lunes, 22 de agosto de 2016

EL SECTARISMO “TRUMPONOMICS” EN LAS ELECCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA.

EL SECTARISMO “TRUMPONOMICS” EN LAS ELECCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA. En el ínterin de las convenciones de los dos partidos mayoritarios estadounidenses, el Demócrata y el Republicano, ambos seleccionaron a sus candidatos presidenciales: Hillary Clinton en el primero y Donald Trump en el segundo. Se abre así, formalmente, la campaña presidencial de los Estados Unidos de América - la única superpotencia del planeta - hacia las elecciones de noviembre próximo. “La telerrealidad”, dotada de un enorme poder, hace mención de un magnate de bienes y raíces, al quien ya a los 13 años su escuela lo había echado por mala conducta; arrastra un historial bien documentado de bancarrotas, miles de pleitos, accionistas enfadados. Al final de cuentas llegó a convertirse en el candidato “más inesperado e indomable”, poniendo a su vez en entredicho la solidez ideológica del Gran Partido Viejo (GOP, siglas en inglés) con su “retórica discriminatoria” y agresiva. Sus detractores advierten que esta vez el candidato de los republicanos carece de las nociones básicas sobre temas clave de Europa, Oriente Próximo o Asia; significa que está escasamente preparado para hacer el trabajo, exigido en la Casa Blanca. De América Latina, apenas identifica a México, nación que comparte frontera al norte de su territorio con el estadounidense. Trump advierte que sobre la línea divisoria construirá un muro limítrofe, con tal de contener las desbandadas migratorias. Por eso, arremete contra la existencia en la tierra del sueño americano de los 11 millones de personas de la región, principalmente los mexicanos, indocumentados o residentes ilegales, deseoso de deportarlos. A quienes por demás, empleando el lenguaje nacionalista, xenofóbico y racista, responsabiliza del incremento de la criminalidad y la violencia del país; rechaza la movilidad y ascenso social latino, desplazador de la identidad y supremacía blanca anglosajona. Contrario a las políticas convencionales estadounidenses, relacionadas con la unión y la cooperación con la sociedad global, Trump promete en su campaña, entre otros detalles, cortar los impuestos - se retrata como el salvador de la clase obrera -; eliminar las excesivas regulaciones económicas y comerciales; liberar el sector energético; dejar en manos de sus aliados extranjeros el cubrir los costos de su propia seguridad estratégica; asi como apostar por el proteccionismo, a saber, rechazar los tratados de libre comercio, pues proclama que su país pierde numerosos empleos. Esto en referencia al firmado en 1993 con Canadá y México por el entonces presidente Bill Clinton, impulsados a la vez por los gobiernos republicanos, tal como el fallido Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), solo que torpedeado, aquella vez, por el bloque populista del ALBA de Hugo Chávez. Al mismo tiempo, el candidato republicano se opone al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), el cual reduciría aranceles entre la naciones ribereñas con el Océano Pacífico, incluidos Chile, México y Perú. A pesar de su fama y comportamiento teatral (“showman”), Trump no la tiene fácil en los comicios, casi ningún candidato la ha poseído. De cualquier modo, los demócratas han conquistado mayoría de votos populares en cinco de las seis últimas elecciones presidenciales. El sistema estadounidense del colegio electoral da aún más ventaja a Hillary Clinton. Para ganar, un candidato debe obtener 270 votos electorales. Los 18 Estados (más el Distrito de Columbia) en los que han vencido los demócratas en las últimas seis elecciones, darían a Clinton 242 votos. Los 13 Estados que ganaron los republicanos en esos mismos comicios suman 102 votos. En definitiva, a Clinton le basta con ganar dos o tres de los otros 19 Estados, entre ellos Ohio y Florida, para proclamar su victoria. Incluso, bastaría Florida, que tiene innumerables votos, para hacerla vencedora. Por su parte, esta vez más de 27 millones de hispanos, - representan el 12% del electorado total - se inclinan en su mayoría a votar a favor de los demócratas. Si la participación general de estadounidenses ronda el 50 %, como ha sido la tendencia, dicha minoría sería decisiva, más lo que pueden aportar otras, declaradas anti - Trump. No sobra señalar que las elecciones presidenciales en Estados Unidos de América está lejos de decidirlas un Estado, sino unas peculiaridades del sistema electoral que dan especial importancia a unos cuantos grupos demográficos en determinados Estados. Por su parte, el porcentaje de votantes blancos anglosajones está más próximo al 70% y, según las encuestas, la ventaja de Trump, entre los que tienen menos formación dentro del puñado de blancos le es insuficiente para compensar su desventaja entre los más educados y las otras minorías raciales (Ian Bremmer, 2016) que lo adversan, específicamente la comunidad afroamericana. Tan solo el 2% de ella lo favorece en los sondeos, al cabo que entró en estado de alerta frente al respaldo del nazista Ku Klux Klan a Trump y a su mensaje nacionalista, patriotero y racista; ambos comparten el lema: “América primero”, de acento nazifascista (Cristina Pereda, 2016). “El Trumponomics” resurgió así, con quien los rezagados y renegados de la globalización, así como “los nacionalistas y los supremacistas blancos” se sienten lo suficientemente cómodos” (Pereda, idem). La recuperación y el crecimiento económico, logrados por la Administración de Barack Obama, favorecen por sí solos a la candidata del Partido Demócrata, porque “el desempleo en Estados Unidos es actualmente de 4,9%; lo cual está muy por debajo del 10% de octubre de 2009, tras la gran recesión del 2008. Significan logros sustanciales de Barack Obama que hacen todavía más empinada la ruta de los republicanos hacia Washington, sean las acciones de reconocimiento popular, vinculadas con el aumento de los impuestos a las rentas altas, una regulación financiera más estricta; de más medidas contra el cambio climático; los programas de seguridad social como el Obamacare, el cual abrió el aseguramiento a casi toda la población (Paul Krugman, 2016). Así también, a diferencia de “los halcones republicanos”, antes involucrados directa y precipitadamente en los conflictos regionales, Obama puso en práctica la mesurada confrontación contra las amenazas externas a la seguridad nacional, a sabiendas que el terrorismo islámico continuará golpeando a Europa y la misma nación estadounidense. En verdad, de las últimas salidas risibles y falaces, han sido las declaraciones del magnate, en cuanto a acusar a Obama y la señora Clinton - ex Secretaria de Estado - de haber fundado el Estado Islámico (EI) en el Medio Oriente, a causa de la orden gubernamental de retirar de manera parcial las tropas estadounidenses de Irak. Hillary Clinton procura reforzar el programa gubernamental como tal, a efecto de mitigar la desconfianza del público de conceder a los demócratas un tercer gobierno consecutivo. Y de continuarlo, podría evitar al máximo que el posible respaldo a ella de un sector interesante de conservadores republicanos, desertores de la campaña de Trump, implique concesiones (Krugman, idem) que lo vayan a desvirtuar. Es de suponer que haya habido pactos con su contrincante demócrata en las primarias, Bernie Sanders, a efecto de perfeccionar la agenda social, que la Administración Obama ha configurado (Valeria Luiselli, 2016) en sus dos administraciones. A propósito, hay que tener presentes las señas visibles de disidencia republicana en contra de su candidato; particularmente de la élite, “los pesos pesados” y de sus cabezas pensantes, objeto de ofensas a su vez, “quienes en condiciones normales”, hoy estarían apoyando a su candidato a preparar la transición a la presidencia y el programa de gobierno del GOP. El rotundo disgusto contra su líder lo pone al descubierto Meg Whitman, ejecutiva de Hewlett-Packard y recaudadora de fondos del Partido Republicano, quien dijo que votará por Hillary Clinton porque Trump es un demagogo.“La familia Bush ha tomado distancia”. “Su principal rival en las primarias, el ultraconservador religioso y senador por Texas, Ted Cruz, salió abucheado de la convención tras negarse a apoyarlo”. Es decir, el Partido Republicano registra división y ruptura. La principal interrogante consiste en poner en duda la sobrevivencia de esa denominación política, luego de una posible y pavorosa derrota. Igualmente, a Trump le ha dado la espalda el complejo de seguridad nacional, “el deep state o Estado profundo”, la red de expertos, altos funcionarios, grandes espías y políticos, que garantizan la continuidad de la política exterior y de defensa de la primera potencia mundial” (Eric Thayer, Reuters, 2016). Un exjefe de la CIA, dijo que las fuerzas armadas de Estados Unidos de América podrían desobedecer algunas órdenes de un presidente como Trump, como la de matar a familiares de sospechosos de terrorismo, como lo ha sugerido el candidato en campaña. Respecto a la seguridad estratégica, Trump ha alejado al Partido Republicano de la tradicional beligerancia frente a Rusia - adoptada también por Obama -. El magnate posee un largo historial de vínculos con ese país. Los intentos de Trump de hacer negocios con Moscú datan de la pasada década de 1980. Más recientes son las declaraciones de simpatía por el presidente Vladímir Putin. Ha abierto la puerta a reconocer, si llega a la presidencia, la anexión de Crimea a Moscú. El candidato amenaza con romper la OTAN. Elogia la firmeza de Putin. Manifestó que “Rusia tiene su propia estrategia de seguridad nacional, y debemos respetarlo” (Thayer; Vucci, idem), por lo que “si Rusia invadiera un país báltico miembro de la OTAN, Washington no se vería obligado a defenderlo”. Los demócratas aprovechan las limitaciones y torpezas del líder de la oposición, además de sus expresiones mesiánicas al proclamar, según él: ”yo puedo arreglarlo solo”. Lo cual origina temor, tal que la Casa Blanca, con Trump, entre en grave conflicto con institutos y mecanismos claves del sistema de pesos y contrapesos, “y de la rendición de cuentas como lo son los jueces y los medios de comunicación”. Clinton por su parte capitaliza la idea de ser ella “la única alternativa al riesgo que representa un errático, inexperto y peligroso Trump”. El mismo que, con un lenguaje violento, pide a los dueños de armas que frenen a su rival y candidata demócrata - recordemos que en los Estados Unidos de América circulan más de 300 millones de armas de fuego - ; también el que despotrica contra las elecciones, que según el magnate, podrían estar "amañadas", unas declaraciones sin precedentes en un candidato presidencial estadounidense” (Evan Vucci, 2016). Casi todos coinciden en que la irrupción de Trump responde al hecho de que no pocos estadounidenses “sienten tanta hostilidad hacia la globalización”; ésta desconectada de los intereses básicos de los ciudadanos, causante de desequilibrios sociales. El público estadounidense anhela reafirmar el control de sus fronteras y sus perspectivas laborales, como un número cada vez mayor de europeos y británicos (con el Brexit), así como lo reitera la derecha y la izquierda internacional. Sin embargo, el magnate tiende a ser “un mensajero imperfecto”. Sus enunciados aislacionistas y supremacía blanca: "volver a hacer grande a América", tensando las relaciones con la China Popular y la propia Europa, arrastró desde un inicio polarización (doméstica y exterior), inestabilidad e inseguridad globales; si bien " le ha permitido obtener la nominación del Partido Republicano” (Bremmer, ídem). En cuanto a Hillary Clinton, quien tiene a su favor el contar con el apoyo unánime del Partido Demócrata, resulta repugnante esa sensiblería de que el Partido Demócrata hace historia en los Estados Unidos de América al escoger a una mujer como su candidata oficial. Lo decía el Presidente Barack Obama, se tienen más ventajas el ser mujer en esta era. El evento, asociado a la señora Clinton, expresa la nueva era, cuando reafirmamos que el hombre y la mujer poseen la misma e indisoluble dignidad, e iguales derechos naturales y civiles. Lo demás es redundante, en este caso, el acariciar la indeseada distinción de género, se llega a restarle virtud a la política como comportamiento genuino del ser humano. El inminente triunfo de la señora Clinton, nos expone casos consumados de haber sido testigos del poder acumulado por las mujeres. Tendrían “las palancas del poder” en tres de los países relevantes del planeta: Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Décadas atrás otras valiosas mujeres, entre ellas, la británica Margaret Thatcher, la israelí Golda Meir, la india Indira Gandhi habían demostrado que la política, las relaciones internacionales, la economía, y la seguridad no era solo cosa de hombres. Fallamos parcialmente en nuestro ejercicio de “futurología política”, por cuanto habíamos argumentado acerca de las modestas posibilidades del locuaz magnate, en cuanto a erigirse en el favorecido de la convención del Partido Republicano. En alguna ocasión habíamos planteado que el fenómeno transitorio de Donald Trump en la política de los Estados Unidos de América podría ser de corta duración. Ciertamente, él traspasó la frontera de nuestros cálculos, ahora es el candidato oficial de los republicanos. No obstante, ahora sí estamos convencidos que llegará hasta ahí. Los sondeos lo ponen en picada. Sus excesos, odios contra los latinos y musulmanes, sus misóginas exclamaciones, el lenguaje vulgar y simplista - “sobrepasó casi todos los límites conocidos en tiempos recientes, ” - se vuelven aún “más feos y más estúpidos, a medida que se hunden sus perspectivas electorales” (Krugman, idem). “Carece de autocontrol y actúa de forma impetuosa". Para la candidata Clinton “todo esto son cualidades peligrosas en un individuo que aspira a ser presidente y comandante en jefe, que comandará el arsenal nuclear de Estados Unidos de América. Trump ha dañado, irreversiblemente, su posición en la campaña para las elecciones presidenciales de noviembre; ni lo rescatarán sus disculpas de estos días por haber insultado a sus contendientes, lo mismo que a una familia musulmana estadounidense, cuyo hijo murió en el campo de batalla, combatiendo terroristas. Días atrás un politólogo se atrevió a decir que entonces es razonable afirmar que “el sentido común prevalecerá”, por lo que Hillary será la próxima presidenta de la única superpotencia global. El sentido común se encargará de callar el matonismo y el nacionalismo xenofóbico del candidato republicano, sobre todo, en una sociedad cuya grandeza reside en la heterogeneidad y la diversidad cultural y étnica. La ética, los altos valores y la inteligencia del pueblo de los Estados Unidos de América gozan de nuestro fiel reconocimiento, seguro que se impondrán esta vez, para prevenir la fabricación de un Frankenstein contemporáneo. En el siglo pasado fueron creados unos parecidos: Stalin, Hitler y Mao Zedong; fueron derrotados por el guardián de la civilización occidental. El monstruo de hoy está en curso; si fuera necesario, todavía hay tiempo para el espíritu y propósito de enmienda. Ronald Obaldía González (Opinión personal).

miércoles, 3 de agosto de 2016

TURQUÍA CON UN PASADO ALGO GLORIOSO, Y CON UN PRESENTE QUE AGONIZA.

TURQUÍA CON UN PASADO ALGO GLORIOSO, Y CON UN PRESENTE QUE AGONIZA. De las culturas milenarias, cuyo territorio ha dado cuenta de la existencia de numerosas tribus desde antes del milenio X A.C; un territorio donde ha habido hallazgos de representaciones antropomórficas y prehistóricas; en el que se había afianzado hace casi ocho siglos un poderoso y cosmopolita imperio musulmán en el Asia Menor, expandido a Europa y África. Nos referimos al país turco otomano (hoy Turquía), de profunda vocación por la agricultura y los metales durante su milenaria historia. El territorio nacional turco constituye el punto de unión entre el viejo continente europeo y Asia. Desde tiempos remotos, su envidiable ubicación geográfica, los recursos naturales poseídos, lo han expuesto a las ambiciones expansionistas de poderes adyacentes. Esas características hicieron que hace más de 2000 años su espacio físico fuese empleado también, como ruta de paso entre China y el Mediterráneo, justamente en los tiempos de la Ruta de la Seda. La civilización otomana enfrascada desde hace 3000 años atrás en un sinnúmero de enfrentamientos, ya fueran grandes o pequeños pueblos rivales, que, gradualmente, conseguían reducirle su poder e influencia, o bien se imponía contra ellos. La lista de sus enemigos o rivales, entre otros, había abarcado culturas y tribus de la talla de los asirios, los pueblos de Mesopotamia, las culturas indoeuropeas y del Mediterráneo europeo, los griegos, los aqueos, los troyanos, los persas. El propio greco macedonio Alejandro Magno (334. A.C) vio frustrados sus apetitos al encontrar resistencia en el territorio otomano del Asia Menor, por parte de los sirios y principados locales. Más acá los romanos le asestaron severos golpes hasta dividir su territorio con el nacimiento de Bizancio (luego denominado Constantinopla, hoy Estambul), al cabo que anexaron la totalidad de Anatolia, al declararla como provincia del Imperio Oriental de Roma en el Siglo l A.C. Luego sobrevinieron las ocupaciones definitivas de las tribus turco-mongoles oguz en el Siglo Xl. Poco tiempo después, una vez islamizados por la casa sunita ortodoxa persa, los otomanos consiguieron eliminar el poder político, religioso y cultural del cristianismo, éste limitado tan solo a la región de Armenia. Anteriormente, los turcos islamizados hubieron de hacer frente al paso de las Cruzadas (Siglo Xl - Xlll) por Bizancio, particularmente a sus afanes de reconquista cristiana de los Lugares Santos, bajo la expansión musulmana; menos aún, se escaparon de la huella destructiva de los invasores (los cruzados), quienes se vengaron de la conducta cruel frente a los peregrinos cristianos en Tierra Santa. El arribo del islamismo, parejo a la estratégica ubicación geográfica del pueblo otomamo, haría todavía más complejo y dificil su proceso de evolución. Lo registrado este año es causa de tales precedentes. Son estos casos cuando la historia nos permite recordar de su capacidad de determinar el ADN de las sociedades. Una religión oscurantista (la Mahometana) se transformó en fuente de conflictos internos y externos en el Asia Menor, pues además hizo brotar disconformidades de carácter secular y pugnas étnicas y territoriales en el imperio. Lo que significó que su tradición cosmopolita de ningún modo fuera en vano; como sea Occidente dejaría impregnado allí su legado, cuya fuente de inspiración mayor residió en el pensamiento judeo, helénico, en el cristianismo, todo ello, en los que la libertad del hombre posee profundo arraigo dentro de sus axiomas y visión del mundo. Al ser identificada por los europeos como la puerta de entrada al Asia Menor y el Medio Oriente, la nación turca se transformó enseguida en valiosa ruta comercial y de tránsito. Y, por ello, su territorio tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial no tardó en usarse como base militar de Occidente, al servicio de la anticomunista Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Así, que siempre sería irreal el levantamiento de obstáculos a las interrelaciones y las comunicaciones inter-culturales. Por los conductos de la sociedad otomana corrieron y fluyen las corrientes europeas, eso hubo de implicar el sacar a relucir los intereses, relacionados con la seguridad y la defensa intercontinentales. A finales del Siglo Xlll y principios del XlV el Imperio turco otomano (islamizado) había alcanzado dominio casi pleno de Hungría, los Balcanes y el Mediterráneo europeos, en el norte de África; se apoderó de Siria, Egipto y parte de Mesopotamia, inclusive. Fue tal su hegemonía, que dicho Imperio se autoproclamó en Califato a principios del Siglo XVl. De hecho, los pueblos árabes guardan ningún recuerdo favorable acerca del predominio de los turcos sobre sus sociedades. En su historia dan a conocer su resentimiento. Sin embargo, simultáneamente los poderosos y colonialistas reinos europeos cristianos, principalmente Gran Bretaña, España y Francia y la propia Rusia iban apropiándose de casi todos los territorios del Califato turco, ya fuera en el Asia Menor, en cuenta el Oriente Medio, al cabo que iban siendo expulsados definitivamente de Europa. Ya para el Siglo XlX eran restos lo que quedaban del decaído Imperio turco. Al perder sus dominios al norte del mar Negro, que pasaron a manos rusas, el futuro de la sociedad turca sería no más que el eslabón y la expresión de una historia milenaria escabrosa y convulsa, asediada y minada desde sus orígenes, cargada de altibajos, bajo el agravante de un devenir de dependencia y subordinación respecto a Europa, tanto en la antiguedad, el medioevo como en la era contemporánea; alrededor de su territorio ha debido corresponderle sobrevivir frente a tales potencias interesadas en asignarle, no pocas veces, tales posiciones de segundo orden. Principalmente, en esta fase antiterrorista en que el peso lo conllevan las materias de seguridad y defensa, a consecuencia de la fuerza del radicalismo islámico del Siglo XXl, enemigo de los intereses occidentales. El golpe letal contra el viejo Imperio otomano y sus pobres vestigios en otras latitudes, acabó de asestarlo su erróneo cálculo de aliarse a Alemania y al Imperio Austro Húngaro en la Primera Guerra Mundial (1914 - 18). Ambos reclamaron el ser víctimas, entre otros abusos, de las imposiciones y restricciones políticas, económicas y comerciales, de los imperios tradicionales de Europa - que se repartieron el planeta, dada su visión colonialista - , específicamente de la Gran Bretaña, Francia y por supuesto de la Rusia zarista, ésta de los principales enemigos de los turcos. Inmediatamente después, al Tratado de Sévres de 1920, unido a las reparaciones de guerra, se le encomendó la labor de sepulturero del Imperio turco otomano. Entre las múltiples pérdidas territoriales en Asia, figuró la nación Armenia, la cual adquirió su independencia. Asimismo, la zona habitada por los Kurdos, denominada Kurdistán, poseedora de yacimientos petroleros, quedó repartida entre Turquía, Irak, Irán y Siria, una grave humillación para Ankara. En cuanto Armenia, precisamente el Ejército turco, desconcertado por un extinguido imperio, del cual solamente el recuerdo quedaba, y tensado por el levantamiento de los distintos grupos étnicos que lo enfrentaron, precipitadamente, ejecutó el primer genocidio del Siglo XX al eliminar, brutalmente, más de un millón de armenios, en su mayoría cristianos. Un hecho aborrecible que sigue siendo condenado por la comunidad internacional, hasta por el propio Papa Francisco en su viaje por Armenia en este año. Condenas públicas que irritan sobremanera a Turquía. Eso sí, esta siempre se ha negado a reconocerlo como tal y, de paso, ofrecer perdón. La estabilidad política, aún menos, la normalidad democrática, le han sido bastante desconocidas a la nación turca, tal vez la acogió en un breve periodo a principios de la década de 1960. Asimismo, la suerte de la ubicación del territorio otomano estuvo configurada por parte de Occidente, pensado primordialmente en la fase de la Guerra Fría, con tal de contener las fuerzas soviéticas sobre las fronteras entre Europa y la desaparecida Unión Soviética. Una cultura antigua subestimada, con ese desdén se valora en esta época a la nación turca. Las desastrosas consecuencias de su vinculación en la Primera Gran Guerra, por eso la hicieron abstenerse de tomar participación en la Segunda Guerra Mundial. Hay que hacer un paréntesis en la Turquía del Siglo XX. Sea el ascenso al poder del movimiento secular, encabezado a partir de 1919 por Mustafá Kemal, llamado después "Ataturk": “padre de los Turcos”. Dicha tendencia anti-islámica, “semifascista”, conllevó un elevado componente militar, aferrada a desarraigar a la nación de las tradiciones imperiales, entre ellas la abolición del Califato. A la vez, tal movimiento proclamó el reforzamiento de la identidad nacionalista, e impuso el turco como idioma oficial; implantó en el sistema educativo una versión distinta o secular de la historia nacional, teniendo presente en ella el legado pro-occidental. Kemal introdujo el alfabeto y el calendario latino. Eliminó el uso del velo para las mujeres, a las que se les otorgó el sufragio femenino. Basado en su nacionalismo, el líder secular se negó a reconocer aquel Tratado leonino contra los intereses turcos. Razón por la cual, negoció nuevos instrumentos jurídicos, con tal de eximir a su nación del pago de indemnizaciones de guerra; anular vastos privilegios, concedidos a compañías extranjeras; fijar las fronteras nacionales; y desconocer la autonomía de Kurdistán, ello de las principales piedras dentro del zapato turco. Pues ese pueblo - carente de Estado nacional definido, que representa aproximadamente el 20% de la población otomana - continúa insistiendo en la independencia total de los límites espaciales ocupados, al cabo que el ala extremista kurda - cuasi terrorista - ha golpeado militarmente al ejército enemigo. Líneas arriba lo indicamos, Ataturk consolidó un régimen secular autoritario, basado en el esquema de economía centralizada, con rasgos de socialismo. Su “concepción de democracia no liberal (o “iliberalismo”), que las fuerzas armadas acompañó y mantuvo con golpes de Estado, también marcó en adelante el rumbo del país. Igualmente, el Padre de los turcos no cedió hasta su muerte (1938) a las posturas de los conservadores musulmanes, así como a los sectores que promovieron el sistema democrático liberal, de carácter occidental. El cual paso a paso llegó a cobrar fuerza, por lo que de hecho se institucionalizó entrando el Siglo XXl (año 2000). El pasado, violento y fallido intento golpista de carácter secular, encabezado por un grupo de militares, puso a las fuerzas armadas en posición delicada y desprestigio mayúsculo. Cayeron en fuerte contradicción frente a los sectores liberales y, por otro lado, contra las fuerzas islámicas conservadoras – contestatarias al secularismo -, estas reunidas en el Partido por la Justicia y el Desarrollo (el oficialista), dominante desde hace quince años. Estos, y los estratos rurales empobrecidos, representan la base de apoyo del presidente autoritario e islamista Recep Tayyip Erdogan, de orígenes sociales humildes, en cuyo mandato puso en ejecución el proceso de modernización económica que, al redituar, creció la ilusión óptica en que la normalidad y la estabilidad de Turquía seguiría el curso positivo, a diferencia de las turbulencias y guerras del Medio Oriente. Hubo engaño, tan solo fue un destello de democracia. Erdogan, considerado el acérrimo enemigo de los golpistas y los secularistas, tampoco ocultó su inclinación de rescatar la tradición islámica, hasta intentar dar forma a un nuevo Califato. El cual, en pocas palabras, es un sistema político, distante de los rasgos del régimen teocrático (fusión del poder religioso y político); eso sí, inspirado en la ideología y los postulados del Islam, en el que la cabeza del Estado (el Califa) legisla sobre sociedad, gobierno, economía y justicia legal, bajo el consentimiento de la gente. Paradójicamente, los victoriosos tras el frustrado derrocamiento del gobierno llegan a serlo los más fanáticos islamoconservadores”(Ilke Toygür, 2016). El Presidente intentará asegurarse la lealtad del ejército, que ya no es monolítico (Félix Arteaga, 2016). Lo renovará con nuevos cuadros. “Esto le permitirá islamizar el país”, el cual, con él, se ha vuelto “menos libre, menos tolerante con las diferencias” , donde se combaten todavía más las expresiones de libertad (Toygür, 2016) y los derechos fundamentales. Una muestra que hace ilusoria la tesis de “que la democracia es compatible con el Islam”. Lo comienza a reconocer Occidente, por eso su tibia reacción frente a lo que pudo haber un exitoso desplome de Erdogan y su partido político. Desconfía bastante de ellos. El gobierno turco ataca a los Estados Unidos de América, quien ha dado refugio al predicador musulmán, Fethullah Gülen, el que planeó el golpe - según el oficialismo - por eso pide su extradición. Periodistas, soldados, burócratas, intelectuales, consejeros y hasta empresarios han sido purgados, a causa de la rabia de Erdogan, quien desatiende la crítica internacional frente a sus excesos de poder, “sin garantías jurídicas y bajo la sombra de la restauración de la pena de muerte”. En el Siglo XX la mayoría de las pugnas turcas las habían protagonizado los secularistas frente a los liberales. A finales de ese siglo, dicha unidad contradictoria sumó al islamismo conservador, que como fuerza política ascendió velozmente con el Partido de Erdogan, este repudiado por militares, civiles y secularistas, agravando todavía más el panorama político, donde la gobernabilidad institucional de carácter liberal fue amenazada esta vez. Más bien, es de suponer que en adelante alguna facción del ejército, al lado de la base social secular, vuelvan a fraguar otra intentona militar, pese a una supuesta oposición de los liberales. Esto quiere decir, que Turquía continuará careciendo de cohesión social, fenómeno que, igualmente, agudizará los efectos del golpe, de donde actuarán por su propio interés el gobierno islamista para sobrevivir, el decaído poder duro del ejército secular, los menos aventajados liberales prooccidentales, los nacionalistas, etcétera, así como los grupos étnicos en conflicto, sobre todo, los kurdos en sus aspiraciones nacionales. Turquía reivindica su antiguo comportamiento imperialista. Aspira a influir en la política doméstica y exterior de las naciones árabes. Ellas, por su parte, contemplan con gran recelo la cruda y dolorosa historia de la expansión del Imperio Otomano en el Cercano Oriente. En la presente guerra, el gobierno de Erdogan evitó que la coalición antiterrorista pudiera utilizar las bases militares del país, para atacar los yihadistas en Siria e Irak. Después cambió su postura. Se ha enfrentado con el gobierno secular (chiita) de Siria, respaldando la oposición sunita; en un principio llegó a tolerar las acciones de los yihadistas del Estado Islámico (EI), con quien traficó petróleo. Ahora es el enemigo, que le reprocha el haber ingresado a la coalición occidental antiterrorista y el aproximarse a Israel. Derribándole un avión, el ejército turco entró en líos con Rusia, también con Irán, ambos aliados del gobierno sirio. Erdogan combate, desmedidamente, las milicias kurdas de Turquía las que cruzan la frontera con Siria para liberar comunidades suyas, con apoyo aéreo de los Estados Unidos de América (Félix Arteaga, 2016). A la vez , antes había puesto en riesgo las relaciones con Israel, al acercarse a la organización terrorista Hamas, a quien Erdogan venía prestando financiamiento y asistencia humanitaria. Pero, los ataques terroristas del EI, recientemente lo hicieron recular y cambiar su política exterior “vacilante” con la coalición internacional; se congració con sus aliados, comenzando por Israel y Rusia. Si Europa lamenta la salida de Gran Bretaña del bloque comunitario; en cambio, en el caso particular de Turquía, seguro que, con los estigmas arrastrados por los ataques terroristas del yihadismo en Bélgica, Francia y Alemania, la actual inestabilidad política, el deterioro de los derechos humanos, habrá de aspirar a tener más lejos a esa nación del Asia Menor, donde más del 90% de la gente profesa la religión islámica. Le entrabará de manera rígida, como lo acostumbra hacer, su pleno ingreso al bloque comunitario de la Unión Europea. Ingreso que las naciones europeas, otrora vinculadas a la Cortina de Hierro en tiempos de la desaparecida Unión Soviética, lograron sin abruptos tropiezos. Pero, distanciarse totalmente de Ankara resulta una decisión que no será fácil a los europeos, dado el creciente flujo migratorio de turcos al viejo continente; a la crisis de los refugiados sirios, afganos e iraquíes que alberga; es también un aliado de la OTAN para la guerra de Siria y contra los yihadistas del EI; aparte que es imprescindible la coordinación para luchar contra los cárteles turcos de la droga, que operan como los principales proveedores de drogas, entre ellas, la heroína. De superar las consecuencias de la fallida asonada militar, probablemente el Presidente Erdogan reafirmará el ideal (“ahistórico”) de “pretender devolver a Turquía el esplendor y la autonomía de tiempos pasados”. Ni le importará que la nación islámica sea rechazada como miembro pleno de la Unión Europea (UE), un bloque de naciones que, de por sí, va en picada; ni los euro-optimistas aseguran su solidez. En conclusión, son determinantes “las dinámicas internacionales”, siguen en esa línea de “realpolitik” (Toygür, idem). Turquía es, así, altamente dependiente de Occidente, en todas sus dimensiones, se ha plegado a él, se alió a la OTAN. Como decía el famoso comediante mexicano Mario Moreno, “Cantinflas”: “allí está el detalle”. !Oh, Erdogan y sus “cantinfladas”!. Ronald Obaldía González (Opinión personal).