Preferencia por el Estado Nacional.
El fenómeno de las turbulencias financieras que sacuden la Unión Europea, así como la ebullición política que se expande por el Medio Oriente, viene a colocar a América Latina en una posición internacional mucho más favorable que tales regiones.
Implícitamente, la crítica realidad de los europeos y de los árabes musulmanes es un síntoma revelador del fracaso de los esquemas de integración regional. En el caso particular del panarabismo y el nacionalismo, en boga en la década de 1950, pone ahora al descubierto su profunda debilidad, dada la multiplicidad y la diversidad de sectores políticos y civiles, sean las monarquías, las sectas musulmanas, el integrismo islámico, los cristianos coptos, las tribus, las corrientes seculares y confesionales, el integrismo, el ejército, la juventud, etcétera . Varios de ellos, otrora silenciados y con intereses bien específicos, pero que complican aquel viejo anhelo de la construcción de la nación árabe unida, postulado en décadas atrás por el egipcio Gamal Abdel Nasser, entre otros líderes.
Tampoco resulta halagador el panorama en la Unión Europea, el más completo modelo de integración; pero replicado esta vez. La reaparición por todo el viejo continente de los movimientos ultranacionalistas y neofascistas, quienes apuntalan contra la permisividad jurídica a favor de las migraciones (o movilidades humanas), representa una nebulosa en el avance de la unificación.
El ataque de Anders Behring Breivik, el noruego que masacró, hace unos meses, a decenas de personas en una isla de Oslo, aleja la probabilidad de haber sido ejecutado por un demente inimputable. En tal línea se dirigen las investigaciones alrededor del incendio en unos apartamentos en Ludwigshafen, Alemania, donde murieron nueve inmigrantes turcos, entre ellos cinco niños, en 2008, lo cual supone la intervención de los neonazis, quienes han dado golpes contra los judíos rusos.
Las rivalidades étnicas, atizadas principalmente por los ultranacionalistas en Gran Bretaña, Dinamarca, Francia, Polonia, Austria, entre otras naciones, forman parte del eslabón xenofóbico, dilatado por la sociedad europea, todo lo cual baja la moral de la cohesión y la integración comunitaria. Por su parte, los euroescépticos, antes focalizados en la Gran Bretaña, continúan influyendo en las corrientes de opinión, ya que éstos observan con recelo la pérdida de soberanía de sus Estados nacionales dentro del bloque comunitario. Todo lo cual, se acrecienta con el fenómeno de la “eurodebacle”, incubada por las naciones meridionales europeas, portadoras de desequilibrios macroeconómicos, desempleo, insolvencia e incapacidad de pago frente a la deuda pública.
Dicho lo anterior, el bloque comunitario perdió autoridad moral ante la comunidad internacional. De ahí que los pronósticos sean reservados alrededor de la continuidad de la unidad monetaria, hasta ahora asfixiada por riesgos (o desaciertos) bancarios y quiebras nacionales. Ellos tan pronunciados y similares a algunos países en desarrollo, con la excepción de la mayoría de los latinoamericanos - éstos menos obsesionados con los ilusorios mecanismos de integración - , que llegaron a alcanzar una mayor estabilidad y sanidad en su balanza de pagos y estructura de endeudamiento externo, sobre todo en esta última década.
Tras eso el Medio Oriente y la propia Unión Europea se contagian entre sí, erosionados, respectivamente, por el recrudecimiento de los conflictos políticos y las fallidas medidas para la recapitalización de la economía y los bancos. Ambas regiones a las puertas de la fase crítica, sin considerar todavía el deterioro de los intercambios comerciales por la cadena de sanciones contra Siria, Irán y Libia, en su momento, incluido el peligro que arrastra la seguridad del abastecimiento del petróleo por parte de los países árabes, lo mismo que de una gama de recursos energéticos, de los cuales Europa es dependiente.
Y según sus detractores europeos, la elevada prosperidad de Alemania tiene su origen en la eurozona, por lo que su rol, en la actual coyuntura, será determinante en lo que respecta a la sostenibilidad del euro. Aunque hace poco salieron a relucir los viejos fantasmas de “la doctrina del equilibrio del poder”, o sea, la clara irritación de la Gran Bretaña, específicamente por la administración y el control de los riesgos a cargo de la canciller Angela Merkel, en particular, de los profundos desajustes económicos y financieros: una responsabilidad de los alemanes, la cual, de seguro, provocará recelos en las otras economías rectoras de la Unión.
Lo apuntado es una reacción esperada, la cual hará escabroso los entendimientos entre los gobiernos europeos, incluido el de Alemania, ya que allí hay fuertes voces, opuestas a que sean rescatados (o indultados) aquellos países dispendiosos y despilfarradores de sus ingresos.
Razón tiene el líder ruso Mijail Gorbachov, al manifestar que “cada nación tiene su propia historia, cultura, experiencia; no se puede pasar por alto eso". Quiere decir, que hoy la figura del Estado Nacional vuelve a resucitar como tal. Los esquemas de integración se desvalorizan, a causa de los pésimos réditos de la Unión Europea. Y en esta dirección, los países árabes caminan, a pesar de la diversidad de sectores y fuerzas políticas, sea en pugnas o alianzas, y de la desgracia de los regímenes oprobiosos allí presentes, tales sociedades han demostrado también su vocación por la solidez de los Estados Nacionales, guardando distancia de las renqueantes ideas unionistas, de lo cual solo guerras y pobreza heredaron.
Mientras siga pensando con cabeza propia, América Latina seguirá teniendo más porvenir que Europa y el Medio Oriente. Sin detrimento de los progresos de los distintos sistemas de integración existentes y de la asociación política con los Estados Unidos de América y el Asia Pacífico, la tesis de la consolidación de los Estados Nacionales debe situarse por encima de los esquemas de cooperación regional, éstos últimos sujetos a límites de toda naturaleza. Porque puede ser que dentro de la dinámica de ellos “el pez gordo pueda comerse al pez pequeño”; falta demasiado por reconocer si esta es la sombría realidad de la Unión Europea.
Ronald Obaldía González (opinión personal)
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