viernes, 9 de diciembre de 2011

BUENOS DÍAS, AMÉRICA LATINA.

BUENOS DÍAS, AMÉRICA LATINA.

Julián Marías (1914 – 2005), el extraordinario filósofo español solía repetir que América Latina era “un continente fogoso”.  Él guardaba distancia del pesimismo,  o de quedar  abrumado por las consecuencias de los conflictos políticos que estremecieron  la región en las pasadas décadas de 1970 y 1980.    
Observaba que los latinoamericanos, atribulados en ese entonces, mantenían la convicción de encontrar salidas constructivas ante  la cruda realidad de la guerra y la división.  A pesar de ello,  la región poseía el pensamiento y la voluntad de cambio como sus principales activos.   Así parecía entenderlo el filósofo español, por lo que en  cierta medida acertó.   
América Latina ha logrado superar múltiples obstáculos en las dos últimas décadas. Como sea, hay en el ambiente político un discurso favorecedor de  la gobernabilidad democrática, el Estado de Derecho, la prosperidad y la competitividad económica.
Los propósitos de la integración regional tampoco merecen ser subestimados del proceso de transformación como tal, si bien la mayoría responden a una alta dosis de euforia,   de lo cual, justamente, hizo gala el inteligente Presidente del Uruguay,  José (Pepe) Mujica, en la reciente conferencia de integración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la cual tuvo lugar en Venezuela.
En cambio, si don Julián estuviera todavía en este mundo, de seguro, que se sentiría defraudado de la Europa de estos meses, la cual pareciera estar “quemada” o desgastada, sumida en trifulcas.  La praxis  del neoliberalismo radical, importada de Washington por Margaret Thatcher, a un precio bastante alto,  pareciera ahora desvanecerse,  mientras los postulados del Estado de bienestar los espantaron los principales partidos políticos europeos y los especuladores amorales.      
Por su parte, a América Latina le favoreció el injerto del cual renegó Europa.  En “el traspatio” de los Estados Unidos de América hubo la combinación de las tesis de la intervención del Estado con lo postulado por el neoliberalismo extremo,  el cual preconiza (todavía)  el “magisterio” de las leyes del mercado, guiado por “la mano invisible”.  O sea, el mercado como el  factor determinante en el comportamiento de la producción y el consumo, a lo que “sus teóricos” luego  le añadieron la capacidad real de éste para  decidir sobre la distribución de la riqueza.    
Lo cierto es que el experimento neoliberal le salió pésimo a Europa, ni el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se lo esperaban.  Dicho sea verdad, ese libreto en América Latina fue, correctamente, sopesado  tanto por la sociedad política como por la sociedad civil, a saber, los empresarios, los sindicatos y los partidos políticos, etcétera.  
De ahí el éxito de la izquierda brasileña, argentina,  chilena y uruguaya, así como de los gobiernos costarricenses, que construyeron, sin dogmatismos,  un proyecto político y económico, acorde con la historia y la estructura social particular de tales países.
La izquierda en concertación con la derecha suramericana aplicó el injerto, al que se hizo referencia líneas arriba, donde pudieron converger los  intereses de los diferentes segmentos sociales. Esto no quiere decir que la estamos pasando bonito, pero tampoco la estamos pasando tan mal.
 En vez de esto, la Jauja (neoliberal) de Europa, que desarraigó el Estado de bienestar, acabó en eso…que antes era patrimonio del sur global: incremento de déficits públicos, deuda elevada, despilfarro, desigualdad social, al tenor de “Los indignados”, de quienes puede sospecharse que se transformen en la última generación de europeos, dispuestos a cruzar el Atlántico para hacer vida en las democracias eufóricas y tropicales, éstas más autónomas y dispuestas negociar de “tú a tú” con cualquier centro de poder internacional, mas libre de “las muecas” antiestadounidenses de Hugo Chávez  y sus socios.         
Ronald Obaldía González (opinión personal)

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