LA IMPREVISIBLE PRIMAVERA ÁRABE.
Suele acontecer que las civilizaciones, o llámese también las regiones y los países en particular, recorran periodos de sosiego; incluso puede ser que éstos sean cortos o largos. A veces las explicaciones sobre este fenómeno dejan de ser convincentes. Tampoco existe una sola causa que proporcione orientaciones categóricas, sobre el por qué ese comportamiento colectivo es susceptible de ser alterado de manera súbita y drástica.
Tomemos en cuenta las tensiones históricas y políticas, específicamente las motivadas hasta a mediados del Siglo XX por los apetitos colonialistas de los territorios de ultramar. El Medio Oriente llegó a experimentar una etapa de relativo reposo, sobre todo, en tiempos del predominio del Imperio turco otomano, prolongado desde el Siglo XlV hasta poco después de la conclusión de la Primera Guerra Mundial, en que se deshizo por completo. No sobra destacar que hubo una convivencia aceptable entre judíos y árabes en tal lapso del Imperio euroasiático, en el que la tolerancia religiosa ocupó cierto lugar respetable.
El Levante, así como el Magreb africano, apenas se vieron perturbados por los efectos de las dos Grandes Guerras Mundiales. Los factores de conflicto de carácter doméstico, que afloraron entre el 11 de setiembre del 2001 y el 2010, antes habían estado sumergidos, aunque en posición cercana a la superficie de lo representado hoy por la Revolución de la Primavera Árabe.
La irritación de los árabes musulmanes, despertada frente a la creación del moderno Estado Hebreo en 1948, vino alterar significativamente la quietud de la citada región, pero la enemistad llegó a estancarse y a ocupar niveles marginales desde el 2010 para acá, con la excepción del Irán de los ayatolas.
En las ebulliciones de Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Bahrein y en la propia Siria, la cuestión sionista se ahuyentó, al menos por ahora. De nada le sirvió al déspota sirio Bashar al – Assad utilizar, como pretexto, el conflicto fronterizo con Israel, para desviar la atención de las protestas de la mayoría sunita contra el régimen de terror, procreado bajo el mandato de su padre, el otro tirano, adicto también a los genocidios.
Factores de conflicto, otrora controlados, como las rivalidades entre las dos corrientes del Islam (los chiitas y los sunitas), particularmente en Bahrein, Siria y Yemen, flotaron a la superficie en la Primavera Árabe con demasiada fuerza, siempre en la perspectiva de la transformación. Tampoco Irak queda excluida, aquí todavía es más crítico el panorama, porque se sumaron los intereses particulares de los kurdos.
De igual forma, los sistemas de gobierno represivos, la desigualdad y discriminación social como fuentes de tensión, alcanzaron un lugar predominante en el orden del día de la Revolución de la Primavera, sin descartar la amenaza del Internet contra los sistemas represivos. Se supuso por demasiado tiempo, que tales realidades estaban lejos de provocar, como ahora, tanta inestabilidad en los sistemas sociales arcaicos, que fueron el denominador común del Medio Oriente por bastantes siglos.
Se advertía que la quietud de las tierras desérticas y el lento paso de los camellos atemperaron la conducta colectiva de los árabes, tal que el propio Islam, manipulado por monarcas y sátrapas, cumplió su rol en justificar tal comportamiento, ya que “culturalizó” en parte los abusos de los gobernantes. Todo hacía indicar la perpetuación de tal “estado de cosas”. Sin embargo, hubo allí un inesperado giro radical, el cual tiende a expandirse por todo el Medio Oriente.
El nebuloso escenario de la cultura occidental dista de haber influido en la Primavera del Levante, lo cual hace más incomprensibles los orígenes o los móviles insurreccionales, en apariencia cohesionada, a su manera, aunque ciertamente su adversario inmediato, tal vez lo constituía el Estado Hebreo, así como algunas políticas desacertadas, según los árabes, provenientes de Europa y los estadounidenses.
Valga la digresión para afirmar que la degradación europea, en todos sus ámbitos, elimina la posibilidad de que sus (anti) valores, relacionados con el despilfarro económico, las ideas ultranacionalistas y el secularismo extremo, favorecedor del aborto, revelan por sí mismos su inutilidad, en cuanto haber incidido en los pueblos árabes del presente contexto. Jamás la mentalidad europea del Siglo XXl se hubiera ganado la confianza de los nacionalistas, los musulmanes, los demócratas, los desertores de los ejércitos, todos ellos dispuestos a dar un viraje a sus sociedades.
En cambio, con todo y sus errores, los Estados Unidos de América se levanta como el mejor exponente, para representar los intereses de la comunidad internacional en el proceso de cambio social que sacude a la convulsionada zona. Porque otra vez la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha demostrado su inoperancia, especialmente para frenar las argucias de China Popular y Rusia, protectores de los autócratas árabes.
La prudencia y la determinación del Presidente Barack Obama en abordar las turbulencias de Egipto, Libia y Yemen, lo mismo que de Siria, ha sido la clave para lograr el acercamiento y el diálogo con los sectores políticos responsables del cambio, quienes siempre observaron con recelo la política de la guerra preventiva, puesta en marcha por “los halcones” de Washington.
A Estados Unidos de América lo tomó también por sorpresa los embates de la Primavera, de ninguna manera estaba contemplada en su libro de anotaciones de riesgos y amenazas, a diferencia del conflicto israelí – palestino, el fundamentalismo islámico, así como los programas nucleares del Irán, entre otras cosas.
Desafortunadamente, las ciencias sociales han quedado debiendo en lo que respecta a exponer las hipótesis alrededor del avance de la novedosa reacción política en el Medio Oriente contra el despotismo, principalmente, en el caso de Siria, quien hasta hace pocos meses, era administraba, sin perturbaciones, por la minoría alawita – chiita que sostiene en el poder a Bashar al – Assad, con base en el método “de la solución final”.
Al mismo tiempo, esa ciencia, que ha perdido su espíritu de compromiso, ha quedado en déficit, en cuanto a explicar las razones por las cuales el indigente régimen cubano sigue con vida, el cual, de seguro, sobrevivirá por un tiempo mayor.
Eso sí, he llegado a convencerme que lo correcto es estudiar a profundidad los enigmas de la composición bioquímica del cerebro humano y su consecuente evolución. Quizás por el camino del estudio del neurotransmisor de la serotonina y de las endorfinas, las cuales determinan el comportamiento de la persona, se encuentren las respuestas correctas para entender el desfallecimiento, mediante procesos populares, de tanto demente asesino, autores del oscurantismo de los pueblos árabes.
Ronald Obaldía González (opinión personal)
No hay comentarios:
Publicar un comentario