jueves, 28 de febrero de 2019

AGRESIÓN A PERSONAS EN LA TEMPRANA EDAD EN CORRELACIÓN CON SOCIEDADES DISOCIADAS Y POSTERGADAS.

AGRESIÓN A PERSONAS EN LA TEMPRANA EDAD EN CORRELACIÓN CON SOCIEDADES DISOCIADAS Y POSTERGADAS. En nuestro artículo anterior hicimos mención al sensible objeto de la familia, quien a la vez figura entre lo primordialmente básico, e insustituible de la estructura de participación primaria de la sociedad (Luis Eduardo Sandí Esquivel; Helio Jaguaribe). Por la familia se regulan las formas de la participación existentes en una sociedad, se determina “quién es miembro y quién no lo es, en qué condiciones”. Y sobre la base de qué tipo de normas de convivencia, habrá de desenvolverse cada miembro en colectividad. En adelante nos lanzaremos a la aventura de proponer en este comentario supuestos, de por sí apresurados, eso sí, con tal de ir más allá de lo escrito en nuestra anterior entrega, cuando nos habíamos ocupado de la violencia dentro de los grupos primarios societales. Sobre todo, las consecuencias (acumuladas) en la salud mental de los individuos, afectados frente al fenómeno de la agresión, en sus diversas manifestaciones y reacciones. Helio Jaguaribe, el prestigioso científico social latinoamericano (+), reconoce que el sistema social está articulado internamente, al descomponerse por la estructura participativa (familiar y su entorno inmediato), además en otras tres estructuras (“o subsistemas”), ya sean lo cultural, económico y político. Así, entonces, explica que el subsistema cultural abarca y regla las actividades, orientadas hacia la producción de símbolos y la formulación de creencias: religiosas, filosóficas, estéticas, éticas, políticas, científicas, tecnológicas, o simplemente símbolos expresivos. El subsistema económico abarca y ordena las actividades orientadas hacia la producción de bienes y servicios; las relaciones sociales de producción - según nuestro criterio -, así como la distribución y el intercambio de bienes y servicios. Por su parte, el subsistema político abarca y mide las actividades, orientadas hacia la formulación y la aplicación de las decisiones públicas. Hemos empleado aquí la teoría de Jaguaribe, esto porque hace más de tres décadas en una de nuestras tareas como estudiantes sugerimos – algunos se extrañaron – la idea de dar forma a la especie de asignatura que denominamos “psicología política”. Al parecer la sugerencia no fue en vano, después leímos algunas publicaciones sobre este respecto. A un futuro, cabría proponer el método inductivo experimental (Ivette Meza Ortega), fundamental en la ciencia, de paso en la producción de argumentaciones todavía más racionales, válidas, por las cuales poder concentrarnos en la psique de los individuos del poder, en su compostura psicológica, el dominio de sus emociones, así también en el comportamiento de “las masas”, las redes sociales como modeladores de las estructuras internas de las sociedades. En esto no se puede prescindir de la psique de los miembros de determinado conglomerado, los protagonistas y testigos de causa de tales estructuras, variables que los científicos sociales tienden a marginar en sus enunciados e investigaciones. En nuestro caso pensamos que esto es vital para descifrar el éxito o el fracaso en el desempeño de las sociedades nacionales; en la medida que marche la salud mental de las personas imbuidas en “la política del poder”, en cómo se muestran los individuos de los diferentes estratos sociales. Son la historia y la cultura individual y la colectiva intrínsecas en las formaciones sociales, de donde se desprenden las mentalidades políticas. En esto último no menospreciamos, como dijimos, la mentalidad de los líderes, el carisma, la mentalidad, la seguridad conjunta, la cohesión social, los proyectos de vida: una especie de “coeficiente ” en la asignatura de la psicología política, a nuestro juicio, hasta puede llegar a ser lo más determinante, en lo concerniente a definir el rumbo de cualesquiera sociedades. Intentaremos fusionar los cuatro subsistemas o estructuras; para los límites de nuestro comentario, tomaremos como punto de partida la participación familiar y los conglomerados sociales inmediatos que la rodean. Todos ellos, sean “los determinantes primarios”, cuyo poder, llegan a ser capaces de programar el comportamiento de sus miembros, sean para el crecimiento espiritual, la salud física y la plena realización personal; o por el contrario, puede que se constituyan (los determinantes inmediatos) en fuentes de violencia, abusos y ciertamente “terror”. En este caso, habrán de significar los factores de riesgo, causantes de daños y trastornos emocionales: de perturbadas programaciones y heridas (Sandí Esquivel, idem), casi irreversibles, en contra de “la psique” de cada víctima en particular. Ubiquemos a los niños y los jóvenes, entre los vulnerables de ambientes hostiles, quienes luego arrastrarán un “pasado traumático”, el cual quedará activado en especie de lastre mental, pero “escondido”, condenando posiblemente el destino de los individuos que padecieron las consecuencias dañosas. Según, el psicoanalista Sigmund Freud, esa programación mental, a la vez ignorada, y frecuentemente transmitida de generación a generación (se expresa en familias y entornos moralmente fracasados, incapaces en superar las adversidades); equivale a ideas clandestinas que pululan en el subconciente (Freud). Actúan de forma similar a una especie de infierno, el cual se arrastra en la etapa que supone la vida útil, por no decir toda la vida, sobre lo cual la conciencia de la persona ejerce casi ningún control, incapaz de borrarlo, a menos que sea sometida a terapias intensas por parte de especialistas de la conducta humana. Porque, de este modo, podrá entender y comprender la raíz de sus males y trastornos, el individuo se “conocerá a sí mismo” , según Freud, así podrá tener una existencia de calidad. Dicho sea de paso, él comenzará a superar los apegos, los miedos, los traumas, los orgullos, las vanidades personales, las perturbaciones que en el tratamiento pueden impedir la curación. Asociamos nuestra argumentación a la religión, por cuanto encontramos postulados coincidentes. Para Jesucristo “el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está el corazón” (San Lucas 6,39-45). Lo seguido es apenas una suposición nuestra. De uso nuestro. El famoso psicoanalista Sigmund Freud, en lugar de Jesús, “diría en el Siglo XXl” que el mal del hombre está en el inconciente o el subconciente, esa zona profunda de la mente que lo ha enajenado, la cual predispone al individuo a la maldad, la destrucción, al odio – muchas veces sin ser concientes de sus actos, pues está enfermo - . Lo mueve a cometer hechos inapropiados en las instancias de la convivialidad humana, con crónicos y severos efectos frente a los conglomerados humanos. Concatenado a lo anterior, el protagonismo de líderes enajenados y perturbados causará estragos en los subsistemas políticos, económicos y culturales (Jaguaribe,idem). Entiéndase aquellas roturas, padecidas por determinadas sociedades nacionales, tales como la ausencia de ética, el abuso del poder, la iniquidad, la corrupción que carcome, el totalitarismo, la envidia, la avaricia, el narcisismo, el odio, la violencia entre clases, el racismo y la discriminación, los daños al medio ambiente, los cuales nunca nacen de la nada, son males que hubieron de pulular en ese infierno interiorizado, fecundados por hechos traumatizantes, escondidos en el subconciente (o el corazón, la versión cristiana). Hagamos referencia entre la individualización dañada y la dinámica e indisociable articulación entre los cuatro subsistemas de Jaguaribe. Los siguientes casos nos ayudan a nuestros supuestos. Reflexionemos, entonces, alrededor de la conciencia, carcomida por la ambición, el individuo aferrado al poder; quienes defienden el estado de cosas en función de sus intereses y riquezas personales; y la aversión hacia valores de equidad y armonía con el prójimo. En el enriquecimiento del psicoanálisis, Freud debió profundizar en aquellos “infiernos”, alojados en los subconcientes, con tal de ofrecer explicaciones acerca de los individuos embriagados y enviciados por el poder, los dictadores; sobre los individuos prepotentes, discriminadores, vanidosos, carentes de rectitud moral, los que llegan a ser capaces de atropellar las comunidades subyugadas o grupos de personas. En esta línea de pensamiento nos asalta el recuerdo de aquella famosa cinta cinematográfica , llamada “Apocalipsis Now”, se proyectó en la década de 1980. En ella, uno de los principales protagonistas, abatido psicológicamente en ocasión de las guerras sanguinarias del Sudeste Asiático, habría de responsabilizar de las prolongadas y letales consecuencias a la vanidad y al odio interiorizado en el corazón o el subconsciente de los individuos, causantes de los etnocidios y de los baños de sangre, del imperio de la irracionalidad. El deprimido soldado expresó al final de la película: “el enemigo no está afuera, está adentro, en nuestra alma”. He pensado que el productor de la película de hecho había leído a Freud. Nosotros viajamos más lejos que el soldado estrella, nos trasladamos al fenómeno del odio contra los migrantes, a los diversos grupos étnicos, a la comunidad gay, etcétera, minusvalías que pueden empalmarse con la flaqueza de nuestra alma, trastocada en enemigo nuestra. En otro orden de nuestro supuesto de trabajo, relacionado con la psicología política, es dable especular a la vez acerca de la disminución en las víctimas de la hostilidad, la violencia y las humillaciones, de sus capacidades cognitivas y habilidades, emocionales, morales, físicas; sobre el deterioro en el curso de la personalidad; la pobre imagen que habrán de poseer de sí mismas. Todo lo cual podrá llevar riesgos o sacrificios en contra del progreso del hábitat social que las rodea. De verse disminuidos el intelecto, la autoestima y la autoconfianza de los miembros de determinado hábitat, dadas las gravísimas grietas y heridas entre sus comunicaciones y conexiones primarias, seguro que el encuentro de las víctimas frente al desafío, la novedad y las expectativas ante la vida, llegará a ser traumático también, así como lo hubo de ser en sus vínculos familiares, por eso los conglomerados humanos habrán de perder potencial humano, sentido de empeño y emprendimiento individual, los miembros enfermos perdieron su fuerza y motivación. La primordial e ineludible necesidad de las sociedades con expectativas de alcanzar prosperidad material y espiritual consiste en contar con miembros dotados de salud mental y física, osados y retadores. Probablemente, las bajas predicciones sobre la concepción y la calidad de vida de las personas agredidas desde la infancia, salen a relucir en el temprano desarrollo, sino en el curso de sus existencias; habrá vidas mayormente propensas a conductas enfermizas, escapistas y destructivas, a la programación de mentes débiles y escasamente tolerantes a todo tipo de frustraciones. Tampoco se aleja de la realidad el que un hábitat (natural) primario, insatisfactorio y castrante sea una de las principales causas de la pobreza colectiva. Hay una esencial indisociabilidad entre ambas dolorosas verdades. Sobre este particular de las mentalidades limitadas, el psicólogo belga costarricense Pierre Thomas (+) ya se había anticipado a través de sus investigaciones psicosociales. Su hipótesis de trabajo consistía en dar a conocer que “la pobreza material residía en la mente humana”. Por eso, menos aún, se escaparían las sociedades deprimidas, reflejo del peso ejercido por el conjunto de individuos con mentalidades traumadas, deprimidas, endebles, pobres en arrestos, baja autoestima e inseguridad personal, ayunos de horizontes. La intrínseca realidad del subsistema de participación primaria proyectará e impactará de modo desfavorable las otras tres estructuras internas del sistema social, de acuerdo con la teoría de de Thomas, y quizás de Jaguaribe. Puede que los deterioros en la economía, la política y la cultura de cualesquier naciones, posean su explicación en los modos conductuales agresivos, traumáticos, inhabilitantes, arraigados en la mayoría de los núcleos familiares; la autodestrucción y la disociación en la participación primaria resulta el precio que se paga contra la prosperidad colectiva. A veces ni siquiera intentamos renunciar a tales factores de riesgos, solo basta con acercarnos a las estadísticas de los hospitales e instituciones públicas y privadas acerca de niños y adolescentes abusados, tal vez nos conmueva la conciencia y algo aprendamos por cultura moral y cívica. Postulando a Sigmund Freud, como ejercicio argumentativo, estamos convencidos que “las guerras civiles domésticas”, las histerias emocionales, tienen su explicación en ese desconocido inconsciente actuante en la mente humana, responsable de transportar el mayúsculo dolor y no pocas veces la muerte. No perdamos la fe. Cerremos filas con la tesis del doctor psiquiatra Luis Eduardo Sandí Esquivel, prestigioso psiquiatra costarricense. La usamos además como conclusión. Expresa el psiquiatra: “Por otra parte, lo más maravilloso del ser humano es su plasticidad mental, la maleabilidad neuronopsicológica que permite, con la ayuda oportuna, cómo usted los menciona, la sanación de las perturbadas programaciones y heridas del alma, para dar cabida a una vida más plena”. Esa sanación, a nuestro criterio, es imprescindible para construir sociedades pacíficas justas, tolerantes y prósperas, al mismo tiempo en alentar soluciones de base que fortalezcan la sensación de comunidad y de responsabilidad compartida de los ciudadanos (Sasha Fisher) con buena salud mental. Tampoco es permisible “oscurecer las ilusiones”. Los portadores de vida buena, todavía tienen la palabra. Autor: Ronald Obaldía González