LA DESGLOBALIZACIÓN.
La tendencia de “la desglobalización” (Mark Leonar,2013) ha llegado a convertirse en cuestión crítica para “los profetas” de hace veinte años que estaban plenamente convencidos de la total e irreversible integración política, económica y cultural de la sociedad global. El fenómeno lo equiparaban hasta con la “ley de la gravedad”.
Ahora estamos presenciando que lo predicado era una “ilusión óptica”, sobre todo, al constatar la aguda inestabilidad económica y financiera de la Unión Europea (UE), cuyo desorden y descontrol, el desprestigio de las élites políticas y las operaciones suicidas de los banqueros (Niall Feguson), vinieron a socavar los fundamentos mismos del sistema capitalista clásico.
Disculpen la digresión. Quizás sería inconveniente calificar de ciencia ficción lo previsto por los apologistas de la globalización tras la caída del Muro de Berlín, por cuanto nunca se imaginaron el poder de las redes sociales, a través de la invención de la Internet y el facebook, entre otras herramientas, las cuales son portadoras de una ética y normativa, sustentada en el “espíritu crítico”. Un renovado comportamiento, diametralmente opuesto a la ideología del mercado capitalista a ultranza, cuya voracidad y codicia, como lo demuestra la crisis financiera actual, presupuestó en su hora la eliminación “del Estado regulador y fiscalista”.
En cambio, el despertar “crítico” de las redes sociales es una tipología de globalización que fertiliza el legado del principal rasgo distintivo de la cultura occidental, es decir, “el espíritu crítico”, humanista, que argumenta Mario Vargas Llosa, la única civilización (la occidental) “que a lo largo de su historia, ha permitido la convivencia en su seno”, tanto de la alta contradicción como el elevado consenso, “acaso de tantos detractores e impugnadores como valedores”, y entre aquellos, a buen número de sus pensadores y artistas más lúcidos y creativos.
Ahora sí, regreso al tema central. La relación (desigual) entre países centrales (fuertes) como Alemania y los de la periferia, entre ellos, España, Italia, Grecia, origina una especie de “disgregación”, en la que están primando las agendas domésticas o nacionales, todo lo cual amenaza la vigencia de la eurozona y el mercado único europeo (Mark Leonar).
El deterioro de la expansión del bloque comunitario fue “incontestado” recientemente por el primer ministro británico, David Cameron, tras su anuncio de que dejará que los británicos decidan en un referendo si quieren permanecer en la Unión Europea “o irse”; poco común es la satisfacción de España, Polonia y Grecia frente a la Alemania, convertida en el núcleo central de la UE, la que mejor provecho ha obtenido de la integración comunitaria, con rosto de globalización.
A pesar de que Estados Unidos de América continúa liderando el mundo, es bien notorio su reacción (desglobalizadora) de anteponer su centro de interés en la reconstrucción doméstica, ya sea arreglando el déficit fiscal, el acuerdo bipartidista de la deuda pública, así también el incremento de los empleos, con preferencia sobre las aventuras exteriores (Mark Leonar). Razón por la cual evita comprometerse a intervenir militarmente en Siria, en los conflictos africanos, o bien tomar partido en las diferencias por límites marítimos entre China Popular y el Japón. De ahí también el bajo perfil de Washington en sus movimientos de interpenetración con América Latina.
La China Popular, que continúa siendo de los motores vitales de la economía mundial, tampoco se escapa de “la desglobalización”. El avance de la significativa reforma económica de Deng Xiaoping suma, en los últimos años, riesgosos distractores o detonantes domésticos, que la pueden “disgregar” de la nueva e interdependiente “Asia (global) económica, científica, tecnológica, así como de la estabilidad y la seguridad”; en tanto que los dirigentes comunistas chinos, del estatus quo, sean incapaces de contener las exigencias internas de acelerar el tiempo del cambio en el débil sistema político, en especial el Estado totalitario. El cual está lejos de responder a las expectativas y a los tejidos de la poderosa sociedad civil, fuente de creciente tensión. Todo ello, atizado por la crónica desigualdad social, la oposición y el malestar de Hong Kong contra el gobierno local, representante de los intereses chinos, así también la amenaza de las redes sociales que presionan por el derecho a la libertad de expresión, además del cristianismo que gana terreno dentro de la población.
Por su parte, es de prever mayor “ensimismamiento e impermeabilidad” en el arcaico Oriente Próximo, este, enfermo a causa de dramáticas divisiones y conflictos militares, destinados a prolongarse, tales como el de Siria y las revueltas en Egipto, a punto de contagiar también las monarquías del Golfo, todas ellas satrapías árabes y musulmanas, que tanto fascinaron al segundo gobierno del Presidente Oscar Arias Sánchez, y principalmente a su Canciller Bruno Stagno.
A menos que los sectores liberales y demás sectores seculares - que los hay en el Medio Oriente - lleguen a ser efectivos a través de las redes sociales, tengan éxito en evitar que los yihadistas de la instauración de la sharía, se apoderen del despertar de la Primavera Árabe, tal vez se podría pensar en superar el legado oscurantista y siniestro (Mario Vargas Llosa) que también es parte componente de dicha civilización desglobalizada.
Hasta Costa Rica se “desglobalizó”, puesto que se percató rápidamente que la entrada y salida libre de capitales, que se distinguen por migrar de un país a otro en busca de superiores ganancias (los capitales golondrinas o especulativos), provoca daños irreversibles a las economías nacionales, así como lo acontecido en Asia Oriental en la década de 1990. Sin embargo, se globaliza en la otra forma positiva, al defender, en el ámbito internacional, la tesis que evita poner obstáculos a la información difundida por la vía del Internet. Si es así, sigamos globalizándonos.
Ronald Obaldía González (Opinión personal)