DEJAR TODO BIEN ARREGLADO EN SIRIA.
Si las monarquías del Golfo Pérsico, principalmente Arabia Saudita, llegaran a ser un factor decisivo en el desenlace de la guerra de Siria, seguro que ello equivaldrá a una vía resolutiva que empeorará la tragedia humana. Tales monarquías retrógradas y altamente represivas, distan de poseer autoridad moral para decidir el destino del pueblo sirio, en el que la heterogeneidad étnica, religiosa y cultural ha sido su origen y curso histórico. Al cabo que un 10% de cristianos ha desarrollado una vida normal junto con los kurdos, drusos, ismailíes, alawitas, éstos últimos políticamente seculares, que comportan creencias y rituales flexibles, que el islamismo sunita (y saudita), mayoritarios en Siria censura como herejías y apostasías.
La monarquía saudita tutela “el wahabismo” o los salafistas, uno de los movimientos religiosos del Islam radicalmente intransigente, sustentado en la intolerancia y que se declara frontalmente hostil frente a los principios democráticos liberales. Junto con “las madrazas”, las escuelas religiosas islámicas, memorizadoras del Corán, así también patrocinadas por la falsa y sombría monarquía saudita, siguen siendo “el sostén intelectual” del terrorismo fundamentalista, en cuya cúspide descansa Al Qaeda, ahora con peligrosa gravitación en África, en especial Malí y Nigeria, a partir de lo cual se ejecutan ahí “monstruosos holocaustos” contra los cristianos.
Rusia y China, además de los intereses que les une con el gobierno sirio, califican de amenaza la oposición contra el presidente Bashar al - Assad, porque en ella perciben los oscuros objetivos del extremismo islámico, contra el cual tienen que estar precavidos, por cuanto operan dentro de sus fronteras. De ahí “la juguetería” de ambas potencias en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, por la que han impedido, en buena hora, una caída precipitada del gobierno de Siria, que según los rusos y los chinos, sería entregar en bandeja ese país árabe a la islamización.
Por su parte, Occidente ha comenzado a percatarse del riesgo que implica el rol de Arabia Saudita en el Medio Oriente y su injerencia en el territorio sirio. Precisamente, el Parlamento Británico está celebrando en esta semana un debate alrededor de las gravísimas violaciones a los derechos humanos, en que incurre la monarquía saudita, ésta censurada constantemente por los círculos intelectuales de avanzada del Medio Oriente y, en particular, por los diversos y minoritarios grupos étnicos y religiosos sirios que respaldan a Bashar al – Assad, así, pues promotores de la modernización económica y de la liberalización del controlado mercado de esa nación.
Lamentablemente, dicho respaldo al déspota presidente sirio, a su vez defendido por el Irán de los ayatolas sectáreos, obedece a la ausencia de otra alternativa política, la cual les asegure a los grupos heterogéneos pro-gubernamentales la sobrevivencia frente al radicalismo islámico, la fanática Hermandad Musulmana (hoy persecutora en Egipto de seculares y liberales demócratas ), así como de las células de Al Qaeda, infiltradas dentro de la oposición; juntos están bastante cerca de hundir al gobierno alawita, trayendo como posible resultado el que tal “fauna” asuma el control de las armas químicas, esta vez en poder del débil Bashar.
Es de confiar muy pronto que los movimientos de protesta de la primavera árabe alcancen las restantes monarquías del Golfo, ya que ellos son regímenes en proceso de descomposición; apenas Bahrain es sostenida de modo frágil, merced a la intervención y represión de Arabia Saudita contra la mayoría chiita, la cual enfrenta el nepotismo y los abusos del poder gobernante, instalado en la isla del golfo Pérsico. De ser así, se reducirán los arrestos de tales tiranías en escribir las conclusiones finales de las revueltas del Medio Oriente, que, por lo visto, han sido usurpadas por los fanáticos integristas, tanto en Egipto, Libia y probablemente en Túnez.
Tampoco Turquía posee los merecimientos históricos y morales en lo que respecta a definir el destino del pueblo sirio; más bien estorba. La descalifican sus añejas ambiciones sobre los territorios de un país en guerra, el cual corre el riesgo de la fragmentación. Por eso, en la actual escalada de violencia entre turcos y sirios resurgen los apetitos y las viejas conquistas del imperio otomano, hoy extinto, pero dejó siempre tufos.
Asimismo, la tradición golpista del ejército turco y sus expedientes criminales añaden mayor tensión y desconfianza en el Medio Oriente. Contra él resucitan las acusaciones en torno al etnocidio de Armenia de 1915, cuando 2 millones de seres humanos perdieron la vida, a consecuencia de las atrocidades de los militares turcos, de los más armados en la convulsionada región.
A la vez, el ejército turco es un represor por excelencia de los kurdos, con quienes mantiene su particular guerra al negarles un Estado nacional propio; un enfrentamiento que llegaría a extenderse a Siria, en tanto que allí habita una minoría kurda, más aliada al régimen de Bashar que a la también heterogénea oposición, guiada en esta coyuntura por sunitas, envalentonados por las armas enviadas por las monarquías del Golfo y del Gobierno “islámico moderado” de Ankara.
Dichosamente, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se ha abstenido de caer en la trampa turca, la de su socio, de atizar la guerra siria; apenas se ha limitado a emitir pronunciamientos, sin efecto alguno. Aparte de que a la OTAN le conviene evitar el recrudecimiento de las hostilidades en el Medio Oriente, de lo contrario, se asomaría el factor adicional de conflicto prolongado, estimulador desde allí de los flujos migratorios hacia una Europa, castigada por la recesión y la inestabilidad financiera.
Días atrás señalaban unos comentaristas españoles y alemanes que parece “ciencia ficción” hacer referencia del futuro de la nación siria, dando cuenta de la necesidad de esperar el final de las elecciones en los Estados Unidos de América, cuando se podría decidir si habrá reacciones de EEUU y la OTAN, en cuanto a colaborar con los rebeldes – éstos rodeados de innumerables sospechas y estelas de dudas - tal como ocurrió en Libia, así como el eventual castigo militar contra el Irán, una hipótesis que Washington tampoco ha descartado.
Sea ciencia ficción o no, la caída del presidente Bashar es inminente, ojalá que ello se dé pronto. Con todo, Occidente está obligado a darle prioridad a los intereses de la minoría alawita, incluidos los inherentes a los diversos grupos minoritarios que los acompañaron en la causa común de la reconstrucción de Siria de la última década, de lo cual Occidente hizo también una pésima lectura.
Eso sí, EEUU y Europa están llamados a propiciar en la nueva coyuntura “una nueva actitud de entendimiento, respeto” y de cooperación con todos estos sectores políticos y religiosos (y tal vez con aquellos grupos rescatables de la oposición, si los hubiera), quienes no solamente han expresado su disposición de negociar la salida del Presidente sirio, sino que históricamente se han enfrentado a la jihad y la sharia.
Lo que está en contra del fundamentalismo islámico, no está en contra de Occidente.
Ronald Obaldía González (opinión personal)
ResponderEliminarCME escribe:
Buen artículo, aunque confuso al final. ¿Qué se puede esperar de gente tan complicada, explotada, subyugada y en general, deficientemente educada? Tipejos que son capaces de matar niñas, lo que otros ven como un acto heroíco…