sábado, 17 de diciembre de 2016

CARLOS HUMBERTO ROJAS DÍAZ, EDUCADOR COSTARRICENSE.

Don Carlos Humberto, exdirector del Liceo Rodrigo Facio Brenes (San José, Costa Rica),  distinguido profesor de español, hombre superior, lleno de paz y caritativo; gran ciudadano. Sus últimos años los dedicó a llevar una profunda vida cristiana y contemplativa. Se desprendió de todo lo material para hacer todavía más auténtica su fe, la cual transmitía a quienes estuvieran ávidos de la Palabra de Dios. Visitaba los enfermos, a quienes les brindaba apoyo psicológico, pues poseía estudios en esa noble disciplina. Si no me equivoco, fue de los primeros profesores contratados por nuestro gran colegio. Dios lo ha recibido en su Santa Gloria.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

LA PRESUNTA PELIGROSIDAD DE DONALD TRUMP: UNA OPORTUNIDAD PARA COSTA RICA.



LA PRESUNTA PELIGROSIDAD DE DONALD TRUMP: UNA OPORTUNIDAD PARA COSTA RICA.
Hace lo correcto el sector empresarial costarricense en visualizar los eventuales riesgos que podrían interferir, severamente, en los intercambios comerciales y los flujos de las inversiones, habida probabilidad de la aplicación y endurecimiento de las medidas proteccionistas por parte de los Estados Unidos de América con Donald Trump a la cabeza. Especialmente, por las particularidades de nuestro país: una economía abierta al comercio y a las transacciones globales.
Tampoco significa que entremos en profecías alarmistas, recreando falsas y engañosas hipótesis, en el sentido de imaginar ídolos falsos en la economía internacional, esto es, magnificando, de forma insensata, las capacidades de otras potencias emergentes, las cuales carecen, justamente, de ello. Porque llenas de limitaciones políticas y culturales, desde ya quedan desahuciadas en su fantasía de desplazar a los estadounidenses como los líderes del capitalismo con libre mercado, una visión que sin democracia liberal raya a la vez en la total imperfección.
Los seguidores de Trump constituyen apenas una tendencia social minoritaria y modesta dentro de la magnanimidad del pueblo estadounidense. A pesar de esto, a partir de enero del 2017 su tendencia asumirá las riendas de la Unión Americana. Difícilmente, se puede pronosticar su éxito y consolidación, tampoco su fracaso. Lo cual hace imprescindible en Costa Rica el ejercicio de la valoración de los riesgos, sujeta al ascenso del magnate, por lo que la impostergable preparación nacional llega a ser la tarea de primer orden, a sabiendas de la interdependencia e interconexiones económicas y comerciales respecto a los Estados Unidos de América.
De ser cierta la concreción de la política proteccionista y nacionalista por parte del nuevo ocupante de la Casa Blanca, y ante un contexto como el vislumbrado, se impone la elasticidad en la visión de nuestras políticas públicas, en su conjunto – puesto a prueba en el pasado - , con tal de responder a las medidas nacionalistas, éstas recelosas de los acuerdos comerciales, pero que habrían de definir el comportamiento del nuevo gobierno estadounidense. La clave consistirá en contrarrestar sus consecuencias, lo que puede sobrevenir con el mandatario que proclama que "que los Estados Unidos de América es primero".
El mayor desacierto en Costa Rica sería el embobamiento y la pasividad frente a las corrientes del “Trumpnomics”, gestoras de la imposición de restricciones a la libre movilidad de los capitales o los factores de la producción, e incluso, hasta llegar a emularlas, perjudicando las transacciones con nuestros socios. Un desacierto de tal naturaleza iría a contrapelo de la historia nacional, la cual ha girado siempre alrededor del libre comercio y la receptividad de las migraciones.
En el mismo sentido, de las principales fortalezas de Costa Rica, entre lo que denominamos la elasticidad política, ella se ha sustentado en la solidez de la institucionalidad y la pujanza del sector privado. Y si en la época de Trump conseguimos complementarla con la atracción de decididos socios regionales (Estados, compañías, empresarios foráneos, etcétera), seguro que saldrán a relucir competencias y atributos superiores, fijos en disponerlos al emprendimiento (start up).
Es decir, hablemos de la inversión de energías para fomentar la cultura de los megaproyectos (Carlos Carranza Villalobos, 2016), domésticos y regionales, basados en las alianzas públicas y privadas, sobre la expectativa del mejoramiento social. Hasta al propio Trump le podría llamar la atención un esquema de relaciones birregionales de tal envergadura, generador de empleo y oportunidades, sobre el cual podrían contenerse los flujos migratorios.
Llegó el momento de ir dejando a un lado ese concepto obsoleto de la cooperación, que a estas alturas de la cuarta revolución industrial y de la velocidad de la economía de los servicios, llega a ser estéril. Más cuando, las organizaciones internacionales continúan desacreditándose, y las naciones desarrolladas, además de desconfiar en el quehacer de ellas, consideran una bagatela el destinar fondos en objetivos superfluos de escasa significación económica.
La elasticidad y adaptabilidad nacional como reacción constructiva frente a los cambios y las corrientes abruptas en el ámbito internacional, están lejos de ser sorpresa y novedad a la democracia costarricense. La crítica década de 1980, que contemporizó con el declive de la economía del café, la sensibilidad de la deuda externa, la guerra centroamericana, en vez de interpretarse como catástrofes, más bien fueron retadas, robusteciendo las libertades civiles y el Estado de derecho, impulsando la innovación y el emprendimiento, dando lugar a la diversificación de la estructura productiva en línea con el objetivo de la inserción a los mercados globales.
Sobre la base de la elasticidad como tal, de la pujanza de dicho esquema de desarrollo, se logró reducir la pobreza del 32% al 20%. Luego de ello, en estos tres últimos lustros se allana el camino, a favor de la sofisticación del sistema productivo, alentado por el sector de los servicios y el turismo. En otras palabras, Costa Rica ha sabido pensar y trabajar con imaginación y cabeza propia, al extremo que aprendimos a lidiar con nuestra geografía tan vulnerable a los desastres naturales.
En concordancia con estas capacidades de flexibilización y adaptación en el curso de la adversidad, además del cambio de mandatario en nuestro gran socio y aliado, a la sociedad costarricense le corresponderá asumir, entonces, el reto de responder sin complejos al próximo presidente estadounidense y a su equipo gubernamental compuesto por magnates, ultranacionalistas y generales de cinco estrellas, así como anticipar las contingencias. Otra vez, activando las alertas, pero sin sacrificar ni un ápice los ideales humanistas de la democracia liberal, de la diversidad cultural, en cuenta, la responsabilidad en torno al cambio climático, al cabo de contribuir a reforzarlos de forma creciente en la sociedad internacional, lo mismo que trazar un paralelo con tal de nutrir de humanidad y equidad la globalización.
En esta postura, antítesis de Trump, es crucial la utilización de la Internet y la función de las redes sociales en lo relacionado con la difusión de los legítimos valores de la civilización occidental, la interacción de ciudadanos de diversos orígenes culturales y étnicos, en cuenta la complejidad del cambio climático, ya negado por la nueva administración. Hoy, no menos que en el pasado, hay que izar la bandera de dichos postulados universales, lo que equivale a robustecer la democracia (Ngaire Woods, 2016) y en consecuencia la filosofía de los derechos humanos.
Hay patrones de conducta en la comunidad internacional, que nos invitan a emular este talante. Guardando las reales particularidades, potencias regionales como Taiwán - por cierto, agredida en Costa Rica por el gobierno de Oscar Arias Sánchez (2) - continúa enseñando el poder del espíritu enhiesto, el esfuerzo y la voluntad persistente, en cuanto a enfrentar con virtud, raciocinio, ciencia y tecnología, el riesgo inherente de la China Popular, su principal amenaza política y militar, tanto así que su pueblo ostenta índices de desarrollo humano y de gobernabilidad democrática, de los resonantes del planeta.
Poseemos una historia de relaciones ampliamente constructivas con la superpotencia estadounidense, a este rédito debemos apelar, auxiliados por los fundamentos y componentes democráticos y civilistas de la sociedad nacional, nuestros principales argumentos en caso que nuestra nación deba jalarle los tirantes al Tío Sam, cuando, en efecto, se olfateen desviaciones, igual que peligros inminentes contra nuestros intereses nacionales.
Otrora, en Washington hubo toros más bravíos que Trump. Y ganamos las partidas. De esto dieron testimonio varios mandatarios nacionales, entre ellos, Pepe Figueres, Rodrigo Carazo, Oscar Arias Sánchez (1) con el Plan de Paz de Esquipulas, igualmente el líder comunista Manuel Mora Valverde; así también el presidente y lúcido intelectual Miguel Ángel Rodríguez Echeverría, quien, casi al término de su administración, al celebrarse en San José la Cumbre de Jefes de Estado del Grupo de Río, en medio de ella, se frustró el intento de ver caído en la lona al presidente venezolano Hugo Chávez, una imprudente arremetida, fraguada en aquel entonces por el Presidente George W. Bush.
Gracias amigas y amigos por abrirme las puertas de sus correos electrónicos, así también sus páginas del Facebook, y así darle cabida a este proyecto de opinión personal, el cual en este mes alcanza los nueve años de edad. Feliz Navidad.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)

martes, 22 de noviembre de 2016

EL APOSTOLADO DE LA DEFENSA DE LA LIBERTAD.

EL APOSTOLADO DE LA DEFENSA DE LA LIBERTAD.
Seguro que en este instante los filósofos nos habrán de censurar. A nuestro antojo, empleamos acá la locución latina, “cogito ergo sum”, la cual, en español se traduce convencionalmente así: “pienso, luego existo”. Más abierta la traducción literal del latín “pienso, por lo tanto soy”, una expresión atribuida al filósofo René Descartes (1596 - 1650), “la cual se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental”.
Aunque a Descartes en aquel entonces le fueran lanzadas acusaciones de plagio, en adelante esto pasó a ser un postulado, aprovechado en el quehacer de la vida humana. Sobre él descansa la otra expresión, usada insistentemente: “somos lo que pensamos”. Justamente, acogemos esto último apenas para superar nuestra pena, al palpar esa forma de pensar que en esta década llega a ser la culpable de la erosión espiritual, democrática y cívica, la peor amenaza de la cultura occidental.
Nos referimos al tal apego por el secularismo arrogante y la idolatría del “becerro del oro”, ambos que prescinden casi siempre de los preceptos de la economía colaborativa (Joseph E. Stiglitz, 2016) o del bien común. Los que han sustituido los valores de la solidaridad judeo - cristiana, así como los ideales de la equidad y el equilibrio, intrínsecos en la normativa y convivencia internacional.
El erróneo pensar y proceder, que ha llevado al ser humano a la enajenación en el presente siglo, modelador de una especie de subcultura, que, unida a la fascinación que arrastra, ha hecho a un lado los aportes de los grandes filósofos y pensadores, es decir, aquel rico legado de los patriarcas de nuestra concepción de vida. El riesgo lo delataron el Papa Benedicto XVl, y en estos tiempos el Papa Francisco, quienes no se reservan su asombro ante el triunfo electoral del magnate estadounidense.
Pues entonces, por qué extrañar el ascenso de las aberraciones y las diferentes versiones de extremismos contestatarios, entre ellos, las corrientes supremacistas, ultranacionalistas, el populismo demagógico, los neofascismos, los apologistas del mercado a la libre, etcétera; así como el culto a sus autores, antidemocráticos y autoritarios, de tales oscurantismos. O sea, esa legión internacional, conformada en este contexto por Donald Trump, la familia Le Pen, Berlusconi, y el propio Erdogan en Turquía. Al costado trabajan sus parónimos autoritarios: el bloque compuesto por el Partido Podemos de Pablo Iglesias, el chavismo venezolano, los Kirchner de Argentina y el presidente filipino Rodrigo Duterte. Todo esto parte de la subcultura, producto del abandono de las verdaderas raíces de la civilización occidental, civilización que, sin sus errores contemporáneos, pudo haber llegado al punto de rescatar Bizancio y más allá.
En esa dirección corre la China Popular, de quien se esperó algo distinto tras la desaparición de Mao Zedong y su “Revolución Cultural”, pero hace su parte al matricularse en las huestes del capitalismo salvaje, y a la vez desdeñar los derechos humanos. Con todo y esos atestados, para entonces el régimen chino de capitalismo de Estado procurará llenar el vacío, la polarización que desconcierta al pueblo de los Estados Unidos de América - quién lo iba a creer - y de paso liderar los mercados globales, incluida el traspatio latinoamericano, una vez que Trump habite la Casa Blanca. Mientras tanto la Rusia de Putin retrocede, en vez de avanzar en democracia, tal como se confiaba luego de la caída del Muro de Berlín.
Nos corresponde superar este bache autoritario. Sea cual sea el signo ideológico de las tesis de los sistemas autoritarios, populistas, los revivió este Siglo XXl, el de la lV Revolución Industrial, se extienden, como vimos, por toda Europa y América, por lo tanto podemos encontrar soluciones en la filosofía y la teoría política de la Ilustración. Puede responder y actuar como el antídoto y la mejor alternativa con tal de contener esas corrientes extremistas, anacrónicas y ciertamente sectarias.
El peor desacierto consistirá en congraciarse con tales tendencias antidemocráticas, y desapegadas de los valores humanistas, democráticos y de la normativa internacional, sea por conveniencia personal, pusilanimidad, o bien por el cálculo político y diplomático. Nos llega a la mente las manifestaciones “pintorescas” de un alto funcionario costarricense de un gobierno anterior, quien al dejarse hechizar por las pasarelas protocolarias del gobierno de Cuba, le bajó los decibeles a nuestra tradición democrática y de defensa inquebrantable en todos los àmbitos diplomáticos de los derechos humanos así como de nuestro sólido y prestigioso proceder en la defensa de dichas libertades fundamentales, virtudes del ser nacional.
Por eso nos complacimos en haber secundado la digna reacción del Presidente Luis Guillermo Solís Rivera y de su Canciller Manuel González al abandonar el foro de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en el instante en que se disponía el presidente de Brasil, Michel Temer, a pronunciar un discurso, ciertamente, sin poseer las credenciales éticas y civilistas para ejercer la máxima representación de la valiosa nación brasileña.
Enseguida no más hicieron gala los seguidores de las pasarelas diplomáticas, despotricando fuerte en relación con aquel gesto honroso de la delegación costarricense. Si otras delegaciones lo practicaron, eso fue harina de otro costal. Se impuso más el haber censurado a un politicastro, cuasi dictador, racista, colaborador del régimen militar, como el Presidente Temer; quien alegremente continúa ofreciendo garrote a las manifestaciones civiles, organizadas en su contra.
Reacciones deleznables del golpista presidente brasileño, que quizás igualan las amenazas de Donald Trump, paradójicamente de los beneficiarios de un fallido sistema económico que relega a abundantes personas. Esas amenazas - pueda que no pasen de allí - que el magnate dirige a los migrantes, las minorías étnicas y las mujeres; adjuntas a la incertidumbre generada por su asesor estrella, el futuro jefe de estrategia, Steve Bannon, quien acumula un voluminoso expediente antijudío y supremacista.
El progresivo avance en este Siglo de tales anacronismos y desviaciones antisistema representa un alto riesgo, el cual puede prolongarse. Fueron fertilizados en América Latina; recientemente en las Filipinas, aquí por Duterte, que se solaza al haber ajusticiado 3500 “pobres diablos”, entre ellos, los adictos e infractores de la ley.
El peligro de esa especie no únicamente reside por su postura antisistema, que los mueve a enfrentarse a la globalización y sus componentes básicos: la apertura de los mercados, la movilidad de los factores de la producción, la universalización de los principios democráticos y de los derechos humanos. El peligro adicional descansa en la manipulación de las frustraciones de los excluidos del fallido goteo (“trickle down”), los que quedaron relegados del poder del conocimiento y de la especialización del trabajo. En conjunto se han propuesto en contenerlos, bajo las fórmulas del aislamiento y el proteccionismo nacionalista, que no es otra cosa, que contraponerse a la creación y la libre competencia.
Resulta curioso el cretinismo de algunos sectores de la izquierda internacional (se desenmascara) al colocarse en una posición oportunista respecto al ascenso del multimillonario Trump al poder, así también de las demás tendencias autoritarias anti - sistema. Tengamos en cuenta que las dos corrientes son antiglobalizadoras y contestatarias. Da la impresión que hacen causa común en este contexto “iliberal”, lo mismo en las pasiones de rechazo al capitalismo transfronterizo, a pesar de que los distancia el credo de la propiedad privada, lo cual ha pasado a un segundo plano. El progreso democrático y la visión de los derechos humanos queda comprobado que se escapa de sus tesis y prácticas políticas, ya que ni siquiera Duterte es objeto de campañas de desprestigio, como otrora lo fue Pinochet y sus gemelos.
Peor todavía, a fin de reordenar al mundo, según ellos, la izquierda internacional supuestamente se complacería de ver sentados en una misma mesa a Putin, Trump, los líderes ultranacionalistas y de extrema derecha europeos, condenando la globalización. Por ahí marcha el Partido Podemos, cuyo líder es de los grandes ideólogos del vejestorio chavismo venezolano, también antisistema. Por cierto, hasta Maduro y sus secuaces, lo mismo que la legión bolivariana, guardan silencio ante el triunfo de Trump y la actuación criminal del filipino Duterte.
En adelante, a los demócratas liberales y los activistas de los derechos humanos nos corresponderá una faena demasiado ardua. De por sí ya estamos acostumbrados. Hay un peligroso giro hacia el autoritarismo, el ultranacionalismo y sus contornos nazifascistas. Eso sí, la vía viene a ser la valentía y la honradez. En otras palabras, constituye una batalla inclaudicable de los valores occidentales, favorecedores de la libertad y la justicia social, trasladada a los distintos escenarios de la política multilateral y nacional, sin ambages, ni titubeos, como otrora lo significó la actuación del inglés Neville Chamberlain en su fracaso de contemporizar con el expansionismo de Adolf Hitler y Benito Mussolini, también con Francisco Franco.
En medio de la competencia ideológica, para la preservación y reproducción del liberalismo, el Presidente Barack Obama, como lo describió la prensa, le “trasladó el testigo”, a la grandiosa mujer alemana Angela Merkel, quien se decidió por aspirar por un cuarto periodo de gobierno. Su reconocida popularidad “en una Alemania, desafiada por el neofascismo, le permite el apoyo suficiente para continuar como Canciller. Los alemanes “no le apuestan al radicalismo, ni a los experimentos de los extremos ideológicos en política” (Claudio Alpízar Otoya, 2016). Esto produce alivio a los demócratas.
Por el contrario, haciendo referencia en días pasados al éxito de Donald Trump en Estados Unidos de América, escuchamos a la ultraderechista Marine Le Pen, quien aspira a la Presidencia de Francia, cuna del liberalismo. Le Pen manifiesta que el triunfo de Trump llega a correlacionarse con su movimiento nacionalista. Lo “agiganta”, al destacar que lo presenciado en la única superpotencia - guardián en el planeta de los valores judeo cristianos - simboliza “un movimiento, multiplicado por todo el mundo; un curso que envuelve la construcción de una nueva sociedad global”, según ella.
Hace siglos quisieron inculcarnos, bajo la tesis de “la evolución y la selección natural”, la idea de que el ser humano provenía del mono. ¿Tan baja autoestima nos tenemos? Ahora nos sale esa señora francesa, elogiando el neofascismo, para ella, el nuevo proyecto social, nuestro porvenir. Pensemos de manera resuelta,en cambio para nosotros la libertad en la lV Revolución Industrial equivale a “la ley de gravedad”.
Ronald Obaldía González (Opinión personal).

martes, 1 de noviembre de 2016

JOSÉ "CHEPE" MÉNDEZ MORA, "IN MEMORIAM".



JOSÉ "CHEPE" MÉNDEZ MORA era de las personalidades que ya escasean en Costa Rica. De los ciudadanos que tenían un conocimiento profundo de las entrañas de su comunidad. Miembro de una familia honorable de Zapote, la familia Méndez Mora. Él tenía la virtud de iniciar una conversación amena y jugosa con quien se le acercara. Estudioso de la historia de su comunidad, sobre ello, tuvo la gratitud de dejar relatos, mediante tradición oral. No había familia en el distrito que José (o Chepe) no conociera un mínimo de vivencia. Sobre todo, en el Zapote antiguo, esto fortalecía nuestra identidad. Hombre devoto, cristiano, caritativo. Siempre pendiente del quehacer de los estudiantes de la escuela y el colegio de Zapote, con quienes departía historias, a quienes les ofrecía los productos del negocio de su familia. Fui testigo de ello, pues también sabía transmitir palabras de aliento. En cualquier evento de la comunidad hacía su aparición "Chepe" Méndez, solo su presencia en él, era fácil percibir que habría anécdotas pícaras y finas, con un hondo sentido del humor, esas salidas muy propias de los ticos; nos generaban alegría, originaban hasta cierta sorpresa. Luego nos permitían reencontrarnos también con nuestras raíces. "Chepe" fue muy él, auténtico, sin tapujos e intenso. En sus últimos años de vida, su salud no era lo mejor. Sin embargo, hacía esfuerzos por reconocer a la gente que lo rodeaba. Eso sí, todavía estaba pendiente de los funerales, llevados a cabo en la Parroquia, en los cuales transmitía su solidaridad a los dolientes. Sí. Con José Méndez se nos va no solo un zapoteño, sino un costarricense que abrigó cada uno de nuestros pueblos, ese personaje que hacía historia, era un verdadero emblema, de quien no podíamos prescindir. Chepe: seguro que Dios te tiene en sus brazos.

viernes, 28 de octubre de 2016

ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA: EN LAS MANOS “DEL ESTABLISHMENT” O DE LA CONTRACULTURA.

ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA: EN LAS MANOS “DEL ESTABLISHMENT” O DE LA CONTRACULTURA.
En los pasados comicios generales de los Estados Unidos de América, los cuales dieron origen a la reelección del Presidente Barack Obama, se vaticinó la quiebra de la maquinaria ideológica y electoral del Partido Republicano, el Gran Partido Viejo (GOP, siglas en inglés), quien junto con el Partido Demócrata constituyen las dos denominaciones predominantes en la escena política.
Aquella premonición descansaba en las divisiones internas y la aparición del movimiento ultraconservador del Tea Party, cuyo mensaje removió las bases tradicionales. Antes, a finales del ciclo presidencial de Ronald Reagan, había salido a relucir la renovada tendencia, trabajada por los derechistas republicanos, con tal de ofrecer un giro político, esa vez hacia el centro, y así conquistar el apoyo de los sectores medios y moderados, además de las minorías étnicas. Sin siquiera perder su naturaleza conservadora, con la estrategia, relativamente populista, se procuró construir una plataforma ideológica, en la que se hacía referencia a “la tolerancia, la inclusión y la multiculturalidad. A esta propuesta se le denominó "Conservadurismo Compasivo".
La plataforma la retomó parcialmente el Presidente George Bush (hijo). Las consecuencias del colapso financiero con el cual concluye su gestión, la hizo desfallecer; más aun, en medio de los reveses frente al peculiar y potente candidato afroamericano Barack Obama. Al tiempo, que hubo todavía quienes se mostraron escépticos ante el supuesto resquebrajamiento del Gran Partido Viejo, la formación de los grandiosos Abraham Lincoln, Richard Nixon y del propio Reagan.
Dicho sea verdad, el supuesto del desmembramiento ha ido cobrando otra vez fuerza, al pronosticarse la consumación de “ la oleada electoral” (Elizabeth Drew,2016) contra el candidato republicano Donald Trump. La inminente derrota - lo predicen las principales encuestas - , de la cual el magnate sería objeto, posiblemente; de paso, sería el tercer tropiezo sucesivo de los Republicanos, cuya base electoral, en esta ocasión, la conforman, en gran parte, hombres blancos de la clase trabajadora (Marc Bassets, 2016).
Igualmente, a Trump lo perjudicó el desteñido desempeño en los recientes tres debates, junto a Hillary Clinton, la candidata del Partido Demócrata, la bien formada, experimentada, genuina representante del “establishment”, en otras palabras, de la reproducción del bipartidismo tradicional. En medio de ellos lo desenmascararon. El republicano dio a conocer su sobrecogedora y baja educación política, la incitación a la violencia, así también la carencia de arrestos como estadista; puesto que figura como aquel multimillonario, medio tramposo, “sin ninguna experiencia en el servicio público, en política, o en el Ejército”.
Asimismo, en los debates la señora Clinton retrató a su oponente republicano como aquel “sin temperamento adecuado, para ser comandante en jefe”, dadas sus “bravatas” (sin precedentes en otros candidatos), respecto a la política internacional, y el perturbado panorama, del cual son autores las diversas potencias regionales, tales como la China Popular y sus conflictos fronterizos con sus vecinos en el océano Pacífico; la Rusia de Putin, armada hasta los dientes, asediando a Ucrania y aliándose con Irán en la defensa del régimen opresor de Siria (Mark Leonard, 2016); la Unión Europea, golpeada por el Brexit. Todos esos sujetos claves de la comunidad internacional que efectúan cálculos, permanecen a la expectativa acerca del desenlace de las votaciones en “el coloso del norte”, el habitado por más de 300 millones de habitantes, donde disminuye, significativamente, la cantidad de gente blanca (Alan Schroeder, 2016).
Los comentaristas en sus pronósticos extraen severas conclusiones del alejamiento de los principales líderes frente al candidato (casi en orfandad); así también, subrayan las discrepancias entre ellos, referente al respaldo o no de únicamente a los aspirantes republicanos a la Cámara de Representantes y del Senado en el Congreso, lo cual hace suponer efectos de mayor envergadura. Casi letales.
Es decir, supondría, lo que se teme, la desaparición del Partido Republicano, a partir de la estocada final, proveniente de la derrota del insólito y “estrafalario” Trump, el líder de la "contracultura" republicana: el enemigo de la liberalización y la apertura del comercio internacional y de los tratados de libre comercio, defensor del proteccionismo y del aislamiento; quien niega la realidad del cambio climático; “minusvaloriza” el peligro de las armas nucleares. El que tuvo el colmo de desvirtuar el proceso electoral, un pilar de la única superpotencia y de una democracia, la estadounidense, que se presenta como prototipo para el resto del mundo. En sus exabruptos del tercer debate, y hasta hoy, el magnate ni se inmuta: continúa exponiendo su falta de compromiso, en cuanto a respetar el resultado final de la votación presidencial.
Teñido de racismo y xenofobia, Trump señala a la migración como una especie de enemigo interno de la nación, una manipulación similar a la del antiguo nazifascismo. Enseguida, amenaza los “bad hombres” - el muro fronterizo con México y el rechazo a los musulmanes representan las fórmulas idóneas - ; admira a líderes autoritarios, entre ellos, al sirio Bachar el Asad, nada menos que al presidente ruso Vladimir Putin, sancionado por Barack Obama y la Unión Europea, a raíz de la agresión del Kremlin a Ucrania, en cuenta la invasión a Crimea.
Unido al comportamiento nada ortodoxo del Trump “bocafloja”, pesan sobre él hasta acusaciones de misoginia - los ataques a Hillary Clinton lo relevan de pruebas - , o bien el hostigamiento sexual contra once mujeres. Con todo, llegó lejos, al derrotar a connotados aspirantes presidenciales de la casta republicana; aunque ponga a meditar a los expertos sobre el futuro y el grado de la calidad de la cultura política de los posteriores comicios, tras la atípica experiencia que acaba este 8 de noviembre (Schroeder, idem). La cual, por su parte, evidencia el desencanto de un amplio sector de los estadounidenses que responsabilizan al libre comercio de colocarlos en una posición económica desventajosa, al perderse empleos, según ellos, un argumento extendido en los países ricos (Bjorn Lomborg, 2016); pretexto útil del populismo.
En el caso particular de los estadounidenses, el colapso financiero mundial del 2008 continúa siendo un trauma para la mayoría de los votantes. Ciertamente, el gobierno “salvó a los banqueros ricos”, cuya ruina era inminente. En cambio, se hizo casi nada por “favorecer a los millones de estadounidenses comunes y corrientes que perdieron sus empleos y viviendas”. Simboliza, como lo apunta el reconocido economista y Premio Nobel, Joseph E. Stiglitz, que el sistema no solo produjo “resultados injustos”, sino que parecía estar amañado para producir dichos “resultados injustos”. Al cabo, que de ese malestar, es Trump, quien ha sacado provecho político, aunque él sea de los beneficiados de la dinámica de la globalización. De hecho, exportó parte de sus negocios a la nación del “Oso ruso”, al tiempo que “contrata a trabajadores indocumentados para la construcción de sus edificios y hoteles”.
Al magnate - quien se abstiene de pagar impuestos - le atrae la modalidad de la economía del goteo (trickle down effect). Opta por una dosis de ella, la cual acarrea las reducciones de impuestos, destinadas casi en su totalidad a las corporaciones y a los estadounidenses ricos (Stiglitz, ídem). Los resultados son además inciertos para los propios asalariados. Y la probabilidad de causar mayor división y desigualdad social, llegaría a ser bastante elevada. Una brecha que el Presidente Obama procura estrechar con sus políticas sociales (Obamacare) y tributarias, interconectadas a un positivo rendimiento económico, “recuperado gracias a un plan de estímulo presupuestario y monetario de largo alcance del gobierno”, en el cual sobresale la disminución de los riesgos y el desempleo, estacionado apenas en un 5%.
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A estas alturas cuando redactamos este comentario, será difícil un giro radical en las encuestas, tal que se modifique la tendencia de la campaña, proclive a la señora Clinton. Se enrumba por ahí el comportamiento de algunos Estados péndulo (“swing states”), los cuales han votado por un partido o el otro, en las últimas décadas (BBC, Mundo).
Hay que tener en cuenta que los dos candidatos (Clinton y Trump) provocan en el público más rechazo que adhesión (Bassets, ídem). No obstante, el afamado opinólogo estadounidense, Mark McKinnon, comparte el sentimiento general de que no se puede dar a Trump por enterrado. Algún atributo posee al haber ganado las primarias del Partido Republicano.
En la acera del frente, para que Clinton salga derrotada - opinaba el opinólogo -, tiene que pasar “algo catastrófico externo”. Dada esta polémica elección, la mayor amenaza para Clinton podría ser la filtración de más comprometedores correos electrónicos, entre ellos, los WikiLeaks de Julian Assange, sean los de su computador privado en el periodo de Secretaria de Estado, los de un perfecto hackeo ruso; o bien el recrudecimiento de las sospechas acerca de las fuentes de financiamiento de la fundación Clinton, otra de los insistentes señalamientos del candidato republicano.
Tengamos fe. La sabiduría popular cuenta también en la política. Recordemos que tanto en el reino animal, como en la sociedad humana, Dios no le da alas al animal ponzoñoso.
Ronald Obaldía González (Opinión personal).

lunes, 24 de octubre de 2016

LA COSTA RICA QUE QUEREMOS: UNA PROPUESTA DE POLÍTICA EXTERIOR HACIA EL BICENTENARIO. GOBIERNO DE LA PRESIDENTA LAURA CHINCHILLA MIRANDA (2010 - 2014)






La Costa Rica que queremos Una Propuesta de política exterior hacia el Bicentenario.


Autores: Dr. Enrique Castillo Barrantes Ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Msc. Carlos Roverssi Rojas Viceministro de Relaciones Exteriores y Culto, Coordinador. Dr. Walter Fonseca Ramírez Asesor. Lic. Ronald Obaldía González Asesor. Fachada principal del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Fuente: Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.

http://www.rree.go.cr/files/includes/files.php?id=937&tipo=documentos


Nota:  señor lector, en caso de que se le dificulte abrir el link anterior, le recomendamos copiar el link, luego entrar al buscador, y por último péguelo en el buscador Google. Gracias.  

jueves, 13 de octubre de 2016

ACERCÁNDONOS A LOS APUNTES DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL.

ACERCÁNDONOS A LOS APUNTES DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL. La mejor forma de “nacionalismo” que una sociedad, en “comunidad cívica”, puede adoptar es el de precisamente prescindir de él. Resulta extraño lo dicho. Tampoco quiere decir que no amemos nuestra Patria. Pero, al tener presente las realidades en diversas latitudes del planeta nos damos cuenta que la razón, tal vez, estaría de nuestro lado. Da pena la subrayada intransigencia y persecución contra los flujos de inmigrantes y refugiados, quienes, por múltiples causas, huyen de sus países de origen, entre ellas, la violencia y la humillación. Según habíamos presumido, el testimonio de gente desarraigada, que había aspiraba a la libertad o tenía en mente la reconstrucción de sus vidas en otros destinos, apenas representaría un patrimonio de los tiempos de la Guerra Fría y de épocas atrás. El Siglo XXl, el de la Era transfronteriza del conocimiento y los incontenibles avances científicos y tecnológicos, nos ha engañado. Estuvimos pensando que los éxodos humanos quedarían superados. Por el contrario, ahora presentan múltiples y crudas facetas. Peor aún, la frecuente y lamentada respuesta de varias naciones receptoras, ha llegado a ser el rechazo, la discriminación, el odio contra los migrantes. A nuestro criterio, parte de las “emociones tóxicas“, este, un concepto descifrado por Enrique Umaña Montero - el reconocido psicólogo costarricense -, el cual nos ayuda a valorar el riesgo, encendido por un conglomerado de gente, quien deja abierto la sospecha hasta adónde podría desembocar al adoptar tales comportamientos ultra delicados y destructivos. La pretensión de emplear en nuestro comentario ese valioso argumento de “las emociones tóxicas” nos es útil para albergar serias preocupaciones, frente a la odiosa reacción, a través de las redes sociales, de un sinnúmero de compatriotas, alrededor de la racional decisión del Ministerio de Educación Pública de aceptar que en los centros educativos, poblados por niños de familias inmigrantes, específicamente, provenientes de Nicaragua, pudieran entonar el Himno Nacional de su patria natal. Afortunadamente, hubo un grueso sector de nuestra ciudadanía que contrarrestó, de inmediato, esas emociones xenofóbicas, que al desatenderse luego, pueden empeorar desde aquí el revivido y dificultoso panorama internacional, al cual los migrantes y los refugiados se ven arrastrados como víctimas. A la indeseada reacción que acabamos de citar, se suman las críticas de mala fe contra las novedosas políticas penitenciarias de María Cecilia Sánchez Romero, Ministra de Justicia y Paz, destinadas a fomentar, realmente, la rehabilitación de los privados de libertad, y de poner en práctica modos alternativos en torno a la ejecución de la pena. Tal que, dependiendo de las infracciones, la cárcel continúe siendo solamente aplicada a casos estrictamente severos. A veces carecemos de conciencia de lo que hablamos. Olvidamos que toda persona humana está expuesta a la comisión de un delito; las debilidades, los traspiés, las pasiones acompañan nuestra conducta: no hay tal “sociedad de dioses”, con sabiduría lo expuso Jean-Jacques Rousseau en el Siglo XVlll. Versión de las “emociones tóxicas”: las modernas diferencias entre clases sociales. Las reacciones egocentristas de los sindicatos y de otras reducidas élites, ejemplificadas en defender privilegios, ingresos exagerados y demás prebendas, obtenidas con base en su poder de influencia, y selectivos métodos de presión, constituyen una preocupante señal de trastorno social. Desinteresados de los desajustes financieros del Estado costarricense, causante de atraso económico y pobreza, dichos grupúsculos hacen gala de la mezquindad y la angurria, se apegan al statu quo, sin siquiera pensar en el bien común, en los segmentos sociales (sean empresarios, trabajadores, campesinos, organizaciones filantrópicas, minorías étnicas, etcétera), ajenos a las instancias y mecanismos de poder, fuente de tales injusticias, desigualdades e inseguridad. Con mayor sentido de responsabilidad, los medios de comunicación colectiva han de ser uno de los principales protagonistas de la construcción social. Empero, esos potentes aparatos y recursos informativos se autocomplacen en el camino de desmejorar. Acabo de leer la reflexión oficial de un medio escrito de nuestro país, con motivo de la celebración de sus siete décadas de fundación. En una de sus manifestaciones relata que como tal conserva, “entre otros valores, el de la inconformidad, que nos ha hecho protagonistas de infinidad de polémicas”. En lugar de “la inconformidad”, en caso de que fuera “un valor”, hubiera preferido que esa empresa periodística se refiriera “al valor de ajustarse a la verdad”: el superior de todos, y del cual ella repetidas veces se escapa, generando, entre otras cosas, desconfianza del pueblo frente a la institucionalidad democrática. Hay campo, también, para mostrar el optimismo. La cara amable de la Iglesia Católica costarricense - a diferencia de sus posiciones “duras” - en relación con las personas homosexuales, merece nuestro reconocimiento y aprobación. Estaremos distantes de ser cristianos y demócratas si somos intolerantes: ese mal contrapuesto a la sana convivencia, el cual a su vez desprecia el respeto a la dignidad humana. Ronald Obaldía González (Opinión personal).

viernes, 23 de septiembre de 2016

Embajador don José Joaquín Chaverri Sievert

Embajador don José Joaquín Chaverri Sievert, hombre superior en todos los sentidos, siempre al servicio del bien de los seres humanos. Deja huellas imborrables en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Costa Rica, como diplomático, periodista, escritor, en innumerables responsabilidades. Sobre todo, nos enseñó a ser buenos, respetar la vida y la dignidad humana, porque todos somos hijos del Eterno.

martes, 20 de septiembre de 2016

EL ESTILO DE HACER POLÍTICA EN BRASIL ES TODAVÍA LULA.

EL ESTILO DE HACER POLÍTICA EN BRASIL ES TODAVÍA LULA. En paralelo a una de esas comedias, ya poco llamativas en Brasil, en estos días camina la pérdida del escaño del diputado evangelista y millonario Eduardo Cunha, esta vez, destituido en la Cámara de Diputados por corrupto, al esconder cuentas bancarias en Suiza, además de su presunta participación, con otros políticos oficialistas y de la oposición, en la red criminal que operó en la petrolera estatal Petrobras. Ese oscuro personaje habría recibido unos 5 millones de dólares “en coimas”. Cunha movió sus tentáculos “e hilos del poder” en el juicio político del Senado, contra la inteligente y valiente presidenta Dilma Rousseff. Fue el arquitecto de ese polémico juicio, el cual, primero, apartó a la mandataria del poder temporalmente desde el 12 de mayo de los corrientes. En agosto pasado sobrevino el desplazamiento definitivo de ella: la militante del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), el del carismático Presidente Luis Ignacio “Lula” da Silva - el líder obrero de origen humilde que huyó de la miseria- , que, siguiendo los pasos del entonces Presidente social demócrata Fernando Henrique Cardoso, tomaron la bandera “de la salvación de los pobres brasileños”, en su propia formación política, actuante y apegada a la plataforma democrática y social, durante casi catorce años en el gobierno. Lo que queremos decir, en cuanto a nuestra aversión por la izquierda marxista, así también por los errores, en los cuales pudo haber incurrido el expresidente Lula, es que hay una realidad innegable. Ciertamente, en este tiempo el Partido de Lula consolidó gobiernos democráticos, pacíficos, “de los más firmes del continente”; unió esfuerzos para sacar a 30 millones de brasileños de la pobreza extrema, el hambre y la ignorancia, así también con estabilidad monetaria y fiscal. A la vez, dejó un significativo legado de avances sociales, económicos, educativos, en agricultura familiar, etcétera. Se impulsó un cambio social, pactado con los sectores empresarios y diversas agrupaciones políticas, lo cual “no encuentra demasiados antecedentes en la historia del país”. Hasta los más férreos opositores del PT lo reconocen; al cabo que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha recomendado estos réditos sociales, como modelo para todo el mundo en desarrollo. En su primer gobierno, Lula saldó la mayoría de sus obligaciones financieras con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tras adelantarle un pago de $15.500 millones (Guía del Mundo, 2008). Ese hábil político supo trabajar con los sentimientos de unidad nacional, extraídos de la etapa histórica de aquel Brasil que había nacido como Imperio (1840 - 1889). Aunque décadas después se convirtió en república más disminuida, siempre arrastra el sueño imperial de ese pasado expansionista en términos territoriales, reflejado periódicamente en acciones diplomáticas de Itamaraty (Nelson F. Salvidio, 2016). Los brasileños se creen “lo más grande del mundo”. Por eso, como presidente (Lula) acentuó el discurso nacionalista - en la Guerra Fría mantuvieron distancia de los Estados Unidos de América y de la Unión Sovíetica - y el “potencial de éxito económico”, para mostrar que el Brasil lideraría en la región latinoamericana (Salvidio, idem), restando influencia a Argentina y México, en cuenta más allá. Enseguida, Brasil, junto con Rusia, India, China y Sudáfrica, comenzaron a ser visualizados como “los BRICS”, en el bloque de “los países que emergían con chance de convertirse en las economías dominantes hacia el año 2050”. No fueron en vano los esfuerzos de ese socialismo democrático para atacar la extrema pobreza y la marginalidad, ecos de la historia esclavista y de la indisoluble discriminación racial - contra indígenas y negros - que prima en esa nación suramericana. De las mayores economías globales, pero donde la distribución de la renta está bastante lejos de ser equitativa. Lo pone en evidencia el 50% de personas pobres y miserables, excluidas de la economía formal, dentro del total de más de 195 millones de habitantes. Asimismo, es el país que alberga la exótica, pero devastada región selvática de la Amazonia. Con todo, ha intentado convertirse en un protagonista en el escenario internacional, así lo procuró el mayor partido de izquierda de América Latina. Un impulso opacado a partir del 2013, como consecuencia de la mayor recesión económica; "una crisis política sin precedentes", escándalos de corrupción que lo salpicaron, junto a numerosos dirigentes del PT y de la oposición. La hoy exmandataria Rousseff, siendo una joven revolucionaria de 20 años, fue apresada e incriminada por las fuerzas del régimen político militar (1964 - 1985). Llegó al gobierno como la primera mujer que presidió ese gigante suramericano, dando continuidad a ese esquema de desarrollo balanceado, pragmático, cooperativo entre las clases sociales, ajeno a los radicalismos o dogmas socialistas. El PT en el gobierno suavizó sus otrora estatutos y ortodoxia. Un cambio que le facilitó el acercamiento con las formaciones de centro y derecha - entre ellos al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) - a las que llevó a una coalición gubernamental, en pos de “la gobernabilidad”. Eso sí, debió capear la resistencia que dicha decisión generó en las bases de la izquierda tradicional y sectores aliados, como las clases medias urbanas. Tal base de apoyo advertía que “el PT se igualó a los demás, se volvió conservador y se puso al servicio de las élites” domésticas y foráneas, quienes lograron enriquecerse todavía más (Ricci, ídem) con “el acuerdismo” de Lula. Como dijimos, tampoco significa que Lula y su formación se escaparan de varios escándalos de corrupción, lo cual ha colocado en grave riesgo a su denominación partidaria. En línea con sus postulados de izquierda flexible, el PT se “reinventó” con tal de mantenerse en el poder, en medio de “la tradicional y corrupta política fisiológica brasileña” (Martín Schapiro, 2016), dominada por el clientelismo, el tráfico de influencias entre individuos y actores corporativos. Crímenes fraguados, destempladamente, desde los poderes públicos y privados. El más sonado se refiere a la causa de Petrobras - la estatal petrolera - la cual manchó a políticos y empresarios de distintas denominaciones políticas e ideológicas, cuyo proceso judicial siguió el curso normal por decisión de la Presidenta Rousseff, quien se negó a desactivarlo, pese a los chantajes y las amenazas de Cunha y su sociedad mafiosa. Por eso ya varias personas han ido a la cárcel. Sin ser acusada de enriquecimiento ilícito, a Rousseff se le condenó “por maquillar las cuentas públicas”; de violar leyes presupuestarias para disimular un enorme déficit. Se le halló culpable de alterar los presupuestos, mediante tres decretos no autorizados por el Parlamento; y de contratar créditos a favor del Gobierno con la banca pública, que acarrearon pérdidas. Prácticas llevadas a cabo también por otros mandatarios de ese país, las cuales, en aquel entonces, estuvieron lejos de ser delitos declarados. La destituida mandataria negó los cargos durante todo el proceso,que continúa calificando de “golpe”. Una tesis formalmente errónea, dado que la coalición opositora, para el juicio en el Parlamento, se apegó a los procedimientos legales. En cambio, los líderes de los anteriores gobiernos, opuestos a Lula y Rousseff, en su afán de descarrillar sus respectivos gobiernos, apostaron contra el país, llegando a aprobar en el Congreso “un conjunto de medidas derrochadoras e irresponsables, destinadas a comprometer la estabilidad fiscal”. Todo lo anterior, en medio de un ambiente económico recesivo, ya que desde el 2013 el bajonazo mundial de las materias primas tuvo impacto negativo en los ingresos brasileños, y de seguido en la gobernabilidad. El Producto Interno Bruto se hundió en 3.8%, así también la tasa de desempleo se duplicó hasta alcanzar el 11%. Se presume que ha llegado a ser la más larga contracción en un cuarto de siglo (Eduardo Mello and Matias Spektor, 2016). El voltaje se elevó al salir a flote las protestas sociales, previas a la celebración del Campeonato Mundial de Fútbol del 2014, que en ese país tuvo lugar. Las manifestaciones populares fueron motivadas por las debilidades económicas, y, en particular, a raíz de los niveles elevados de corrupción, patrocinados desde la clase política, donde Lula y algunos allegados políticos suyos continúan involucrados. Quienes desalojaron a la mandataria de la presidencia, momentáneamente, podrán sentirse victoriosos. Tal vez omitan que Rousseff habló con la superioridad moral (Rudá Ricci, 2016), de la que carecen los senadores que hicieron de jueces en el tribunal político. La mandataria intentó diferenciarse del expresidente Fernando Collor de Mello, que renunció al cargo en 1992 para librarse del “impeachment” en el Senado, pues le habían acumulado un voluminoso expediente, relacionado con hechos ilícitos en su gestión. Lo relata la literatura política latinoamericana acerca del “establishment político y económico”. En Brasil hay un tren de ambiciosos y aprovechados, ligados al lavado de dinero y la cadena de sobornos, esta vez vinculados con “el megafraude” en la estatal petrolera Petrobras. Esa élite idolotra el poder para el clientelismo y la impunidad, de este modo ha logrado multiplicar enormes riquezas. Cerca de ella ronda el imputado Vicepresidente de la República, Michel Temer, a quien le corresponderá concluir el mandato de Rousseff hasta finales del 2018. Temer y su socio, el oscuro congresista Cunha, ambos miembros del influyente Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que antes citamos, ese partido que, además de sus escándalos sobre corrupción que lo rodean, en su tiempo operó como aliado de la anterior dictadura militar, acostumbrado a tejer alianzas “inescrupulosas” con cualquier partido, que ostente el poder gubernamental, con tal de favorecer los intereses particulares de sus principales dirigentes; dicho sea, su negocio. Esta vez, urdieron el juicio político, el que al inicio se limitaba a un intríngulis; luego lo inflamaron hasta tomar forma de artificio malicioso y cobarde, tan generalizado en los medios políticos - ni que decir en las organizaciones públicas y privadas -. Recordamos, entonces, las palabras del expresidente costarricense Luis Alberto Monge Álvarez, al retratar la especie de “canibalismo”, sembrado en los ambientes políticos, una conducta destructiva que llega a ser el denominador común en el Brasil, ahí con mayores estragos. Y lo cual se suma al surrealismo latinoamericano, por cuanto el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), que lidera Michel Temer, hace poco presidente interino de Brasil, en adelante habrá de gobernar “sin nunca haber ganado las elecciones”. El nuevo mandatario alcanza el poder - su intensa y cumplida obsesión -, satisfecha en la resolución sesgada del Senado, al aprobar la sustitución de Dilma Rousseff. Si cabe alguna suspicacia de lo subrayado, las evidencias del Brasil nos exime de pruebas adicionales. Pues más del 50% de los legisladores del parlamento poseen cuentas pendientes con la justicia, por causas relacionadas con corrupción. Por eso, tan dañinos en América Latina han sido los politicastros, los demagogos, como los militares y los guerrilleros. Ciertamente, son castas con sus propias especificidades, lo ideal sería sacarlos de escena y expulsarlos. Un reto frustrante, tanto en Brasil como en los otros Estados. Por el contrario, siguen poseyendo actualidad y vigencia; el puñado de sus “adoradores”, los hacen todavía más poderosos, pues ellos mismos obtienen además múltiples beneficios, se enriquecen de modo criminal, por lo que de seguido se consolida una estructura de poder, casi que de hierro, la que con frecuencia se apoya en la represión. Toda una materia prima para la psicología y la sociología política, para que nos ofrezcan conclusiones del por qué la búsqueda obsesiva del poder para el clientelismo y la impunidad se transforma, para no pocos, en el móvil de sus vidas. Así fueron las corrientes del peronismo, el priismo mexicano, el castrismo cubano, los pinochetistas, el fujimorismo, el kirchnerismo, el lumpen sandinismo de los Ortega Murillo, el chavismo y su séquito regional, - éste el máximo exponente - en quienes la ideología únicamente resulta útil como pretexto, apenas como una fachada. En el fondo, tales castas, “en sí y para sí”, como diría Karl Marx, están hechas para defender sus propios intereses. O sea, conservar y perpetuarse en el poder, a costa del Estado de derecho, de las libertades fundamentales y de la estabilidad democrática. Y si hacen gala de tales principios y postulados, como en el caso de Brasil y la destitución de la gobernante, es solamente para maquillar sus insanos propósitos. Por otra parte, es un hecho cierto que las élites conservadoras, se empeñaron en hacer realidad el objetivo de colocar en la presidencia de la nación al derechista Vicepresidente de la República, Michel Temer, sobre todo, para desgastar el liderazgo y reducir las probabilidades del expresidente Lula de retornar al gobierno en el 2018. Tales élites anhelan el poder “a cualquier precio”. Por su lado, la Dilma sostuvo que las acusaciones eran «pretextos» para imponer políticas que «atentarán contra los derechos sociales» que los brasileños conquistaron desde el 2000. Es la ofensiva de los políticos corruptos, resistentes al cambio; los nostálgicos de la autoridad, basada en lealtades, sobornos parlamentarios y coimas; los cínicos más enroscados en defender sus derechos y privilegios, que en pensar con generosidad en el futuro de la sociedad a la que representan (Ricci, idem). Un comportamiento que copian los privilegiados dirigentes de base del PT. Tan solo en las últimas semanas se desmarcaron de la mandataria destituida - valorada de modo negativo por la oposición y la prensa -, a fin de concentrarse en la preparación de las elecciones municipales de octubre próximo, en las cuales posiblemente los partidos derechistas y conservadores quedarán a la saga. No es de extrañar que Temer, bajo su “Proyecto Crecimiento”, según él, “para rescatar a la economía brasileña”, anunciara en estos días la aplicación de estrictas e impopulares políticas de ajuste y de austeridad fiscal; así también un portafolio de privatizaciones de empresas estatales, los activos nacionales, abiertos a la inversión extranjera, teniendo presente “las enormes riquezas de gas y petróleo bajo el océano Atlántico, frente a Río de Janeiro”, descubiertas durante las administraciones de Lula. Decisiones que en la región no siempre fueron las más acertadas, por lo cual se prevé que puedan causar conmoción social en Brasil, “un país rico, donde la inmensa mayoría es pobre”. El programa derechista de Temer es sumamente transitorio, le auguramos escasa vida, por cuanto las políticas de ajuste fiscal, en una sociedad de insuperables contrastes sociales, frecuentemente, han sido rechazadas por las organizaciones de la sociedad civil. Ellas, en este tiempo más estructuradas, exigentes y vigilantes frente al proceder de los rectores del gobierno y de los partidos políticos. Condena los actos corruptos de los partidos que gobernaron antes del PT, de este también. Igualmente, reacciona frente a los artilugios, en el caso específico del PMDB del actual presidente, el cual siempre “esperó al desenlace de los comicios, para inmediatamente ofrecerle su apoyo al gobernante de turno”. Lo practicó igualmente con Lula, al colocar a Temer como candidato a vicepresidente en la fórmula electoral de Rousseff. Una alianza rota a raíz del reciente juicio político, en la que Temer y Cunha salen, irónicamente gananciosos, de lo cual carga responsabilidad el Partido de los Trabajadores (PT), que se apartó de la ética (Shapiro; Salvidio, idem). Se enredó en pactos bajo serias sospechas de corrupción, hechos que censuró la opinión pública, en cuenta, los desaciertos e impericia para enfrentar la recesión y el estancamiento económico. Petrobas no fue lo único de las tramas. Entre otras, lo llegó a ser el nombramiento de Lula como ministro de la Presidencia en el Gobierno de Rousseff con la supuesta intención de blindarlo con fuero privilegiado, para esquivar a los tribunales de justicia (Shapiro,idem). En este instante de apuros y acusaciones, el PT está dedicado a volver a respaldarse “en los actores que, desde su fundación, constituyeron su estructura principal de apoyo”. Una misión nada fácil, pues la coalición “promiscua” del partido con denominaciones desacreditadas, como la denominación derechista de Temer y Cunha, generó serias fisuras. “Porque el que mal anda, mal acaba. Y eso corre para cualquiera” (Salvidio, idem). De todos modos, el expresidente Luiz Inácio da Silva, llamado Lula, “es una figura o un mito nacional”, un notable maestro, conocedor de “los tiempos de la confrontación y la negociación”. Creció en “la universidad de la vida”; los de este género se revisten de acero, ni los ataques a la yugular los asusta. Ronald Obaldía González (Opinión personal)

martes, 6 de septiembre de 2016

UN SEMBRADOR DE PAZ EN COLOMBIA.

UN SEMBRADOR DE PAZ EN COLOMBIA. La extendida evidencia del solidario respaldo internacional a la causa del pacto de paz de Colombia, llega por boca del Papa Francisco, seguido del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, al pronunciarse la semana pasada, “de modo caluroso”, sobre sus alcances, ofreciéndole a la vez una bienvenida a la conclusión del espinoso y complicado acuerdo de pacificación, alcanzado en Cuba por el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC). El apoyo de Cuba y Noruega, como garantes del proceso de paz resultó crucial; de igual forma, el de las naciones acompañantes Chile y Venezuela, también el de los enviados especiales de Estados Unidos de América, Bernard Aronson y de la Unión Europea, Eamon Gilmore. La organización izquierdista, aliada del narcotráfico, en efecto, llegó a controlar grandes extensiones de la geografía colombiana. En algunos tramos, primordialmente, en la década de 1990 se le presentó la oportunidad de derrotar al disminuido y desmoralizado ejército nacional, exigido posteriormente a perfeccionar sus estrategias y tácticas militares, merced a las fórmulas “del “Plan Colombia”, asistido por los Estados Unidos de América. Hoy, la resonancia y las expectativas por lo acordado en agosto de este año entre el gobierno y las fuerzas irregulares (de 8.000 insurgentes), han hecho posible invertirlo en el “Paz Colombia”, con énfasis en lo social. El Gobierno de Barack Obama ha anunciado un desembolso de $450 millones en asistencia y apoyo para la implementación de lo aprobado en la Habana (Harold Trinkunas, 2016), particularmente en lo relacionado con las tareas y responsabilidades, derivadas del post-conflicto. Es la nación colombiana de los pueblos más inteligentes y cultos de nuestra América Latina. Sobradamente, pudo haber llegado a la cúspide del desarrollo total, habida cuenta de la privilegiada ubicación geográfica, sus enormes recursos naturales y la diversidad étnica y multiculturalidad. Por eso, siempre nos ha sido difícil aceptar que desde el Siglo XlX (enseguida, en el Siglo XX) haya sido víctima de los frecuentes derramamientos de sangre, cuando hubo aproximadamente cuarenta guerras, producto de las pugnas entre élites: los conservadores y los liberales. Estos, distanciados únicamente en su particular denominación, no así en el fondo de la organización y las relaciones de producción de la joven nación, puesto que la sociedad semi – feudal y desigualitaria, raramente había sido interrogada. Cualquier figura del Estado que se hubiese impuesto, fuera el centralista o el federalista, ninguno de los dos se disponía a modificar las estructuras coloniales y semi – feudales, justificadoras de la irregular concentración de la propiedad de la tierra. Esa prolongada concentración de la propiedad, fundada en extensos latifundios, hubo de sobrevivir luego de la independencia nacional; ciertamente, materia medular del actual pacto de paz, comprometido a dotar de tierra a los campesinos. Histórico desacierto de aquel sistema tan desigual, que precisamente, hubo de ser el combustible para el desencadenamiento de los movimientos insurreccionales del pasado siglo, fenómeno arraigado en la América Latina independiente. Justificador también para focalizarse en plena Guerra Fría, particularmente en la ofensiva cubano soviética en América Latina. A la postre, tampoco podía quedar fuera en el Siglo XXl Hugo Chávez y su ALBA populista, activos en su complicidad, en cuanto a servir de pivote a la narco-guerrilla. Menos aún, la muerte ha provocado en ese país un temor real ni imaginado. Solamente durante los años 1946 y 1958, el país se vio sumido en una profunda polarización, una etapa llamada «La Violencia», cuyo rasgo fueron las persecuciones políticas. Esa guerra civil entre liberales y conservadores, “se presume que ocasionó más de 300 mil muertos”; una cifra similar o superior, a la acumulada en el curso de la insurgencia narco – izquierdista, cuyo estallido se remonta a la década de 1960. Los desniveles sociales, detonantes de la violencia crónica; la codicia y el apego al poder; las malas prácticas conexas al enriquecimiento ilícito tan predominantes como compulsivas, estuvieron a un extremo de hacer trizas la institucionalidad y la cultura cívica. Como sea, la democracia colombiana, sostenida con alfileres, milagrosamente resistió los embates y los tentáculos de la anticultura, abonada por oligarcas tradicionales e insensibles, un grueso grupo de militares tan terroristas como los guerrilleros comunistas y los paramilitares ultraderechistas. Así también, las diferentes especies de psicópatas, que, sin proponérselo quizás, todos ellos, desembocaron en el mismo punto de sostener aquel status casi apocalíptico, fuente de inagotables beneficios para sus artífices. Quienes presumimos que deberán rendir cuentas de sus responsabilidades en los crímenes de guerra y de lesa humanidad ante el Tribunal Especial para la Paz, una entidad tipificada en el acuerdo de agosto pasado. Por lo pronto, en los primeros días del acuerdo, las armas han guardado silencio, seña del imperio de la razón y del corazón sensato. Entretanto, el presente acuerdo se enfila a la ampliación democrática. El saldo de más de cinco décadas de guerra es dramático: 220,000 muertos, de ellos 177,307 civiles y el resto combatientes y soldados; 25,000 desaparecidos; 21,000 secuestrados; entre seis y siete millones de desplazados en el territorio por la violencia. Hay además 75,000 personas afectadas en sus propiedades y bienes; 55,000 que sufrieron actos terroristas y 11,000 afectadas por las minas personales (Rubén Aguilar Valenzuela, 2016). Una irracionalidad y desgracia, de lo cual no pocos esquizoides encuentran toda clase de pretextos, hasta cálculos electorales, para perpetuarla. Porque su disparatado dogmatismo los empecina a deformar la realidad, al reducirla a la única existencia de lo “blanco o negro”. Pendiente todavía la negociación con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), guerrilla de menor poder de fuego, el acuerdo como tal se someterá a un referendo el 2 de octubre de los corrientes, así para otorgarle fundamento jurídico. Para ser aprobado, se hará imprescindible que “el sí” capte 4,4 millones de votos (13% del censo electoral), y si estos superan a los votos por “el no”. La consulta es calificada como la gran apuesta del presidente, Juan Manuel Santos, gestor de las negociaciones de paz para desactivar la guerra. Él nunca se alejó de los procedimientos democráticos correctos (Shlomo Ben-Amil, 2016), para privilegiar el entendimiento político, tal que en democracia se “garantice que los alzados en armas se reincorporen a la vida civil y legal”. En el día del referendo se definirá el futuro de los colombianos. Las partes contendientes se han comprometido en el pacto a renunciar al uso de la fuerza, bajo el supuesto de poner fin a un conflicto armado de más de medio siglo. Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) creará una misión especial en el país suramericano, con tal de supervisar el cese del fuego, ayudar a desarmar a los rebeldes, incluida la participación en política, la reincorporación o reintegración social de los alzados en armas de las FARC. Asimismo, la Organización verificará el cumplimiento y refrendación del acuerdo en mención, el cual entre otros compromisos consigna el reconocimiento, reparación, resarcimiento a las víctimas y restitución de tierras. Se ha hecho hincapié en el combate efectivo contra la narcoactividad. Bajo los principios de “justicia restauradora”, en pos de la búsqueda de la verdad, sin renunciar a la justicia (Shlomo Ben-Ami, ídem), los delitos políticos y conexos serán amnistiados. Asimismo, la jurisdicción especial para la paz contempla rebaja de penas y una restricción efectiva de la libertad sin cárcel, para aquellos que reconozcan su responsabilidad en esos delitos, aporten verdad y contribuyan a la reparación de las víctimas (ABC mundo, Bogotá, 2016). La guerrilla contará con portavoces en el Congreso hasta las próximas elecciones solo para discutir los acuerdos de paz, al establecerse que los guerrilleros tendrán garantizado un total de 10 congresistas (cinco senadores y cinco representantes a la Cámara) por dos períodos, siempre que no logren superar el umbral del 3% de la votación. En ese caso, se les asignarán los necesarios para cubrir el cupo. Si lo superan no se les otorgarán curules (escaños) adicionales (Javier Lafuente, 2016). La postura de las Fuerzas Armadas apunta a convertirse en la institución normal “en un país normal” (sin guerra), atenta a enfrentar eventuales amenazas como el ELN y posibles disidencias de las FARC, opuestas al pacto. “En este tiempo he visto unos avances muy considerables en la forma como el sector Defensa, las Fuerzas Militares y la Policía se han involucrado cada vez más con el proceso de paz”, manifestó Aníbal Fernández de Soto, Viceministro de Defensa para las Políticas y Asuntos Internacionales. Al mismo tiempo, desde al año 2006 se viene implementando una estricta política de respeto y promoción de derechos humanos al interior de la fuerza pública de Colombia. Se programan capacitaciones a los oficiales, a los miembros de la fuerza pública en general en Colombia, en las cuales siempre se incorporan elementos de actualización en jurisprudencia, en legislación, en procedimientos acordes con los derechos humanos y con el derecho internacional humanitario. El Presidente Santos y su administración están conscientes que los miembros de la fuerza pública, “son ellos los primeros defensores de derechos humanos”. El Viceministro Fernández confía en la misión de progresar en la lucha contra el crimen organizado, particularmente el narcotráfico, asociado con la guerrilla izquierdista y los paramilitares ultraderechistas. Él afirma que las Fuerzas Armadas de Colombia se preparan para asumir nuevos retos de seguridad, entre ellos, el compartir su conocimiento y experiencia de seguridad con los países de la región latinoamericana (Geraldine Cook/Diálogo,22 agosto 2016). Con este fondo, seguro que las Fuerzas Armadas procurarán, esta vez, desechar anteriores e ingratas experiencias, y los esfuerzos que casi impidieron que los insurgentes de izquierda, conocidos como M-19, hubieran de reintegrarse a la política pacífica, dado que un puñado de sus activistas resultaron asesinados por escuadrones de la muerte de extrema derecha. En la corriente adversa, en los cuatro años de duración del proceso de diálogo con los insurgentes, el Presidente Santos se ha visto sometido a fuertes presiones y rupturas del expresidente de mano dura Álvaro Uribe (2002 y 2010), líder antigubernamental del derechista Partido Centro Democrático, opositor de lo pactado con la guerrilla. Según Uribe, lo negociado expresa impunidad y de rendición del Estado ante la guerrilla de las FARC, cierto, diezmada militarmente por las Fuerzas Armadas. A la vez insiste en que se alienta la alianza con el narcotráfico; se está negociando el modelo de Estado, planeando abolir la propiedad privada o pagando un sueldo a los guerrilleros. A diferencia de poseer autoridad moral, en este caso, el expresidente Uribe hubo de inducir casos ya verificados, en los cuales él mismo procedió a concederles impunidad o elegibilidad política a los narco-paramilitares, enemigos acérrimos de las FARC, durante el proceso de paz, sostenido con esos grupos y que finalizó con su desmovilización en el 2006. Lo evadido de modo cretino por la derecha recalcitrante, defensora del statu quo, comporta el otro factor de alta tensión. Colombia sigue siendo el segundo país de Suramérica con mayor desigualdad en la distribución del ingreso nacional, superado tan solo por Brasil. Igualmente, es un país con enormes diferencias territoriales, entre su capital Bogotá (que clasificaría como ciudad del primer mundo) y regiones como la Costa Pacífica (con niveles de pobreza similares al Subsahara africano). Mientras en Bogotá la pobreza afecta al 10 por ciento de la población, en los departamentos de la Costa Atlántica, esta se extiende al 41 por ciento y en la Costa Pacífica al 50 por ciento de los habitantes.(Mauricio Cabrera Galvis, 2016). Nos invade esa inquietud de que se acercará lo más complejo: la implementación exitosa de lo resuelto en las negociaciones ya finalizadas. Habrá que flexibilizar las posiciones de las clases tradicionales y conservadoras, las de mayor ingreso, en lo tocante a aceptar concesiones y sacrificarse para reconstruir un país justo, equitativo y socialmente cohesionado. Es decir, el inevitable cometido de entrar en un verdadero proceso de transacción entre las distintas clases, tal que sea capaz de fomentar la integración social. Simultáneamente, tal suspicacia nos lleva a repensar acerca de la sincera voluntad y disposición de los mandos y bases de las FARC respecto a cumplir, al pie de la letra, los requisitos pactados. La probabilidad de las disidencias en el movimiento insurgente es alta. Lo frustrante sería que dicho proceso pacificador en Colombia repita la historia de las imperfecciones actuales del proceso de pacificación que puso fin a la guerra centroamericana; en donde los signos de autoritarismo, la desigualdad, la extrema pobreza, las consecuencias del crimen organizado, unida a la violencia de las bandas armadas denominadas “maras”, llegan a dar al traste con los cometidos que se impuso el Plan de Paz de Esquipulas. Pese a su particularidad de nación de escala tan amplia, Colombia ha alcanzado un modesto desempeño económico. En el 2015 tuvo una expansión del 3,1 %, la más baja desde 2009. Solo un 2 % creció en el segundo trimestre de este año en comparación con el mismo periodo de 2015. Principalmente, la inestabilidad del mercado petrolero y la caída de los precios de otras materias primas minerales han frenado el rendimiento de la producción nacional (Infolatam/Efe, 2016). Un factor de riesgo. En las circunstancias presentes de la economía, apenas aceptables, la popularidad del Presidente Santos se ha visto disminuida, por lo que sus adversarios procuran sacar provecho de ello, para torpedear el pacto con la guerrilla. En cambio, su partido el Liberal, en cuenta diversas fuerzas políticas aliadas le ofrecen respaldo. Lo último, comienza a consolidar la posición democrática del Presidente Santos, percibida en los recientes sondeos, en los cuales “el Sí” al pacto con la impopular guerrilla saca ventaja. El mandatario colombiano informó que la firma del acuerdo de la paz de Colombia, “el comienzo del periodo de dejación de armas y desmovilización de las FARC”, será en Cartagena de Indias el próximo 26 de septiembre. Declara que el evento significará la reconstrucción de un país donde haya respeto y tolerancia por el que piensa distinto. Luego vendrán los retos de la implementación del Acuerdo Final (Alejo Vargas Velásquez, 2016). Son las expresiones del otrora recio Ministro de Defensa, el más popular haciendo la guerra en el gobierno derechista de Álvaro Uribe, en este instante su enemigo político. Enemigo también de lo resuelto en Cuba; aduce que pronto arribará “el castro-chavismo” en Colombia, de ello responsabiliza al gobernante colombiano. Frente a los ataques, Santos pone a prueba su paciencia y plena conversión espiritual. Perteneciente a una de las familias multimillonarias de más rancio abolengo, responde intensamente, como un filósofo y pedagogo, sabio y guiador de un sufrido pueblo, ensangrentado. Exige a los colombianos a que se perdonen los unos a los otros. “Hay que aprender a perdonar, a convertir la sed de venganza en reconciliación”, lo enseña ese auténtico estadista que educa e inculca valores a sus gobernados. Ya ha advertido que de no aprobarse el plebiscito sobre el acuerdo de paz con la guerrilla el país “volverá a la guerra”. El presidente colombiano, escasamente exhibicionista y populista, menos aún, llega a ser un “líder fuerte, autoritario”, de esos de moda, tales como Putin, Erdogan, Rodrigo Duterte, antes Hugo Chávez, Mugabe, Donald Trump, etcétera. Él está a larga distancia de aquellos “pavos reales”, ególatras y narcisistas, dañinos a la vez, quienes, por su complejo de superioridad, se comparan con las águilas y miran despectivamente a sus adversarios como caracoles. En pocas palabras: la humanidad se encuentra sedienta de más Juan Manuel Santos. Ronald Obaldía González (Opinión personal)

lunes, 22 de agosto de 2016

EL SECTARISMO “TRUMPONOMICS” EN LAS ELECCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA.

EL SECTARISMO “TRUMPONOMICS” EN LAS ELECCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA. En el ínterin de las convenciones de los dos partidos mayoritarios estadounidenses, el Demócrata y el Republicano, ambos seleccionaron a sus candidatos presidenciales: Hillary Clinton en el primero y Donald Trump en el segundo. Se abre así, formalmente, la campaña presidencial de los Estados Unidos de América - la única superpotencia del planeta - hacia las elecciones de noviembre próximo. “La telerrealidad”, dotada de un enorme poder, hace mención de un magnate de bienes y raíces, al quien ya a los 13 años su escuela lo había echado por mala conducta; arrastra un historial bien documentado de bancarrotas, miles de pleitos, accionistas enfadados. Al final de cuentas llegó a convertirse en el candidato “más inesperado e indomable”, poniendo a su vez en entredicho la solidez ideológica del Gran Partido Viejo (GOP, siglas en inglés) con su “retórica discriminatoria” y agresiva. Sus detractores advierten que esta vez el candidato de los republicanos carece de las nociones básicas sobre temas clave de Europa, Oriente Próximo o Asia; significa que está escasamente preparado para hacer el trabajo, exigido en la Casa Blanca. De América Latina, apenas identifica a México, nación que comparte frontera al norte de su territorio con el estadounidense. Trump advierte que sobre la línea divisoria construirá un muro limítrofe, con tal de contener las desbandadas migratorias. Por eso, arremete contra la existencia en la tierra del sueño americano de los 11 millones de personas de la región, principalmente los mexicanos, indocumentados o residentes ilegales, deseoso de deportarlos. A quienes por demás, empleando el lenguaje nacionalista, xenofóbico y racista, responsabiliza del incremento de la criminalidad y la violencia del país; rechaza la movilidad y ascenso social latino, desplazador de la identidad y supremacía blanca anglosajona. Contrario a las políticas convencionales estadounidenses, relacionadas con la unión y la cooperación con la sociedad global, Trump promete en su campaña, entre otros detalles, cortar los impuestos - se retrata como el salvador de la clase obrera -; eliminar las excesivas regulaciones económicas y comerciales; liberar el sector energético; dejar en manos de sus aliados extranjeros el cubrir los costos de su propia seguridad estratégica; asi como apostar por el proteccionismo, a saber, rechazar los tratados de libre comercio, pues proclama que su país pierde numerosos empleos. Esto en referencia al firmado en 1993 con Canadá y México por el entonces presidente Bill Clinton, impulsados a la vez por los gobiernos republicanos, tal como el fallido Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), solo que torpedeado, aquella vez, por el bloque populista del ALBA de Hugo Chávez. Al mismo tiempo, el candidato republicano se opone al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), el cual reduciría aranceles entre la naciones ribereñas con el Océano Pacífico, incluidos Chile, México y Perú. A pesar de su fama y comportamiento teatral (“showman”), Trump no la tiene fácil en los comicios, casi ningún candidato la ha poseído. De cualquier modo, los demócratas han conquistado mayoría de votos populares en cinco de las seis últimas elecciones presidenciales. El sistema estadounidense del colegio electoral da aún más ventaja a Hillary Clinton. Para ganar, un candidato debe obtener 270 votos electorales. Los 18 Estados (más el Distrito de Columbia) en los que han vencido los demócratas en las últimas seis elecciones, darían a Clinton 242 votos. Los 13 Estados que ganaron los republicanos en esos mismos comicios suman 102 votos. En definitiva, a Clinton le basta con ganar dos o tres de los otros 19 Estados, entre ellos Ohio y Florida, para proclamar su victoria. Incluso, bastaría Florida, que tiene innumerables votos, para hacerla vencedora. Por su parte, esta vez más de 27 millones de hispanos, - representan el 12% del electorado total - se inclinan en su mayoría a votar a favor de los demócratas. Si la participación general de estadounidenses ronda el 50 %, como ha sido la tendencia, dicha minoría sería decisiva, más lo que pueden aportar otras, declaradas anti - Trump. No sobra señalar que las elecciones presidenciales en Estados Unidos de América está lejos de decidirlas un Estado, sino unas peculiaridades del sistema electoral que dan especial importancia a unos cuantos grupos demográficos en determinados Estados. Por su parte, el porcentaje de votantes blancos anglosajones está más próximo al 70% y, según las encuestas, la ventaja de Trump, entre los que tienen menos formación dentro del puñado de blancos le es insuficiente para compensar su desventaja entre los más educados y las otras minorías raciales (Ian Bremmer, 2016) que lo adversan, específicamente la comunidad afroamericana. Tan solo el 2% de ella lo favorece en los sondeos, al cabo que entró en estado de alerta frente al respaldo del nazista Ku Klux Klan a Trump y a su mensaje nacionalista, patriotero y racista; ambos comparten el lema: “América primero”, de acento nazifascista (Cristina Pereda, 2016). “El Trumponomics” resurgió así, con quien los rezagados y renegados de la globalización, así como “los nacionalistas y los supremacistas blancos” se sienten lo suficientemente cómodos” (Pereda, idem). La recuperación y el crecimiento económico, logrados por la Administración de Barack Obama, favorecen por sí solos a la candidata del Partido Demócrata, porque “el desempleo en Estados Unidos es actualmente de 4,9%; lo cual está muy por debajo del 10% de octubre de 2009, tras la gran recesión del 2008. Significan logros sustanciales de Barack Obama que hacen todavía más empinada la ruta de los republicanos hacia Washington, sean las acciones de reconocimiento popular, vinculadas con el aumento de los impuestos a las rentas altas, una regulación financiera más estricta; de más medidas contra el cambio climático; los programas de seguridad social como el Obamacare, el cual abrió el aseguramiento a casi toda la población (Paul Krugman, 2016). Así también, a diferencia de “los halcones republicanos”, antes involucrados directa y precipitadamente en los conflictos regionales, Obama puso en práctica la mesurada confrontación contra las amenazas externas a la seguridad nacional, a sabiendas que el terrorismo islámico continuará golpeando a Europa y la misma nación estadounidense. En verdad, de las últimas salidas risibles y falaces, han sido las declaraciones del magnate, en cuanto a acusar a Obama y la señora Clinton - ex Secretaria de Estado - de haber fundado el Estado Islámico (EI) en el Medio Oriente, a causa de la orden gubernamental de retirar de manera parcial las tropas estadounidenses de Irak. Hillary Clinton procura reforzar el programa gubernamental como tal, a efecto de mitigar la desconfianza del público de conceder a los demócratas un tercer gobierno consecutivo. Y de continuarlo, podría evitar al máximo que el posible respaldo a ella de un sector interesante de conservadores republicanos, desertores de la campaña de Trump, implique concesiones (Krugman, idem) que lo vayan a desvirtuar. Es de suponer que haya habido pactos con su contrincante demócrata en las primarias, Bernie Sanders, a efecto de perfeccionar la agenda social, que la Administración Obama ha configurado (Valeria Luiselli, 2016) en sus dos administraciones. A propósito, hay que tener presentes las señas visibles de disidencia republicana en contra de su candidato; particularmente de la élite, “los pesos pesados” y de sus cabezas pensantes, objeto de ofensas a su vez, “quienes en condiciones normales”, hoy estarían apoyando a su candidato a preparar la transición a la presidencia y el programa de gobierno del GOP. El rotundo disgusto contra su líder lo pone al descubierto Meg Whitman, ejecutiva de Hewlett-Packard y recaudadora de fondos del Partido Republicano, quien dijo que votará por Hillary Clinton porque Trump es un demagogo.“La familia Bush ha tomado distancia”. “Su principal rival en las primarias, el ultraconservador religioso y senador por Texas, Ted Cruz, salió abucheado de la convención tras negarse a apoyarlo”. Es decir, el Partido Republicano registra división y ruptura. La principal interrogante consiste en poner en duda la sobrevivencia de esa denominación política, luego de una posible y pavorosa derrota. Igualmente, a Trump le ha dado la espalda el complejo de seguridad nacional, “el deep state o Estado profundo”, la red de expertos, altos funcionarios, grandes espías y políticos, que garantizan la continuidad de la política exterior y de defensa de la primera potencia mundial” (Eric Thayer, Reuters, 2016). Un exjefe de la CIA, dijo que las fuerzas armadas de Estados Unidos de América podrían desobedecer algunas órdenes de un presidente como Trump, como la de matar a familiares de sospechosos de terrorismo, como lo ha sugerido el candidato en campaña. Respecto a la seguridad estratégica, Trump ha alejado al Partido Republicano de la tradicional beligerancia frente a Rusia - adoptada también por Obama -. El magnate posee un largo historial de vínculos con ese país. Los intentos de Trump de hacer negocios con Moscú datan de la pasada década de 1980. Más recientes son las declaraciones de simpatía por el presidente Vladímir Putin. Ha abierto la puerta a reconocer, si llega a la presidencia, la anexión de Crimea a Moscú. El candidato amenaza con romper la OTAN. Elogia la firmeza de Putin. Manifestó que “Rusia tiene su propia estrategia de seguridad nacional, y debemos respetarlo” (Thayer; Vucci, idem), por lo que “si Rusia invadiera un país báltico miembro de la OTAN, Washington no se vería obligado a defenderlo”. Los demócratas aprovechan las limitaciones y torpezas del líder de la oposición, además de sus expresiones mesiánicas al proclamar, según él: ”yo puedo arreglarlo solo”. Lo cual origina temor, tal que la Casa Blanca, con Trump, entre en grave conflicto con institutos y mecanismos claves del sistema de pesos y contrapesos, “y de la rendición de cuentas como lo son los jueces y los medios de comunicación”. Clinton por su parte capitaliza la idea de ser ella “la única alternativa al riesgo que representa un errático, inexperto y peligroso Trump”. El mismo que, con un lenguaje violento, pide a los dueños de armas que frenen a su rival y candidata demócrata - recordemos que en los Estados Unidos de América circulan más de 300 millones de armas de fuego - ; también el que despotrica contra las elecciones, que según el magnate, podrían estar "amañadas", unas declaraciones sin precedentes en un candidato presidencial estadounidense” (Evan Vucci, 2016). Casi todos coinciden en que la irrupción de Trump responde al hecho de que no pocos estadounidenses “sienten tanta hostilidad hacia la globalización”; ésta desconectada de los intereses básicos de los ciudadanos, causante de desequilibrios sociales. El público estadounidense anhela reafirmar el control de sus fronteras y sus perspectivas laborales, como un número cada vez mayor de europeos y británicos (con el Brexit), así como lo reitera la derecha y la izquierda internacional. Sin embargo, el magnate tiende a ser “un mensajero imperfecto”. Sus enunciados aislacionistas y supremacía blanca: "volver a hacer grande a América", tensando las relaciones con la China Popular y la propia Europa, arrastró desde un inicio polarización (doméstica y exterior), inestabilidad e inseguridad globales; si bien " le ha permitido obtener la nominación del Partido Republicano” (Bremmer, ídem). En cuanto a Hillary Clinton, quien tiene a su favor el contar con el apoyo unánime del Partido Demócrata, resulta repugnante esa sensiblería de que el Partido Demócrata hace historia en los Estados Unidos de América al escoger a una mujer como su candidata oficial. Lo decía el Presidente Barack Obama, se tienen más ventajas el ser mujer en esta era. El evento, asociado a la señora Clinton, expresa la nueva era, cuando reafirmamos que el hombre y la mujer poseen la misma e indisoluble dignidad, e iguales derechos naturales y civiles. Lo demás es redundante, en este caso, el acariciar la indeseada distinción de género, se llega a restarle virtud a la política como comportamiento genuino del ser humano. El inminente triunfo de la señora Clinton, nos expone casos consumados de haber sido testigos del poder acumulado por las mujeres. Tendrían “las palancas del poder” en tres de los países relevantes del planeta: Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Décadas atrás otras valiosas mujeres, entre ellas, la británica Margaret Thatcher, la israelí Golda Meir, la india Indira Gandhi habían demostrado que la política, las relaciones internacionales, la economía, y la seguridad no era solo cosa de hombres. Fallamos parcialmente en nuestro ejercicio de “futurología política”, por cuanto habíamos argumentado acerca de las modestas posibilidades del locuaz magnate, en cuanto a erigirse en el favorecido de la convención del Partido Republicano. En alguna ocasión habíamos planteado que el fenómeno transitorio de Donald Trump en la política de los Estados Unidos de América podría ser de corta duración. Ciertamente, él traspasó la frontera de nuestros cálculos, ahora es el candidato oficial de los republicanos. No obstante, ahora sí estamos convencidos que llegará hasta ahí. Los sondeos lo ponen en picada. Sus excesos, odios contra los latinos y musulmanes, sus misóginas exclamaciones, el lenguaje vulgar y simplista - “sobrepasó casi todos los límites conocidos en tiempos recientes, ” - se vuelven aún “más feos y más estúpidos, a medida que se hunden sus perspectivas electorales” (Krugman, idem). “Carece de autocontrol y actúa de forma impetuosa". Para la candidata Clinton “todo esto son cualidades peligrosas en un individuo que aspira a ser presidente y comandante en jefe, que comandará el arsenal nuclear de Estados Unidos de América. Trump ha dañado, irreversiblemente, su posición en la campaña para las elecciones presidenciales de noviembre; ni lo rescatarán sus disculpas de estos días por haber insultado a sus contendientes, lo mismo que a una familia musulmana estadounidense, cuyo hijo murió en el campo de batalla, combatiendo terroristas. Días atrás un politólogo se atrevió a decir que entonces es razonable afirmar que “el sentido común prevalecerá”, por lo que Hillary será la próxima presidenta de la única superpotencia global. El sentido común se encargará de callar el matonismo y el nacionalismo xenofóbico del candidato republicano, sobre todo, en una sociedad cuya grandeza reside en la heterogeneidad y la diversidad cultural y étnica. La ética, los altos valores y la inteligencia del pueblo de los Estados Unidos de América gozan de nuestro fiel reconocimiento, seguro que se impondrán esta vez, para prevenir la fabricación de un Frankenstein contemporáneo. En el siglo pasado fueron creados unos parecidos: Stalin, Hitler y Mao Zedong; fueron derrotados por el guardián de la civilización occidental. El monstruo de hoy está en curso; si fuera necesario, todavía hay tiempo para el espíritu y propósito de enmienda. Ronald Obaldía González (Opinión personal).

miércoles, 3 de agosto de 2016

TURQUÍA CON UN PASADO ALGO GLORIOSO, Y CON UN PRESENTE QUE AGONIZA.

TURQUÍA CON UN PASADO ALGO GLORIOSO, Y CON UN PRESENTE QUE AGONIZA. De las culturas milenarias, cuyo territorio ha dado cuenta de la existencia de numerosas tribus desde antes del milenio X A.C; un territorio donde ha habido hallazgos de representaciones antropomórficas y prehistóricas; en el que se había afianzado hace casi ocho siglos un poderoso y cosmopolita imperio musulmán en el Asia Menor, expandido a Europa y África. Nos referimos al país turco otomano (hoy Turquía), de profunda vocación por la agricultura y los metales durante su milenaria historia. El territorio nacional turco constituye el punto de unión entre el viejo continente europeo y Asia. Desde tiempos remotos, su envidiable ubicación geográfica, los recursos naturales poseídos, lo han expuesto a las ambiciones expansionistas de poderes adyacentes. Esas características hicieron que hace más de 2000 años su espacio físico fuese empleado también, como ruta de paso entre China y el Mediterráneo, justamente en los tiempos de la Ruta de la Seda. La civilización otomana enfrascada desde hace 3000 años atrás en un sinnúmero de enfrentamientos, ya fueran grandes o pequeños pueblos rivales, que, gradualmente, conseguían reducirle su poder e influencia, o bien se imponía contra ellos. La lista de sus enemigos o rivales, entre otros, había abarcado culturas y tribus de la talla de los asirios, los pueblos de Mesopotamia, las culturas indoeuropeas y del Mediterráneo europeo, los griegos, los aqueos, los troyanos, los persas. El propio greco macedonio Alejandro Magno (334. A.C) vio frustrados sus apetitos al encontrar resistencia en el territorio otomano del Asia Menor, por parte de los sirios y principados locales. Más acá los romanos le asestaron severos golpes hasta dividir su territorio con el nacimiento de Bizancio (luego denominado Constantinopla, hoy Estambul), al cabo que anexaron la totalidad de Anatolia, al declararla como provincia del Imperio Oriental de Roma en el Siglo l A.C. Luego sobrevinieron las ocupaciones definitivas de las tribus turco-mongoles oguz en el Siglo Xl. Poco tiempo después, una vez islamizados por la casa sunita ortodoxa persa, los otomanos consiguieron eliminar el poder político, religioso y cultural del cristianismo, éste limitado tan solo a la región de Armenia. Anteriormente, los turcos islamizados hubieron de hacer frente al paso de las Cruzadas (Siglo Xl - Xlll) por Bizancio, particularmente a sus afanes de reconquista cristiana de los Lugares Santos, bajo la expansión musulmana; menos aún, se escaparon de la huella destructiva de los invasores (los cruzados), quienes se vengaron de la conducta cruel frente a los peregrinos cristianos en Tierra Santa. El arribo del islamismo, parejo a la estratégica ubicación geográfica del pueblo otomamo, haría todavía más complejo y dificil su proceso de evolución. Lo registrado este año es causa de tales precedentes. Son estos casos cuando la historia nos permite recordar de su capacidad de determinar el ADN de las sociedades. Una religión oscurantista (la Mahometana) se transformó en fuente de conflictos internos y externos en el Asia Menor, pues además hizo brotar disconformidades de carácter secular y pugnas étnicas y territoriales en el imperio. Lo que significó que su tradición cosmopolita de ningún modo fuera en vano; como sea Occidente dejaría impregnado allí su legado, cuya fuente de inspiración mayor residió en el pensamiento judeo, helénico, en el cristianismo, todo ello, en los que la libertad del hombre posee profundo arraigo dentro de sus axiomas y visión del mundo. Al ser identificada por los europeos como la puerta de entrada al Asia Menor y el Medio Oriente, la nación turca se transformó enseguida en valiosa ruta comercial y de tránsito. Y, por ello, su territorio tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial no tardó en usarse como base militar de Occidente, al servicio de la anticomunista Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Así, que siempre sería irreal el levantamiento de obstáculos a las interrelaciones y las comunicaciones inter-culturales. Por los conductos de la sociedad otomana corrieron y fluyen las corrientes europeas, eso hubo de implicar el sacar a relucir los intereses, relacionados con la seguridad y la defensa intercontinentales. A finales del Siglo Xlll y principios del XlV el Imperio turco otomano (islamizado) había alcanzado dominio casi pleno de Hungría, los Balcanes y el Mediterráneo europeos, en el norte de África; se apoderó de Siria, Egipto y parte de Mesopotamia, inclusive. Fue tal su hegemonía, que dicho Imperio se autoproclamó en Califato a principios del Siglo XVl. De hecho, los pueblos árabes guardan ningún recuerdo favorable acerca del predominio de los turcos sobre sus sociedades. En su historia dan a conocer su resentimiento. Sin embargo, simultáneamente los poderosos y colonialistas reinos europeos cristianos, principalmente Gran Bretaña, España y Francia y la propia Rusia iban apropiándose de casi todos los territorios del Califato turco, ya fuera en el Asia Menor, en cuenta el Oriente Medio, al cabo que iban siendo expulsados definitivamente de Europa. Ya para el Siglo XlX eran restos lo que quedaban del decaído Imperio turco. Al perder sus dominios al norte del mar Negro, que pasaron a manos rusas, el futuro de la sociedad turca sería no más que el eslabón y la expresión de una historia milenaria escabrosa y convulsa, asediada y minada desde sus orígenes, cargada de altibajos, bajo el agravante de un devenir de dependencia y subordinación respecto a Europa, tanto en la antiguedad, el medioevo como en la era contemporánea; alrededor de su territorio ha debido corresponderle sobrevivir frente a tales potencias interesadas en asignarle, no pocas veces, tales posiciones de segundo orden. Principalmente, en esta fase antiterrorista en que el peso lo conllevan las materias de seguridad y defensa, a consecuencia de la fuerza del radicalismo islámico del Siglo XXl, enemigo de los intereses occidentales. El golpe letal contra el viejo Imperio otomano y sus pobres vestigios en otras latitudes, acabó de asestarlo su erróneo cálculo de aliarse a Alemania y al Imperio Austro Húngaro en la Primera Guerra Mundial (1914 - 18). Ambos reclamaron el ser víctimas, entre otros abusos, de las imposiciones y restricciones políticas, económicas y comerciales, de los imperios tradicionales de Europa - que se repartieron el planeta, dada su visión colonialista - , específicamente de la Gran Bretaña, Francia y por supuesto de la Rusia zarista, ésta de los principales enemigos de los turcos. Inmediatamente después, al Tratado de Sévres de 1920, unido a las reparaciones de guerra, se le encomendó la labor de sepulturero del Imperio turco otomano. Entre las múltiples pérdidas territoriales en Asia, figuró la nación Armenia, la cual adquirió su independencia. Asimismo, la zona habitada por los Kurdos, denominada Kurdistán, poseedora de yacimientos petroleros, quedó repartida entre Turquía, Irak, Irán y Siria, una grave humillación para Ankara. En cuanto Armenia, precisamente el Ejército turco, desconcertado por un extinguido imperio, del cual solamente el recuerdo quedaba, y tensado por el levantamiento de los distintos grupos étnicos que lo enfrentaron, precipitadamente, ejecutó el primer genocidio del Siglo XX al eliminar, brutalmente, más de un millón de armenios, en su mayoría cristianos. Un hecho aborrecible que sigue siendo condenado por la comunidad internacional, hasta por el propio Papa Francisco en su viaje por Armenia en este año. Condenas públicas que irritan sobremanera a Turquía. Eso sí, esta siempre se ha negado a reconocerlo como tal y, de paso, ofrecer perdón. La estabilidad política, aún menos, la normalidad democrática, le han sido bastante desconocidas a la nación turca, tal vez la acogió en un breve periodo a principios de la década de 1960. Asimismo, la suerte de la ubicación del territorio otomano estuvo configurada por parte de Occidente, pensado primordialmente en la fase de la Guerra Fría, con tal de contener las fuerzas soviéticas sobre las fronteras entre Europa y la desaparecida Unión Soviética. Una cultura antigua subestimada, con ese desdén se valora en esta época a la nación turca. Las desastrosas consecuencias de su vinculación en la Primera Gran Guerra, por eso la hicieron abstenerse de tomar participación en la Segunda Guerra Mundial. Hay que hacer un paréntesis en la Turquía del Siglo XX. Sea el ascenso al poder del movimiento secular, encabezado a partir de 1919 por Mustafá Kemal, llamado después "Ataturk": “padre de los Turcos”. Dicha tendencia anti-islámica, “semifascista”, conllevó un elevado componente militar, aferrada a desarraigar a la nación de las tradiciones imperiales, entre ellas la abolición del Califato. A la vez, tal movimiento proclamó el reforzamiento de la identidad nacionalista, e impuso el turco como idioma oficial; implantó en el sistema educativo una versión distinta o secular de la historia nacional, teniendo presente en ella el legado pro-occidental. Kemal introdujo el alfabeto y el calendario latino. Eliminó el uso del velo para las mujeres, a las que se les otorgó el sufragio femenino. Basado en su nacionalismo, el líder secular se negó a reconocer aquel Tratado leonino contra los intereses turcos. Razón por la cual, negoció nuevos instrumentos jurídicos, con tal de eximir a su nación del pago de indemnizaciones de guerra; anular vastos privilegios, concedidos a compañías extranjeras; fijar las fronteras nacionales; y desconocer la autonomía de Kurdistán, ello de las principales piedras dentro del zapato turco. Pues ese pueblo - carente de Estado nacional definido, que representa aproximadamente el 20% de la población otomana - continúa insistiendo en la independencia total de los límites espaciales ocupados, al cabo que el ala extremista kurda - cuasi terrorista - ha golpeado militarmente al ejército enemigo. Líneas arriba lo indicamos, Ataturk consolidó un régimen secular autoritario, basado en el esquema de economía centralizada, con rasgos de socialismo. Su “concepción de democracia no liberal (o “iliberalismo”), que las fuerzas armadas acompañó y mantuvo con golpes de Estado, también marcó en adelante el rumbo del país. Igualmente, el Padre de los turcos no cedió hasta su muerte (1938) a las posturas de los conservadores musulmanes, así como a los sectores que promovieron el sistema democrático liberal, de carácter occidental. El cual paso a paso llegó a cobrar fuerza, por lo que de hecho se institucionalizó entrando el Siglo XXl (año 2000). El pasado, violento y fallido intento golpista de carácter secular, encabezado por un grupo de militares, puso a las fuerzas armadas en posición delicada y desprestigio mayúsculo. Cayeron en fuerte contradicción frente a los sectores liberales y, por otro lado, contra las fuerzas islámicas conservadoras – contestatarias al secularismo -, estas reunidas en el Partido por la Justicia y el Desarrollo (el oficialista), dominante desde hace quince años. Estos, y los estratos rurales empobrecidos, representan la base de apoyo del presidente autoritario e islamista Recep Tayyip Erdogan, de orígenes sociales humildes, en cuyo mandato puso en ejecución el proceso de modernización económica que, al redituar, creció la ilusión óptica en que la normalidad y la estabilidad de Turquía seguiría el curso positivo, a diferencia de las turbulencias y guerras del Medio Oriente. Hubo engaño, tan solo fue un destello de democracia. Erdogan, considerado el acérrimo enemigo de los golpistas y los secularistas, tampoco ocultó su inclinación de rescatar la tradición islámica, hasta intentar dar forma a un nuevo Califato. El cual, en pocas palabras, es un sistema político, distante de los rasgos del régimen teocrático (fusión del poder religioso y político); eso sí, inspirado en la ideología y los postulados del Islam, en el que la cabeza del Estado (el Califa) legisla sobre sociedad, gobierno, economía y justicia legal, bajo el consentimiento de la gente. Paradójicamente, los victoriosos tras el frustrado derrocamiento del gobierno llegan a serlo los más fanáticos islamoconservadores”(Ilke Toygür, 2016). El Presidente intentará asegurarse la lealtad del ejército, que ya no es monolítico (Félix Arteaga, 2016). Lo renovará con nuevos cuadros. “Esto le permitirá islamizar el país”, el cual, con él, se ha vuelto “menos libre, menos tolerante con las diferencias” , donde se combaten todavía más las expresiones de libertad (Toygür, 2016) y los derechos fundamentales. Una muestra que hace ilusoria la tesis de “que la democracia es compatible con el Islam”. Lo comienza a reconocer Occidente, por eso su tibia reacción frente a lo que pudo haber un exitoso desplome de Erdogan y su partido político. Desconfía bastante de ellos. El gobierno turco ataca a los Estados Unidos de América, quien ha dado refugio al predicador musulmán, Fethullah Gülen, el que planeó el golpe - según el oficialismo - por eso pide su extradición. Periodistas, soldados, burócratas, intelectuales, consejeros y hasta empresarios han sido purgados, a causa de la rabia de Erdogan, quien desatiende la crítica internacional frente a sus excesos de poder, “sin garantías jurídicas y bajo la sombra de la restauración de la pena de muerte”. En el Siglo XX la mayoría de las pugnas turcas las habían protagonizado los secularistas frente a los liberales. A finales de ese siglo, dicha unidad contradictoria sumó al islamismo conservador, que como fuerza política ascendió velozmente con el Partido de Erdogan, este repudiado por militares, civiles y secularistas, agravando todavía más el panorama político, donde la gobernabilidad institucional de carácter liberal fue amenazada esta vez. Más bien, es de suponer que en adelante alguna facción del ejército, al lado de la base social secular, vuelvan a fraguar otra intentona militar, pese a una supuesta oposición de los liberales. Esto quiere decir, que Turquía continuará careciendo de cohesión social, fenómeno que, igualmente, agudizará los efectos del golpe, de donde actuarán por su propio interés el gobierno islamista para sobrevivir, el decaído poder duro del ejército secular, los menos aventajados liberales prooccidentales, los nacionalistas, etcétera, así como los grupos étnicos en conflicto, sobre todo, los kurdos en sus aspiraciones nacionales. Turquía reivindica su antiguo comportamiento imperialista. Aspira a influir en la política doméstica y exterior de las naciones árabes. Ellas, por su parte, contemplan con gran recelo la cruda y dolorosa historia de la expansión del Imperio Otomano en el Cercano Oriente. En la presente guerra, el gobierno de Erdogan evitó que la coalición antiterrorista pudiera utilizar las bases militares del país, para atacar los yihadistas en Siria e Irak. Después cambió su postura. Se ha enfrentado con el gobierno secular (chiita) de Siria, respaldando la oposición sunita; en un principio llegó a tolerar las acciones de los yihadistas del Estado Islámico (EI), con quien traficó petróleo. Ahora es el enemigo, que le reprocha el haber ingresado a la coalición occidental antiterrorista y el aproximarse a Israel. Derribándole un avión, el ejército turco entró en líos con Rusia, también con Irán, ambos aliados del gobierno sirio. Erdogan combate, desmedidamente, las milicias kurdas de Turquía las que cruzan la frontera con Siria para liberar comunidades suyas, con apoyo aéreo de los Estados Unidos de América (Félix Arteaga, 2016). A la vez , antes había puesto en riesgo las relaciones con Israel, al acercarse a la organización terrorista Hamas, a quien Erdogan venía prestando financiamiento y asistencia humanitaria. Pero, los ataques terroristas del EI, recientemente lo hicieron recular y cambiar su política exterior “vacilante” con la coalición internacional; se congració con sus aliados, comenzando por Israel y Rusia. Si Europa lamenta la salida de Gran Bretaña del bloque comunitario; en cambio, en el caso particular de Turquía, seguro que, con los estigmas arrastrados por los ataques terroristas del yihadismo en Bélgica, Francia y Alemania, la actual inestabilidad política, el deterioro de los derechos humanos, habrá de aspirar a tener más lejos a esa nación del Asia Menor, donde más del 90% de la gente profesa la religión islámica. Le entrabará de manera rígida, como lo acostumbra hacer, su pleno ingreso al bloque comunitario de la Unión Europea. Ingreso que las naciones europeas, otrora vinculadas a la Cortina de Hierro en tiempos de la desaparecida Unión Soviética, lograron sin abruptos tropiezos. Pero, distanciarse totalmente de Ankara resulta una decisión que no será fácil a los europeos, dado el creciente flujo migratorio de turcos al viejo continente; a la crisis de los refugiados sirios, afganos e iraquíes que alberga; es también un aliado de la OTAN para la guerra de Siria y contra los yihadistas del EI; aparte que es imprescindible la coordinación para luchar contra los cárteles turcos de la droga, que operan como los principales proveedores de drogas, entre ellas, la heroína. De superar las consecuencias de la fallida asonada militar, probablemente el Presidente Erdogan reafirmará el ideal (“ahistórico”) de “pretender devolver a Turquía el esplendor y la autonomía de tiempos pasados”. Ni le importará que la nación islámica sea rechazada como miembro pleno de la Unión Europea (UE), un bloque de naciones que, de por sí, va en picada; ni los euro-optimistas aseguran su solidez. En conclusión, son determinantes “las dinámicas internacionales”, siguen en esa línea de “realpolitik” (Toygür, idem). Turquía es, así, altamente dependiente de Occidente, en todas sus dimensiones, se ha plegado a él, se alió a la OTAN. Como decía el famoso comediante mexicano Mario Moreno, “Cantinflas”: “allí está el detalle”. !Oh, Erdogan y sus “cantinfladas”!. Ronald Obaldía González (Opinión personal).