La nueva Costa Rica.
Quienquiera que se haya percatado de la decisión de las autoridades deportivas de escoger a la ciudad de Liberia y la de Jacó, como subsedes del Campeonato de fútbol femenino en la categoría Sub - 17, el cual se realizará en el 2014 en Costa Rica, podrá reflexionar a simple vista acerca de la evolución y los nuevos rasgos de nuestro desarrollo regional y ordenamiento territorial.
La noticia que ha circulado por la prensa nacional, va más lejos de ser
una crónica deportiva, que de por sí es bastante positiva. Ambas
ciudades, Liberia y Jacó, que son destinos de inversiones foráneas, gozan de una admirable infraestructura y servicios; nos permiten por ello, hacer uso de un patrón de sociabilidad, investigado por la geografía física y humana, el cual lo ha puesto en boga últimamente. Me refiero a la tipología de ciudades emergentes o de ciudades periféricas, aplicable, sobre todo, en naciones de renta media alta, entre ellas Costa Rica.
Ignoro por ahora quienes son los elaboradores de ambas tesis, por eso les pido disculpas a los autores originales. Eso sí, dicha tipología o definición ayuda a la comprensión de las transformaciones urbanas de las últimas décadas; particularmente, en el caso de
Costa Rica que creció al amparo y la preponderancia de la economía del café desde
mediados del Siglo XlX, cuando se aceleraron las exportaciones hacia los mercados centrales internacionales.
A partir de entonces, en Costa Rica se extendieron comunidades prósperas, principalmente en los sectores del occidente y oriente del Valle Central, gracias a la visión y la virtud de los liberales y cafetaleros de la época, quienes rechazaron la práctica de realizar violentas usurpaciones o adquisiciones de tierras en perjuicio de los pequeños campesinos.
Al contrario, en tiempos de Braulio Carrillo la economía del café promovió la ampliación de la frontera agrícola y, en consecuencia, el estímulo de emigraciones domésticas hacia dichas regiones, donde irrumpieron ciudades prósperas, como Paraíso, Turrialba, San Ramón, Grecia, Palmares, Palmares, etcétera, más tarde San Carlos, entre otros asentamientos humanos, todos ellos convertidos hoy en pequeñas ciudades donde coexisten la estructura urbana y rural.
Sin embargo, en los últimos treinta años, el país ha sido testigo del protagonismo de una novedosa arquitectura de ciudades, llámese emergentes o periféricas, las cuales no precisamente son el producto de la economía del café. Ellas han nacido del auge de la economía de los servicios, la industria de manufacturas y de la alta tecnología, al extremo de que a causa de su ritmo y dinámica, son susceptibles de superar en cuanto a desarrollo y modernización a las históricas, donde se adoptan todavìa las principales decisiones políticas y económicas que modifican el devenir nacional.
Algunas de las jóvenes y prósperas comunidades forman parte de la estructura geográfica del Valle Central; otras se desarrollan en las zonas costeras, principalmente del lado del Pacífico. Entre las primeras destacan Santa Ana, Escazú, Tres Ríos, San Antonio de Belén, Barva. Mientras tanto en las costas, bien se pueden citar Liberia, Jacó, Guápiles y Puerto Viejo de Limón, incluso el fenómeno en mención quiere reproducirse en la zona norte, por ejemplo en Upala y la Fortuna de San Carlos.
Las ciudades emergentes o periféricas nacionales son aquellas que albergan un
potencial y privilegiada gama de recursos humanos y naturales, estructura de base social (empresarios, líderes y voluntariado, profesionales, ambientalistas, funcionarios públicos), operadores del progreso, bajo la perspectiva de aproximarse a los estilo de vida de las ciudades tradicionales, a saber, Cartago, Heredia, San José, Alajuela. De prolongarse tal comportamiento hasta pueden llegar a sobrepasar a éstas en el lapso de pocos años.
Recordemos aquella teoría del centro y la periferia, aplicaba también a las
desigualdades que perjudicaban a las ciudades, ubicadas lejos de los centros políticos y económicos nacionales. En Costa Rica, tal tendencia asimétrica ha ido cambiando significativamente, conforme los sectores productivos de “la nueva economía”, sean las manufacturas, el comercio, el turismo, la industria agrícola, etcétera, se desplacen y fortalezcan su posición dentro de las regiones no tradicionales del país, éstas ya vinculadas ampliamente con los mercados internacionales.
El resultado de ello comporta, además de éxito y prosperidad, una mejor distribución del producto nacional, además que incentiva otra generación de migraciones internas hacia nuevos polos de desarrollo, receptores del talento y del conocimiento, antes concentrado en los centros urbanos tradicionales. Las ciudades emergentes y periféricas pueden servir de plataforma y de encadenamiento, que favorecerá el proceso de modernización y de desarrollo de las zonas adscritas a ellas, las cuales siguen rezagadas por el momento.
La integración e interdependencia social entre las poblaciones emergentes y
las comunidades subordinadas a ellas, alentará el crecimiento de mercados locales,
el mejoramiento de la infraestructura y las interconexiones sociales y culturales.
Por supuesto, que dicha interrelación ha avanzado de manera sustancial, al observarse la experiencia de la ciudad de San Carlos y de su moderno distrito de la Fortuna, así como la de Liberia y los restantes cantones de la provincia de Guanacaste.
Lo anterior son poderosas razones para coadyuvar a que las ciudades emergentes y periféricas sean capaces de renovar el funcionamiento de sus propios gobiernos locales, en sociedad con la estructura de base, que se desempeña como desarrolladora. Èsta ha demostrado su astucia en aprovechar al máximo las oportunidades que se derivan de la posición geoeconómica de los pueblos emergentes o periféricos.
Implica también conceder más amplios márgenes de acción a los grupos y sectores activos y emprendedores de la sociedad civil, en lo referente a echar mano de los recursos para respaldar sus planes e iniciativas. Asimismo, la voluntad y la acción del Estado nacional llega a ser crucial en la madurez del esquema de tal tipología de ciudades jóvenes, ello corresponde a su misión de fomentar políticas justas y racionales de gasto social.
En entredicho permanecen los enfoques trillados y escritos en piedra, que abogaban por la descentralización, la desconcentración y la regionalización de la administración pública, planeados y ejecutados por la burocracia estatal, casi que de manera vertical. O sea bajo el modelo “de arriba hacia abajo”, el cual puede obviar los particulares procesos de sociabilización, así como los principios, los intereses regionales de los ciudadanos, frecuentemente ajenos a los centros que concentran el poder tradicional. Incluso dicha contradicción se ve abonada por las visiones y aportaciones de la inmigración extranjera.
Dicho sea verdad, los postulados con los que se proponía reestructurar el Estado centralista y pasivo, trasladando apenas escritorios y funciones, quedaron condenados al fracaso. En cambio, los ciudadanos que habitan las jóvenes y emergentes ciudades encontraron vías libres y voluntariosas para alcanzar desarrollo y crecimiento social, liberadas de tecnicismos y palabrería ininteligibles. Quiere decir, que los pueblos son los verdaderos protagonistas de la historia y del cambio.
Ronald Obaldía González (opinión personal)