martes, 21 de febrero de 2012

NOCIONES RECIENTES SOBRE LA TEORÍA DE LA DEPENDENCIA ECONÓMICA.

 

Nociones recientes sobre la teoría de la dependencia económica.


Acaso llega a ser innecesario “revisar la historia”,  a efecto de explicar la distancia entre países ricos y pobres, en términos de crecimiento económico. 

La llamativa frase del “borrón y cuenta nueva” ha sido la consigna de no pocos teóricos y estadistas, en su equivocada pretensión de  desechar la historia y la psicología social,  de un solo plumazo, en lo que respecta a comprender la evolución de las sociedades de desarrollo tardío, como también en la visión de promover transformaciones en  las naciones menos aventajadas.

Esa concepción “ahistórica”  ha sido inútil  en la gran tarea de los responsables políticos y los agentes económicos y sociales de lograr que una nación en particular, despegue  hacia el  crecimiento  y el desarrollo.

Por supuesto,  que dicho pensamiento afín a la escuela “positivista”  -  ignoro si hay que  asociarla también con el “neoliberalismo” y “el pragmatismo” -   ha  sido, posiblemente,  el causante de estragos políticos y sociales tales como el Chile del general  Augusto Pinochet, ya que los valores universales de la democracia pluralista y la protección de los derechos humanos fueron marginados  dentro del  diseño nacional, a cambio de resaltar la tecnocracia y “el eficientismo económico”.

Es decir, allí los sectores y colectividades que integran la sociedad en particular,  tenían que ocuparse del florecimiento del sistema productivo, que, en teoría, según lo formularía  el economista Milton Friedman (la escuela de los Chicago´s boys), habría de  prescindir de la intervención del Estado,  el cual en el caso particular de Chile asumió las tareas de la represión militar, pues solamente así se daría sostenibilidad del nuevo esquema de acumulación de capital.

Aquello era la alternativa de  allanar el camino a la reconstrucción del mercado libre, competitivo,  tal que viniera a poner a funcionar una economía más eficiente, cuyos beneficios irían a recaer en élites sofisticadas, reacias a impulsar, posteriormente,  la política de la distribución social de la riqueza (o “el goteo”), del modo en que el mismo Friedman lo pregonaba.

Justamente, el desacierto de los ajustes estructurales planteados por los agentes globales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial fue el haber desatendido  la historia de los países meridionales, en especial la de América Latina, heredera de estructuras coloniales de división de clases, basadas en la acumulación desigual de la riqueza. Lo cual  llegó a ser un fenómeno disfuncional,  que continuó acentuándose y reproduciéndose tras la independencia  de los nuevos Estados Nacionales, el cual Pinochet perfeccionó un siglo después. 

A mediados del siglo pasado, cobró un enorme apogeo la teoría de la dependencia y del subdesarrollo económico, la cual ofreció suficientes aportes históricos y políticos  que vinieron a dar mayores luces a la brecha  existente, a nivel global,  entre el norte, productor de manufacturas y de alta tecnología; y por otra parte,  el sur,  exportador de materias primas e importador de caros productos elaborados.

Dentro de sus argumentos, ella se ocupó de entrecruzar   las desigualdades sociales propias del sur global,  conjuntándola con la interpretación de la realidad económica transnacional, según la cual en el capitalismo mundial prevalecen  (todavía) “áreas dominantes” o metrópolis y centros de poder,  las cuales coexisten con otras que son dependientes a ellas, las cuales han sido denominadas como  “áreas periféricas”.  

El impacto de fondo  ha sido el intercambio comercial desigual y desfavorable en perjuicio de las naciones de la periferia, todo lo cual ha traído consigo, en la mayoría de países ubicados en dicha categoría, una situación de atraso económico, distinguido  por bajos niveles de renta y riqueza añadida.

Sumemos a los tradicionales deterioros de los intercambios económicos, la cuestión de las prácticas del norte global  contra el libre comercio, entre ellos, la aplicación de los subsidios a la producción agrícola, lo mismo que  las barreras proteccionistas; el estímulo de las corrientes de capitales especulativos; el rol condicionante de las agencias calificadoras de riesgo  (Standard & Poor´s, Fitch, Moody´s),  así como la brecha en cuanto al conocimiento científico y tecnológico.

Como resultado de lo anterior, se pone en evidencia que lo planteado por  la teoría de la dependencia queda bastante rezagado, en este tiempo de “la nueva economía”, cuando sobresalen las barreras,  o bien los instrumentos financieros citados, de mayor complejidad y determinación, aun cuando   continúan colocando en desventaja al sur global. Además, de que el  impacto de ellos en las relaciones económicas estaba excluido en los postulados de la valiosa teoría que hacía uso del método histórico.

Así entonces, la historia nos enseña que la desigualdad social dentro de las sociedades nacionales latinoamericanas, lo cual representa uno de los principales obstáculos hacia el desarrollo,  se viene arrastrando antes y después de la independencia. La cual se prolongó a causa de la posición que le asignaron a las nacientes repúblicas de proveer materias primas a precios bajos, todo ello dentro de la lógica de la división internacional del trabajo, que vino a conceder mayor “valor de uso y de cambio”  al trabajo de las manufacturas y las tecnologías producidas por las metrópolis.        

Sin embargo, las desigualdades sociales y el deterioro en los términos de los intercambios comerciales han sido objeto de debate internacional desde cuatro décadas atrás; éste surtió efecto con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), entre otras instancias.  A veces se me ocurre pensar que no fue en vano el planteamiento de los teóricos de la dependencia, quienes contribuyeron, con sus tesituras, a dar forma al esquema multilateral de regulación del comercio global,  quien postula que el libre comercio,  ajeno a las interferencias de los monopolios o a prácticas negativas y desleales, es un factor determinante para el desarrollo de todas las naciones.      
Significa también que hay razones para ser optimistas. Paulatinamente, se han consolidado los valores de la cooperación económica y comercial entre las naciones del norte y el sur globales, así como el reconocimiento del principio de las asimetrías económicas, el cual consiste en proteger el estatus y la diferenciada condición de las pequeñas economías nacionales,  sobre todo en las negociaciones comerciales, tanto regionales como globales. Asimismo, la tendencia absorbe los propios tratados de libre comercio, siempre  en la perspectiva de garantizarles el tratamiento especial a los intereses de los pequeños países, porque en las relaciones comerciales y tratativas  han de entrar  en desventaja frente a los países altamente industrializados.   

Me pregunto que si América Latina comporta una superior estabilidad en comparación con la Unión Europea, en medio de los actuales trastornos financieros, que pintan a recesión global, sea porque  obedezca a los cambios favorables que, en buena medida, registran hasta ahora la economía y el comercio mundial, al haber mayor consciencia en  lograr la equidad en las transacciones, así como concretar sustanciales modificaciones en la captación de inversiones y recursos externos.  En otras palabras: “la historia cambió”.

Ronald Obaldía González  (opinión personal)

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