TURQUÍA, A LARGA DISTANCIA DE LA PRIMAVERA.
El territorio que abriga
desde 1923 a la República de Turquía, denominado Anatolia por los antiguos
pobladores, dio cabida a numerosos pueblos desde el milenio X antes de Cristo.
Entre el V y el ll milenio invasores indoeuropeos, cautivados por los recursos
minerales, lo dominaron, entre los que destacaron los aqueos,
provenientes de la actual Grecia.
En adelante y en el mismo
orden, los Hititas (indoeuropeos también), los arameos – semitas, los armenios,
las tribus balcánicas y los persas se apoderaron de la Anatolia, ciclos
de dominación que frenó el Imperio Romano (Siglo lll a.C) al desplazar a los
persas.
Entre otros eventos, los
romanos tuvieron la particularidad de reconstruir la antigua ciudad de Bizancio
(hoy Estambul) en su capital de Oriente. Luego fue denominada Constantinopla,
nombre conservado en la era de la dominación de las tribus “turco –
mongolas oguz”, iniciada en el Siglo Xl, al mismo tiempo que el cristianismo
ejerció allí (en Constantinopla) enorme influencia.
Una influencia, cuya reducción
comenzó con la islamización de los Siglos X y Xl, alentada por los persas, pero
fuertemente replicada por las tribus turco mongol, exitosas en el proyecto de
fundar a finales del Siglo Xlll el Imperio Otomano en Anatolia, con amplia
expansión a Asia, el Mediterráneo,
los Balcanes europeos y el África. Dicho Imperio, aunque islamizado, tuvo
la virtud de apartarse del fanatismo religioso, al cabo de ser condescendiente
con la minoría judía, radicada en el Medio Oriente.
Transformado en califato
islámico, los otomanos (o turcos) principiaron el ciclo de florecimiento,
arrancando el Siglo XV, se apoderaron de Constantinopla, extendieron su
poder en Mesopotamia, alcanzaron el Magreb africano, incluso sitiaron Hungría,
Viena, los Balcanes, Ucrania, que debieron ceder después a Austria
y Polonia.
El poderío de los imperios de
Europa tras el descubrimiento de América (Siglo XV), seguido del aumento
vertiginoso en la comercialización de metales preciosos, puso en desventaja a
los otomanos, al cabo que debieron enfrentar sucesivas derrotas militares de
parte de los rusos, lo cual le implicó la pérdida de valiosos territorios,
ubicados al norte del mar Negro.
Las rebeliones de los pueblos cristianos,
principalmente los del Asia Menor, cuyo respaldo provenía de la Gran Bretaña
(el acreedor financiero turco) y la Rusia zarista; la independencia
de Grecia(1831 - 1832); así como las reivindicaciones de independencia de
los pueblos árabes, colocó a los otomanos en situación de alta fragilidad. Por
todo ello, después del Siglo XlX, la entrega de su carta de
defunción era cuestión de pocos años, apenas pudieran los británicos
neutralizar (infructuosamente) las ambiciones rusas sobre las naciones
cristianas, emancipadas del poder Otomano.
En efecto, el golpe final tuvo
su origen en la decisión turca de aliarse a Alemania y al Imperio Austro –
Húngaro en la Primera Guerra Mundial. Con la derrota de sus aliados se
intensificaron las humillaciones y el velado despojo de sus dependencias
asiáticas, pasadas a manos de ingleses y franceses, entre otros imperios
europeos. De ahí en adelante se acumularon las pérdidas territoriales en
África y lo retenido marginalmente en los Balcanes.
Concluida la Primera Guerra
Mundial solo quedaban residuos del Antiguo Imperio Turco – Otomano. El propio
Tratado de Sevres (1920) llegó a ser esa carta de defunción, la cual dictó
indemnizaciones de guerra, más despojos de tierras - los estrechos de Bósforo y
Dardanelos fueron declarados aguas internacionales - , reaparecieron nuevos
privilegios para comerciantes extranjeros.
Hubo facturas costosísimas cobradas a los turcos, tipificadas en el
Tratado, entre otras, la pérdida de Armenia y la repartición del
Kurdistán – rica en yacimientos de petróleo - entre Turquía, Irán, Siria
e Irak. Las consecuencias de su alianza
con Alemania y los austro - húngaros las previó en la Segunda Guerra Mundial al
declararse neutral. Casi extinto como
imperio, accedió a la instalación de bases militares estadounidenses, aunado al
ingreso de la OTAN, para disuadir principalmente los apetitos soviéticos por extenderse en el
Asia Menor.
Frente a tales imposiciones de Occidente, las amenazas de Grecia
y la Rusia zarista, hace su aparición la figura autoritaria de Mustafá Kemal
Atatürk, el fundador de la actual República Turca en 1923, quien apenas pudo
fijar las nuevas fronteras turcas y enfrentar las aspiraciones de autonomía de
la región del Kurdistán, todavía una gran piedra en el zapato turco.
Atatürk, “el padre de los turcos” se opuso férreamente al
Tratado de Sevres, rompió con la tradición del Imperio Otomano. Construyó un Estado secular, su obra política
mayúscula. Abolió el califato, redactando una Constitución Política laica, al
recoger con ello los ideales del movimiento de los jóvenes universitarios y
militares (1908) que proclamaron la democratización pro – occidental de la sociedad y el desarrollo de la economía,
a través de la modernización de la industria y la agricultura. Proyecto que trastabilló por el Estado
centralizado y autoritario, por el cual se decidió imponer el propio Atatürk.
Persistieron las complicaciones del pueblo kurdo, quien hacía más
ácida la disputa en la región de Kurdistán; desafió “el poder duro” del
nuevo líder turco, al contar con organizaciones guerrilleras que continúan
todavía proclamando la independencia de ese territorio, el cual les pertenece,
según ellos.
Las comprobaciones de
violaciones a los derechos humanos de parte de Turquía contra los kurdos, así
también las acciones terroristas de estos últimos - así calificadas por Estados Unidos de América
y la Unión Europea - encendieron el
territorio de Kurdistán en Anatolia,
haciendo inútil cualquier solución a la tesis de avanzar en la independencia de
las tierras kurdas.
Tras la muerte de Atatürk hubo
un largo periodo de altibajos en lo que respecta a la instauración de la
democracia liberal en Turquía, repitiéndose los golpes militares, así como la confusión e
inestabilidad. Además de la cuestión kurda, se puso al descubierto la fuerza y
la represión contra los sectores
socialistas y comunistas y los ultraderechistas nacionalistas, así como las contradicciones entre estos últimos;
unidas a las diferencias entre las organizaciones laicas herederas de la visión
de Atatürk y las corrientes musulmanas, siempre vigentes en Anatolia desde la
islamización.
Detrás del telón, por un lugar han empujado los débiles y
acallados sectores reformistas de la
clase media y académica, difusores de la cultura Occidental y promotores
de la incorporación de Turquía a la Unión Europea, opción mirada de reojo por
los islamitas.
Dicha tesis integracionista es acuerpada, como sea, por el
gobierno otomano, pero frenada por Alemania y Francia, quisquillosos del
islamismo y los rasgos autoritarios de la sociedad política turca, responsables
de la pésima trayectoria en materia de derechos humanos, fuera por la persecución contra
las minorías étnicas – en cuenta el genocidio armenio en 1915 - , sumada a la
invasión de la parte norte de Chipre (1973), rechazada por Grecia y el bloque comunitario
europeo.
Sin embargo, las Fuerzas Armadas, defensoras del Estado
secular, en la falta de identidad, unidad, desarrollo humano desigual y la ausencia de cohesión social, consiguieron neutralizar la influencia de los
musulmanes y apagar la enemistad contra la nación judía.
Lo apuntado fue posible hasta
llegar a la etapa de los sucesivos gobiernos del Primer Ministro, Recep Tayyip Erdogan, quien ha hecho esfuerzos
por disimular sus anhelos de implantar la Sharia y la enseñanza del Islam en
las escuelas, engañando a los Estados Unidos de América y la Unión Europea, aliados
contemporáneos de la Turquía secular.
El gobernante islámico se presenta a la vez como
un adversario del Estado de Israel, a fin de atraer la simpatía de los árabes
palestinos y radicales musulmanes, parte del afán de recobrar el dominio y las
glorias pasadas del Imperio Otomano en las regiones árabes; oportunidad llegada
al respaldar hoy a los rebeldes sunitas a más de dos años de la sangrienta guerra de Siria.
En las posturas dictatoriales, y pisoteando la libertad de
expresión, ha residido también el poder del Primer Ministro Erdogan durante estos últimos 11 años, en
contraste con el repunte y el dinamismo de la economía nacional.
Hace aproximadamente tres
semanas la clase media y la academia, más la izquierda y la derecha, preocupadas por la vía musulmana y autoritaria
del gobierno de Erdogan, iniciaron crecientes manifestaciones de protesta,
reprimidas por la policía, que junto con el Ejército se plegaron a la orientación
política y religiosa del Primer Ministro.
El epicentro de las protestas lo representa ligeramente la demolición
de un parque en el centro de la ciudad de Taksim, el cual dará campo a la
construcción de una mezquita y un centro comercial.
Los manifestantes insisten en que “las cuestiones de fondo son
otras” y critican duramente “la deriva autoritaria", de corte musulmán del Gobierno y, en especial, del primer ministro,
Recep Tayyip Erdogan.
"Esto va mucho más allá de los árboles del parque”. Erdogan
buscará cambiar el Estado secular,
seguro que para ello cuenta con credenciales: el respaldo de una gruesa mayoría del pueblo - casi
total en las zonas rurales - volcado a
las fórmulas islámicas del mandatario, tímidamente escondidas durante el Imperio Otomano, así como la bonanza económica, registrada por el país
en la primera década del Siglo XXl.
A decir verdad, la Unión Europa da seguimiento puntual a las
tensiones sociales turcas, cuyo resultado “previsible” a favor del gobierno,
supondrá un salto a la antesala inmediata del régimen de Estado nacional, inspirado
en el Corán. En mala hora para el Medio Oriente, saturado de oscurantismo y
opresión.
Ronald Obaldía González (Opinión
personal).