Anotaciones históricas y políticas sobre el PRI de México (Primera parte).
El largo mandato del general Porfirio Díaz, sentó las bases posteriores del monopolio del poder en México; un periodo de su historia, denominado como “el porfiriato”, el cual duró desde 1877 hasta 1911. Al dictador se le endosó aquella famosa frase que llega a ser el espejo de los agitados vínculos entre mexicanos y estadounidenses. Dice así: “Pobre México, tan lejos de Dios, pero tan cerca de los Estados Unidos de América.
He leído algunos autores que destacan los orígenes y factores antropológicos en la dirección de probar el ejercicio del poder absoluto en esa gran potencia económica y cultural latinoamericana. Esto es que la hipótesis de remitirse a la civilización Azteca, vertical e imperial como el general Díaz y la propia sociedad política del Siglo XX, ha ganado cierta autoridad.
Lo cierto es que las ciencias sociales están desprovistas de conclusiones absolutas. Eso sí, por ahora trabajemos con lo que tenemos a nuestra disposición, a fin de acercarnos a la realidad mexicana de estos últimos doce años, comenzando antes con el recuento de algunos hechos históricos.
El Partido Nacional Revolucionario (PNR) se fundó en 1929 con la misión de transformarse “en núcleo aglutinante” de todas las fuerzas sociales de la revolución mexicana de 1910, que tumbaron al presidente Díaz”. De igual manera, arrancó la historia de un peculiar esquema de partido único y autoritario, monopolizador del poder político hasta el 2000.
Las causas que originaron dicha revolución eran parte del libreto latinoamericano que, a cuerpo entero, retrataba “al porfiariato”. El mismo panorama de desigualdad social arrastró el nacimiento de las nuevas repúblicas latinoamericanas, la cual se reprodujo en las sucesivas transformaciones sociales y económicas, registradas en la siguiente etapa a la obtención de las independencias nacionales.
Por supuesto que México estuvo lejos de ser una excepción en el mapa regional. Este fenómeno se prolongó allí con bastante fuerza, sobre todo, en las incipientes naciones que tuvieron, más aún, arraigadas las instituciones coloniales. Debido a eso, el desarrollo mexicano repercutió exclusivamente en las clases altas, los grandes latifundistas, los militares, la burocracia emergente y los capitalistas extranjeros. Mientras que los indígenas, las masas rurales y los trabajadores industriales “permanecieron al margen del progreso”.
El lapso entre 1910 y 1920 lo cerró la conclusión de la resistencia de Pancho Villa, quien vivió frustrado por los poquísimos avances de la Revolución, principalmente en lo referido a la reforma agraria, al neutralizarlos Venustiano Carranza.
Luego despertó un nuevo ánimo con Álvaro Obregón, líder de una revuelta militar, por la cual se alzó con el poder. Junto con las organizaciones sindicales, hoy influyentes, Obregón emprendió la notable mejora de las condiciones económicas, sociales, educativas de las masas populares (Juan Ontza, 1980), las reformas derivadas de los principios de la revolución, que profundizó Plutarco Elías Calles.
Más tarde, Lázaro Cárdenas se distinguió por su popularidad y radicalismo. La base de apoyo obrero y campesino construida por el presidente Cárdenas fue el punto de partida para la estructuración del Partido Nacional Revolucionario, el que a través del moderado y menos izquierdista gobierno del general Manuel Ávila Camacho, a principios de la década de 1940, pasó a llamarse el Partido Revolucionario Institucionalista, mejor conocido por sus siglas como el PRI.
Tanto Obregón (asesinado) como Calles y Cárdenas, representantes de los principios de la Revolución de 1910, debieron enfrentar la oposición de los grupos católicos conservadores, quienes perdieron privilegios, así como las compañías extranjeras, afectadas por las nacionalizaciones en la industria del petróleo.
Sin embargo, el PRI evolucionó hacia una formación policlasista, pero controlada de modo vertical por dos corporaciones vitales: la clase empresarial y la amplia base sindical, tan influyente como el primer sector; descontando las fuerzas armadas y la policía, obedientes a las líneas rectoras del partido.
Otras expresiones sociales, tales como los burócratas, profesionales, artistas e intelectuales habían sido atraídos por la disciplinada formación partidaria, cuya organización de cuadros llegó a ser tan especializada como el Partido Comunista de la antigua Unión Soviética, incluido el Partido Nacional Socialista de Alemania (el Partido Nazi).
“Los príitas” de todos los niveles sociales consensuaban el comportamiento de que su partido “roba como los demás, pero al menos reparte”. Sin embargo, el partido falló en la universalización del “reparto”, por cuanto México, de manera vertiginosa, tomó el lugar de nación emisora de emigrantes nacionales hacia los Estados Unidos de América, uno de los temas que continúan siendo álgidos en las relaciones de ambos pueblos.
Adjunto a esto, en el control de los medios de comunicación social, la difusión del nacionalismo (Chovinismo), el fraude electoral, la sofisticación del crimen y la corrupción institucionalizada descansó la fortaleza del PRI hasta el 2000, en que fue desplazado en julio del 2000 por el Partido Acción Nacional (PAN).
Ese partido otrora se desempeñó como “la ficticia oposición”, cuyos dos gobiernos (2000 – 2012) se distinguieron por elevar el déficit social, lo cual ha corrido a la par de la creciente violencia, provocada por el enfrentamiento entre el gobierno del presidente de Felipe Calderón y los cárteles del narcotráfico, cuyo auge coincide con las políticas de persecución contra las drogas, impulsadas por el Presidente estadounidense Richard Nixon, durante la década de 1970.
El régimen totalitario de Fidel Castro en Cuba se convirtió en fuerte aliado del PRI mexicano. Hicieron pactos (secretos), proyectados a la esfera internacional, habida consideración de la diplomacia y de la política exterior de carácter “tercermundista” (o “progresista”) y defensiva frente a los Estados Unidos de América, que la nación mexicana planteó, al quedar golpeada por la invasión contra su territorio (1846 – 1848), a manos del poderoso y expansionista vecino del norte.
Tales pactos entre priistas y la dictadura cubana, le permitieron a la nación azteca fumigar en su territorio cualquier indicio de operaciones de la guerrilla marxista, enquistada en América Central. O en línea con lo anterior, cabe citar la masacre de 1968 en contra de los estudiantes congregados en Plaza de Tlatelolco, sobre lo cual, el régimen de Fidel Castro se abstuvo de hacer sus acostumbradas alharacas. Todo ello, a cambio de que México evitara romper relaciones diplomáticas con la isla, que saliera en su defensa en los foros mundiales y rechazara el bloqueo económico, impuesto por los Estados Unidos de América en la década de 1960. Así de cínica fue la “alianza perfecta”.
En la década de 1980 se inició una fase de desgaste interno en el partido que institucionalizó “la dictadura perfecta” (Mario Vargas Llosa) , a causa de las contradicciones entre los sectores tradicionales (los dinosauros) y las fuerzas modernas, promotoras del cambio en el estilo monopólico del poder federal y de los Estados, así como en el perfil de la “presidencia imperial”, acreedora del “tapado” y del dedazo”, las prácticas que delegaban en el Presidente de la República saliente la designación del candidato del partido, que, de manera automática, sería el siguiente mandatario mexicano.
El momento de mayor intensidad de las contradicciones lo pusieron al descubierto los asesinatos de José Francisco Ruiz Massieu y del candidato priista Luis Donaldo Colosio (1994), cuyo autor intelectual fue un hermano del sombrío presidente Carlos Salinas de Gortari. Aunque fuera tarde, la guerrilla hizo también acto de presencia en la profundidad de la crisis social con Salinas de Gortari, acelerada por el incremento de la deuda exterior, el bajonazo de los precios del petróleo y las constantes protestas sociales, en particular de los indígenas y los campesinos, reclutados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
En las elecciones de 1994 resultó triunfador Ernesto Zedillo, el último presidente priista. Sobre este interesante líder político tendremos más tiempo de escribir en el próximo ensayo, porque en realidad vale la pena estudiarlo. Asimismo, haremos un humilde esfuerzo por explicar los aportes de los gobiernos del PAN a la sociedad mexicana.
Para estar seguros si el PRI “seguirá siendo el Rey”, hay que esperar el desenlace y las respuestas dadas a las denuncias sobre un posible fraude en la elección presidencial mexicana, celebrada el pasado domingo, la cual cobró ya la muerte del coordinador de la campaña del opositor Andrés Manuel López Obrador, Tomás Betancourt Gaytán, quien fue materialmente fusilado en el interior de una vivienda ubicada en Juárez, Nuevo León.
Ronald Obaldía González (opinión personal)
Amarilli 21:03 (hace 2 horas)
ResponderEliminarpara mí
Buenas noches don Ro,
Muchas gracias por el envío de sus ensayos, como siempre demasiado informativos. La verdad el posible gane del PRI en México no deja de causarme preocupación, a mí y a quienes creemos que este partido ni se ha renovado y ha evolucionado sino todo lo contrario y lo peor de todo es, que si nuestros vecinos eligen mal a sus líderes Costa Rica estará peor porque como bien Ud. lo indica, esos gobiernos exportan gente hacia otros países junto con todo y sus problemas y nosotros no vamos a escapar de ello. Qué tristeza!!!
No sabìa lo de Betancour. Espero con interès lo de Zedillo, un posible para la ONU. Buen trabajo. Buena noche, querido y respetado amigo. Carlos M. Echeverría
ResponderEliminarRonald, muchas gacias por enviarme este interesante texto. Espero la continuaciòn del mismo. Es muy ilustrativo y amena la lectura.
ResponderEliminarUn abrazo, Johnny