lunes, 22 de agosto de 2016

EL SECTARISMO “TRUMPONOMICS” EN LAS ELECCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA.

EL SECTARISMO “TRUMPONOMICS” EN LAS ELECCIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA. En el ínterin de las convenciones de los dos partidos mayoritarios estadounidenses, el Demócrata y el Republicano, ambos seleccionaron a sus candidatos presidenciales: Hillary Clinton en el primero y Donald Trump en el segundo. Se abre así, formalmente, la campaña presidencial de los Estados Unidos de América - la única superpotencia del planeta - hacia las elecciones de noviembre próximo. “La telerrealidad”, dotada de un enorme poder, hace mención de un magnate de bienes y raíces, al quien ya a los 13 años su escuela lo había echado por mala conducta; arrastra un historial bien documentado de bancarrotas, miles de pleitos, accionistas enfadados. Al final de cuentas llegó a convertirse en el candidato “más inesperado e indomable”, poniendo a su vez en entredicho la solidez ideológica del Gran Partido Viejo (GOP, siglas en inglés) con su “retórica discriminatoria” y agresiva. Sus detractores advierten que esta vez el candidato de los republicanos carece de las nociones básicas sobre temas clave de Europa, Oriente Próximo o Asia; significa que está escasamente preparado para hacer el trabajo, exigido en la Casa Blanca. De América Latina, apenas identifica a México, nación que comparte frontera al norte de su territorio con el estadounidense. Trump advierte que sobre la línea divisoria construirá un muro limítrofe, con tal de contener las desbandadas migratorias. Por eso, arremete contra la existencia en la tierra del sueño americano de los 11 millones de personas de la región, principalmente los mexicanos, indocumentados o residentes ilegales, deseoso de deportarlos. A quienes por demás, empleando el lenguaje nacionalista, xenofóbico y racista, responsabiliza del incremento de la criminalidad y la violencia del país; rechaza la movilidad y ascenso social latino, desplazador de la identidad y supremacía blanca anglosajona. Contrario a las políticas convencionales estadounidenses, relacionadas con la unión y la cooperación con la sociedad global, Trump promete en su campaña, entre otros detalles, cortar los impuestos - se retrata como el salvador de la clase obrera -; eliminar las excesivas regulaciones económicas y comerciales; liberar el sector energético; dejar en manos de sus aliados extranjeros el cubrir los costos de su propia seguridad estratégica; asi como apostar por el proteccionismo, a saber, rechazar los tratados de libre comercio, pues proclama que su país pierde numerosos empleos. Esto en referencia al firmado en 1993 con Canadá y México por el entonces presidente Bill Clinton, impulsados a la vez por los gobiernos republicanos, tal como el fallido Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), solo que torpedeado, aquella vez, por el bloque populista del ALBA de Hugo Chávez. Al mismo tiempo, el candidato republicano se opone al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), el cual reduciría aranceles entre la naciones ribereñas con el Océano Pacífico, incluidos Chile, México y Perú. A pesar de su fama y comportamiento teatral (“showman”), Trump no la tiene fácil en los comicios, casi ningún candidato la ha poseído. De cualquier modo, los demócratas han conquistado mayoría de votos populares en cinco de las seis últimas elecciones presidenciales. El sistema estadounidense del colegio electoral da aún más ventaja a Hillary Clinton. Para ganar, un candidato debe obtener 270 votos electorales. Los 18 Estados (más el Distrito de Columbia) en los que han vencido los demócratas en las últimas seis elecciones, darían a Clinton 242 votos. Los 13 Estados que ganaron los republicanos en esos mismos comicios suman 102 votos. En definitiva, a Clinton le basta con ganar dos o tres de los otros 19 Estados, entre ellos Ohio y Florida, para proclamar su victoria. Incluso, bastaría Florida, que tiene innumerables votos, para hacerla vencedora. Por su parte, esta vez más de 27 millones de hispanos, - representan el 12% del electorado total - se inclinan en su mayoría a votar a favor de los demócratas. Si la participación general de estadounidenses ronda el 50 %, como ha sido la tendencia, dicha minoría sería decisiva, más lo que pueden aportar otras, declaradas anti - Trump. No sobra señalar que las elecciones presidenciales en Estados Unidos de América está lejos de decidirlas un Estado, sino unas peculiaridades del sistema electoral que dan especial importancia a unos cuantos grupos demográficos en determinados Estados. Por su parte, el porcentaje de votantes blancos anglosajones está más próximo al 70% y, según las encuestas, la ventaja de Trump, entre los que tienen menos formación dentro del puñado de blancos le es insuficiente para compensar su desventaja entre los más educados y las otras minorías raciales (Ian Bremmer, 2016) que lo adversan, específicamente la comunidad afroamericana. Tan solo el 2% de ella lo favorece en los sondeos, al cabo que entró en estado de alerta frente al respaldo del nazista Ku Klux Klan a Trump y a su mensaje nacionalista, patriotero y racista; ambos comparten el lema: “América primero”, de acento nazifascista (Cristina Pereda, 2016). “El Trumponomics” resurgió así, con quien los rezagados y renegados de la globalización, así como “los nacionalistas y los supremacistas blancos” se sienten lo suficientemente cómodos” (Pereda, idem). La recuperación y el crecimiento económico, logrados por la Administración de Barack Obama, favorecen por sí solos a la candidata del Partido Demócrata, porque “el desempleo en Estados Unidos es actualmente de 4,9%; lo cual está muy por debajo del 10% de octubre de 2009, tras la gran recesión del 2008. Significan logros sustanciales de Barack Obama que hacen todavía más empinada la ruta de los republicanos hacia Washington, sean las acciones de reconocimiento popular, vinculadas con el aumento de los impuestos a las rentas altas, una regulación financiera más estricta; de más medidas contra el cambio climático; los programas de seguridad social como el Obamacare, el cual abrió el aseguramiento a casi toda la población (Paul Krugman, 2016). Así también, a diferencia de “los halcones republicanos”, antes involucrados directa y precipitadamente en los conflictos regionales, Obama puso en práctica la mesurada confrontación contra las amenazas externas a la seguridad nacional, a sabiendas que el terrorismo islámico continuará golpeando a Europa y la misma nación estadounidense. En verdad, de las últimas salidas risibles y falaces, han sido las declaraciones del magnate, en cuanto a acusar a Obama y la señora Clinton - ex Secretaria de Estado - de haber fundado el Estado Islámico (EI) en el Medio Oriente, a causa de la orden gubernamental de retirar de manera parcial las tropas estadounidenses de Irak. Hillary Clinton procura reforzar el programa gubernamental como tal, a efecto de mitigar la desconfianza del público de conceder a los demócratas un tercer gobierno consecutivo. Y de continuarlo, podría evitar al máximo que el posible respaldo a ella de un sector interesante de conservadores republicanos, desertores de la campaña de Trump, implique concesiones (Krugman, idem) que lo vayan a desvirtuar. Es de suponer que haya habido pactos con su contrincante demócrata en las primarias, Bernie Sanders, a efecto de perfeccionar la agenda social, que la Administración Obama ha configurado (Valeria Luiselli, 2016) en sus dos administraciones. A propósito, hay que tener presentes las señas visibles de disidencia republicana en contra de su candidato; particularmente de la élite, “los pesos pesados” y de sus cabezas pensantes, objeto de ofensas a su vez, “quienes en condiciones normales”, hoy estarían apoyando a su candidato a preparar la transición a la presidencia y el programa de gobierno del GOP. El rotundo disgusto contra su líder lo pone al descubierto Meg Whitman, ejecutiva de Hewlett-Packard y recaudadora de fondos del Partido Republicano, quien dijo que votará por Hillary Clinton porque Trump es un demagogo.“La familia Bush ha tomado distancia”. “Su principal rival en las primarias, el ultraconservador religioso y senador por Texas, Ted Cruz, salió abucheado de la convención tras negarse a apoyarlo”. Es decir, el Partido Republicano registra división y ruptura. La principal interrogante consiste en poner en duda la sobrevivencia de esa denominación política, luego de una posible y pavorosa derrota. Igualmente, a Trump le ha dado la espalda el complejo de seguridad nacional, “el deep state o Estado profundo”, la red de expertos, altos funcionarios, grandes espías y políticos, que garantizan la continuidad de la política exterior y de defensa de la primera potencia mundial” (Eric Thayer, Reuters, 2016). Un exjefe de la CIA, dijo que las fuerzas armadas de Estados Unidos de América podrían desobedecer algunas órdenes de un presidente como Trump, como la de matar a familiares de sospechosos de terrorismo, como lo ha sugerido el candidato en campaña. Respecto a la seguridad estratégica, Trump ha alejado al Partido Republicano de la tradicional beligerancia frente a Rusia - adoptada también por Obama -. El magnate posee un largo historial de vínculos con ese país. Los intentos de Trump de hacer negocios con Moscú datan de la pasada década de 1980. Más recientes son las declaraciones de simpatía por el presidente Vladímir Putin. Ha abierto la puerta a reconocer, si llega a la presidencia, la anexión de Crimea a Moscú. El candidato amenaza con romper la OTAN. Elogia la firmeza de Putin. Manifestó que “Rusia tiene su propia estrategia de seguridad nacional, y debemos respetarlo” (Thayer; Vucci, idem), por lo que “si Rusia invadiera un país báltico miembro de la OTAN, Washington no se vería obligado a defenderlo”. Los demócratas aprovechan las limitaciones y torpezas del líder de la oposición, además de sus expresiones mesiánicas al proclamar, según él: ”yo puedo arreglarlo solo”. Lo cual origina temor, tal que la Casa Blanca, con Trump, entre en grave conflicto con institutos y mecanismos claves del sistema de pesos y contrapesos, “y de la rendición de cuentas como lo son los jueces y los medios de comunicación”. Clinton por su parte capitaliza la idea de ser ella “la única alternativa al riesgo que representa un errático, inexperto y peligroso Trump”. El mismo que, con un lenguaje violento, pide a los dueños de armas que frenen a su rival y candidata demócrata - recordemos que en los Estados Unidos de América circulan más de 300 millones de armas de fuego - ; también el que despotrica contra las elecciones, que según el magnate, podrían estar "amañadas", unas declaraciones sin precedentes en un candidato presidencial estadounidense” (Evan Vucci, 2016). Casi todos coinciden en que la irrupción de Trump responde al hecho de que no pocos estadounidenses “sienten tanta hostilidad hacia la globalización”; ésta desconectada de los intereses básicos de los ciudadanos, causante de desequilibrios sociales. El público estadounidense anhela reafirmar el control de sus fronteras y sus perspectivas laborales, como un número cada vez mayor de europeos y británicos (con el Brexit), así como lo reitera la derecha y la izquierda internacional. Sin embargo, el magnate tiende a ser “un mensajero imperfecto”. Sus enunciados aislacionistas y supremacía blanca: "volver a hacer grande a América", tensando las relaciones con la China Popular y la propia Europa, arrastró desde un inicio polarización (doméstica y exterior), inestabilidad e inseguridad globales; si bien " le ha permitido obtener la nominación del Partido Republicano” (Bremmer, ídem). En cuanto a Hillary Clinton, quien tiene a su favor el contar con el apoyo unánime del Partido Demócrata, resulta repugnante esa sensiblería de que el Partido Demócrata hace historia en los Estados Unidos de América al escoger a una mujer como su candidata oficial. Lo decía el Presidente Barack Obama, se tienen más ventajas el ser mujer en esta era. El evento, asociado a la señora Clinton, expresa la nueva era, cuando reafirmamos que el hombre y la mujer poseen la misma e indisoluble dignidad, e iguales derechos naturales y civiles. Lo demás es redundante, en este caso, el acariciar la indeseada distinción de género, se llega a restarle virtud a la política como comportamiento genuino del ser humano. El inminente triunfo de la señora Clinton, nos expone casos consumados de haber sido testigos del poder acumulado por las mujeres. Tendrían “las palancas del poder” en tres de los países relevantes del planeta: Alemania, Reino Unido y Estados Unidos. Décadas atrás otras valiosas mujeres, entre ellas, la británica Margaret Thatcher, la israelí Golda Meir, la india Indira Gandhi habían demostrado que la política, las relaciones internacionales, la economía, y la seguridad no era solo cosa de hombres. Fallamos parcialmente en nuestro ejercicio de “futurología política”, por cuanto habíamos argumentado acerca de las modestas posibilidades del locuaz magnate, en cuanto a erigirse en el favorecido de la convención del Partido Republicano. En alguna ocasión habíamos planteado que el fenómeno transitorio de Donald Trump en la política de los Estados Unidos de América podría ser de corta duración. Ciertamente, él traspasó la frontera de nuestros cálculos, ahora es el candidato oficial de los republicanos. No obstante, ahora sí estamos convencidos que llegará hasta ahí. Los sondeos lo ponen en picada. Sus excesos, odios contra los latinos y musulmanes, sus misóginas exclamaciones, el lenguaje vulgar y simplista - “sobrepasó casi todos los límites conocidos en tiempos recientes, ” - se vuelven aún “más feos y más estúpidos, a medida que se hunden sus perspectivas electorales” (Krugman, idem). “Carece de autocontrol y actúa de forma impetuosa". Para la candidata Clinton “todo esto son cualidades peligrosas en un individuo que aspira a ser presidente y comandante en jefe, que comandará el arsenal nuclear de Estados Unidos de América. Trump ha dañado, irreversiblemente, su posición en la campaña para las elecciones presidenciales de noviembre; ni lo rescatarán sus disculpas de estos días por haber insultado a sus contendientes, lo mismo que a una familia musulmana estadounidense, cuyo hijo murió en el campo de batalla, combatiendo terroristas. Días atrás un politólogo se atrevió a decir que entonces es razonable afirmar que “el sentido común prevalecerá”, por lo que Hillary será la próxima presidenta de la única superpotencia global. El sentido común se encargará de callar el matonismo y el nacionalismo xenofóbico del candidato republicano, sobre todo, en una sociedad cuya grandeza reside en la heterogeneidad y la diversidad cultural y étnica. La ética, los altos valores y la inteligencia del pueblo de los Estados Unidos de América gozan de nuestro fiel reconocimiento, seguro que se impondrán esta vez, para prevenir la fabricación de un Frankenstein contemporáneo. En el siglo pasado fueron creados unos parecidos: Stalin, Hitler y Mao Zedong; fueron derrotados por el guardián de la civilización occidental. El monstruo de hoy está en curso; si fuera necesario, todavía hay tiempo para el espíritu y propósito de enmienda. Ronald Obaldía González (Opinión personal).

7 comentarios:

  1. Ernesto Navarro escribió;

    Excelente comentario buenos días Don Ronald , muy atinado

    Saludos

    Ernesto A. Navarro Guzman
    GRUPO AGROINDUSTRIAL NUMAR S.A.
    Control Interno
    Tel oficina 2284-1364

    NUNCA TE MIENTAS A TI MISMO

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  3. Mabel Segura Fernández escribió:

    Muy buenos sus artículos Ronald, muchas gracias.

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  4. Mabel Segura Fernández escribió:

    Muy buenos sus artículos Ronald, muchas gracias.

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  5. Mabel Segura Fernández escribió:

    Muy buenos sus artículos Ronald, muchas gracias.

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  6. Luis Sandí Esquivel escribió:

    Hola Ronald, un gusto saludarlo, me gustó mucho el artículo, retrata muy bién a ese díscolo. Un fuerte abrazo

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  7. Lourdes Montero Gómez escribió:

    Excelente reflexión y análisis.

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