miércoles, 23 de agosto de 2017

ALEMANIA AFRONTÓ LO SUFICIENTE EL VIENTO EN CONTRA (SEGUNDA PARTE Y FINAL).

ALEMANIA AFRONTÓ LO SUFICIENTE EL VIENTO EN CONTRA (SEGUNDA PARTE Y FINAL). Lo expresaba el filósofo tico - español Teodoro Olarte en sus clases de metafísica: “El hombre no está hecho, se hace", infinitamente; y la historia, la madre de todas las ciencias, lo pone en evidencia. Y si alguien en la historia moderna estuvo llamado a rehacerse como nación y pueblo, llegaron a ser los alemanes, cuya sociedad hay que valorarla como potencia política, económica, cultural, a nivel global, puesto que continúa desempeñando un rol de singular relevancia en este siglo. Dicho sea verdad, la república alemana ha saldado su deuda para con los más altos principios, valores, formas de convivencia de la sociedad y civilización humanas, hasta contribuir a proteger la naturaleza: llegó a ser de las primeras potencias en sumarse en el 2002 al Protocolo de Kioto, lo que implica imponerse a reducir en un 20% las emisiones de dióxido de carbono. CONSECUENCIAS DEL ACUERDO ESPURIO. Repasando los argumentos de la primera entrega de estos comentarios, relacionados con los altibajos en la historia alemana, cabe subrayar el hecho de que, sin la presencia de los alemanes derrotados y humillados, el Tratado de Versalles de 1919, en el cual se establecieron las condiciones de la paz tras la Primera Guerra Mundial, fue pactado por las potencias aliadas: Francia, Inglaterra, Estados Unidos de América e Italia, y con baja aparición por parte de Rusia. Esta última, en aquel entonces asediada por los comunistas bolcheviques, y quien siempre poseyó apetitos hegemonistas frente a las naciones de Europa central. En los acuerdos secretos de repartición de las distintas áreas territoriales del mundo, resaltaron las mayores presiones de parte de los vencedores contra los alemanes, tal que ellos firmaron así el Tratado, al someterlos, sin que pudieran cuestionar las imposiciones y exigencias, que ni la propia Alemania logró suavizar, entre lo cual resaltó la desventajosa modificación de sus fronteras. Simultáneamente, hubo acuerdos secretos entre las potencias vencedoras de la guerra. Desvirtuado el Tratado como tal, hubo de perder validez progresivamente, a causa de las bajas maniobras francesas e inglesas, destinadas a debilitar el poder austro húngaro, liderado por la Alemania, a quien en el campo militar había, principalmente, que desmontar de modo significativo. Las potencias europeas conservaron el recelo de que Polonia, Alsacia y Lorena podrían permanecer bajo la tutela alemana; al tiempo que su otro rival, Rusia algo débil, gestor de tensiones, nunca ocultó sus ambiciones en los Balcanes. Aquello fue parte de las contradicciones entre imperios hegemonistas, de acuerdo con la visión revolucionaria del líder bolchevique Vladimir Lenin. La Sociedad de las Naciones, la fallida organización antecesora de la Organización de las Naciones Unidas, constituyó una de las herramientas de aquel desequilibrado Tratado de paz. Astutamente, se creó ese organismo, ya fuera, para enmascarar los pactos oscuros. A Alemania la hicieron perder todo su imperio colonial, cuya administración pasó a manos de la Sociedad de las Naciones, enemiga de los del imperio vencido. Este debió ceder Alsacia - Lorena, devueltas a Francia, quien terminó administrando territorios ubicados a la orilla izquierda del Rhin; los territorios de Hlucin y Memel, Prusia Occidental y Poznan pasaron a manos de Polonia; Danzig se convirtió en una ciudad libre (José Ma. López Alonso. En: Edit. Tecnos, 2001). La región de Sarre quedó también bajo la administración de esa organización multilateral, de tal suerte que la explotación de sus minas pasó al control de su enemiga acérrima Francia. Los pueblos sometidos al Imperio Austro Húngaro, especialmente los eslavos, recobraron su autonomía. Se le impidió a Alemania tener un ejército superior a 100.000 hombres, quien prácticamente quedaba desarmada, a la vez que se le impuso renunciar a sus colonias de ultramar. No se le autorizó tener fuerzas aéreas; tuvo que entregar incondicionalmente a los prisioneros de guerra. Alemania, que reconocía su culpabilidad, cubría las reparaciones de guerra, a costos elevadísimos, lo cual hizo trizas una economía e infraestructura, recién salida de una guerra. Asimismo, le significó fuertes indemnizaciones, la cesión de ganado, así como del carbón, locomotoras, entrega de buques, etcétera. Al final, Estados Unidos de América se abstuvo de firmar el Tratado. Se reservó la opción de firmar otro con Alemania (El Tratado de Berlín de 1921), quien en adelante habría de temer el ser invadida nuevamente. DESACIERTOS DE LOS IMPERIOS MODERNOS. La primera demolición social alemana se asemejó a la receta histórica, practicada por las tradicionales potencias occidentales, colonialistas, culpables, en parte, de la radicalización de los islámicos. Lo cual posee como precedente el entrado Siglo XX, específicamente, las arbitrariedades en la división de territorios del Medio Oriente, el dominio de sus recursos naturales, lo mismo que el irrespeto de las culturas milenarias allí asentadas. Prácticas que encuentran similitud en el Tratado de Versalles, el cual fertilizó el nazifascismo, por el cual, otrora, se humilló tanto a la Alemania, un pueblo tan inteligente y poderoso, incansable en cuanto a crear, producir, pensar, filosofar, educar. En síntesis, el Tratado de Versalles tuvo un carácter marcadamente "revanchista". El Tratado significó la versión más agresiva, especialmente, de Inglaterra y Francia contra los alemanes, antecedida por los acontecimientos del último tercio del Siglo XlX, cuando el canciller Otto von Bismarck las neutralizó merced a sus habilidades personales; para ello logró cimentar alianzas con Austria, Hungría e Italia, con tal de mantener el (frágil) equilibrio de poder europeo (Henry Kissinger, 2010). En ese tercio del siglo XlX a Bismarck le correspondió lanzar a Alemania como potencia política y económica; al cabo se configuraron los enemigos posteriores de la militarizada nación germana. Obviamente, ellos salieron a relucir vigorosamente en las dos grandes guerras mundiales, en las cuales los Estados Unidos de América se colocaron al lado de la Triple Entente (Francia, Gran Bretaña, Rusia). . EL INICIO DE LA DEVASTACIÓN. Dado que el acuerdo de Versalles había sido incapaz de fijar las condiciones estables de paz, era lógico que de él se desprendieran las bases de las reacciones del nacionalismo radical alemán, de lo cual sacó provecho Adolfo Hitler, uno de los autores responsables del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Los ignominiosos términos de las reparaciones e indemnizaciones, además de los territorios que dejaron de pertenecer a la anterior poderosa nación, todo eso dio lugar "a la reaparición del fanatismo de los grupos ultranacionalistas (racistas y antijudíos), a quienes los inspiró, a modo de religión, el libro editado en 1925 por Hitler, “Mi lucha” (en alemán: Mein Kampf). El texto en mención combinaba los aspectos autobiográficos del emergente líder fascista, con la exposición de los fundamentales e ideas propias de la (irracional, emocional y populista) ideología política de masas del nacionalsocialismo, todo lo cual se dirigió a señalar el enemigo interno, luego perseguido y casi exterminado: particularmente los millones de judíos, mayoritariamente prósperos, residentes en la nación alemana, o donde el ejército nazi invadió, fuera el caso de Polonia y Ucrania. La persecución se acentuó en la denominada “noche de cristales” (1938), cuando las fuerzas hitlerianas destruyeron de manera sistemática locales comerciales e instituciones religiosas y culturales judíos. Asimismo, el odio nazi alcanzó hasta aniquilar un millón de gitanos y cientos de miles de comunistas, homosexuales, discapacitados (Instituto del Tercer Mundo, 2009), etcétera. Captando las imágenes de la televisión occidental, guardando las proporciones, nos damos cuenta que tales ideas de odio xenofóbico, ultranacionalista, continúan vigentes en este Siglo XXl de la lV Revolución Industrial. Frente al fenómeno, no hemos podido librarnos; siguen activos, de modo peligroso, así como la cuestión de “la supremacía blanca”, adoptada por partidos políticos, otras organizaciones no estatales occidentales, lanzadas contra los flujos migratorios, refugiados y desplazados económicos, ya sea por los factores de guerra, o los colapsos económicos, los desastres, en distintos confines del planeta. “Los supremacistas blancos” en Estados Unidos de América, los ultranacionalistas y neofascistas en Europa - en cuenta los grupúsculos alemanes - encuentran inspiración en las ideas de superioridad racial, antes localizadas, se suponía, solo en la historia alemana, trabajadas, ciertamente, por Hitler en el periodo de entreguerras (el tiempo entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial). En el origen y ascenso, fáctico, del nazifascismo totalitario, la idea hizo posible conjugarse con la realidad, ambas deformadas. Y tal fusión advirtió a la humanidad de lo peligroso que se tornaría vivir en el mundo, desconectado de toda virtud y de apego al respeto de la dignidad e integridad del ser humano. Desdichadamente, todo lo constructivo de la ética y los axiomas europeos hubieron de ser ignorados, a causa de la intolerancia, el fanatismo y el disparate del “supremacismo racial”, no subyacente, sino activo, en la mentalidad de la sociedad humana. EL PODER HEGEMÓNICO. De verdad, Adolfo Hitler (el nuevo el führer) asumió el poder absoluto en Alemania, disolvió todos las formaciones poĺíticas y los sindicatos, ilegalizó las huelgas. Su ilimitado dominio se vio apoyado en efectivos aparatos propagandísticos, a través de los cuales inculcaron en la población antivalores, asociados al racismo, estructurantes de una cuasi - religión, en función de la deseabilidad de dominar o esclavizar el mundo. Aquellos permearon en una población frustrada por los efectos de la guerra, la devastación de su país. En tal campaña ideológica "el joven" partido nacional socialista de Hitler, como partido único, hizo su trabajo a la perfección por conquistar el poder, incluso por la vía de los procesos electorales, tal que a partir de él, y su afinada organización y maquinaria de cuadros de activistas, a Hitler se le concedieron todos los poderes formales del Estado, igualmente respaldado por la Gestapo - policía política - y “el todopoderoso ejército”, que recobró su peso, agilidad destructoras durante el Tercer Reich (1933 - 1945), fundamentado en la ideología nacional socialista. La renovada Alemania se predispuso, progresivamente, a provocar la peor catástrofe humana, sin parangón en la historia universal. Había que encontrar cínica y obscena satisfacción en la venganza. El contexto global le había beneficiado a Hitler. Hemos reiterado en la nociva multiplicación del acuerdo de Versalles, por el cual se había llegado a tal extremo que los barcos alemanes terminaron siendo requisados en aguas internacionales por fuerzas británicas y francesas. Enseguida, el “crack” económico mundial de 1929, en lo cual Alemania salió mayormente lisiada, sobre todo, por los efectos negativos, e indemnizaciones y reparos de la Primera Guerra Mundial. A causa de las medidas abusivas y castrantes de las potencias enemigas, la economía alemana padecía de asfixia. El nacionalismo racista se exacerbó todavía más, el símbolo del Partido Nazi. Ya de por sí, desde siglos atrás la idea supremacista racial, aria blanca, poseyó arraigo en la identidad de la nación alemana. Lo abonó el antisemitismo (el odio y la extinción de los judíos), el cual obedeció al ascenso económico y financiero de la comunidad judía en la sociedad nacional. Según Hitler esa prosperidad aumentó, a costa de perjudicar los intereses de sus compatriotas. A pesar de haber aprobado el Pacto de no agresión (1939) con Josef Stalin, el mandatario comunista de la Unión Soviética (URSS), el anticomunismo de Hitler significó una de sus principales argumentos ideológicos. El führer visualizó a la revolución bolchevique en el enemigo temible, de naturaleza expansiva, así como su propio régimen totalitario. Lo demostró atacando posteriormente a los soviéticos, si bien estos perdieron poco más de 22 millones de sus connacionales, al final lo derrotaron, lo cual precipitó después la caída del Tercer Reich nazi. Por otro lado, en la Cuenca del Pacífico, la potencia del “Sol Naciente”, el Japón, palpó también las arbitrarias medidas imperialistas de las potencias tradicionales europeas, que le redujeron el potencial de su mercado interno y comercio exterior. Preparándose para lo peor en la creación de la alianza del “Eje”, en 1936 Alemania y Japón aprobaron acuerdos militares, así como pactos anticomunistas, a los cuales se sumó el régimen fascista de Italia, guiado por Benito Mussolini. Al mismo tiempo, la expotencia colonialista España tampoco pudo librarse de las ideas nazifascistas europeas; se impusieron en la Guerra Civil (1936 - 1939) de ese país, por lo que el general Francisco Franco salió victorioso, bajo el respaldo de los fascistas alemanes y de Mussolini. El führer (Hitler) se hizo prácticamente dueño de su país, eliminó a adversarios nazis suyos que le hacían sombra. No obstante, hizo repuntar los sectores de la economía, invirtió en infraestructura, redujo sustancialmente el desempleo. Como régimen totalitario, el Estado hitleriano centralizó la dirección de la economía nacional (típico en los Estados comunistas también). Hizo que en 1933 Alemania abandonara la Sociedad de las Naciones, por lo que impulsó enseguida las anexiones de Austria, Renania, Bohemia, Moravia, entre otras regiones. Por el comienzo de la predicción de la Segunda Guerra Mundial, invadió Polonia en 1939. Lo cual “devino en el trampolín para que el Reich alemán saltara a otras naciones de Europa Central, y casi toda Europa”. Se apoderó de Francia - su enemigo histórico -, del conjunto de naciones balcánicas, más el norte de África. Estos eventos hicieron posible la batalla de Inglaterra contra Alemania (1940), esto fue el inicio de la Segunda Guerra Mundial, en la cual Hitler tuvo como aliados a la Italia y el Japón fascistas, cuya fuerza aérea nipona bombardeó Pearl Harbour (1941), lo cual determinó la entrada de los Estados Unidos de América en la conflagración global, convencido que el nacional socialismo hitleriano, constituìa mayor amenaza y peligro que el comunismo soviético de Stalin. A raíz del fracaso contra el ataque a Rusia, las tropas hitlerianas comenzaron a ser objeto de reveses militares constantes, por lo que los países aliados Inglaterra, Francia, Rusia y los Estados Unidos de América consiguieron la capitulación nazi - alemana en 1945. LA POSGUERRA Y LA BIPOLARIDAD. Otra vez mediante los acuerdos de Yalta y Postdam el territorio alemán fue fragmentado, solo que en esta ocasión, los países aliados, vencedores del Tercer Reich, se asignaron cada uno, una porción del territorio imperial nazifascista. La capitulación llegó a ser la segunda demolición social y económica de Alemania, al quedar en ruinas después de la Segunda Guerra Mundial. Principalmente, las democracias occidentales reorganizaron la sociedad política y económica de la nación vencida, a través de la Carta de Francfort (1948). Ellas mismas constituyeron el Tribunal Internacional de Nuremberg, que juzgó entre 1945 y 1947 a los criminales de guerra nazis. Inglaterra, Francia y Estados Unidos de América, las potencias occidentales, reconstruyeron la nación alemana; habían instituido el gobierno común y la institucionalidad judicial; establecieron su moneda única (el marco), determinaron los principios y normativas de su sistema económico (de naturaleza capitalista), así también los de las fuerzas armadas. Eso sí, se previno el futuro empoderamiento de ese aparato destructor. Con todo, en la posguerra, y luego de ella, los estadounidenses al acercarse a la abatida Alemania, se convirtieron en su “indispensable aliado”. Los comunistas soviéticos, en cambio, ocuparon la capital Berlín, decidieron fundar ahí otra Alemania, esto fue, la República Democrática Alemana (RDA), o la Alemania Oriental, dependiente en términos ideológicos y económicos de la Unión Soviética (URSS). Con ello construyeron el muro de Berlín, el máximo símbolo de la Guerra Fría o de la bipolaridad, “punto neurálgico de las tensiones de posguerra entre los Estados Unidos de América y (la desaparecida) Unión Soviética”; en tanto que el despliegue de misiles nucleares en el continente europeo, sumó elementos a aquel enfrentamiento ideológico entre el capitalismo (liberal) y el comunismo marxista. La soberanía de ambas Alemanias fue reconocida en 1955 por sus ocupantes respectivos. Así, entonces, el totalitarismo comunista, guiado por el déspota Stalin, quedó implantado, con mano dura, tanto en la Alemania comunista como en la Europa Oriental y Central. Concluida la Segunda Guerra Mundial en 1945, la URSS no soltó, además, la porción central y oriental de Europa, invadida y tomada por los nazis; por el contrario, fundaron lo conocido como “la Cortina de Hierro”, la cual separaba a los dos mundos, sea el capitalismo y el comunismo. En Polonia y otras naciones centrales, orientales de Europa - Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría, Rumania, Yugoslavia, Albania, Ucrania, Lituania, etcétera - Rusia instaló una jefatura de “apparatchiks”, con tal de consolidar en ellas “su condición de satélites de Moscú”. No obstante, durante las décadas siguientes, Polonia se hizo notar por la introducción de ideas y políticas económicas pro-mercado capitalista, “que injertaron en el modelo promovido por la Unión Soviética”. Al tiempo que Hungría a mediados de la década de 1980 comenzó a liberar el tránsito a través de su frontera con Austria, tal que casi medio millón de alemanes de la empobrecida Alemania comunista, pudieron emigrar a la Alemania Occidental, al mundo libre, todo lo cual devino en la caída del bloque comunista a partir de 1989. REPUNTE ALEMÁN. Intentando a la vez deshacerse de su pasado imperial militar, colonialista, la República Federal Alemana, la capitalista pro - occidental, la ocupada tras su derrota militar, recobró su plena soberanía hasta 1955. Ingresó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Al convertirse en una de las economías capitalistas más desarrolladas contribuyó a fundar en 1951 la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), así también en 1957 la Comunidad Económica Europea (CEE), ambas precursoras de la actual Unión Europea (UE). Bajo el estadounidense “Plan Marshall”, resurgió el milagro económico alemán, intenso en una sociedad altamente industrializada y tecnológica, exportadora e importadora de bienes y servicios; impulsora de la energía nuclear para fines energéticos; receptora además de amplios flujos migratorios, provenientes de toda Europa, Turquía, África y del Medio Oriente, por lo cual le ha permitido compensar las pérdidas demográficas impuestas por toda clase de guerras, que la golpearon, fenómeno adjunto al envejecimiento que experimenta su población. Por eso, el objetivo del gobierno de Alemania de abrir las puertas a la migración, de manera ordenada, consiste en captar trabajadores que lleguen del exterior, con los que cubrir el millón y medio de puestos que permanecen vacantes, fundamentalmente ingenieros, expertos en informática y comunicaciones (la economía digitalizada), también personal menos cualificado para el sector servicios (Rosalía Sánchez,2017). Otra mejor demostración de los cambios demográficos (y a la vez éticos y multiculturales) en la sociedad alemana, incubados desde las inmigraciones, lo percibimos en la excelente selección de fútbol suya, la campeona mundial, en los mismos equipos de la propia liga nacional, todos ellos integrados por deportistas “nativistas, y descendientes de africanos, turcos y suramericanos, entre otros grupos étnicos. El Producto Interno Bruto (PIB) alemán creció hasta la década de 1970 a un ritmo anual del 7% (López Alonso, ídem). Al mismo tiempo, los alemanes occidentales construyeron una política de “construcción de confianza”, reconciliación y “distensión” con el bloque comunista, en lo cual estuvo extremadamente vivo el sentimiento de la reunificación alemana. A la vez de la justa distribución del producto nacional dentro de la Alemania Occidental, nació la escuela de la economía social de mercado, que a diferentes velocidades adoptaron sus dos denominaciones políticas, las más votadas, ya sean la socialdemocracia y la democracia cristiana. Al mismo tiempo, las enseñanzas de las políticas económicas, relacionadas con “la austeridad en el gasto público”, no pocas veces han sido aplicadas por el resto de las naciones europeas. LA RUTA DE LA REUNIFICACIÓN. Con la caída de la Unión Soviética, y del comunista Pacto de Varsovia (1989 - 1990), las dos Alemanias volvieron a reunificarse; en ello llegó a ser determinante “la visión veloz” del canciller Helmut Kohl (1982 - 1998), el brillante estadista, también impulsor vital de la Unión Europea (UE), ésta sustentada en el Tratado de Maastricht de 1993. Para Kohl, su pais, ya reunificado, en buena medida ante el respaldo del Presidente ruso Mijail Gorbachov, habría de integrarse a plenitud a una UE en paz, anclada a la civilización occidental y los lazos trasatlánticos (Christoph Bertram, 2017). El costo económico y financiero de la Alemania occidental de absorber una decaída Alemania comunista, desconocedora de las reglas de la economía de mercado y la productividad, la administración de los negocios privados, al principio fue lo suficientemente elevado, incidiendo esto en el incremento del desempleo (10,6%) en la Alemania Occidental y hasta el 16% en la Alemania excomunista, particularmente a finales de la década de 1990. Al mismo tiempo, la república reunificada “formalizó los aspectos que afectaron a su relación con el extranjero, principalmente en los acuerdos y negociaciones llevados a cabo con las cuatro potencias vencedoras, tras la Segunda Gran Guerra”. De esta manera, se dieron por finalizados los derechos y deberes poseídos por esas potencias con las dos antiguas Alemanias. Las tropas rusas abandonaron el territorio de la Alemania Oriental, a cambio de la ayuda económica, proporcionada por el gobierno alemán, para que los soldados rusos retornaran a su nación de origen. En esta tesitura de las sanas compensaciones, en 1998 el Deutsche Bank entregó a organizaciones judías el dinero obtenido por la venta de oro, que se sospechaba había sido robado a los judíos a causa de la persecución hitleriana (Instituto del Tercer Mundo, 2009). Igualmente, una fundación suiza resarció con dinero a gitanos residentes en Alemania, quienes sobrevivieron al holocausto nazi. POLÍTICA DOMÉSTICA. A Alemania hay que valorarla como potencia económica a nivel global, la primera de Europa, quien continúa desempeñando, así lo manifestamos al inicio, un rol de singular relevancia en este siglo. Al superar la partición, producto de su derrota militar y posterior capitulación, así también las secuelas de la Guerra Fría, paulatinamente la nación alemana llega a transformarse en economía superavitaria (8% del PIB). Es decir, hoy exporta más de lo que importa (Thelmo Vargas, 2017). De manera exitosa elaboró una estrategia de empleo de los medios económicos, lo cual le ha facilitado poseer fines económicos en la comunidad europea, y en la eurozona, en donde ejerce reconocida influencia en su estructura burocrática, incluso en medio de la crisis del euro del 2010. En la actualidad el gobierno de la canciller Ángela Merkel se desempeña con un superávit fiscal del 0,5%, en razón de los incrementos de la productividad y en la inversión pública; el desempleo en la nación germana registra “un envidiable 3,9% de la población económicamente activa”. La canciller alemana, que se presenta en setiembre de este año a la que sería su cuarta legislatura, "ha sacado pecho" por los desarrollos económicos y sociales de Alemania, en particular los millones de empleos. Para esta inteligente mujer , “el empleo es la clave de todo", aparejado de una robusta política social, beneficiadora de manera especial de la juventud y la niñez. La cual correlaciona con mayor innovación científica y tecnológica, inversión en infraestructuras y en seguridad, al mismo tiempo que reduce impuestos (Rosalía Sánchez, idem). Su candidatura casi se tambaleó. Los aliados suyos en el proceso electoral en curso renegaron de la situación de 2015, en la que casi un millón de refugiados (del Medio Oriente y África) llegó a Alemania; un tanto lograron debilitar las probabilidades de triunfo de Merkel, quien debió comprometerse a contenerla, por cuanto los partidos opositores se aprovechan del malestar persistente de los ciudadanos, a causa de la permisividad de la mandataria. EL ENTORNO INTERNACIONAL. En este orden, la canciller Angela Merkel plantea que la propia Europa tome su destino en "sus mismas manos", esto a raíz del giro adoptado por los Estados Unidos de América con Donald Trump a la cabeza, en cuanto a trastocar las relaciones con el viejo continente, incluida la exigencia de aportar mayores contribuciones presupuestarias a la OTAN. Según la canciller, Washington ha dejado de ser confiable. Eso sí, bajo el timón de Merkel, Alemania ha conseguido negociar las complicaciones internacionales en pie de igualdad con el gobierno estadounidense, así también con los de Rusia, China y Turquía. El prudente y correcto curso de la reunificación del territorio alemán, generador de confianza, el cual corre parejo a la fortaleza económica, llega a ser de las mejores credenciales, especialmente porque se desarraigó de la antigua y traumática idea de llevar adelante la restauración de su antiguo poder militar. Tengamos presente que sobre ese supuesto, los franceses señalaron rasgos de inseguridad e incertidumbre, cuando en la década de 1990 arribó en la agenda europea el asunto de la reunificación alemana. París la obstaculizó. La realidad de nuestros tiempos ha puesto de manifiesto que dicha reunificación ha sido protagonista del fomento de vínculos bilaterales y multilaterales, sustentados en la contextura de "liderazgo servicial" , solidario, y diplomacia conciliadora (Mark Leonard, 2018) en los más diversos ámbitos de la cooperación. Así por ejemplo, la Alemania de Merkel apenas gasta un inocuo 1,2% del PIB en defensa; su gobierno se ha supeditado únicamente a trabajar en misiones de paz internacionales, auspiciadas por las Naciones Unidas. Las sospechas de Francia frente a la reunificación alemana más bien tienden a evolucionar a otros niveles de cooperación al visualizarse “la ascendiente relación francoalemana”, tal que funcione para poder crear una Unión Europea y eurozona ampliamente sólidas y efectivas, favorecedora de la libre circulación de bienes, servicios, capitales y trabajadores: las “cuatro libertades” de la UE (Ana Palacio, 2017). La recién creada sociedad (“Mercron”) entre el banquero y joven Presidente de Francia, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Ángela Merkel, tiene a los funcionarios europeos entusiasmados, hablando acerca de reinventar la eurozona, al igual que crear una unión paneuropea para la seguridad, que permita hacer frente al terrorismo y fortalecer los controles fronterizos (Leonard, idem). La diversificación de las alianzas globales, forma parte del enfoque vital alemán en sus interacciones con la comunidad internacional (Leonard, ídem). Línea rectora que viene marcando la pauta al tejerse alianzas en las materias de la defensa y la seguridad globales, siempre y cuando caminen al lado del derecho internacional; al igual que en el tipo de sociedades en lo tocante a las cuestiones del cambio climático, las negociaciones comerciales, la cooperación al desarrollo, y lo atinente a la atención de los flujos migratorios y refugiados. En cuanto a los derechos humanos en lo que se reconoce plenamente, la Alemania, que en épocas del Tercer Reich perseguía y asesinaba a los homosexuales, nos acaba de dar una lección de evolución al aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo (Giancarlo Casasola Chaves, 2017). La vocación por el derecho internacional manifiesta en el país reunificado, se ha hecho sentir frente a la invasión rusa a Crimea y Ucrania. Fue el Berlín contemporáneo quien formuló las sanciones contra el agresor moscovita, así también recela abiertamente, en cuanto a la oscura conexión, o el escalamiento de los dudosos lazos de Donald Trump con Vladimir Putin, el dueño del Kremlin. En las rutas de la gobernabilidad democrática, y el apego al derecho internacional, Alemania acaba de reprender a Turquía por el rumbo autoritario y de menosprecio de los derechos humanos, demostrados por el presidente Recep Tayyip Erdogan; al extremo que la canciller Merkel ha recomendado a sus connacionales evitar hacer turismo en la nación turca, la cual capta por arriba de los $15.000 millones del turismo, proveniente de la gente de la gran potencia europea. Esas inquietudes frente al gobierno turco, derivó también en el llamamiento de alerta para que las empresas alemanas, mediten bastante bien, antes de invertir en un país (ya no tan secular), cuyas autoridades parecen cada vez menos comprometidas con el Estado de derecho y la buena gobernabilidad (Leonard). Lo que quiere decir, que para la nación alemana se convierte en ficción, el que Turquía pueda ingresar en algún momento a la Unión Europea. ALIANZAS ALTERNATIVAS. América Latina debe proseguir en ampliar las miras respecto a los nexos la nación alemana, sobre la base del reto de reconstruir una relación profunda, fecunda y constante, habida cuenta del deterioro de las alianzas globales. “Las democracias cuasi perfectas”, tanto de Alemania como Canadá han concluido que Estados Unidos de América de Trump es poco confiable, y, como lo acaba de argumentar la canciller Ángela Merkel, ha llegado el momento en que Europa “tome su propio destino en nuestras propias manos”. Ciertamente, la economía estadounidense crece a ritmos aceptables, los cimientos democráticos de su sociedad política y civil continúan siendo demasiados firmes (Carlos A. Montaner, 2017). Pero, es un hecho cierto que la proyección internacional del coloso trasatlántico disminuye, por el acelerado deterioro y desconfianza generado por Donald Trump, empeñado en desvirtuar la normativa internacional de la Organización de las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio (OMC), entre otras organizaciones multilaterales. Salta a la vista que el Reino Unido (RU) se comporta en contraparte hostil de la Unión Europea (Leonard; Palacio, 2017), habiéndose dado el primer paso en este objetivo, al pronunciarse su gente a favor de la salida del bloque comunitario (Brexit), mediante el referéndum de junio del 2016. En una calamidad se han vuelto las negociaciones acerca de los futuros vínculos del Reino Unido con la Unión Europea, en particular, para diseñar un marco para la nueva relación cuando el RU deje la Unión Europea. Tampoco queda esclarecida la dirección de Francia, pareciera difusa. El timón de ese país está en manos del banquero Emmanuel Macron, carente de habilidades y arrestos en las trincheras políticas (Robert Harvez, 2017). Apenas es conocedor de los medios de comunicación; y hasta ahora sus destrezas descansan en la retórica centrista. Insuficiente, en este caso de Francia, envuelta en el fenómeno de la “Eurabia”, sacudida por ultranacionalistas neofascistas, así también por terroristas musulmanes. Merkel y su pueblo son quienes entonces mejor representan y extienden los fundamentales de nuestra civilización occidental. La democrática y transparente visión global suyas alrededor de la defensa, la seguridad, las relaciones económicas y comerciales, la protección del ambiente, los derechos humanos, entre otros postulados, elevan a Alemania al nivel del socio solidario, en pos de readaptar la estructura de la cooperación y la asistencia multilateral, en la cual la región latinoamericana habrá de participar en condición de mutua igualdad soberana. ÚLTIMA REFLEXIÓN. “Piensa y luego produce”: es a nuestro criterio la lección de cultura y acción cívica de la Alemania del Siglo XXl. Lo que resulta asumir una posición de cambio axiológico (valores éticos y morales). Ese pensar inteligente y responsable de auto-reconstruirse como nación; rectificando aquel “ethos” del pasado. Es decir, aquel conjunto de rasgos y modos de psicosociales, los cuales conformaron el carácter de una personalidad nacional (la alemana), que se abocó a la búsqueda enajenante del poder supremacista. Errónea decisión colectiva, sobre lo cual ha habido en el presente “ontológica culpabilidad” colectiva, de acuerdo con la interpretación del prestigioso filósofo Bernard-Henri Lévy, quien va más allá en su pensamiento, al aseverar “que si el alemán es la lengua del nazismo, también lo es del antinazismo”. Y de hecho, el notable pueblo alemán “no quiere saber nunca más” de aquel apocalipsis nazifascista. Amén. Ronald Obaldía González (Opinión personal)