miércoles, 21 de octubre de 2015

EN SIRIA, INEVITABLES LAS SOLUCIONES MILITARES, PERO TAMBIÉN LAS VISIONES DIPLOMÁTICAS.

EN SIRIA, INEVITABLES LAS SOLUCIONES MILITARES, PERO TAMBIÉN LAS VISIONES DIPLOMÁTICAS. Reducidas las capacidades políticas, sobre todo, sociales y económicas de las naciones emergentes, entre ellas, Brasil, India, México, Argentina - dejemos a un lado de este grupo a China, lo mismo que Rusia, una potencia todavía, heredera de la extinta Unión Soviética -, bien convendría hacer un ejercicio académico, o no sé qué, acerca de la necesidad de repensar en argumentos de índole civilizatorio o cultural, para con ello iniciar el debate acerca de la ampliación de la estructura y la composición del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), tomando en cuenta a África y las naciones árabo musulmanas. Reconocemos que como hipótesis para la reforma amplia del Consejo puede tener mayor relevancia y significación el factor civilizatorio (étnico, cultural y religioso) que el trabajado hasta ahora: ese que favorece el ascenso a él de las económicamente riesgosas y vulnerables llamadas potencias emergentes, las que aspiran ocupar allí titularidad permanente. La perspectiva y la riqueza de los valores y propòsitos del diálogo intercivilizatorio, un primer paso lo representa el reciente acuerdo nuclear con Irán, podrían ser elevados al ámbito de la esfera superior del multilateralismo, esto para la mitigación de crónicos y severos riesgos universales (el yihadismo y el terrorismo), empeoramientos que no necesariamente tienen como origen los distintos ámbitos de la economía global. Habíamos comentado que de los citados países se excluyó a China y Rusia, quienes son miembros permanentes del órgano preponderante de la ONU; hace tiempo que los emergentes insisten también en poseer ese estatus, un rango jurídico que preservan además Estados Unidos de América, Gran Bretaña y Francia. Este hecho, para casi todos, obedece a razonamientos históricos, políticos, económicos y militares. Las cinco grandes potencias adquirieron ese derecho, merecidamente, al vencer al nazismo y el fascismo en la Segunda Guerra Mundial; por ninguna razón este poder llegó a ser una decisión antojadiza de la comunidad internacional. Líneas arriba calificamos a la Rusia (imperial) de Vladimir Putin, como una potencia mundial. La mejor evidencia de este poder ha sido el remezón, causado por ella en las últimas semanas al tomar la decisión (realista) de intervenir en la guerra civil de Siria en alianza con el Irán, Irak, posiblemente China Popular se uniría más adelante, todo ello con el propósito de acabar con los yihadistas (islámicos - sunitas) del Estado Islámico (EI o Daesh) y Al Qaeda (ambos antioccidentales), así también golpear la oposición, supuestamente moderada, lo cual equivale a sostener al disminuido mandatario sirio Bachar el Asad, cuya dinastía opresora fundada por su padre, ha estado aliada a los rusos desde los tiempos de la Guerra Fría. Especialmente, Rusia e Irán han puesto todos sus activos diplomáticos, económicos y militares detrás de ellos (José Ignacio Torrealba, 2015), con tal de eliminar el yihadismo del Medio Oriente. En la guerra siria el encontrar islamitas moderados es complejo, a decir de los rusos; de igual forma, en toda la región, por eso son también atacados - , Puede ser verdad, la mejor prueba llegó a ser la Primavera Árabe en Egipto, de ella sacó ventaja únicamente la radical Hermandad musulmana, quien menoscabó las fuerzas cvilizatorias democráticas, especialmente en Egipto. A pesar de la repugnancia de las soluciones militares o “el poder duro” de las grandes potencias, en Siria son imprescindibles. Hay que reconocer que “el repliegue militar”, en compañia de las fallidas y dubitativas fórmulas diplomáticas y políticas de Estados Unidos de América, secundadas por la Unión Europea, al final dieron como resultado la consolidación de los terroristas islámicos en territorios sirios e iraquíes, los cuales les sirven de refugios y de justificación hacia la constitución de “un delirante califato”. A falta de una política común en Siria, incluso Irak, los europeos y los estadounidenses no consiguieron ponerse de acuerdo “y el resultado es una guerra civil dentro de una guerra civil” (Entrevista de Javier Morán a Emilio Lamo de Espinosa en La Nueva España, 2015). Occidente perdió la oportunidad de acercarse en el inicio de la Primavera Árabe a la rama alauita chiita - la menos dogmática del Islam -, con base en las tácticas del poder blando se hubiera podido desplazar del poder a la dinastía gobernante de Siria, se hubiera impedido el derramamiento de sangre que arroja la pérdida de casi 250.000 vidas. Con todo, sus desaciertos en Ucrania y Crimea, la mano dura de Rusia y de sus aliados han demostrado poner freno a la irracionalidad y el fanatismo de los terroristas, en parte, causantes de las conmociones en el Medio Oriente y del África subsahariana; un talante trocado en crueldad y en violaciones a los derechos humanos, lo cual hace imposible cualesquier arreglos políticos. Apenas las intervenciones militares y los bombardeos de las fuerzas militares rusas tienden a crear fricciones (por incursiones aéreas) en países como la diezmada y dividida Turquía, quien, enfrentada al sector extremista de los Kurdos, guarda vecindad con la zona de conflicto, al cabo que al principio su gobierno pro-islámico, a la vez enemigo del régimen sirio, se mostró reacio a participar en las acciones contra el EI, conducta que hace poco resintió Washington. Recientemente, Ankara dio un giro en su estrategia de cara al EI, al ser víctima de varios actos terroristas, al albergar miles de refugiados sirios, decidió abrirse a la coalición, dirigida por un Estados Unidos de América inquieto por la precisión de la intervención militar rusa en Siria y de su idea pertinaz de sostener a al Assad, al que Occidente considera el principal obstáculo de la pacificación. Al intervenir en la guerra, Moscú sabe que una respuesta militar de Occidente en su contra sería una opción altamente improbable, pues hasta ahora se ha calculado que es preferible mantener en el poder al gobierno sirio, por un tiempo, que verlo en el suelo a manos del Estado islámico y de Al Qaeda, enemigos tanto de Occidente como de Rusia. Por ello, ambos se inclinan en ser capaces de dar forma a una intervención con una coalición en la que los países árabes deberían estar claramente en vanguardia, y detrás de ello, por supuesto, la OTAN (Idem, entrevista de Morán a Lamo). La táctica de rearmar y entrenar los grupos islámicos (parcialmente) moderados, opuestos a la vez al gobierno del dictador el Asad, pues derrocarlo es su objetivo prioritario - en cuenta la rama alauita chiita a la cual pertenece - tampoco resulta exitosa, menos aún, para atacar al EI, quien desgastó al gobierno sirio y pone al descubierto la ineficacia del ejército de Irak; dicho sea verdad, un país fragmentado en tres frentes, a saber, los sunitas, sus enemigos los chiitas y la minoría étnica de los Kurdos, quienes periódicamente entran en disputas militares. Miembros de estas denominaciones, además de los sirios, libios, afganos, africanos, etcétera, conforman el incontenible flujo de inmigrantes que huyen de la guerra y la pobreza. Y que particularmente a la Unión Europea mantienen en alta tensión, dado el desacuerdo interno, el estancamiento social y las complicaciones económicas que dificultan el darles refugio. Los nacionalismos y las corrientes anti - integracionistas europeas aceleran el rechazo a los nuevos éxodos, los estigmas culturales y religiosos, así también los eventos traumáticos del terrorismo islámico, la peor amenaza de la seguridad mundial, fertilizan las tales resistencias de no pocos europeos; la propia Alemania, abierta a aceptar mayor cantidad de inmigrantes, tampoco se escapa de los movimientos xenofóbicos, en particular, los islamofóbicos. Ciertamente, tiene sentido la creación de una amplia coalición internacional entre Occidente, Rusia e Irán, a fin de combatir a las organizaciones terroristas en Siria e Irak, algo parecido a aquella contra el nazi fascismo de Adolfo Hitler en la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces se sentaron los principios y la columna vertebral de la diplomacia multilateral, con ello, la creación de la ONU. Pasando a nuestro tiempo, una vez derrotados el EI y Al Qaeda, bajo una perspectiva geocultural y antropológica - en lugar de la geoeconómica, propuesta por las potencias emergentes - valga la pena asignarle en este Siglo XXl un rol clave a la cultura arabo islámica, al igual que a África. Hay que enmendar las arbitrariedades y errores pasados “del neocolonialismo y del paternalismo”, protagonizados por la cultura Occidental en dichos confines, fuente también de la prolongada inestabilidad, la violencia, las actuales guerras civiles, el atraso y la desesperación social. El orden internacional además de plantear complicaciones económicas, al mismo tiempo acompaña hondas sensibilidades políticas, culturales, étnicas y religiosas, de carácter histórico y estructural. Significa, entonces, admitir “el reto que supone la libre expresión de la culturas árabe y africana” en el ámbito del multilateralismo, ello se gana concediéndole a cada una de ellas un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Supongamos que esta visión comportaría erosionar el complejo de superioridad del mundo desarrollado y de las superpotencias, a cambio de hacer predominantes nuevos paradigmas en las relaciones con los países árabes (Jesús Núñez Villaverde, 2015) y la cultura negra africana. Sabemos que dicho tipo cambio expone sus resistencias, dados los privilegios de las potencias tradicionales en la diplomacia multilateral. Sin embargo, las concepciones justas y equilibradas, hacen que la comunidad internacional sea coherente con los propios postulados democráticos, los derechos humanos y del diálogo intercivilizatorio, siempre en la confianza de enfrentar el radicalismo y la perpetuación de “Estados fallidos”. Ronald Obaldía González (Opinión personal)