miércoles, 8 de febrero de 2012

Nuevos episodios de la Revolución de la Primavera.
Negar a estas alturas el desmoronamiento vertiginoso de Siria y el Irán, miembros del “eje del mal”,  equivale a desmentir la  ley de gravedad. Finalmente, el cinismo de Rusia y de los cálculos de la China Popular, quienes,  en medio del continuo  derramamiento de sangre, insisten en prolongar la vigencia  del  régimen sirio, presidido por Bashar Assad, demostrarán su debilidad frente a la  verdad  del derecho natural, del cual se inspira el ideal de la tutela de los principios universales de la dignidad y el valor de la vida humana.  
Las horas del presidente Bashar Assad están contadas. Ni lo salvará el fracaso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde se abortó la resolución, que hubiera permitido la condena de las masacres contra el pueblo.  Todavía Occidente y la Liga Árabe manifiestan tener amplios márgenes de maniobra diplomática y militar, que, de seguro,  facilitará el esquema seguido contra  Muamar Kadhafi en Libia.
Por supuesto, que dicha acción internacional coordinada,  habrá de irritar  a Rusia, cuyo comportamiento en torno al caso particular de su viejo aliado sirio, lo hace desmerecedor del escaño permanente que ocupa en el Consejo de Seguridad.  Sin embargo, “la revolución del jazmín”  cuenta con su propio “reloj político” en la Rusia de Putin. Los muros de contención del Kremlin  se muestran incapaces de retenerla.

Sea la escalada revolucionaria que enfrenta Bashar,  la que entonces le causa desasosiego a los gobernantes rusos, pues ello aumenta la magnitud del riesgo de la discontinuidad, dadas las interconexiones entre “las revoluciones de la primavera”, irrespetuosas de las distancias geográficas. Por eso, el riesgo permanecerá visible en el caso de que un Putin, desacreditado, salga favorecido (“mediante fraude”)  en las próximas elecciones presidenciales.

El colapso del eje sirio – iraní repercutirá en Moscú. Según los cálculos de no pocos analistas políticos, Rusia será el siguiente candidato en la secuencia de las rebeliones, una vez que concluya la de Siria. Mientras tanto, ese lugar   todavía dista de ocuparlo el régimen teocrático del Irán, aliado de Rusia. 

Las fisuras internas del régimen de los ayatolas, obsesionado con los programas nucleares, para convertirse “en gendarme del Medio Oriente” y de paso “lograr la destrucción de su archienemigo Israel”, son insuficientes como fuentes de tensión e inestabilidad doméstica; particularmente,  las contradicciones, superables,  entre el ayatola Ali Jamenei y las tesis nacionalistas del presidente Mahmud Ahmadineyad.

Por ahora, son reducidas las posibilidades de las fuerzas opositoras persas de alcanzar, por sí solas,  la ruptura inmediata del régimen teocrático. Hay que esperar los efectos mayores del aislamiento político del Irán y el consecuente estrangulamiento económico y financiero, promovido por Occidente, lo cual llegará a ser un factor determinante en la pronunciada erosión de su sistema político.


Así como las secuelas de las sanciones políticas y económicas internacionales impuestas, merced al rechazo iraní de detener sus proyectos nucleares, tendrán un carácter irreversible, ellas mismas abonarán las sucesivas rebeliones, motivadas no solo por el carácter medieval y despótico del gobierno de Ahmadineyad, sino que también por el ejemplo del pueblo sirio en su afán liberador.

Enorme responsabilidad ocupará el desabastecimiento de materias primas y el bloqueo de los flujos comerciales y financieros, los cuales vienen minando el sistema productivo del Irán, basado en las exportaciones del petróleo y gas.


El credo de la Doctrina de Doble Contención (Dual Containment Policy), “que implica poner de rodillas a Irak e Irán para beneficio de Israel” y los aliados estadounidenses en el Medio Oriente, ha  rendido sus frutos, especialmente,  en lo tocante a desequilibrar y atemorizar al Irán, así como en hacerlo desistir, paulatinamente,  de la construcción de la bomba atómica. Esto último quizás sea  la antesala de su real caída, la cual,  en algún momento, habrá de llegar, porque el mismo clima de cambio en el todo el Medio Oriente es altamente probable que arrastre a Teherán. 

 De ahí, que carezca de cierta lógica la  existencia de un supuesto ambiente de “pre-guerra” en el estrecho de Ormúz, el cual comporta enfrentar a Estados Unidos de América y el Estado hebreo contra el Irán; sobre todo, en medio del  contexto global de cuasi – recesión económica, y en el que a la vez se decidirá a finales de este año la reelección del Presidente Barack Obama. Así entonces,  cualquier inversión en guerra vendría acompañada de incertidumbre y serios riesgos; los fracasos militares costarán bastante caros.

Eso tampoco quiere decir que sea descartado el ataque israelí a Irán, de haber evidencia comprobada que la nación persa haya producido armas de destrucción masiva. No sobra subrayar que  los trece servicios de inteligencia estadounidenses  –de manera unánime–, y el actual jefe del Mossad israelí, Tamir Pardo, así como su antecesor, “aseguran que las iniciativas (nucleares) iraníes no constituyen una amenaza”.

Dichosamente,  tales argumentos atenúan el riesgo de avanzar en el ambiente pre – bélico en el estrecho de Ormúz, la salida del golfo Pérsico, “que no tiene más de 50 kilómetros de ancho, donde transita el 40% del petróleo mundial”, pero como respuesta a las sanciones internacionales, Irán  pretende bloquear.  

 Por otra parte,  un Presidente Obama, presionado por el público estadounidense en la hipótesis del bloqueo contra el citado estrecho,  ya ha demostrado “que puede ser capaz de lanzar un ataque masivo contra un Irán”, provocador, o  empecinado en poseer la bomba atómica.  De igual forma,   cuando se trata de los estrafalarios ayatolas y del presidente Ahmadineyad, quienes gozan de la desconfianza casi absoluta dentro de la comunidad internacional, donde apenas tiene unos cuantos “amigos”, como Venezuela, Ecuador y Nicaragua, quienes piensan que sus programas nucleares sea para fines pacíficos.  

En conclusión, en estos conflictos políticos o de amenazas de guerra hay una gran dosis de “palabrería”, como lo advertía el Primer Ministro hebreo, Benjamín Netanyahu al desmentir un posible ataque de su país contra el Irán en abril de este año. Lo cierto es que sí podemos confiar en  que durante este año se observarán otra vez  dictadores y sátrapas huyendo de sus países y cargando su equipaje lleno de dinero saqueado. 

Ronald Obaldía González (opinión personal)

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