil en la calle" - un estilo de "posverdad" - se comportara como un tigre latinoamericano", ya que con frecuencia enfrentó las políticas "del gran garrote", emanadas de su poderoso vecino del norte, incluso esta vez ha sido introducido por el Presidente Trump en la guerra comercial (del acero y el aluminio), fabricada frente a China y la Unión Europea (UE). El grupo de países de Centroamérica y el Caribe hubo de ser para los gobiernos del PRI una zona, en la cual México ha intentado "actuar como una verdadera potencia regional" (José Juan de Olloqui, 1994). En la década de 1970 el activismo azteca se acentuó a través del Grupo de Contadora, en vista de la inestabilidad política que golpeó al istmo. En cuanto a América Latina, mucho menos se perdió la visión de erigirse como vocero de los múltiples reclamos regionales frente a las naciones desarrolladas, u otros centros de poder, a pesar de los recelos argentinos y brasileños. Sin embargo, el activismo de México logró ser efectivo, entrado el Siglo XXl decayó. Es así como la OCDE lo incorporó como miembro en 1994, siendo la primera nación latinoamericana, la cual ocupó un escaño en dicha organización; esa entidad congrega a las naciones altamente desarrolladas. Sin embargo, los contrastes de diverso signo han sido el denominador común de la nación mexicana, porque durante esa misma década, los logros diplomáticos suyos debieron coexistir con las amplias brechas sociales internas, que dieron luego origen a las arremetidas de la guerrilla campesina e indígena de los rezagados Estados de Chiapas y Guerrero, cuyas repercusiones continúan palpándose. SE DESPEJARÁ LA INCÓGNITA CONDUCTA DE AMLO. Ignoro de donde fue que extraje y memoricé la curiosa cita; el cinismo en su real expresión. Un escritor se refería al grado de deterioro moral en ese país norteamericano. Según él, algunos mandamases, “la mafia del poder”, en palabras de Manuel López Obrador, le expresaron con la desfachatez del caso que en la nación azteca "la corrupción equivale a la distribución de la renta, puesto que a través de ella la gente queda contenta". Todo ello correlato de los fenómenos de los Estados pobres, la criminalidad rampante, la impunidad en función del deterioro (moral) del Poder Judicial; los conflictos agrarios al acecho; y la emigración hacia la búsqueda del sueño americano. Todo ello corre al compás del desagradable lugar, que le confiere el grupo de vigilancia, Transparencia Internacional (TI), quien clasifica "al país del tequila" dentro del primer cuartil de países más corruptos (Graciana del Castillo, 2018). El contradictorio, desventajoso, irreversible entorno, y los desequilibrios sociales, vinieron a favorecer en días recientes (el pasado 1 de julio) el contundente triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador (64 años), conocido como AMLO, y su coalición izquierdista, encabezada por el joven partido el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), fundado el 2014, quienes alcanzaron el 53,19% de los votos, mucho más del doble que el próximo candidato (Graciana del Castillo, 2018), mediante un proceso electoral, al menos, bien organizado, aunque anormal. Los comicios arrojaron la cifra de 145 políticos asesinados, la mayoría en manos del crimen organizado y el narcotráfico (Daniel Zovatto, 2018). Hubo de llegar la hora en que el pueblo mexicano cobró las facturas, frustrado frente a la corrupción, la impunidad, la criminalidad y la violencia. La respuesta a ese creciente resquebrajamiento social se manifiestará en el próximo ascenso al poder de López Obrador, un populista – izquierdista (y nacionalista), triunfador de las pasadas elecciones generales. Él se había postulado dos veces infructuosamente a la presidencia. El candidato vencedor siempre puso al descubierto la ideología escéptica hacia el libre mercado y el comercio, así como las posturas de carácter nacionalista, por las cuales ya en el ejercicio de la Presidencia, según él, habrá de garantizar que su país produzca lo que consume (Jorge G. Castañeda,2018), al cabo "que se dispondrá a liquidar la alianza “non sacta de empresarios y políticos corruptos que desangra México". Se podrá presumir que el poder político cambie de manos, por lo que enseguida López Obrador, a tono con su tesitura y elevado ego, se imponga cambiar el régimen político, no sea, de acuerdo con la partitura de la vieja retórica izquierdista. Esta vez el mandato de la ciudadanía, lo suficientemente informada, desobedeció la campaña de los detractores de AMLO, orientada a presentarlo como el Hugo Chávez mexicano, éste constructor del desprestigiado régimen de Venezuela, así de populista, autocrático, y de caóticas “desviaciones y ocurrencias económicas”. La coalición opositora de corriente radical, heterogénea, y de aliados izquierdistas - escasamente transparentes - López Obrador la llegó a consolidar hábilmente. Este además de contar con experiencia ejecutiva como Alcalde de la Capital de México, conquistó no solo la presidencia, sino también cómodas mayorías en ambas Cámaras del Congreso; 4 de las 8 gobernaciones en juego; la jefatura de gobierno de la Ciudad de México; y numerosos puestos locales (Daniel Zovatto, 2018). Y hasta intentará captar pronto la aprobación del Papa Francisco, al diseño de la estrategia de alcanzar la paz en México, en donde se registra más de 200.000 asesinatos desde el 2006, en medio de la ola de violencia ligada al crimen organizado, y las pandillas asesinas, frecuentemente en complicidad con los cuerpos de policía, una vez responsables en el 2014 del asesinato impune de 43 estudiantes de educación. En otro orden, sobresalen factores manifiestamente adversos, los cuales continúan ejerciendo una fuerte presión en México, polarizado y dividido. Ceñida a la hostilidad del presidente estadounidense Donald Trump (“su peor dolor de cabeza”), a través de su nacionalismo populista de derecha, ha amenazado, en el área de los negocios comerciales, con la revisión el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), o imponer nuevos aranceles a las exportaciones de autos mexicanos a Estados Unidos de América (Jorge G. Castañeda, 2018). Entre entre ceja y ceja, el magnate de la Casa Blanca se ha impuesto la ampliación del muro de seguridad a lo largo de la frontera, con tal de detener la inmigración de mexicanos y centroamericanos, puesto que enmarca el fenómeno migratorio, como una grave amenaza a la integridad territorial, la soberanía y la seguridad de Estados Unidos de América (Eduardo Ulibarri, 2018). Asimismo, Trump subraya con firmeza el tráfico ilegal de drogas, por cuanto, para él México es calificado como productor o país de tránsito, a pesar que en el entorno estadounidense, varios Estados han procedido a legalizar la marihuana, para uso médico o recreativo, lo mismo que Canadá (Castañeda, ídem). Ecos de tales evoluciones alcanzan para que el mismo AMLO insinúe, “en función de pacificar” la nación, "que apoyará cierta clase de amnistía para los pequeños cultivadores de marihuana y amapola, pero no para los grandes narcos”. Esto mismo pone en riesgo las relaciones bilaterales con Washington, las cuales podrían provocar tirantez y mayor desconfianza, dada la naturaleza intrusiva del gobierno de línea dura de Trump, al lado de las espinosas cuestiones migratorias y las renegociaciones del TLCAN. Tesis que habrán de chocar con el comportamiento recio y testarudo de AMLO, incluso en caso de favorecer los acuerdos comerciales, en aras de encumbrar la competitividad de la economía mexicana, al incentivar al sector privado doméstico y el ingreso de mayor inversión extranjera, de acuerdo con el sensato argumento suyo de los últimos días. Con el futuro ascenso de López Obrador, las élites políticas y económicas, bajo el alero del sistema de capitalización y rentabilidad (el estatus quo), no dejan de crear una atmósfera de incertidumbre, presuponiendo el carácter autoritario del mandatario electo, cuyo populismo lo lleve a entorpecer la inversión nacional y extranjera; que se mueva en la vía de desmejorar, todavía más, la economía nacional, ya de por sí estancada en el 1,3% de crecimiento anual, bajo el riesgo de descalificar la autonomía del Banco Central. O bien que se exceda en la revisión de los contratos petroleros, cuya legalidad cuestiona el presidente electo, quien clama "cero tolerancia frente a la corrupción. La disyuntiva recae en los resquemores del sector empresarial, en cuanto al peligro potencial de que ese país se transforme en la segunda Venezuela, a la sospecha de una regresión al presidencialismo absoluto del siglo XX (Alberto J. Olvera, 2018), en manos del PRI. A pesar de la retórica populista antes y durante la campaña electoral, el mandatario electo se ha moderado últimamente, por lo que apunta a que la economía mexicana intente mantenerse en los estándares del equilibrio macroeconómico; en la correcta gestión de las finanzas públicas; la constancia en el ambiente favorable a la inversión externa y el emprendimiento interno; lo mismo que se ha pronunciado a favor del actual equipo negociador del tratado de libre comercio con Estados Unidos de América y Canadá (Jorge Guardia, 2018). Al mismo tiempo (AMLO) tiene previsto aplicar "políticas fiscales conservadoras", aceptar limitaciones presupuestarias, así como evitar endeudarse demasiado (Andrés Velasco), alrededor de financiar su proyecto gubernamental, el cual arrancará en funciones en diciembre del año en curso. El desplazamiento del PRI en el poder, como consecuencia de la apertura democrática, así como la vigencia del Tratado de Libre Comercio (NAFTA) - en revisión a causa de las políticas nacionalistas y proteccionistas del presidente Donald Trump, - este aprobado en 1994 por Canadá, Estados Unidos de América y México - , fueron dos factores que hubieron de provocar cambios sustanciales en la política exterior mexicana, inmediatamente después decantada por Washington. En la presente etapa, de empeorar o debilitarse la relación entre Estados Unidos de América, seguro que entrará en juego la señalada influencia de México en la región latinoamericana. Había resultado notorio el balance tradicional, sólido y de constante capacidad mexicana, la hizo empoderarse, porque relativamente funcionaron sus arrestos diplomáticos, respecto a determinar con la superpotencia global diversas estrategias y arreglos continentales, coordinados y experimentados, aquí en el subcontinente. Mientras que a raíz de las controversias con Trump, en vez de afianzarse la alianza bilateral, ella podría arrastrar consecuencias desfavorables para la política exterior mexicana, por cuanto en Washington, por lo inferido, hasta ahora allí interesa de forma prioritaria, "con dedo acusador", la seguridad de la frontera común, en lugar de otros objetivos relacionados con la agenda blanda y positiva. En esto último, en parte el Presidente priista Enrique Peña Nieto ha sido quien ha practicado "posturas timoratas" ante Trump, al extremo de haberlo invitado como candidato a Ciudad de México en plena campaña electoral (Castañeda, ídem). Al mandatario mexicano lo había amedrentado el Trump de entonces, en particular sus ataques imprevisibles e impredecibles, al igual que el azuzamiento “de la animosidad antimigratoria, de los seguidores nativistas” del magnate. El bajonazo del prestigio del presidente Peña Nieto – apenas con un 20% de aprobación - hizo más escabrosa la participación del PRI en las últimas elecciones, así como de los demás partidos tradicionales. Se aumentó con los desaciertos en las reformas económicas, cuya política de modernización, extendida a la energía, telecomunicaciones, educación y el trabajo, llegó a ser una fuente interminable de controversias, en cuenta la gestión de la deuda (Daniel Zovatto, 2018). Ese malestar se añadió a la inseguridad (29.000 homicidios en 2017), más lo que hemos citado en relación con la impunidad, la violencia política, la corrupción, ya fuera la compra fastuosa de una vivienda por parte de su esposa a un contratista, favorecido por el gobierno . En suma, la ciudadanía llegó a llenarse de hartazgo y frustración, así también, al comprobar la carencia de oportunidades de empleo y mejores salarios, precisamente los detonantes de la emigración, sobre lo cual el próximo presidente mexicano intentará un plan integral, el cual prime el desarrollo humano, la creación de oportunidades de empleo. AMLO tuvo las destrezas discursivas para sembrar esperanza dentro de la mayoría de los mexicanos. Si en su gestión presidencial corre inalterable el estado de cosas, "la ciudadanía podría debidamente transformarse en una peligrosa frustración que le termine pasando una cara factura", junto con la gravedad de la inminente desestabilización. El reto suyo – de carácter internacional – consistirá en lograr una relación lo más madura, constructiva y respetuosa posible con el presidente Trump (tarea nada fácil, por cierto), en especial en relación con el sensitivo y incendiario tema migratorio, la renegociación del TLC, y la construcción del muro entre ambos países (Daniel Zovatto, 2018). Su discurso de la victoria abiertamente conciliador (Graciela del Castillo), moderado, pragmático, puede que haya tranquilizado los mercados, apegados a la estabilidad y la seguridad política. La incógnita la fertilizan los expedientes de los populistas de la región, quienes han hecho añicos la institucionalidad del sistema democrático liberal, a causa de su ego enfermizo, el autoritarismo, sobre todo, que erosiona los contrapesos, la deliberación pluralista (Andrés Velasco, 2018). De lo que sí estoy convencido es que la sensata, inteligente y culta esposa de López Obrador, investigadora en ciencias sociales, sabrá purificarle el cerebro al nuevo presidente mexicano, en caso de un extravío, producto de un arrebato populista y delirio egocentrista, puesto que los manicomios de Venezuela y Nicaragua, además de fuente directa de datos, le son totalmente inaceptables a una potencia regional, la cual tiene de todo para seguir creyendo que sigue "Siendo el Rey". Ronald Obaldía González (Opinión personal)