martes, 5 de marzo de 2013

UN BUEN PONTÍFICE.

Un buen Pontífice.  


Días atrás un comentarista español descalificaba a los ateos y los enemigos de la Iglesia Católica, entre otros,  a causa de sus pronunciamientos gratuitos y maliciosos acerca de la decisión de Joseph Ratzinger de hacer efectiva su renuncia al Romano Pontificado. 

Según el afamado comentarista, el inusual episodio es materia exclusiva de los fieles católicos.  ¿Por qué esos personajes opinan y se conmocionan  de lo que reniegan? se preguntaba.

Dicho sea de paso, confieso que soy el menos versado para responder a tales  “intríngulis” de esta especie de mortales.  Sin embargo,  la resonancia de la respetable determinación de Benedicto XVl - “un socollón” para la cristiandad -   doctrinaria y éticamente se diferencia sustancialmente de lo que suele  acontecer en el turbulento mundo islámico, en el hinduismo y las religiones animistas, etcétera.   

Quizás, podemos exceptuar de lo último al Dalai Lama en sus sacrificios y tenacidad por confrontar el régimen totalitario de la China Popular, lo cual ciertamente capta  la atención y la simpatía de la comunidad internacional.      

Contrario a lo pronosticado, el catolicismo, particularmente su refinado magisterio, está lejos de perder vigencia y actualidad  en este ciclo histórico, asediado por el secularismo radical,  el relativismo, el culto al consumismo irrefrenable  y los antivalores de la  especulación financiera, entrelazados a tanta desigualdad social,  inestabilidad económica y los daños irreversibles al medio ambiente.

La Iglesia Católica se ha pronunciado, con profunda lucidez, frente a todos los fenómenos  políticos y sociales, que angustian a la criatura más sobresaliente  de Dios,  al cabo que la reflexión teológica y su pensamiento social no cesan  de contribuir gradualmente a transformar  la mentalidad de la humanidad.

Resulta fácil verificar que en cuanto a filosofía, conceptos y hechos el catolicismo contemporáneo supera,  sobremanera,  a ideologías de factura meramente humanas, entre ellas,  las ideas enajenantes  que reducen “la finalidad última”  de la persona  al “Homo faber.  Esas posturas que  apartan de sus presupuestos  la  realidad viviente y concreta de Dios,  a cambio de hallar supuestas justificaciones existenciales en la autosatisfacción de  producir objetos materiales, lo cual es un penoso signo de  resequedad y vacío espiritual.  
    
Igualmente,  la obra evangelizadora y  caritativa del Catolicismo, el de las Bodas de Caná, en nuestra Era guiada  por la Sede Petrina,  ha dejado huella profunda y amorosa por todos los confines del mundo. De ahí, las persecuciones bimilenarias  a las  que se ha visto sometida, ya sea  por la barbarie, el paganismo y la tiranía.  

La  fe Católica, compuesta por seres humanos que erran,  ha tenido la capacidad de aprender de sus errores inocultables,  y rectificar a la vez. Por ello,  ha logrado adaptarse a los tiempos, como cuerpo del Dios, amoroso y  misericordioso, y también cambiante,  cuyo misterio y génesis corre  al servicio de la historia y la salvación del hombre.  

Siervo de Dios, al mundo le ha correspondido ser testigo de la sabiduría y la inequívoca humildad de Su Santidad Benedicto XVl, en especial de la fortaleza de su apostado y misión evangelizadora en la Tierra.

La renuncia de Ratzinger como Jefe superior del catolicismo es congruente con la riqueza de su misión, todavía más, al estar precedida de serios señalamientos contra la conducta irregular de no pocos pastores y colaboradores de la Santa Sede  -  algunos de ellos encontramos posiblemente en Costa Rica - . Así,  el Santo Padre antepone la verdad y el bien común al poder, la impunidad y la mentira calculadora, de la cual un sector desleal de la estructura eclesiástica  saca provecho para saciar sus vanidades terrenales.

Es lógico que nos de pena el relativo fracaso (político) de Ratzinger. En tal caso nos queda de consuelo la elevada autoridad moral del Santo Pastor, a pesar de nuestras reservas alrededor de su rigidez dogmática en cuestiones particulares, lo que le impidió ser más benevolente y comprensivo frente a sensibles grupos como la comunidad homosexual, los divorciados vueltos a casar y en cuanto a la irrupción de distintas corrientes cristianas ajenas al protestantismo histórico.  

Ante lo registrado en días pasados, que no se hagan falsas ilusiones los enemigos externos de la fe Católica y sus cómplices internos, en especial, aquellos que esperan su definitiva erosión en este complicado periodo que atraviesa la esposa de Jesucristo, cuya boca habrá de poseer cánticos y mensajes esperanzadores y generosos.     


Ronald Obaldía González (Opinión personal).

4 comentarios:

  1. El 5 de marzo de 2013 20:00, Adolfo Felipe Constenla Arguedas escribió:
    Concuerdo en sus opiniones, don Ronald, a pesar de que no soy una persona religiosa. Creo que, si bien es cierto, la rígidez de pensamiento de ratzinger ha marcado su papado, creo que muchas de las condiciones que encontró en el Vaticano lo forzaron a eso. Ojalá y el siguiente papa tenga la capacidad de cambiar aspectos que la institucion requiere para avanzar en sus postulados. Un gran saludo, don ronald.

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  2. Mauricio Vargas Fuentes escribe:

    Me gusta la posición Ronald

    Saludos

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  3. Cecilia Martén Madrigal escribe:

    Lindo artículo. Como católica y defensora de nuestra iglesia, me gustó mucho.

    Saludos.

    Cecilia

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  4. El 6 de marzo de 2013 13:21, Lourdes Montero Gómez escribió:

    Qué hermoso comentario, excelente en estos momentos en los que un grupillo ateo protesta en España y otros lugares, si es posible envíelo a la prensa y al ECO CATOLICO. La renunica del Papa Benedicto XVI es un acto extraordinario de humildad y sobretodo iluminado ,por el Espíritu Santo, se requiere un nuevos conductor de la barca de Predro, con más salud para enfrentar tan feroces ataques de quienes quieren ver a la Iglesis destruida. Sin embargo las palabras de Nuestro Señor Jesucristo Ella prevaleceré a través de los tiempos. Tenemos que orar mucho para que sea electo el mejor Pontífice para nuestro tiempo.

    Gracias, Don Ronald

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