martes, 29 de octubre de 2013

PARTIDOS POLÍTICOS. IMPRESCINDIBLES. (segunda parte)

PARTIDOS POLÍTICOS. IMPRESCINDIBLES. (segunda parte)
 
 
Luego de los hechos de 1948,  la política costarricense estuvo determinada por dos descollantes caudillos:  Rafael Ángel Calderón Guardia y José Figueres Ferrer, quienes, si bien representaban una corriente ordenada de ideas políticas y sociales, el pueblo costarricense fue tras ellos, mucho más por el carisma, la atracción personal, además de la singularidad y trascendencia de sus auténticas obras institucionales y sociales, que revolucionaron el régimen liberal, cuyo último exponente llegó a ser el también caudillo Ricardo Jiménez Oreamuno.
 
Detrás del expresidente Otilio Ulate Blanco tuvo acción el liberalismo, a través del Partido Unión Nacional.  Ulate fue un político voluble, cuyo transitorio y desteñido recorrido  por los frentes de la izquierda nacional  lo convencieron de sumarse a los sectores que impugnaron la reforma social de Calderón Guardia, respaldada incondicionalmente por Manuel Mora y Monseñor Víctor M. Sanabria.  
 
Con sus nuevos socios tuvo éxito, por cuanto Ulate tuvo la particularidad de derrotar a Calderón en las elecciones de 1948, comicios que por cierto los anuló arbitrariamente  el Congreso, lo cual desencadenó, de inmediato, la guerra civil que todos hemos estudiado.  
 
Mediante el Pacto Ulate – Figueres, el liberalismo criollo   -  golpeado en la década de 1940, pero sobre el cual se sentaron las bases de nuestro sistema democrático -  alcanzó su penúltima oportunidad de conquistar el poder político (1949 – 1953), concluyendo el gobierno ulatista sin pena ni gloria.  Repuntó el liberalismo con Mario Echandi Jiménez (1958 -1962), cuya administración, aunque conservadora, entre otros logros avanzados de política social,  tuvo el mérito de impulsar como política pública  la modernización agraria, así como el  fundar lo que hoy se conoce como el Instituto de Acueductos y Alcantarillados.    
 
A pesar del exilio de Calderón Guardia en México,  la resonancia histórica de su reforma social quedó encarnada en “el alma colectiva”, solo que enseguida  el social cristianismo (calderonista) debió transar con otras fuerzas políticas, en cuenta los liberales, sus antiguos enemigos, todo ello para mantener vigencia. 
 
La coalición como tal  tuvo como punto culminante el gobierno del Presidente  José Joaquín Trejos Fernández, un líder político y académico   - allegado al social demócrata   Rodrigo Facio Brenes y a la familia de Calderón Guardia -  que,  sin llegar a ser un caudillo, fue capaz de combinar tesis liberales con legislación social de última generación, a través de lo cual nació el Banco Popular y de Desarrollo Comunal y la Dirección Nacional de Desarrollo de la Comunidad (DINADECO).
 
Dicho sea verdad, en la segunda mitad del Siglo XX  el Partido Liberación Nacional (PLN), guiado por José Figueres, llegó a ser en Costa Rica el sector o la fracción política hegemónica. Tal como lo argumentamos en anteriores artículos, a diferencia de los liberales,  su objetivo inicial consistió en dotar al Estado de mayores atribuciones, tal que éste pudiera ser un sujeto activo en la asignación de los recursos y la distribución de la riqueza, dentro del esquema de economía mixta, en el que operaron  tanto las empresas públicas como el capital privado.
 
En  la visión liberacionista tenía lugar la profundización de la reforma social (calderonista), a la vez  perfeccionada por la renovación de las instituciones políticas y económicas, coherente con el exitoso proyecto de sustitución de importaciones de la CEPAL, el cual puso énfasis en el desarrollo industrial y la diversificación agrícola. Después  esta visión fue complementada por los  resultados satisfactorios, derivados  de la creación del Mercado común centroamericano.   
 
Rara vez el PLN  dejó de perder influencia, ya fuera en el Poder Ejecutivo o en el Poder Legislativo, con la salvedad del quinquenio 2000 – 2005, cuando los líderes  del pensamiento socialdemócrata, siguiendo los pasos del calderonismo histórico,  abrieron las puertas al neoliberalismo;  así también,  su estructura de cuadros organizativos se erosionó  al surgir en su interior varias facciones que generaron  irreversibles  escisiones.  Al extremo que el PLN  en los comicios del 2002 y el 2006 se vio en graves  aprietos frente a Otón Solís, uno de sus ex dirigentes y después convertido en  fundador del Partido Acción Ciudadana (PAC).     
 
Habíamos comentado que cada doctrina política, sea el liberalismo, el catolicismo,  la social democracia, el social cristianismo y el socialismo marxista, adoptada por un partido político en particular, estuvo demasiado distante de comportarse o ser aplicada en Costa Rica de manera estricta (“o químicamente pura”).  Lo cual viene a desvirtuar, en buena parte, la convicción de años atrás, acerca de la existencia del bipartidismo, al que se  confunde  con las circunstancias de aquellos países, en el que la división explícita entre conservadores y liberales es tajante y casi irreconciliable, puesta de manifiesto, sobre todo,  en la gama de  contradicciones entre el socialismo de izquierda  y la derecha liberal, constantes en  Venezuela, Chile o en la propia Francia.
 
El bipartidismo está bastante condicionado, usualmente, por la ideología. En Costa Rica es raro encontrar en nuestra historia política, disciplinados  partidos (estrictamente) de ideas, o de pensamientos “abstractos”, según lo ha reseñado el maestro Eugenio Rodríguez Vega en su libro, intitulado “Apuntes para una sociología costarricense”;  más bien,  es revelador  comprobar la tendencia de las distintas  denominaciones hacia el “eclecticismo”. 
 
En otras palabras, nuestros partidos han recogido para sí los postulados que consideran mejor de las otras doctrinas antagónicas, intentando las soluciones intermedias, en vez de los radicalismos, causantes  de “conmociones psicológicas”. 
 
El propio Partido Comunista costarricense de Manuel Mora debió modificar varias de sus posturas y las tesis endurecidas, como condición para acceder al Bloque de la Victoria”, junto con Calderón Guardia y Monseñor Sanabria. Todo ello, facilitó a estos líderes discernir  la realidad particular y las contradicciones latentes, las cuales estallaron en la agitada década de 1940;  sobre la cual hubo de generarse un profundo cambio social, de cuyas lecciones y experiencias ningún partido nacional se ha desprendido hasta ahora, tanto que siguen cobrando notoriedad en el proceso electoral del 2014.   
 
Más tarde, la izquierda extremista acusará de “reformista” a Manuel Mora, por cuanto este Benemérito de la Patria se inclinó desde un principio por impulsar el modelo de  marxismo, tal que hubiera de acoplarse con nuestras realidades históricas y sociales.  De igual forma, el Partido Comunista, como oposición, llevó a cabo acertadas transacciones con los partidos políticos a los que adversaba,  en aras del compromiso con la democracia, el perfeccionamiento de la economía de mercado y el diseño de políticas públicas para una vida mejor.   
 
Por su parte, la social democracia y el social cristianismo doméstico se nutrieron de lo mejor del comunismo criollo, dando origen a una destacada  legislación social, consensuada  y legitimada por  todos los sectores sociales. Asimismo, el liberalismo del Siglo XlX tampoco fue practicado por nuestros próceres de manera precisa e inflexible, puesto que el Estado gestor e interventor llegó a ser la norma y la constante durante su fase  predominante.    
 
Menos aun, el Partido Liberación Nacional se escapó de tal eclecticismo, el denominador común de todas las organizaciones,  sino justifíquese para el bien de la juventud costarricense la aprobación de la Ley de las universidades privadas, promovida por el Presidente Daniel Oduber,  el ideólogo “más estatista” que da cuenta la historia nacional.  
 
Ronald Obaldía González  (Opinión personal).   

viernes, 18 de octubre de 2013

PARTIDOS POLÍTICOS. IMPRESCINDIBLES.


PARTIDOS POLÍTICOS. IMPRESCINDIBLES.

Un gazapo histórico sería admitir la desvinculación en Costa Rica  entre las bases doctrinarias de la creación de la Segunda República (1948 – 1949) y el contexto de la valerosa promulgación de las garantías sociales durante la década de 1940; producto “del acuerdo tripartito del Presidente de la República, Rafael Ángel Calderón Guardia, el Arzobispo de San José, Monseñor Víctor Manuel Sanabria y de Manuel Mora Valverde, fundador del Partido Vanguardia Popular”, mejor conocido como el Partido Comunista.  
Ambos procesos revolucionarios constituyeron una tarea de titanes, cuyo objetivo consistió en encarar el viejo Estado liberal, basado en la economía del café, el cual solo personalidades como las antes citadas, junto a don Pepe Figueres y Rodrigo Facio Brenes, el gran ideólogo, fueron capaces de concebir y amalgamar, o dar continuidad en medio de profundas contradicciones, a efecto de que los costarricenses, los principales herederos del Estado social de bienestar, recibieran como un legado a la vez imprescindible y comprometedor, dadas las experiencias de las naciones vecinas que resultaban  poco menos que aterradoras.

De tales revoluciones sociales, fueran la conquista de las garantías sociales y su prolongación: la Segunda República, se desprendieron, enseguida, las tendencias ideológicas, originadoras de los partidos políticos, vigentes desde  la segunda mitad del Siglo XX hasta nuestros días. En tanto que el propio liberalismo, dominante en todo el Siglo XlX,  resistió las corrientes modernas, particularmente de la social democracia - promotora del esquema de intervención del Estado en la economía y de la propuesta de la CEPAL de sustitución de importaciones de bienes y servicios -  y que, adoptando la reforma social calderonista y camuflando ciertas tesis del comunismo criollo, intentó aplacarlo de las contiendas electorales.   

No sobra dar una definición sencilla de partidos políticos. Una apropiada, es aquella organización formada por personas de similar corriente ideológica o concepción integral de la vida del Estado, “en todos sus aspectos”, cuyo objetivo e interés fundamental es alcanzar el poder de éste, y con ello poner en práctica sus convicciones y programas políticos, tendiendo a excluir  las concepciones e ideas que se distancian o diferencian de la suya.  Asimismo, tengamos en cuenta que los partidos desempeñan el rol de intermediarios entre las fuerzas sociales del pueblo (o la sociedad civil) y las instituciones del Estado. 

Después de esta definición, retornemos entonces “a lo que vinimos”. Curiosamente, nos encontramos el documento, intitulado “Patio de Agua”, redactado en 1968 por un grupo de intelectuales del ala “purista” de la social democracia costarricense. Pareciera  que también ellos estaban bastante influenciados – en estilo y fondo - por la nueva teología del Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXlll, en aras de adentrarse en un renovado mensaje de  la Iglesia Católica, basado en perspectivas y postulados sociales, acordes con la época moderna. 
Al mismo tiempo, el texto declarativo de “Patio de Agua” tampoco disimulaba su acercamiento con no pocas tesis del marxismo, razón por la cual causó reacciones negativas en determinados círculos sociales, todavía apegados al liberalismo tradicional, o bien por el anticomunismo, extendido en la época de la Guerra Fría, lo cual trajo como consecuencia la proscripción en Costa Rica del Partido Comunista, tras los hechos políticos de 1948.   
Era de prever que en la Segunda República el pensamiento socialcristiano y por otra parte el comunismo criollo, sobre la base de sus correspondientes partidos políticos, coaligados o no, se convertirían en asociaciones permanentes, estables e ideológicamente sólidas, tal como lo persiguió la social democracia en el emergente Partido Liberación Nacional (PLN), fundado en 1951, pero también objeto de accidentes, algunos transitorios, otros irreversibles, que no dejaron de amenazarlo. 
La casi totalidad de las denominaciones que abrazaron una de estas ideologías en particular, registraron  tanto serias divisiones, como irreconciliables rupturas y hasta la desaparición del escenario político, como le ocurrió al Partido Comunista tico, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín.
De igual modo, los desmembramientos los registra el mismo PLN, ya fuera por la quijotada de “Patio de Agua”, o bien a través de la separación en 1957 del dirigente (liberal) Jorge Rossi, lo cual facilitó la victoria del candidato (liberal) Mario Echandi. Años después el socialdemócrata  Enrique  Obregón Valverde, asociado con sectores de la izquierda nacional, fundó  el Partido Acción Democrática Popular, “que lo postuló a él mismo como candidato presidencial para las elecciones de 1962”.   Así, sucesivamente, hay que destacar la figura del Rodrigo Carazo Odio (social demócrata y liberal), cuya separación del PLN le llegó a provocar un severo golpe, aún más intenso a lo que pudo generarle el Partido Acción Ciudadana (PAC). 
Mientras tanto, los socialcristianos (calderonistas), para tener vigencia, además de pactar con los comunistas en la década de 1940, después de la guerra civil de 1948 hubieron de desmovilizarse para luego coaligarse en 1958  con los liberales del Partido Unión Nacional, dirigido por su enemigo, el expresidente Otilio Ulate; comportamiento repetido en la conformación posterior del desaparecido Partido Unificación Nacional, en donde coexistió con los liberales, hasta conformar luego una exitosa coalición con estos últimos y con una fracción desertora del PLN.
Por su parte, los dirigentes del liberalismo criollo  - doctrina hegemónica hasta los tiempos de Ricardo Jiménez Oreamuno (1932 – 1936) -  opuestos en su momento  a las garantías sociales de Calderón – Mora - Sanabria,  consiguieron avenirse después de la guerra 1948, con el movimiento calderonista, fusionándose  bajo un solo partido político,  tal como lo anotamos líneas arriba.  A la vez, una minoría de liberales tuvieron acogida parcial en el Partido Liberación Nacional, al cabo que más adelante hicieron intentos (fallidos) por encontrar autonomía e identidad propia en partidos emergentes, como fue el caso de la conformación en 1974  del Partido Nacional Independiente.
 A partir de la década de 1960 el liberalismo como concepción y método de análisis de la realidad social ha sido objeto de transformaciones sustanciales y sensibles, al ser injertado por los postulados de política económica del profesor Milton Friedman y la escuela de Chicago, que privilegian la teoría del libre e irrestricto funcionamiento del mercado (llamada el neoliberalismo),  que ni economistas clásicos de la talla de Adam Smith (Siglo XVlll) y David Ricardo (Siglo XVlll – XlX) proclamaron en sus obras.
El desplome del comunismo causó que el neoliberalismo se entronizara, casi como ideología oficial,  en la mayoría de los partidos políticos del mundo, incluidos los de Costa Rica.  Algunos asumieron del todo sus métodos; una minoría de ellos lo hizo parcialmente, pues se negaron a abandonar del todo los argumentos que defienden la gestión distributiva de la riqueza y reguladora a cargo del Estado dentro del sistema económico.  Planteamientos que finalmente ha reivindicado por ahora la izquierda nacional y latinoamericana, al quedar desacreditado el marxismo leninismo.
Por todo ello, de nuestra parte renunciamos a la tesis que reconoce el funcionamiento, “químicamente puro”, del esquema bipartidista en la Costa Rica de los últimos sesenta años, a pesar de que en términos formales o jurídicos se fingió, o en apariencia lo hubo.  Partimos del supuesto, que al interior de los partidos políticos nacionales, que florecieron especialmente de los cambios de la Segunda República, han interactuado líderes y fracciones sociales con ideologías, visiones e intereses contrapuestos. 
Puede que entre ellos tal coexistencia fuera duradera. Lo cierto es que ha habido múltiples fracciones políticas (o micro tendencias) en los partidos costarricenses, tal que hicieron esfuerzos por lograr costosos entendimientos. Sin embargo, las transacciones  al entrar en alta tensión, como es natural en política,  entre los agentes activos sobrevinieron las fuertes rupturas o los rompimientos definitivos. Lo cual dio lugar a finales de la década de 1990 a la creciente proliferación de agrupaciones políticas y de grupos de interés, así como a “la atomización de la opinión pública”, que, además de debilitar el imaginario del bipartidismo, hicieron sumamente complejos  los mecanismos institucionales de negociación y gobernabilidad política y social.
Tampoco hagamos dramas por lo antes dicho, por cuanto el bipartidismo ficticio llegó a ser saludable para la democracia costarricense, así también lo puede llegar a ser la existencia de diversos partidos políticos, siempre que posean  programas políticos flexibles y operen como maquinarias pluralistas al servicio de la libertad y del bien común.
Ronald Obaldía González (Opinión personal).   

jueves, 17 de octubre de 2013

EL ACIERTO DE INSTITUIR UN COLEGIO DE SECUNDARIA.

EL ACIERTO DE INSTITUIR UN COLEGIO DE SECUNDARIA.

Damos como un hecho real que la resonancia e influencia que tuvo la creación de la Universidad de Costa Rica en San Pedro de Montes de Oca, durante la década de 1940, llegó a engendrar la necesidad en las comunidades adyacentes de promover iniciativas de fundar centros de educación secundaria.
Por todo ello, a principios de la década de 1950 se fundó el Liceo José Joaquín Vargas Calvo, localizado en ese progresista cantón. A finales de esa década nació el Liceo Dobles Segreda en el distrito de Mata Redonda (La Sabana). Poco después los desamparadeños construyeron su propio colegio. El previsor y emprendedor distrito de Zapote tampoco se quedó atrás. Su proyecto atrajo la atención y respaldo de otros distritos como Curridabat y San Francisco de Dos Ríos, que al mismo tiempo contaban con insuficiente población, especialmente joven, lo cual les reducía las posibilidades de abrigar un liceo.
Sobre la base de esa tendencia, se fomentó con mayor intensidad la educación secundaria, como el salto para que los estudiantes ingresaran a la Universidad, esto último, que tiempo atrás, resultó un privilegio que solamente estaba al alcance de los hijos de las familias pudientes, que viajaban al extranjero, por cuanto poquísimas carreras académicas, entre ellas, derecho y farmacia apenas eran impartidas en nuestro país.
Cabe destacar que las comunidades urbanas, particularmente los distritos de San José – posteriormente las zonas rurales - que dieron rápida acogida a la fundación de centros de educación secundaria, producto del restablecimiento de la universidad, se sitúan, a nivel nacional, entre los 25 distritos de mayor desarrollo humano o calidad de vida, medición que precisamente está bajo la responsabilidad del Ministerio de Planificación Nacional y de Política Económica.
Lo revelador de la medición como tal, es que el distrito central de Curridabat, San Francisco de Dos Ríos y el propio Zapote, a los cuales el Liceo Rodrigo Facio Brenes les aportó cientos de egresados, forman parte, junto a San Pedro de Montes de Oca, del club de los 25 distritos más prósperos de Costa Rica. Lo cual quiere decir que no fue en vano el proyecto de impulsar el desarrollo social en tales comunidades, tomando como punto de partida la construcción de colegios, en nuestro caso especial: el liceo zapoteño, que de veras ofreció a sus estudiantes una elevadísima formación, tanto humanista como académica.
Seguiré convencido de este punto de vista, sobre todo, cuando me corresponde disfrutar los logros y las conquistas personales y profesionales de nuestros egresados. Quiero compartir con Ustedes la noticia de que el egresado Gustavo Amador Hernández, fue declarado hoy por la Universidad Estatal a Distancia (UNED), como su funcionario académico más distinguido del periodo 2012 – 2013. Estos homenajes hablan por sí solos de la buena levadura de la cual están hechos los jóvenes adentrados en la sabiduría de aquellos inmortales profesores del Rodrigo Facio, que cultivaron con devoción las mentes de los estudiantes en la etapa más decisiva de sus vidas.

Ronald Obaldía González

viernes, 4 de octubre de 2013

AQUELLOS OCASOS LATINOAMERICANOS.



AQUELLOS OCASOS LATINOAMERICANOS.

Con toda la razón,  una dilecta amiga nos ha emplazado por la omisión cometida el pasado mes,  al pasar  inadvertido  el 40 aniversario del golpe militar en Chile contra el Presidenta Salvador Allende, fraguado por su hombre de confianza.  el general del ejército  Augusto Pinochet.

En efecto, ese oscuro y mafioso personaje merecerá siempre nuestra más alta condena y repudio, así como sus cómplices  en el operativo de “la Caravana de la muerte”, que  simultáneamente con el Plan Cóndor, arrasó contra la vida  de miles de opositores  políticos,  principalmente de líderes izquierdistas y desertores.  Entre estos últimos cabe citar  al general Alberto Bachelet,  torturado y asesinado por el régimen militar,  padre, por cierto,   de Michelle Bachelet,   expresidenta de la República y  esta  vez aspirante  presidencial.  

Al recapacitar  acerca de ese desafortunado acontecimiento político, nos viene a la mente  la figura del Canciller costarricense  Fernando Volio Jiménez, hombre  honesto, enérgico y consecuente con sus principios democráticos y humanistas,  por cuanto  nunca tuvo reparos e inconvenientes para atacar la tiranía de Pinochet, en los más diversos escenarios de la política internacional.  Volio  se comportó, así también,  frente a las políticas racistas  del apartheid en Sudáfrica,   menos  cedió  -  ni un ápice -    a sus posturas de denunciar al opresor régimen  de Daniel Ortega, ocupado en asesinar en Nicaragua a  indígenas  miskitos y  desertores en la convulsionada década de 1980.       

Las dictaduras militares  amalgamadas  en  las décadas de 1970 y 1980  en el Cono Sur (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay),  para contrarrestar el ascenso de denominaciones marxistas leninistas y de la guerrilla izquierdista,  se inspiraron  en la  doctrina de inteligencia y seguridad nacional,  a efecto de aniquilar enemigos internos que resistían  un sistema  político y económico desigualitario.   Todo ello llegó a ser una  desviación - en cuanto a instrumentación -    de  la estrategia  de los Estados Unidos de América  hacia Latinoamérica.    

La tal doctrina poseía carácter transfronterizo, en lo que respecta a violaciones de los derechos humanos;  algunas de sus líneas rozaron Centroamérica.  Sin salir a la superficie, las dictaduras del Cono Sur cooperaron militarmente  con la dinastía somocista y el resto de las dictaduras de esta latitud, las cuales  estaban al borde de la derrota  de parte de la insurgencia,  ésta apoyada por el eje cubano soviético.   

A diferencia de  las organizaciones de la  guerrilla marxista,  que intentaron  derribar  los gobiernos autoritarios, utilizando la vía armada,  Salvador Allende  - y la Unidad Popular -   en cambio,   arriban al poder mediante un legítimo proceso electoral. 

Igualmente, era la primera vez en el continente  que  un partido político,  declarado marxista leninista, además  de ganar  elecciones democráticas,  controlaría la economía, quizás, más desarrollada de América Latina.  Tomemos en cuenta al  Chile proveedor  de cobre,  incluido dentro de  las materias primas,  ampliamente demandadas  por  los mercados internacionales.
   
A nuestro juicio,  los factores influyentes del golpe militar en Chile recayeron  primero  en el hecho de que la izquierda marxista llegara  a controlar el poder,  a través de elecciones libres, desplazando las élites tradicionales;  en  segundo lugar,  que el evento atípico  fuera acogido por  una economía  vital a los intereses estadounidenses, en especial de algunas transnacionales.    

Trabajando en las sombras,  los recelos  y las intrigas  - hoy tan de modas -  no se hicieron esperar.  Compañías transnacionales como la ITT, alertadas por el gobierno de Richard Nixon, auspiciaron finalmente el golpe de  Estado, habida consideración que Chile  se transformaría en el eslabón inicial de la propagación del comunismo por la región.    

Lo antes dicho dista que respaldemos   los viejos ejercicios académicos  de culpar a los Estados Unidos de América de “todos los males” sociales  de nuestros países, la mayoría de  ellos provocados  por desastrosos gobiernos, que ni siquiera son capaces de proveer   papel higiénico a su gente.     

Por otra parte, la ultraizquierda o los radicales marxistas, en especial, el MIR , confabuló torpemente  contra Allende, al presionarlo a que avanzara de prisa  con las nacionalizaciones  de la industria del cobre y la banca privada, o bien que  elevara  los aranceles  al comercio exterior. 

Luego la descontrolada inflación,  el desabastecimiento y la profunda inestabilidad política pusieron en alto riesgo la continuidad de la Unidad Popular.    Para los seguidores de Pinochet,  aquel caos y  estancamiento económico  lo subsanó el régimen militar  (1973 – 1990) al adoptar la política económica basada en las recetas “neoliberales” del profesor Milton Friedman y la escuela de Chicago.  Recetas que dicho sea de paso dejó vigentes por 20 años la Concertación de Partidos por la Democracia  -  opositora a Pinochet -  en aras de modernizar y expandir  con éxito la economía. 

Con todo, ni el régimen militar, tampoco  la centroizquierdista Concertación fueron capaces de superar  las complejidades,  relacionadas con la  concentración de la riqueza, así como las fuertes diferencias sociales que acusa la pujante nación chilena.  

Lo bueno fue  que los  últimos años de Pinochet fueron bastante atropellados.   En lo personal,   le hubiera deseado más infierno en este valle de lágrimas, así como se lo deseo a Fidel Castro y su delfín Daniel Ortega,  extensivo, entre otros,   al  mandatario que sueña con pajaritos y duerme al lado de la tumba de su mentor.

Ronald Obaldía González  (Opinión personal).