domingo, 12 de febrero de 2012

EL BARRIO HOLANDA.

EL BARRIO HOLANDA.
De las enseñanzas del doctor Samuel Stone (+) que suelo tener presentes, ha sido la bondad de haberme permitido descartar, en los trabajos de campo, las encuestas o la toma directa de apuntes, o bien el uso de cualquier otro recurso para hurgar sobre el tejido social de un grupo humano en particular.  
La fórmula alternativa del doctor Stone consiste en conversar informalmente con aquellas personas que, a consecuencia de su arraigo en determinada colectividad, además de  poseer conocimiento,  al mismo tiempo desempeñan roles activos en una estructura específica, ejerciendo poder e influencia, sea en el ámbito económico, político, social y cultural.
Sobre la base de tal estilo de búsqueda de información, pude encontrar estatutos de convivencia en una comunidad, bastante peculiares, ubicada en una de las provincias más pobladas de Costa Rica. Quizás lo que sigue merece el calificativo de hallazgo, susceptible de atraer la atención de un investigador social o estudioso de la conducta humana.
Los pobladores de Barrio Holanda idearon una manera original de prevenir y enfrentar la delincuencia común, a tal extremo que lograron obtener resultados exitosos en este empeño. Las estadísticas hablan por sí solas, pues allí  los homicidios, los asaltos contra la propiedad privada y las personas, disminuyeron, por no decir que desaparecieron.
De acuerdo con las versiones de nuestras fuentes de información resultaron innecesarias “las políticas de mano dura” o “de plomo constante” para esterilizar el delito y, de este modo, transformar a la comuna en un Edén costarricense. Ni siquiera la intervención de los funcionarios del puesto de policía llegó a ser imprescindible,  en la consolidación del novedoso estatuto de convivencia.  Más bien, al cuerpo de policía lo excluyeron de él, según se ha puesto en evidencia.
Todo inició cuando los dirigentes comunales se acercaron a dialogar con el vendedor detallista de drogas, quien ha operado por demasiado tiempo en esa populosa barriada, de la misma manera en que trabaja el cantinero del pueblo. La conveniencia de “un pacto de no agresión” terminó siendo el producto de las negociaciones.
Mediante dicho “pacto”, el vendedor furtivo se comprometió a alinear sus colaboradores, demandando de ellos una conducta pacífica y escrupulosa, ajena a alterar la tranquilidad de las familias.  Mientras tanto, la gente de la barriada adoptaba el acuerdo de tolerar dicho comercio de sustancias, rehusándose a tomar represalias conjuntas o de  cooperar con las autoridades de policía, encargadas de reprimir dicho negocio.
El pacto comporta el retiro fugaz de los clientes que visitan el negocio. Es decir, nadie que no sea de la comunidad permanecerá en los principales sitios del Barrio, menos aún pueden consumir drogas a la vista de los pobladores. Ambas partes se comprometieron a conjuntar esfuerzos, destinados a expulsar gente dañina, que se introduce a la comunidad con aviesas intenciones.
El acuerdo “ha hecho ganar a todos”. El elevado nivel de tolerancia alcanzado por la comunidad hace pasar por encima la fisonomía y las expresiones corporales   de una de las autoridades locales, quien, con todo, se siente aceptado tanto por los adultos como por los jóvenes, ya que le reconocen su vocación de servicio y su preocupación por los necesitados.
En Barrio Holanda se percibe la seguridad, la autoconfianza y la empatía entre la gente. Lo que era antes la humilde “pulpería”, ahora es un pequeño supermercado, poco custodiado,  que se precia de contar con enorme clientela, la cual se desearía cualquier negocio con marca transnacional.   Los servicios públicos funcionan a la perfección, especialmente el servicio de transporte público.
A la vista se deduce que las piadosas familias prosperan. Además, ellas se ocupan de embellecer sus viviendas.  El parque, las calles y los pasos peatonales se mantienen limpios, cuestión que es difícil observar en otros poblados aledaños.         
Hace dos años la fiesta cívica del Barrio estuvo saturada de violencia, por lo que en adelante se clausuró;   una decisión que, por supuesto,  dejó pérdidas económicas a todas las partes involucradas en “el acuerdo de no agresión”.  Sin embargo, la capacidad de la barriada holandesa de modificar la conducta colectiva se puso a prueba esta vez,  ya que al tomarse la decisión de reanudar y reivindicar la festividad, dados “los atributos explícitos”, se dio por reportado este año la ausencia de incidentes que lamentar.  El cambio positivo de la gente aumentó la moral de la comuna, por lo que se determinó repetirla en su momento.      
Acatando las lecciones del doctor Stone me aboqué, ingenuamente,  a la tarea de reencontrarme con mis fuentes de información, a efecto de captar la percepción de mis colaboradores acerca de las últimas declaraciones del  Presidente guatemalteco, Otto Pérez Molina y del Presidente colombiano,  Juan Manuel Santos, sobre despenalizar el tráfico y el consumo de las drogas. 
 Desde luego, que la respuesta no pudo ser otra que la plena coincidencia de mis orgullosos personajes con la argumentación de ambos mandatarios, al cabo que se ofrecieron hacer todo lo posible para explicarles “las bondades  del modelo experimental” de Barrio Holanda.
                  
Ronald Obaldía González (opinión personal)

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