lunes, 2 de enero de 2012

UN RECORRIDO DE COREA DEL NORTE A RUSIA.

UN RECORRIDO DE COREA DEL NORTE A RUSIA.

No es  nada “inusual” que las sucesiones políticas, tanto en los regímenes democráticos, como dictatoriales o totalitarios, comporten dinastías familiares. Sobre este fenómeno, hay factores históricos, psicosociales, religiosos, económicos, culturales, etcétera, que determinan tal conducta colectiva, que favorece esa clase de  poder.   
De manera tal,  que si evaluamos lo acontecido en Corea del Norte en estos días, donde es transferido el poder a una “tercera generación” de la familia Kim, tras el reciente fallecimiento de Kim Jong Il,  resulta poco convincente que sea  por ahí  en que se puedan extraer conclusiones acertadas. El error consiste en dar excesivo énfasis a  la perpetuación de la singular familia, que dista de estar vacunada para protegerse del virus de los apetitos y ambiciones de los militares y de algún codicioso, cercano al joven y regordete Presidente Kim Jong un.    
Lo antes planteado apenas viene a representar “la farándula” de la cruda y miserable realidad de un país (paria), así malformado por un “régimen  estrafalario”, que de modo corporativo se aferra a los recursos “controlistas”, despóticos y sanguinarios para sobrevivir y tener estabilidad, así de simple,  a pesar del  aislamiento internacional y de los bloqueos económicos de los cuales es objeto.  
Significa todo ello la efervescencia (puede que insostenible)  de un régimen –  que pasa por encima “del culto a la personalidad” de los miembros de la familia Kim -  el cual supervive gracias  a la sofisticación de  las fuerzas armadas, quien tiene bajo su control armas nucleares - una amenaza para Corea del Sur, Japón y Occidente - ,  así como en una influyente y acosadora burocracia, anexo del Partido (pseudo) Comunista. Éste, un adefesio  ideológico, que mezcló elementos del antiguo “stalinismo  ruso” y del ya superado “maoísmo” de la China Popular, desplazado por las amplias reformas económicas, impulsadas por Deng Xiaoping desde la década de 1980.
Corea del Norte se explica, entonces, como una miniatura de Guerra Fría, o bien un resabio de la confrontación ideológica entre el comunismo y el capitalismo, que, a nivel global,  se desplomó con la caída del Muro de Berlín, la ruina de la Unión Soviética y sus extintos satélites de la Europa del Este, así como por el resurgimiento “del capitalismo de Estado”, adoptado por el Partido Comunista chino.   
Sin embargo, la península de Corea, escenario en la década de 1950 del antagonismo (estratégico) entre soviéticos y estadounidenses, alberga todavía dos naciones, con un tronco étnico común, pero independientes y enemigas a la vez:  la (pseudo) comunista Corea del Norte, protegida por la China Popular y, relativamente, por la Rusia de Vladimir Putin; lado abajo, se extiende   la democrática y próspera Corea del Sur. Ambos países los  separa  la frontera territorial que se ubica en el paralelo 38, extremadamente militarizada y hostil.
Por supuesto, que ello  hace suponer que la reunificación de las dos Coreas se ve demasiado lejana, sobre todo, por los recelos de la China Popular, que habría de observar como una amenaza la presencia militar estadounidense  en la parte norte de la península coreana, fronterizo con su territorio.  
Con todo, otro interés de Beijing es asegurar la estabilidad de Norcorea, a fin de evitar el riesgo de acoger a millones de refugiados hambrientos, que han tratan de huir, sin éxito,  del régimen “paria” y de la poderosa, estrafalaria y criminal familia Kim.  Ya le es suficiente a la China, las rebeliones de los campesinos en las rezagadas zonas rurales, quienes enfrentan, constantemente,  la prepotencia y la corrupción de las  autoridades locales del Partido Comunista.
Asimismo, hay que señalar que la China Popular, poseedora de una pujante economía, apuesta por  ahorrarse ácidas controversias con los Estados Unidos de América, Europa, Japón y Corea del Sur como consecuencia de la cuestión Norcoreana, incluido el asunto de la posesión de armas nucleares. Todo lo cual, le vendría a representar un mal negocio de cara a  su política de expansión comercial, específicamente a la influencia que pretende ejercer en el Asia Pacífico, donde se expone   como un socio “amigable” y mediador sensato frente a los conflictos potenciales.       
Tampoco se pueden descartar los temores y la incertidumbre que acarrea  el costo económico que le representaría a Corea del Sur, en cuenta a  Occidente, cargar con el peso de un país en bancarrota y con un pueblo hambriento, como es  Corea del Norte, que, de inmediato,  habría que restaurar; algo similar al precio que paga Alemania Occidental por haberse reunificado con la empobrecida Alemania del Este, una vez satélite del comunismo soviético.            
También los micro-resabios (o las miniaturas) de Guerra Fría los protagoniza ahora Vladimir Putin en Rusia, quien añora la Unión Soviética, pues a su juicio ella equivalía a “la Gran Madre Rusia”.  El  proyecto de Putin y de sus aliados de perpetuarse en el poder supone objetivos estratégicos y dictatoriales de mediano y largo alcance.
Resultan sospechas fundadas las últimas declaraciones antiestadounidenses del líder ruso, como pretexto de ocultar el reciente fraude electoral, así como su respaldo en el seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a los regímenes parias y asesinos de Irán, Siria, Corea del Norte, marcadamente anti-occidentales.   Las ventas rusas de chatarra militar a Venezuela, Bolivia, Ecuador y al mafioso presidente de facto Daniel Ortega, ponen en evidencia el protocolo de las inclinaciones “de pequeña Guerra Fría” del nuevo “dueño” del Kremlin.
Desconocemos hasta donde llegarán las ambiciones zaristas y estalinistas de don Vladimir Putin. Tal vez él ha olvidado  la inteligencia del pueblo de Rusia, protagonista en la historia al dar hermosas sorpresas. Así como derribó el imperio medieval de los Zares para instaurar, de modo equivocado,  el comunismo totalitario; décadas después los rusos  se dieron el gusto de rectificar la historia, al destruir el totalitarismo materialista y ateo en cuestión de meses.  De seguro,  que estaremos bastante pendientes de las reacciones de estos rusos molestos con Putin, que además de conocer el oficio de hacer ciencia y arte extraordinario, fortalecen además sus convicciones con base en la verdad y la moral. 
   
Ronald Obaldía González (opinión personal)
  

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