La reconstrucción de sociedades democráticas en los países árabes - musulmanes.
Las acciones terroristas del 11 de setiembre del 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York aceleraron, de manera paradójica, el despertar de la comunidad árabe contra las tiranías locales, las cuales se suponía que eran invencibles e inamovibles. Desde luego, que los hechos de política internacional, derivados de la ebullición popular de la Primavera Árabe del 2010 – 2011, ofrecen a la humanidad entera un aliento de esperanza, pendiente ahora del destino de los autócratas de otros confines, cuyo desplome será inminente.
Con el pretexto de contribuir con la campaña internacional frente al terrorismo global, los dictadores árabes, hoy defenestrados, continuaron intensificando el nivel habitual de represión y cercenamiento de las libertades, a pesar de la disminución de la capacidad operativa de las organizaciones como al Qaeda y de sus franquicias, cuyos líderes y estrategas han sido eliminados por los aparatos de seguridad de los Estados Unidos de América y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
La cadena de insurrecciones en Túnez, Egipto y Libia, éste último el país más rico del África septentrional, nos enseña que las ambiciones de los caudillos de turno, de perpetuarse en el poder, siempre han acabado en tragedias para ellos. Ningún pueblo está en condiciones de tolerar, en estos tiempos de la Internet y de las redes sociales, la imposición de un régimen abusador y expoliador que, sobre la base de estructuras políticas arcaicas y socialmente injustas y discriminatorias, desprecia la vida humana y cercena los derechos y las libertades ciudadanas.
No sobra explicar que el interés estratégico de tales regiones árabes – musulmanas radica en las rutas comerciales vitales, que le son atribuidas; al cabo del enorme potencial de sus recursos energéticos, los cuales subordinan la economía mundial.
Para el infortunio de esos pueblos y como en épocas pasadas, sus recursos naturales continúan siendo codiciados por agentes domésticos y foráneos, concurrentes también en Libia. Por el momento un país, que similar al Túnez comprometido con elecciones libres, puede llegar a disfrutar de la etapa de la emancipación de la satrapía extravagante e histriónica de Gadafi.
Asimismo, el exdictador libio apenas compartió, en forma de granjerías, las riquezas generadas por las exportaciones petroleras con las tribus y las comunidades regionales, que se comportaron en los 42 años de dictadura en la base de apoyo político y militar de un régimen, saturado de armas de alto poder destructivo.
Tal poder de fuego lo empleó contra su pueblo en reiteradas ocasiones, además de que vino a representar una seria amenaza para las naciones del África Subsahariana, puesto que, en la misma dirección de la teocracia iraní, Gadafi tampoco ocultó sus delirios expansionistas, mezclados otrora con el patrocinio al terrorismo, a lo cual luego renunció frente al pesado fardo del aislamiento, al que fue sometido por la comunidad internacional.
Las probabilidades de más derrocamientos de gobernantes autócratas, corruptos e impopulares siguen elevadas, tanto en el Medio Oriente - sobre todo en Siria, Yemen y el diminuto emirato de Bahréin -, así como en el norte de África, lo que habrá de implicar, desafortunadamente, la prolongación de la violencia. De seguro que el exacerbamiento de los conflictos, hace menos viables las fórmulas políticas, facilitadoras de soluciones pacíficas.
De ahí, la relevancia del uso de los legítimos procedimientos de intervención preventiva de las Naciones Unidas y de la propia OTAN en las zonas de recrudecimientos de conflictos, a efecto de contener mayores derramamientos de sangre. Su eficacia vino a ponerse de manifiesto en el objetivo de haber reducido la capacidad y agresividad militar de Muammar Gadafi en Libia y el despliegue de su desmedida fuerza represiva, dirigida por criminales de guerra, merecedores de procesos penales, cuyos ataques en un inicio colocó en situación de desventaja a la oposición beligerante.
Dicho lo anterior, ha de devenir pronto el elevado compromiso de toda la comunidad internacional de contribuir con la causa de la pacificación, el desarrollo, la seguridad y el desarme tanto en Libia como en las otras naciones, primordialmente en la etapa del post-conflicto. En tal sentido, la comunidad árabe en sí, podría poner de su parte en lo que respecta a lograr visibles acercamientos con el Estado de Israel e iniciar el camino de la superación del discurso anti-occidental, esgrimido por los grupos islámicos radicales, promotores del terrorismo.
Para Costa Rica es significativa la gradual instauración de buenos gobiernos, comprometidos con el fortalecimiento de democracias pluralistas, la integración y la reconciliación nacional; entregados con la justicia social, respetuosos del valor y de la dignidad de los ciudadanos, en especial, la reivindicación de la igualdad de la mujer, todos ellos, principios universales que, precisamente, allí han estado ausentes.
Por eso ahora se presenta la oportunidad de consagrar estos principios y valores en la redacción de Constituciones Políticas, en las que puedan quedar conjugados los intereses de los múltiples sectores políticos y religiosos, como también los reclamos de las diferentes etnias y regiones, antes discriminadas por la tiranía.
Demás está decir, sobre la urgente necesidad de concretar el desarme y las desbandadas de las milicias y brigadas que han podido destronar a Muammar Gadafi, a efecto de evitar posibles antagonismos y el crónico vacío de poder, que desde ya debe llenarlo los cuerpos y fuerzas policiales, las cuales se encargarían de velar por el mantenimiento de la seguridad y la estabilidad de la nación.
De igual modo, le corresponde a la comunidad internacional cumplir su rol, principalmente, en lo tocante a cooperar con las nuevas autoridades libias en la refundación del Estado, sostenido en la amplia base de poderes representativos del pueblo. A su vez, la reconstrucción de la economía, incluida la infraestructura petrolera, mediante la inserción de nuevas inversiones y la repatriación de los capitales en poder de Gadafi y de su grupo, vendría a ser en estos momentos un punto alto de la cooperación externa a favor de Libia y de los restantes Estados árabes en proceso de restauración.
Por su parte, sería negativo que Occidente incurra en el error de reservarse un distanciamiento cultural con la comunidad árabe – musulmana. El diálogo y las comunicaciones entre ambas civilizaciones han de ocupar un lugar preponderante en este contexto internacional, como la razón clave de asegurar la paz y la armonía globales.
Las próximas conversaciones entre los Estados Unidos de América con los Talibanes de Afganistán, que posiblemente tengan lugar este mes de diciembre en la ciudad alemana de Bonn, representan un paso correcto en la dirección de poner por encima los ideales de la fraternidad, el respeto de la diversidad y del entendimiento entre los pueblos, sobre los apetitos e intereses pragmáticos y mezquinos de ciertas élites de poder político, económico y militar, que en apariencia están lejos de perseguir el bien común de la familia humana.
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