ÁFRICA, ABANDONADA A SU SUERTE.
África continúa teniendo mal aspecto, desafortunadamente. Las graves hambrunas, la desertificación y las sequías la golpean sin compasión. Especialmente las hambrunas, se extienden ahora desde el Cuerno, en la región oriental, expandiéndose por casi todo el centro del continente negro, hasta alcanzar la occidental Mauritania.
Cae en la redundancia el estar hurgando en las causas estructurales del profundo estancamiento del África negra, también llamada África subsahariana. De sobra son conocidas la explotación de los recursos naturales, como también los daños sociales y culturales, en los que incurrieron, en el pasado, las potencias tradicionales de Occidente.
La antigua Unión Soviética tampoco se escapó de tales irreversibles iniquidades, puesto que redobló esfuerzos por mantener sus privilegios imperialistas. Obtuvo múltiples réditos de la política de bloques estratégicos en tiempos de la Guerra Fría, al atraer a su órbita los nuevos Estados, renacidos de la descolonización, a quienes dotó de la ayuda militar y de los subsidios, así como lo puso en práctica con Cuba y después con Nicaragua.
Buena parte de la bazofia de gobiernos tiránicos han sido obra de la influencia soviética. Un reconocido espécimen de tal legado viene a ser el Presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, quien desde 1980 se adueñó del país, tal que lo saquea sin inmutarse. De manera desigual, el nonagenario mandatario comparte el poder con la oposición, a pedido de las postizas presiones de Occidente, las cuales se confunden con la indiferencia.
Los rasgos de “la Primavera”, que estremecen el Medio Oriente, están a años luz del África, por cuanto la ignorancia y la miseria están extremadamente arraigadas. Un factor determinante son los odios étnicos y religiosos que pesan sobremanera, así como los consecuentes conflictos por posesiones territoriales, los cuales tienden a deslegitimizar el Estado nacional en su versión real y objetiva.
A la vez, dichas complejidades y la falta de cohesión interactúan como los componentes de la violencia, lo que erosiona todavía más las perspectivas marginales de la unidad y la solidez del Estado nacional.
Nigeria es de los casos reveladores de este fenómeno, que la hace víctima del conflicto inter- religioso, además de las desigualdades regionales domésticas. Fragmentada por los musulmanes, quienes dominan el norte, así como los cristianos, que son preponderantes en el sur, las diferencias vienen agudizándose con la aparición en el 2012 de la organización integrista islámica, Boko Haram, gestora de un Estado islámico y responsable de la cadena de acciones terroristas, que colocan al poderoso país petrolero al borde de la guerra civil.
Hasta eso, ni el petróleo, o menos aun el mineral llamado Coltán, de origen africano, éste usado en la producción de la telefonía móvil y de computadoras, le han sido útiles al continente para superar su bajo nivel de desarrollo. Mientras tanto, las compañías transnacionales han impuesto dictadores o gobernantes corruptos en aquellos países que los proveen de tales materias primas, a efecto de asegurarse el suministro ininterrumpido.
O sea, por todos los costados es asediado el continente negro, lo que implica reducir su potencial y su porvenir, de lo cual se puede eximir a Ghana y tal vez Sudáfrica, aunque agobiada por la profunda brecha social.
La injerencia extranjera entra en juego en la degradación del continente africano. Es un hecho probado que Arabia Saudita, con su conducta de doble moralidad, a través de la radical escuela coránica “Wahabí”, financia las operaciones no solo de Boko Haram, sino que las de al - Shabab, la organización terrorista “jihadista”.
Ésta última, que aparte de controlar militarmente gran parte del centro y sur de Somalia, un país del Cuerno carente de gobierno efectivo, pretende a la vez instaurar allí y en sus vecinos un Estado musulmán; por eso se dedica a hostigar a Etiopía y Kenia.
Parte del perfil de la injerencia foránea es el comportamiento de la China Popular y de “su política de cooperación y promoción de inversiones amigables”, pero recompensadas, pues ha encontrado en África suelo fértil, para fortalecer su posición de nación emisora de gente. De ese modo, se ahondan los conflictos étnicos ya existentes, ya que los ciudadanos chinos han entrado en rivalidades con los nativos africanos, quienes se sienten agredidos y desplazados por las empresas chinas, asentadas en la mayoría de los países del continente.
De seguro que las profecías de los neoliberales de la década de 1980 acertaron, sobre todo, en el curso y la dinámica del modelo de la globalización, ya que pronosticaron regiones o países rezagados; éstos, incapaces de adaptarse a los postulados de la libre competencia y de las ventajas comparativas, la base doctrinal de la transnacionalización de los mercados y de los flujos de capital con regulaciones mínimas.
África, por supuesto, se ubica dentro del grupo de sentenciados de tales dogmas neoliberales, con la única diferencia de que a la comunidad internacional debería darle vergüenza.
Ronald Obaldía González (opinión personal)
No hay comentarios:
Publicar un comentario