domingo, 27 de mayo de 2012

LA ENFERMEDAD DE LOS CÁLCULOS EN SIRIA.

LA ENFERMEDAD DE LOS CÁLCULOS EN SIRIA.


El caos y las masacres en Siria revelan el camino avanzado de la pulverización de la vieja sociedad política árabe - islámica, específicamente de la vasta legión de tiranías de diversas marcas, las cuales han sido el denominador común de dicha civilización.

Fueran los califatos, los taifas, la realeza árabe, la dominación otomana,  los nacionalistas y sus aliados los socialistas dentro del   partido Baath , las corrientes teocráticas,  las tiranías pro-occidentales, entre ellas la del Sha Reza Pahlevi en el Irán y el gobierno civil - militar de Hosni Mubarak en Egipto, envolvieron a dicha civilización en el oscurantismo y el estancamiento. Por eso, los efectos destructivos de este tiempo, vienen a ser la acumulación de divisiones y tensiones, que se remontan al Siglo Vll de la presente era. 

Al sustraerse el Profeta Mahoma de dejar  herederos varones que le sucedieran en el poder, las complicaciones religiosas, políticas y culturales se multiplicaron. Las  medulares  lo constituyeron las escisiones al interior del Islam entre chiitas y sunitas, las cuales ocurrieron avanzado el siglo VII, cuya prolongación trastoca la guerra civil de Siria, que enfrenta la minoría chiita – alawita (portadora del poder político,  algo tolerante y menos dogmática en lo religioso)  contra la mayoría sunita, ésta que además de controlar la economía siria, llega a ser la predominante en toda la comunidad árabe.

En casi quince meses de guerra se han producido más de trece mil muertos. El saldo mayor de pérdidas de vidas humanas lo registra la oposición sunita, la cual se ve respaldada de manera relativa por ciertas fracciones socialistas, los demócratas liberales,  la (radical) hermandad musulmana y las corrientes del islamismo, que proclaman la yihad o la Guerra Santa.  Todos estos sectores de oposición están lejos de construir un bloque monolítico, entre ellos sobresalen una variedad de contradicciones de carácter religioso y político, atenuadas por ahora en la coyuntura de combatir al enemigo común.

Detrás de la oposición siria se mueven los intereses de Turquía y los de las realezas (sunitas) de Arabia Saudita y de  Qatar, que proclaman su antagonismo contra el gobierno de Siria, no solo por su vocación chiita, sino por su alianza con el Irán (chiita), un sub-imperio del Medio Oriente, al que consideran una seria amenaza, tanto por su poder militar, como por su desvelo de expandir regímenes teocráticos e hipotéticamente  colocarlos en su área de influencia.   

Asimismo,  la red terrorista de al Qaeda (enemigo del Irán) está haciendo acto de presencia en la guerra siria, quien se supone es responsable de los recientes atentados suicidas contra objetivos del gobierno de Bashar Al Assad; cuya familia detenta el poder desde hace cuarenta años. Al cabo que tal dinastía tampoco ocultó sus ambiciones de extender su influencia en el Líbano, a quien en el fondo considera parte del territorio sirio, dadas las afinidades étnicas, religiosas y culturales.     

La familia Assad alió a Siria con el extinto bloque de la Unión Soviética y le facilitó el territorio para instalar bases militares. Eso explica el interés de Rusia de bloquear las resoluciones de las Naciones Unidas, tendientes a aplicar sanciones contra la dictadura, que al vender petróleo a China Popular también se granjeó el respaldo del gigante asiático. 

Los Assad han combatido férreamente el sionismo, de ahí su asociación  con el Irán (chiita)  en lo tocante a financiar las actividades terroristas del Hezbollah (chiita libanés) y del Hamas (palestino), enemigos acérrimos del Estado de Israel.

Hay que hacer hincapié que Arabia Saudita es susceptible de ser alcanzada por la Primavera Árabe.  Su proverbial despotismo, intolerancia religiosa y aversión al chiismo la coloca como futura candidata.  Los sauditas lo han olfateado,  por eso han intervenido al pequeño Bahrain, a efecto de evitar, por parte de la mayoría chiita pro-iraní, el derrocamiento de la realeza sunita, su protegida,  tan corrupta y sátrapa como sus vecinos árabes.  

El mejor obsequio para Arabia Saudita es la caída inmediata del régimen de Siria. A la secularista Turquía, que pretende recuperar su influencia perdida en el Medio Oriente, tampoco le caería mal el desplome de la familia de Los Assad, ya que siente serios recelos de los movimientos expansionistas del Irán, los cuales ha hecho realidad en Damasco, para desde aquí elevar su perfil contra el Estado de Israel, a través del financiamiento a las organizaciones terroristas antes mencionadas.

Ciertamente, los Estados Unidos de América y Occidente anhelan la caída del gobierno de Siria; sin embargo,  no esconden su preocupación sobre quién habrá de reemplazarlo. La hermandad musulmana y los islamitas en la oposición, aunque mencionen transitoriamente sus inclinaciones democráticas, también despiertan enorme desconfianza, al presumirse de que dichos sectores se superpongan a las organizaciones moderadas.  Y una vez en el poder, lleguen a  imponer  la yihad o la Guerra Santa, así como la Sharia, el código moral y religioso del Islam, semejante a lo anunciado por determinadas agrupaciones en Egipto.
Del  argumento anterior se apoyan Rusia y la China Popular, que además de enfrentar dentro de sus fronteras organizaciones islámicas radicales, buscan persuadir a Washington y Occidente acerca de la conveniencia de mantener al gobierno de Bashar Al Assad, enemigo de al Qaeda,  ya que temen que los extremistas musulmanes saquen mayor provecho político ante el inminente colapso del gobierno sirio, a sabiendas que los aterroriza  que las ondas de la Primavera Árabe contagie a sus respectivos pueblos, quienes abogan por democracias plenas y el respeto a los derechos humanos.    
Mientras tanto en el crucigrama expuesto,  resalta el rol inocuo de la Organización de las Naciones Unidas, particularmente el plan de paz de Kofi Annan, su ex Secretario General; ese aplicado hombre que frente a la tragedia y la crueldad de Siria,  de seguro que tendrá asegurado un buen lugar en el Cielo.  

Ronald Obaldía González (opinión personal)

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