miércoles, 2 de noviembre de 2011

Turquía cambió el rumbo.

Turquía cambió el rumbo.
A Turquía se le ha hecho escabrosa su (frustrada) aspiración de ingresar a la Unión Europea, a pesar de sus ingentes esfuerzos por  “europeizarse y occidentalizarse” , desde que  Kemal Atatürk,  padre de los turcos y fundador de la república secular en 1923, se propuso  la desintegración del califato, en compañía del movimiento revolucionario y nacionalista “de los Jóvenes Turcos”.
En adelante, el camino le será más tortuoso a Turquía, al examinar el comportamiento  de su primer ministro,  de tendencias islamitas, Recep Tayyip Erdogan, obsesionado por la reivindicación del antiguo imperio  Otomano (neo-otomanismo);  más aun, su discurso incendiario  anti-israelí, el cual complace a  Hamas, la organización radical palestina; incluida  la tolerancia  con el Irán teocrático  y sus programas nucleares  ofensivos.
Acaba de plantearlo Joschka Fischer, el exministro alemán de Relaciones Exteriores en un brillante artículo, en el que se interroga sobre  “el nuevo Oriente Medio”, zona estratégica adonde se dirige el gobierno de Ankara, para rescatar su predominio de cinco siglos, pulverizado tras la finalización de la Primera Guerra Mundial. 
Las sospechas que recaen sobre Turquía y su posible islamización, que el Ejército, guardián del Estado secular, observó con recelo en un principio, vienen esclareciéndose desde cinco años atrás.  Sobre todo, que Erdogan se ha fortalecido al reelegirse, a través de un proceso de elecciones, lo cual le da legitimidad y oportunidad de ganar influencia dentro de las Fuerzas Armadas, a efecto de ir desplazando de manera paulatina sus líderes defensores del “Estado aconfesional”.
Hay factores que le facilitan las cosas al primer ministro, y, en particular, a elevar su popularidad.  Su frenético rechazo y oposición frente a los Estados Unidos de América y Europa, que le demandan  reconocer las masacres y etnocidios de los  turcos musulmanes contra más de un millón y medio de cristianos armenios entre 1909 y 1916. Luego su política intransigente y agresiva contra la minoría de los Kurdos, quienes proclaman por la creación de una nación independiente, lo cual implicaría la fragmentación territorial turca.    
El positivo desempeño económico de esa nación euroasiática mantiene tranquilos a sus ciudadanos.  Comparan su estabilidad  con las alarmas, derivadas de la inminente quiebra financiera de Grecia, su archirrival histórico, con quien a la vez se disputa la parte norte de Chipre, un territorio, que  bajo su tutela,  Ankara declaró  el Estado independiente turcochipriota, mediante la partición.  Ésta repelida por la  Unión Europea, favorecedora de las posturas griegas, que abogan por el respeto a la integridad total del suelo de  la isla mediterránea.
Ni el secularismo, ni las transformaciones culturales pro-occidentales y tampoco los buenos resultados de la economía de Turquía, han logrado persuadir a Francia y Alemania, los pesos pesados de la integración europea, para que le sea allanada la ruta hacia la incorporación al bloque comunitario. Como sea, el islamismo es la religión dominante del país otomano, lo cual mortifica a los ciudadanos europeos.
Por ahora,  Erdogan ha acumulado simpatías en la comunidad árabe al respaldar – aunque de manera calculada-  las rebeliones en Tunez, Egipto y Libia, como también al atacar al Estado Hebreo, desprestigiando su actitud defensiva frente a las provocaciones de la tripulación (anti-sionista)  de los barcos turcos.  
Supuestamente,  en ellos se transportaba  ayuda humanitaria a favor de la gente del territorio de Gaza, donde domina Hamas con las  leyes islámicas (la sharia), cuya aplicación viola los principios universales de los derechos humanos.  Y además de ello, es la organización (terrorista), que torpedea la tesis de la creación del contradictorio Estado Palestino, promovido por Mahmud Abbas.
El exministro alemán se pregunta si tendrá éxito el gobierno turco (sunita musulmán) en su política exterior neo-otomana, de acumular influencia en el Medio Oriente. Sobre todo,  que el Irán (chiita musulmán) camina y compite en esa dirección expansionista en una región, en la cual Arabia Saudita (sunita), vulnerable en cualquier momento a las rebeliones de “la Primavera Árabe”,   observa también con desconfianza extrema a los turcos e iraníes.
A los primeros, por el secularismo y su pasado despótico en los cinco siglos de dominación contra los pueblos árabes.  Y a los persas, entre otras cosas, por su composición chiita y su poderío armamentista (nuclear), lo cual representa una verdadera amenaza para los intereses de la monarquía Saudita.
El otro cuestionamiento está relacionado con los niveles de tolerancia de la privilegiada casta militar otomana, para con los atrevimientos de su primer ministro, de acercarse a determinados sujetos, que desagradan al pacto militar de la OTAN, donde Turquía forma parte.  Esto último, mientras su primer ministro islámico se abstenga de continuar “jugando con fuego”.
Ronald Obaldía González (opinión personal)

No hay comentarios:

Publicar un comentario