martes, 31 de mayo de 2016

USO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN PARA FOMENTAR LA CULTURA.

USO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN PARA FOMENTAR LA CULTURA. A mediados de la década de 1970 en Costa Rica salió a relucir el proyecto de ley del gobierno de ese entonces que, en resumidas cuentas, se dirigía a regular (apenas inocuamente) los medios de comunicación, que supuestamente pertenecen al sector privado. Se proponía, como mínimo, que en estos potentes aparatos, se diera cita el espíritu creativo, expresado en la cultura, el arte y el debate pluralista para la formación de los ciudadanos. Carmen Naranjo Coto (qdep), mentora de aquel plan, hizo valer su posición de Ministra de Juventud, Cultura y Deportes. La fuerte resistencia de los propietarios, además de dar al traste con el novedoso plan, al cabo precipitó la salida del Gabinete de la brillante y la elegante Ministra, afamada escritora y antes Embajadora en Israel. Los tiempos estaban lejos de ser propicios a las innovadoras ideas culturales de la Ministra Naranjo. El anticomunismo, con sus diferentes facetas, corría por toda el subcontinente latinoamericano. La región había entrado en la etapa superior del predominio de los gobiernos militares, imbuidos en la doctrina de la seguridad nacional para enfrentar por doquier la guerrilla marxista - guevarista. En el caso particular de Centroamérica, había serios indicios de sumergirse en la vorágine insurreccional, lo cual suponía la revolución armada contra el “estatu quo”, basado en estructuras sociales desigualitarias y generadoras de marginación. Por su parte, la socialdemocracia criolla se hallaba en su máxima expresión. Los puntos de vista que contrariaron sus tendencias, favorecedoras del Estado intervencionista - el esquema de economía mixta con el cual comulgó - , implicaba reformas al régimen de propiedad privada; despertaron recelos o sospechas en los sectores del empresariado y de los intelectuales liberales, puestos en estado de alerta frente al desencadenamiento de las contradicciones políticas en la región. El polvorín hubo de estallar una vez que el gobierno había apostado por una regulación (comedida) de la radio y la televisión, el cual equivocadamente lo señalaban como engendro del socialismo totalitario. Desafortunadamente, las críticas se centraron en las consideraciones ideológicas, por lo que se dejó de lado la discusión acerca de la calidad del contenido formativo, y el fondo de la programación de los medios de difusión se dejó a un lado. Al final, el Gobierno perdió energías en la defensa del proyecto de ley, a pesar de haber insistido en los señalamientos alrededor de la falta de riqueza educativa y cultural de las programaciones de radio y televisión, cuya tendencia, según los gestores de la ley, era la exhibición del “consumismo materialista, el cual dañaba “la débil economía”. Asimismo, se habían convertido en escuelas “del crimen organizado, el robo, el asalto, el secuestro y la apología de la guerra” y hasta para la desvalorización de la mujer (Mauricio Meléndez Obando, sf). Lo cual arrastraba graves consecuencias a nuestros pueblos, según lo advertía Carmen Naranjo. “Menos aún estaban interesados en difundir las creaciones y producciones científicas de las universidades y de las organizaciones civiles”. La Ministra definió constantemente la cultura como todo aquello que “se sedimenta en el patrimonio de un pueblo para convertirse en medio de comunicación social, de tradición comunitaria, de identificación nacional, de creencia general y de expresión artística”. Una definición que abarca factores tan sustantivos para todo pueblo, a saber el lenguaje, las costumbres, las características residuales que identifican en alguna forma, la fe básica que trasciende la realidad en que se desenvuelve, y la riqueza creativa que aumenta su patrimonio y la acción cívica. Ella estaba bastante consciente que los intereses comerciales de los propietarios de los medios de información colectiva (inculcadores de pensamiento, comportamientos o estilos de vida) hacían prescindible esa misión plena a favor del reconocimiento y la producción cultural. Pero, tal concepción tampoco podía estar ausente de su responsabilidad social, como instrumentos tecnológicos al servicio de la formación cívica y la dignificación ciudadana. La contextura de la política cultural de su Ministerio, bastante inspirado en la fructífera experiencia diplomática de la señora Naranjo en el Estado de Israel, inobjetablemente, partía (o parte) de los postulados de libertad y pluralismo de la propia civilización occidental, puesto que ni el marxismo o cualquier dogmatismo y extremismo político o religioso, dada su composición totalitaria, pueden adoptar o capitalizar. Desafortunadamente, las tesis de la Ministra de Cultura fueron incomprendidas, hasta los argumentos “macartistas” salieron a la superficie en la activa polémica de aquella vez. Aunque no poco se logró recuperar de lo controvertido. Inmediatamente después, el proyecto de ley de nuestra Ministra se transformó en el Sistema Nacional de Radio y Televisión, que al igual que la televisión de la Universidad de Costa Rica, cuyas funciones todavía compiten con los medios privados por alcanzar las ideas y objetivos originales y fundamentales, enfrentan la desventaja de los insuficientes recursos económicos, de los cuales han sido dotados, lo cual echa a perder los intentos en darle mayor cobertura a sus programaciones cotidianas, principalmente sus inteligentes noticieros, distinguidos por el análisis y los paneles. Al mismo tiempo, tampoco fue en vano la exposición crítica alrededor del rol de los medios de comunicación para con la cultura y la educación cívica, una crítica hasta cierto punto infértil, por cuanto todavía persiste lo reclamado en aquel entonces. Con lo dicho, distinta suerte ha corrido la ciudadanía. Durante los últimos años han proliferado de manera incontenible las producciones enlatadas, en su mayoría, cargadas de violencia, perversión y estulticia. Las que deforman y atontan, tienen el poder de diezmar la salud mental de las personas y quizás sugestionarlas con mundos irreales. En este ritmo, resultan patéticos los noticieros transmitidos por la televisión, centrados en difundir diariamente la opacidad, los hechos delictivos y sangrientos, tipo “zona roja” y sensacionalistas, así como los escándalos llenos de morbosidad, retratando una realidad como si únicamente fuera dominada por la tragedia, el drama y la maldad; y como si los antivalores, la vida fácil y antojadiza poseen la fuerza demostrativa de superponerse sobre la belleza, la solidaridad, la fraternidad y la generosidad humanas. Nuestro desconocimiento del derecho nos obliga a preguntarnos si, en efecto, son “bienes demaniales” o bienes de dominio público las frecuencias de radio y televisión, que, a causa del volumen limitado de ellas, pueden acarrear serias restricciones para que sean un bien privado y mercantil a favor de pocas personas físicas o jurídicas. Lo cual, paradójicamente, llega a reducir la competencia, porque se limita a la vez el número de propietarios de medios de comunicación, pues otros podrían ofrecernos algo de mejor calidad. De ser negativo nuestro cuestionamiento, entonces sería cierto que el Estado se ve completamente inhibido de ejercer un mínimo de control sobre dichas empresas, tal como lo había propuesto aquella notable Ministra en su tiempo. Mientras tanto los invito a sintonizar verdaderas industrias culturales, entre ellos, el Canal 13, el Canal de la Universidad de Costa Rica y la Radio Nacional: una manera de rendir homenaje a nuestra Carmen Naranjo. Ronald Obaldía González (Opinión personal).

sábado, 14 de mayo de 2016

TURISMO PARA UN MUNDO SIN FRONTERAS.

TURISMO PARA UN MUNDO SIN FRONTERAS. El turismo camina más lejos que una mera actividad comercial. Múltiples propiedades acarrea consigo. En él hallamos ciencia, psicología y comunicación social, relaciones internacionales, el creativo encuentro de culturas y, por supuesto, representa un sector económico suficientemente rentable y acelerador de casi todo un sistema económico nacional. Cuando las personas deciden viajar al extranjero, o al interior de su propio país, el semblante y las emociones positivas comienzan apoderarse de su espíritu y lo transforman a la vez. Esto es porque el turismo origina paz, felicidad, incógnitas también. Mediante él hacemos imprescindible nuestro reto de encontrarnos con lo ajeno, con lo que es diferente, a modificar por unos instantes nuestra cotidianidad y convencionalismos, al contrastarlos con los hechos descubiertos, que con frecuencia impresionan. Dependiendo de las circunstancias del sitio geográfico visitado, éste podrá darnos a conocer las raíces de nuestro pasado civilizatorio o historia nacional y personal; ya sea la evolución de nuestro presente (nada estático), que puede justificarnos o quitarnos el sueño; o bien, las realizaciones o expectativas creadas que al fin y al cabo habrán de determinar el futuro, lo que en nuestros tiempos pareciera que sí existe, dada la velocidad del conocimiento, que tiende a controlar lo azaroso, predice comportamientos y eventos, que pronostica el destino de las sociedades, sobre todo las que arrastran conflicto, y hasta los fenómenos naturales, al informarnos de las causas y efectos, relacionadas con el cambio climático. Gente de todos los confines del planeta convergen adondequiera, a través de la práctica del turismo, primordialmente en aquellos lugares que poseen un elevado atractivo y misterio, ya sean los que dan testimonio histórico, cultural y artístico, los de interés científico, asimismo, en los destinos para la recreación y el entretenimiento. E, incluso, en los que sus particularidades de ser sociedades abiertas y libres reúnen las condiciones apropiadas para celebrar congresos políticos y académicos de cualquier índole, sin discriminaciones. Un atributo del sistema político costarricense, sobre el cual exhibe indiscutibles ventajas, para obtener réditos, frente a cualquier nación. Sabemos que, ciertamente, una buena mayoría adolece de restricciones a la libertad de expresión y de prejuicios alrededor del debate amplio. Rara vez se registra en un ambiente cosmopolita un incidente político, religioso y étnico; nos atrevemos a pensar que entre quienes se califican como enemigos, al menos por una porción breve de tiempo marginan sus frustraciones e instintos violentos y destructivos; podría ser que allí afloren sentimientos benignos, quizás por el estímulo psicológico, que todos experimentan cuando hacen turismo, gracias a la renovación química de sus respectivos cerebros en ese instante de contactarse con otra realidad. Resultan gratificantes los esfuerzos hechos entre foráneos, así como de estos con los nativos de tal hogar de la Tierra en lograr entenderse y comunicarse (hasta unir sus vidas), a pesar de la barrera del idioma, hábitos y costumbres, entre otros distintivos, lo cual deja de ser un obstáculo, casi siempre, puesto que el ser humano es una obra de arte, por lo que es tan capaz de salir de apuros. A la vez, personas provenientes de regiones disímiles se protegen en las aventuras, hacen negocios y comercio, se reconocen y valoran mutuamente como habitantes de “una aldea global” - incorrectamente dividida en Estados Nacionales - , donde se tienen los mismos derechos para realizarse como persona humana, hecha para amar y convivir solidariamente. He aquí para que “un club de amigos” como la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se decida a repensar en las virtudes (pacífistas) del turismo, que consiga democratizarlo, abaratando sus costos, con tal de que la humanidad entera tenga acceso a una actividad que nos permite reencontrarnos con nuestro Ser Supremo. Ronald Obaldía González (Opinión personal)