martes, 6 de junio de 2017

ELEMENTOS HISTÓRICOS QUE CONTRIBUYEN A COMPRENDER LA COMPLEJA CONDUCTA INTERNACIONAL DE RUSIA.

ELEMENTOS HISTÓRICOS QUE CONTRIBUYEN A COMPRENDER LA COMPLEJA CONDUCTA INTERNACIONAL DE RUSIA.

Los orígenes étnicos, culturales, así también el carácter y el biotipo del pueblo ruso poseen su asidero, de manera significativa, en la civilización europea, en cuenta la cristiandad (bizantina), además de la organización jurídica y territorial, sellada en la era del sistema feudal, reproducido en la nación rusa por el autoritario régimen monárquico, zarista, interconectado a las restantes monarquías del viejo continente.
Así, entonces, la historia universal ofrece el testimonio de una versión particular de la civilización europea. Estos rasgos predominan siempre en la nación de mayor extensión en el planeta, cuyo “ territorio recorre Europa y Asia”, habida consideración de su diversidad antropológica que le es propia. Se trata del “Oso Ruso”, compuesto por doce zonas horarias y más de 100 grupos étnicos y culturas, en la que destaca la mayoritaria etnia rusa eslava (representa el 80% de la población nacional), un fenómeno bastante complicado para la integración y asimilación a favor de una sola entidad nacional, que, ciertamente, a lo largo de su historia ha estado lejos de renunciar y negar su instinto de poder expansivo más allá de sus fronteras allegadas.
Ni el dominio mongol (tártaro) en el Siglo Xlll hubo de ser capaz de borrar allí las huellas del anterior recorrido del imperio romano, los eslavos, los nórdicos (o vikingos), godos, teutones y hasta de los griegos. Al reafirmar la nacionalidad y la identidad rusa, mediante el despotismo y la instauración de la servidumbre feudal, el legendario Iván el Terrible (Siglo XVl) tampoco pudo prescindir de las raíces y la herencia europea. Por el contrario, sobre la base del cristianismo, arraigado en el continente, él intentó expandir a nivel mundial el imperio ortodoxo cristiano, gestado por la Iglesia Oriental de Bizancio (o Constantinopla) a la talla y la medida rusa, ocupando la región del mar Caspio y la Siberia. Justamente, lo que resultó una expresión de tal comportamiento imperial – adelante ofreceremos hechos adicionales - que respondió a la esencia y la naturaleza rusa, en cuyo cometido atrajo a los ortodoxos cristianos griegos y eslavos - adversarios doctrinarios y políticos de la Santa Sede en Roma de la Iglesia Católica (Rodrigo Díaz Bermúdez, teólogo, 2017) - ellos hoy, ciertamente, los protegidos del Presidente Vladimir Putin, en su decidido impulso de acumular reconocimiento e influencia en la Europa del presente Siglo.
En el caso de la rusa imperial, la dinastía de los Románov se ocuparon de modernizar la burocracia feudal, y dictaron pautas políticas a los nobles, mercaderes y obispos religiosos, en pos de hacer fuerte y eficiente una estructura estatal, predispuesta a dominar nuevos territorios y las rutas marítimas comerciales. Se llegó a la Gran Guerra Nórdica, a causa de la ambición de Pedro el Grande (1682 - 1725) por el libre acceso al mar Báltico, al igual que el control de la Siberia, condicionada a la explotación de sus recursos naturales, como fuente de riqueza comercial e industrial.
Posteriormente, con Catalina la Grande (1762 - 1796), los rusos conquistaron Polonia, la península de Crimea, la región del Mar Negro. En connivencia con los turcos otomanos, infringieron constantes derrotas militares a los persas y doblegaron porciones de su territorio. Extendieron sus fronteras del sur hasta alcanzar el mar Caspio. Hasta las regiones del Cáucaso, los Dardanelos y parte de los territorios musulmanes del Asia Central tuvo arribo la expansión rusa, dl instinto de su tradicional conducta internacional, la cual no deja de multiplicarse.
A lo largo de su historia, Rusia se impuso, simultáneamente, conformar el poder territorial más extenso del continente euro asiático, dirigiendo su grandeza geográfica como escudo contra el ataque de poderes extranjeros hostiles (Frederic S. Pearson; J. Martin Rochester, 2015). Tiempo después con la llegada del marxismo leninista y estalinista “de la dictadura del proletariado”, de línea dura, se tuvo como visión la internacionalización del comunismo. Nuevamente, con el talante de Vladimir Putin, si bien desarraigado del marxismo, tampoco ha desistido en empeñarse de ejercer influencia en Europa. Igualmente, sus tentaciones de poder discurren por Washington envolviendo al presidente estadunidense Donald Trump, eso sí bajo modalidades distintas. La diplomacia de la inteligencia sería “el formato del método”.
Ciertamente, al final de la era feudal, Rusia se expandía y modernizaba. En sus adentros, menos aún, se despojó de su legado europeo. Marcado con altas dosis de nacionalismo, siempre ha pretendido valerse como pueblo europeo, poderoso en términos políticos, económicos y militares, e integrado, aunque fuera un mosaico de etnias, o lo sea. En su reinado, el zar Pedro el Grande, con su despotismo, otro distintivo de la civilización rusa, se propuso europeizar, todavía más, la nación rusa. Eso sí, los zares hicieron hasta lo imposible por detener con dureza el influjo de las ideas de libertad e igualdad social de la Revolución Francesa; la intelectualidad rusa falló en este cometido de acogerlas.
En no pocos lapsos de su historia se ha puesto en evidencia ese comportamiento imperialista de la nación rusa, pues con las potencias tradicionales europeas ha lidiado, con tal de captar esferas de influencia, particularmente pesa el imaginario de su paternidad sobre los pueblos eslavos. Se había anexado de los territorios bálticos, Ucrania, Polonia y de Crimea, su obsesión, en este Siglo XXl recién despojada a los ucranianos. De ahí, que al estallar la Primera Guerra Mundial, Vladimir Lenin exigía a los bolcheviques comunistas alejarse de una guerra ajena a los propósitos de la revolución socialista - proletaria, ya que aquella apenas hubo de reflejar los intereses de los imperios tradicionales, en lo tocante a repartirse el territorio europeo, en es caso, mantener hegemonía en él.
Avanzado el Siglo XVlll Rusia se erige entre las potencias occidentales, eso sí, sin los principios y la filosofía política occidental, derivada de la Ilustración, por el contrario en la poderosa nación la nobleza y las capas dirigentes, aferradas a la convicción de la monarquía "como derecho divino" seguían enriqueciéndose y fomentando la corrupción. Consumía el 50% del presupuesto del Estado, mientras se acentuaba la pobreza entre los campesinos y lo siervos. De por sí y a pesar de sus riquezas naturales, la nación euro asiática ha debido convivir con masas de pobres, durante la Unión Soviética el fenómeno subsistió, aunque en menor proporción.
La invasión de Napoleón (1812) fracasó frente al poderío ruso; la victoria contra el alucinante invasor le dio mayores bríos - sacó pecho ante el mundo - ; principalmente al afincarse más aún como imperio autoritario, elevó su autoestima y su rol de potencia planetaria, basados en las ideas nacionalistas, de lo cual los bolcheviques se desprendieron parcialmente. Así como tal, llegó a defender sus intereses y predominios en las dos Grandes Guerras Mundiales, con la salvedad de que en la Primera Guerra Mundial aconteció un cambio societal drástico, al transformarse el régimen antiguo por la vía violenta de la guerra civil, sustituyéndose el feudalismo zarista por el socialismo, este espoleado por el triunfo de la Revolución Bolchevique. La que instauró la dictadura del proletariado (el poder de los obreros y los campesinos). En la década de 1920 Vladimir Lenin y los soviets instauraron la primera república socialista; en otras palabras, la recién nacida república soviética, desde Rusia y Ucrania. Al final de la Segunda Guerra Mundialf en el lado de la civilización occidental salió a relucir el poderío de los Estados Unidos de América, como el líder del modo capitalista de producción, en concomitancia con los valores de la democracia liberal.
UNA DISGRESIÓN. Al respecto, hemos sido testigos del escándalo, llamado “el Rusiagate”, producto de las investigaciones acerca de la posible colusión entre los agentes rusos y los funcionarios de la campaña presidencial de Donald Trump, en el cual se ve involucrado su yerno Jared Kushner, amigo del acucioso embajador moscovita en Washington. Supuestamente, esos colaboradores de Putin interfirieron en los pasados comicios generales, al revelarse correos prometedores de Hillary Clinton, extraídos de los piratas informáticos rusos que los filtraron con informaciones, las que explícitamente la desacreditaron en la campaña. A Donald Trump, quien realiza negocios e inversiones en Rusia, a diferencia de la rigidez de Barack Obama, le han percibido un relativo acercamiento con Moscú, al extremo que el novedoso formato metodológico de la Rusia de Putin, es decir, la diplomacia de la inteligencia, combinada con prácticas extorsivas, inequívocamente encontró una fórmula ahorrativa. Esa que se diferencia de las guerras por posesión de territorios, o bien, de la disuasión por la inútil vía de la carrera armamentistas, ahora con vistas a ejercer poder en las decisiones, nada menos, que de la Casa Blanca, así también en las principales potencias europeas, no sea que el Brexit entre tambień en tal objetivo.
Asimismo, se le ha achacado a Trump el haber proporcionado, imprudentemente, al osado y autoritario Vladimir Putin información confidencial israelí de inteligencia (Carlos Alberto Montaner, 2017). Lo cual comporta oportunidades, inescapables, de las cuales los gobernantes rusos calculadores y fríos están acostumbrados por su historia de sacar provecho y ventajas. Esa conducta que yace en su estructura genética, que la hace sentirse con poder. El Kremlin siempre ha negado las acusaciones y señalamientos en su contra, provenientes del FBI, además de la prensa estadunidense, ligadas a la injerencia o interferencia en las elecciones presidenciales. Unas explicaciones que tampoco han amansado las presiones de un “impeachment” frente al magnate presidente.
Antes, habíamos comentado el accionar histórico de Rusia, en cuanto haber acumulado inmensos territorios, un balance favorable, que le registran réditos indiscutidos. En su lugar, percibimos una modificación de esa estrategia, sustentada en los servicios de inteligencia. En la corriente de nuestra digresión, hay que tomar en cuenta el rol de la prensa rusa, Sputnik y Rusia Today, quienes por órdenes superiores intentaron convertirse en órganos de influencia en la pasada campaña electoral francesa al difundir datos falsos sobre Emmanuel Macron. Lo cual iba en línea con la colaboración del Kremlin para con la ultraderechista Marine Len, calificada de antisistema o antieuropea, nacionalista (casi igual que Trump), posturas que la acercaron sobremanera a Putin, quien por su parte, al pretender dividir y desconfiar de la Unión Europea (UE), interpreta que el bloque comunitario atrae las antiguas potencias comunistas del continente, a la vez que resiente las sanciones contra su gobierno, en cuanto continúe apoyando a los rebeldes separatistas en el este de Ucrania.
No se puede asegurar que el Kremlin aprendió las amargas lecciones del pasado, relacionadas con las invasiones de territorios nacionales. La de Afganistán, un país totalmente musulmán, llevó al Oso Ruso a una especie de autodestrucción. El haber protegido un aliado gobierno corrupto e impopular llegó a ponerle punto final al sistema comunista. Cabe subrayar que la soviética “Doctrina Brezhnev” reclamaba el derecho de intervenir en aquellos Estados, donde sus enemigos “los círculos capitalistas” hubieron de amenazar gobiernos marxistas o aliados ya establecidos. Por lo tanto, Afganistán era uno de ellos, pero allí se topó con una humillante derrota, la cual llegó a agudizar los males económicos, lo cual es reprensible. Los resabios de dicha doctrina intervencionista e imperial, seguro que el gobierno de Moscú los practicó en Ucrania, a riesgo de haberse demostrado que no hay enemigo pequeño. Lo acontecido con Trump supone que la KGB rusa hará un alto en el camino, al reafirnar el recurso de los servicios de inteligencia. A la fecha, la agencia de espionaje se salió con las suyas. Se cumplió la tarea de hacer valer que Rusia es un jugador respetado, sobre todo, si la Casa Blanca colapsa.
HACIA LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE DE 1917; DESPUÉS LA URSS. Al lado del poder imperante en Rusia se han movilizado las fuerzas contestatarias, esto ha sido una constante en la Rusia moderna, y en especial la contemporánea. Por eso Vladimir Putin no puede confiarse demasiado de sus ambiciones y demostraciones de perpetuarse en el poder y de expandirlo, apropiándose de la península de Crimea, espoleando la fragmentación de los territorios de Moldavia, igualmente en Georgia, al desprenderle Ossetia del Sur.y Abjazia; al tiempo que protege, en todos sus extremos, la criminal autocracia de Siria de Bashar al-Asad, entre los tantos puntos de fricción en las relaciones entre Occidente y Moscú.
El absolutismo imperial zarista sembró sus "propios sepultureros". A mediados del siglo XlX y antes, ya actuaban las sociedades secretas revolucionarias, quienes pregonaron por un cambio en las estructuras de la tenencia de la tierra y del sistema político autoritario y dinástico, más la desaparición de la policía política, acosadora de los centros de educación y del sistema de justicia. Los zares se lanzaron a la aventura de liquidar dichas fuerzas enemigas de las monarquías, las cuales operaron también en Alemania, Polonia y Hungría. Ni las tímidas reformas políticas, jurídicas y sociales, impulsadas por Alejandro ll fueron efectivas en detener el impulso revolucionario de los campesinos y siervos, cuya evolución y madurez significó la fuente de la doctrina socialista, construida por Karl Marx, Federico Engels,y Vladimir Lenin. La que dio a conocer la realidad de la desigual lucha de clases en la evolución humana, una doctrina (el socialismo) que fue ampliamente reprimida por la aristocracia zarista, ella dueña de la tierra, de los recursos naturales y de la sociedad ideológica, en la cual la religión resultó una de sus principales instancias aliadas.
Desde los tiempos de Alejandro lll, el imperio zarista se distinguió “por dar forma a una política de radical rusificación de sus fronteras”. Esa línea ha marcado en parte la política extranjera de Moscú: aumentar el apetito sobre los territorios vecinos. En la época de la Cortina de Hierro la víctima fue Europa Oriental, abonado por el contexto superior de las disputas ideológicas entre el capitalismo y su antípodas el comunismo marxista. Esto último, una concepción del mundo que proclamó - en la teoría y práctica - la supresión de la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción; la abolición de los privilegios de clase; la proclamación de poder del Estado en manos de los desheredados y pobres desposeídos, ya sean los obreros y los campesinos; la construcción del partido único, el Partido Comunista; la separación entre la Iglesia y el Estado, basada en la identidad popular; los mismos derechos para los hombres y las mujeres; la igualdad económica a través de la colectivización de la propiedad privada; la centralización del trabajo, bajo el manto de la planificación económica, tutelada por el Estado colectivista.
Entre 1919 y 1920 se creó la República Federal Socialista y Soviética Rusa (URSS), la que integró vastos territorios nacionales del Cáucaso y Europa Oriental; se adoptó la constitución basada en el sistema de los “Soviets o la dictadura del proletariado, todos esos cambios representaron una amenaza para la civilización europea occidental, quien no se demoró en organizar la resistencia y la contrarrevolución auspiciada por Alemania, Francia e Inglaterra, cuyo fracaso obedeció a la movilización y alta moral del Ejército Rojo comunista.
Con la Revolución bolchevique rusa (octubre de 1917), la de “la Paz y Pan”, (Pearson; Rochester, idem), y la institucionalización real de la URSS, particularmente el continente europeo se fragmentó en dos bloques ideológicos o concepciones de vida antagónicas: el capitalismo y el comunismo. Hubo un impasse. En la coyuntura mundial del ascenso y expansión del nazifascismo alemán de Adolfo Hitler, merced a su visión global supremacista racial, política, económica, cultural y militar, ambos tipos de sociedades y regímenes políticos (la URSS comunista, y Europa y los Estados Unidos de América capitalistas) se vieron obligados, en aras de la sobrevivencia, a unir fuerzas y estrategias para derrotarlo (a Hitler) en la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945). Se visualizó al hitlerismo como la amenaza superior de la humanidad. Lo ratificó el mandatario británico Winston Churchill, quien postuló que el fascismo alemán significaba un peligro mayúsculo, en comparación con el comunismo soviético.
FALSAS ALIANZAS Y EL PROTECTORADO DE ALTO RIESGO. Sin embargo, la Rusia o la Unión Soviética de Stalin antes había acordado “el pacto de no agresión” con Adolfo Hitler (el Pacto Molotov – Ribbentrop), tal que se le facilitara el camino a los comunistas de apoderarse de Polonía, Rumania y otros territorios Bálticos. El susodicho pacto lo incumplió la Alemania de Hitler, por lo que se decidió a invadir el territorio ruso. Se inició el derrumbe del régimen fascista, ya que sufrió una severa derrota militar, signada en la Conferencia de Yalta (1945), en la cual la nación rusa - convertida en potencia nuclear - habría de competir con el poder integral de los Estados Unidos de América, en pos de la hegemonía global, un hecho de las relaciones internacionales, mejor conocido como la Guerra Fría.
Insaciables en el dominio de territorios como ha sido toda su historia, la URSS, y su centro principal la nación de Rusia, ocupada del perfeccionamiento de su ciencia, industria de manufacturas y militar, se apoderó de casi la totalidad de la Europa Oriental. Allí aplastó cualquier tipo de disidencia, por eso invadieron Alemania Oriental, Hungría y Checoslovaquia, para mantener intacto el Pacto de Varsovia (1955): la alianza militar comunista en esa porción de Europa. Asimismo, estuvieron all acecho constante de las deserciones internas. Víctima de ellas hubo de ser León Trotsky, exiliado y asesinado por Stalin, el sucesor de Lenin. Políticamente, los soviéticos tuvieron éxito en implantar allí el sistema socialista de producción, en donde se reivindicó a la vez el bloque de las repúblicas populares, guiadas por la visión del centralismo democrático como el motor de sus respectivos Partidos Comunistas y la burocracia representante del Estado proletario.
El Tercer Mundo, repartido por las potencias tradicionales, ya sean Francia, Inglaterra y otras europeas de menor envergadura, sucumbió a tal atractivo de la dictadura del proletariado y de la internacionalización del comunismo. De igual forma, China, Cuba, Vietnam, Corea del Norte, algunos territorios del África y Asia, etcétera, alcanzaron la conversión al marxismo. Con ello se debilitaba el dominio regional de los poderes occidentales (Pearson; Rochester, idem). En el caso particular de Cuba esa táctica resultó traumática, pues el mandatario ruso Nikita Khrushcher montó misiles nucleares ofensivos a 90 millas de las costas estadunidenses, “como contrapeso de la superioridad militar” de Washington, y a las amenazas de invasión contra la dictadura cubana de Fidel Castro. Mientras tanto, los gobiernos estadunidenses, menos se atrevían a reducir el predominio de las potencias colonialistas, sus aliadas de Occidente, con posesiones territoriales en el Tercer Mundo. La guerra de Vietnam en la década de 1960 llegó a ser un reflejo de esos movimientos ideológicos y tácticos militares.
En otro orden, el Partido Comunista ruso (PCUS) se creyó el único propietario de las tesis marxistas leninistas, Fundó una especie de “catedral” dogmática del internacionalismo proletario, ambición que los llevó a entrar en serias divergencias con la China comunista, el otro gigante que rechazó el imperialismo del dogma ruso del marxismo. Los chinos se dieron su propia interpretación, conforme a su historia y estructura de producción agraria, conformada por una masa mayoritaria de campesinos, no así de obreros, que constituían un pírrica minoría. Mao Tse Tung y su Partido Comunista se separó relativamente de la tesis clásica del marxismo, la cual exponía al rango de ley histórica la guerra o el antagonismo inevitable e irreconciliable entre la burguesía y el proletariado, precisamente en una sociedad estrictamente feudal como la China, casi carente de burguesía y clase obrera. En su lugar, los comunistas chinos plantearon en el instante de las contradicciones con Moscú que en el periodo del socialismo a su medida "el campo debía asediar la ciudad". Por otra parte, China se resistía al concepto revolucionario de la internacionalización del proletariado, exportado por los rusos hacia el Tercer Mundo, de lo cual América Latina se llevó una de las peores experiencias, dado el ascenso de los movimientos insurreccionales, quienes disputaron el poder de las élites económicas, poseedoras de la mayor parte del ingreso y la plusvalía nacional.
UNA SOCIEDAD QUE COMENZÓ A COJEAR. En 1985 Mijail Gorbachov puso término a la Guerra Fría con Washington, demandó la reducción de la carrera armamentista (nuclear); asumió la secretaría del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). En aquel entonces inició un periodo de cambios, basados en la reestructura de la economía (perestroika) y la transparencia en asuntos políticos y culturales (glasnost). Su reforma incluyó la apertura al mercado y al capital extranjero. En términos de inversiones, comercio, ciencia y tecnología, en cuenta en lo estratégico militar, la enferma economía rusa era incapaz de competir frente a Occidente y Japón, a su turno empujó la democratización interna del Partido, la modificación constitucional para permitir el pluripartidismo.
En política exterior, el nuevo dirigente del Kremlin retiró las tropas de Afganistán, normalizó las relaciones con China Popular, firmó acuerdos sobre el control de armas con Estados Unidos de América en 1990 para expulsar a Irak - su antiguo aliado - de Kuwait durante la guerra del Golfo Pérsico. La Unión Soviética iniciaba el camino de su ruptura. El fracaso de la economía centralizada, por ineficiente, así como las limitaciones en cuanto a igualar el poderío militar y nuclear de la potencia antagónica estadounidense resquebrajaron, de manera estrepitosa las bases del comunismo soviético. Así también, los graves accidentes nucleares, principalmente el de Ucrania (1986) presagiaban el efecto dominó por toda la Europa Oriental, en cuyas naciones había movimientos de resistencia anticomunistas que recobraban energías.
De hecho, la caída del Muro de Berlín (1989) sentenció la caída del Pacto de Varsovia, y por ende la disolución de la Unión Soviética (URSS), además de su sistema de satélites europeos. Uno de ellos, Yugoslavia, cayó luego en una aguda ruptura y desintegración doméstica, producto de contradicciones territoriales, étnicas y religiosas. La disolución del bloque quedó en forma a inicios de la década de 1990 al proclamarse entre Rusia, Ucrania y Belarús la Comunidad de Estados Independientes (CEI) para sustituir la URSS.
Siguiendo las orientaciones reformistas de Gorbachov, las cuales aligeraron el desmoronamiento definitivo del comunista Pacto de Varsovia, en junio de 1991 Boris Yeltsin fue elegido presidente de Rusia, quien heredó así la sucesión y la representación de la extinta Unión Soviética. Él debió enfrentar diversos intentos de golpe de Estado de los comunistas ortodoxos,'opuestos a los acercamientos o alianzas con Occidente y los Estados Unidos de América, quienes fueron testigos de la decisión del presidente al disolverlo, tras haber ejercido el monopolio del poder durante más de 70 años.
Enseguida sale a relucir el movimiento independentista y nacionalista de la islámica Chechenia - Ingushetia, rica en recursos energéticos, una piedra en el zapato del Oso Ruso. Los chechenos fueron objeto de una política dura por parte de Moscú, quien logró controlar, parcialmente, las tensiones en esa región. Tampoco fue capaz de desactivarlas por completo, más que todo por la radicalización de las corrientes islámicas, cuyos tentáculos igualmente la siguen salpicando, por lo que los efectos se han percibido, a través de la arremetida de ataques terroristas contra objetivos moscovitas.
Gorbachov y Yeltsin fijaron un terreno receptivo a favor de la asistencia estadunidense y del Fondo Monetario Internacional (FMI). Gradualmente, ese organismo global cooperaba en la implantación de las reglas de la economía capitalista de producción, estimulándose de este modo la apertura comercial, la economía de libre mercado, y la atracción del capital extranjero. En dicho lapso se aprobó un tratado de libre comercio con la Unión Europea (1994). Todos estos novedosos distintivos políticos y económicos, constituyentes de “la antitesis del comunismo”, acentuaron, por un tiempo, la visión de que Estados Unidos de América había dejado de ser su rival estratégico, una visión rechazada por los nacionalistas y los mismos comunistas tradicionales - incluido Putin en estos años - , quienes tampoco abandonan el comportamiento ruso de sentirse potencia mundial. Solo que la edad de oro del comunismo había sido superada.
ESCASO COMPROMISO DE OCCIDENTE, Y MUTUA DESCONFIANZA. Los Estados Unidos de América, con el presidente Bill Clinton, se había concentrado, prioritariamente, en la iniciativa conjunta con Rusia, denominada “Socios para la paz”, en la cual, subrepticiamente, se ponía énfasis en la estrategia y la seguridad militar de los antiguos aliados soviéticos del Pacto de Varsovia. Estos, temerosos ante el posible revanchismo de Moscú. Un hecho que no ha dejado de sembrar la desconfianza de los rusos, celosos e indignados, con la perspectiva de que Washington planee intentar el otorgamiento de garantías explícitas de seguridad militar y de defensa a sus antiguos socios del Pacto militar comunista. Ha habido razonamientos y eventos para pensar que tales inquietudes hayan sido una real verdad.
De sobra, que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) implica una seria amenaza, en la que los rusos dan por llamar, desde instantes atrás, “el exterior cercano” (Pearson; Rochester, idem), producto de su lineamiento histórico de “rusificar sus fronteras y de expandirlas. Con la atracción de la OTAN, por parte de las naciones excomunistas europeas se llegó a desafiar a Rusia en su autoconvicción de ser todavía “un gran poder militar”, y del “reconocimiento de su posición global - según esa nación - , al ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y potencia nuclear.
Washington y la Unión Europa, en particular en la época de Gorbachov y Yeltsin, abandonaron la tesis de haberse concentrado, plenamente, en la asistencia cooperativa, en proyectos económicos conjuntos y la reforma económica. Se alejaron de tales objetivos, más cuando Rusia “continúa siendo un socio bastante necesitado de ayuda internacional”, en tanto su economía prosiga en el estancamiento. Quizás, esto hubiera evitado el renacimiento del nacionalismo ruso que Putin enarbola de manera oportunista, a fin de perpetuarse en el poder. Tras esto, Japón, una potencia que guarda cercanía geográfica con Rusia, se apartó de la agenda constructiva (la de la cooperación y el desarrollo), mientras persistan las históricas diferencias sobre territorios insulares (Pearson y Rochester, idem).
La Rusia de Putin participa activamente en las negociaciones globales; le ha puesto atención a la arquitectura de las relaciones financieras internacionales; se ocupa de la evolución de su cercano socio: la Eurozona, y atiende frecuentemente las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional. Cabe destacar que las instituciones financieras multilaterales ingresaron a Rusia, a un país escasamente experimentado en las reglas de la liberalización de la economía y del mercado, a quien se le atribuye altos niveles de corrupción en el mecanismo de las privatizaciones de las empresas estatales, así como la falta de transparencia en la creación de negocios. Con todo, se continúa intentando aplicarlas, específicamente, el procedimiento de desregulación de precios. A la vez, se progresó en la desestatización de la industria, la agricultura y el comercio.
La ineficacia en Rusia en el orden del funcionamiento de las bases de la liberalización y la economía de mercado, acentuó la pobreza extrema de los habitantes, la cual ha llegado a golpear a 75 millones de rusos dentro de una población general de casi 142 millones. "El caótico pasaje a una economía de mercado lesionó los aparatos de producción, desmanteló los sistemas de protección social de la era socialista, lo cual facilitó el ascenso de las mafias que se apoderaron del 73% del sistema financiero o de los bancos; además del negocio lucrativo del tráfico de material nuclear (Instituto del Tercer Mundo, 2009), del cual Irán y Corea del Norte han sido los mejores clientes. La actividad económica y empresarial, tras la caída del sistema comunista, todavía se desarrolla en Rusia en el marco del escaso respeto a las leyes que las blinden de seguridad, transparencia y ética.
El país ruso se desarrolla en medio de una economía dependiente de los fluctuantes precios internacionales del gas y el petróleo, habida cuenta que se ha transformado en el segundo mayor exportador mundial de petróleo, detrás de Arabia Saudita. Se ha permitido la venta de tierras de cultivo, siempre que los compradores sean rusos. Moscú ha captado el apoyo de las transnacionales estadounidenses, con tal de hacer realidad la construcción de un oleoducto de 1750 kilómetros, por el que se transportaría un millón de barriles diarios desde Bakú hasta Turquía. Por eso, la debida urgencia de tranquilizar Chechenia, porque el oleoducto rozaría su territorio.
A la vez, el gobierno ruso sostuvo permanentes discusiones con los Estados Unidos de América cuyos representantes, según él, obstaculizaban la entrada de Rusia a la Organización Mundial del Comercio (OMC), al exigirle condiciones más estrictas que otros. Finalmente, la Federación de Rusia se adhirió a la OMC; pasó a ser el 156° Miembro de la OMC el 22 de agosto de 2012.
EL DOLOR DE CABEZA DE OCCIDENTE. Respaldado por Yeltsin, y ahora decididamente por Gorbachov, la figura de Vladimir Putin, exmiembro en la era soviética del Comité de Seguridad del Estado (KGB), apareció en escena en 1999, al ser nombrado como Primer Ministro. Desprendido de las superadas tesis bolcheviques, y del internacionalismo proletario, en las elecciones del 2000 accede a la presidencia del país, tras unas elecciones bastante cuestionadas. A la fecha, con su socio y leal amigo, Dmitry Medvedev, el gobernante Putin ha dominado el gobierno ruso, alternándose el cargo de Presidente y del Primer Ministro; sin empacho alguno por dar la espalda a los principios de derechos humanos, y al respeto a los líderes de la oposición, a algunos de ellos ha eliminado. El hábil y temido gobernante se impuso recuperar Chechenia para la Federación Rusa. Ha aplastado con dureza la guerrilla chechenia, ligada a yihadistas musulmanes. A la comunidad gay ampliamente la ha reprimido, a causa de las presiones de la Iglesia Ortodoxa, aliada de su régimen autocrático. Según él, le ha asignado al Estado relevancia en el crecimiento de la economía para reducir la pobreza a un 12%. La dificultad reside en que las estadísticas oficiales cuentan con escasa veracidad.
En política exterior, el presidente ruso respaldó inicialmente el Protocolo de Kyoto. En estos días se pronunció en contra de la decisión del presidente estadunidense Donald Trump de abandonar el Acuerdo de París (2015) para la reducción en la emisión de gases contaminantes. En cuanto al Medio Oriente rechazó en su momento la intervención de las fuerzas de la coalición en Irak. Lo señalamos antes, se ha opuesto con insistencia al plan de Washington de extender su sistema de misiles de defensa al este de Europa, así como a los planes de la OTAN de extenderse cerca de las fronteras rusas, siguiendo la tradición zarista.
En cambio, ha prestado oídos sordos a las censuras internacionales, a las firmes posturas de Occidente, en cuanto a sus responsabilidades de provocar e insuflar la guerra civil en Ucrania, en cuenta la invasión a Crimea, pese a las firmes acciones europeas. Pero, es una invasión que sigue atrayendo las simpatías de la mayoría del pueblo ruso, quien rinde tributo a las conquistas colonialistas de sus antepasados. Putin no esconde su aversión contra Occidente, ofreciendo apoyo a sus enemigos, ya sea Irán, cooperó con sus proyectos nucleares; a Corea del Norte, a quien, junto a China Popular, la protege de resoluciones en su contra en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Una tesitura que se repite al defender en las Naciones Unidas el genocidio, provocado por el dictador de Siria. Alentando una carrera armamentista, arma hasta los dientes a dos “Estados parias” como Venezuela y Nicaragua. Rehace las cooperaciones con Cuba, al dotarla de petróleo cuando fallan los suministros del régimen venezolano. Le hace la vida imposible a Israel financiando a organizaciones islámicas terroristas como Hamas y Hisbulá (Montaner, Carlos Alberto, ídem).
A LA EXPECTATIVA. Durante la década de 1990, tras la desaparición de la URSS y la disolución del Partido Comunista, seguido del mandato de Boris Yeltsin, se presentó la oportunidad de atraer a Rusia a la órbita occidental, en aquel entonces estaba la nación excomunista demasiado desorganizada, desorientada y mucho más pobre que ahora. El presidente Bill Clinton omitió hacerlo, acaso porque fue incapaz de prever que la nación más extensa de la Tierra acabaría chocando otra vez con los estadunidenses. A nuestro humilde entender, Rusia no pasó ni pasará a ser aliada total de la órbita Occidental. Ella es muy ella, su historia, su sentido de identidad nacional se lo prohíben. Al cabp que para llegar a tales extremos ha debido superar eventos duros y escabrosos, entre los recientes: la invasión napoleónica; el desplome de la monarquìa zarista en la Primera Guerra Mundial, y de seguido el levantamiento de una revolución para, de repente, deshacerse de ella. No existen palabras para explicar el sufrimiento del pueblo de Rusia en la Segunda Guerra Mundial contra el nazifascismo alemán cuando perdió en el campo de batalla casi 25 millones de sus nacionales.
El contrasentido consiste en que el gobierno ruso cuestiona, de manera compulsiva, los valores occidentales, oponiéndose a Estados Unidos de América y Europa; fabrica enemigos externos. Nadie amenaza en este instante con atacar a Rusia; “la histeria antioccidental allí se utiliza para desviar la atención de los problemas económicos domésticos”, que vienen siendo graves, dado el bajonazo de los precios internacionales de los energéticos, además del atraso en la productividad. Desafortunamente, las invasiones, otrora de los zares y los comunistas, consolidaron el respaldo a favor de Putin, a pesar de que ya enfrenta terrenos de disidencia (Vladislav Inozemtsev, 2018), tanto de los comunistas como los liberales prooccidentales.
Ciertamente, Putin es un lunar en la sociedad rusa. No obstante, ese pueblo, de los más inteligentes del planeta, a decir del excanciller Gonzalo Facio Segreda en una de sus brillantes disertaciones, sabe y tiene experiencia, a su manera, en cómo deshacerse de estorbos o de temibles enemigos. La historia ofrece testimonio de la caída de los zares expoliadores y degradados, de la derrota del nazifascismo alemán, el derrumbe del estalinismo comunista. Posiblemente, los zares del Siglo XXl se engañan al creer que tienen el control total sobre los ciudadanos. No perdamos la esperanza en la generosidad del futuro.
Ronald Obaldía González (Opinión personal).