LA ALTERNATIVA ES LA DEMOCRACIA DE BASE.
Entre la economía del café, vinculada al mercado internacional, y el desarrollo democrático costarricense hubo una profunda y positiva interrelación. Lo explicó perfectamente Samuel Stone, tanto en sus publicaciones como en sus magistrales lecciones, que la democracia representativa y participativa en Costa Rica evolucionó sobre la base de dicha interrelación, la que a la postre conformó la estructura de clases sociales y el respectivo rol de cada una de ellas en la estructura del poder nacional.
Igualmente, la elección de los presidentes de la República, así también de los diputados y los regidores municipales respondió a la división del trabajo de la economía del café, cuya jerarquía (de arriba hacia abajo) la componían primero los propietarios de los beneficios del grano de oro, más sus socios los comerciantes exportadores; luego seguían en un nivel intermedio los administradores, los medianos y pequeños finqueros; en la base de la pirámide se colocaba el campesinado agrícola y los artesanos.
Todo lo anterior, tuvo como resultado inmediato el modelo o formación social, acelerado inmediatamente después de la independencia nacional, el cual antes de decaer a inicios de la década de 1980, había promovido movilidad social y consolidó el Estado social de derecho, del cual disfrutan todavía los costarricenses.
Pienso que en su teoría de los cafetaleros, el doctor Stone nos quedó debiendo explicaciones sociológicas sobre aquellas regiones del país que no necesariamente nacieron y progresaron al amparo de la dinámica del café. En esto pongo como ejemplo a Santa Ana, Villa Quesada, Pérez Zeledón, Liberia, Guápiles, Nicoya, Upala, etcétera, las cuales crecieron sin la contribución de algún producto de exportación, determinante como el café y el banano, aunque aún así se han comportado como ciudades emergentes, con buena contabilidad en términos de desarrollo humano.
Al igual podemos citar comunidades de las zonas urbanas en las cuales tampoco el café, u otro producto exportable, había llegado a representar el motor de su propio desarrollo. Tampoco se demostró bien que la influencia de la estructura de poder, conexa a la economía del café, fuera la panacea del progreso de dichas colonias emergentes.
Por el contrario, las interacciones de estas últimas ciudades con el nivel superior político y social, derivado de la producción cafetalera, fueron apenas oficiales, incluso muy delimitadas, este escaso acercamiento les proporcionó a ellas autonomía e independencia para decidir su destino, lo que significó impulsar de manera vertiginosa infraestructura y las redes económicas locales.
Dicho sea de paso, en San Vito de Java, al sur del territorio nacional, donde el café ha sido crucial para su florecimiento como ciudad emergente, estuvo bastante ausente esa estrecha interacción con la estructura del poder tradicional, citada por Stone. Con base en su autonomía política y la integración cultural entre inmigrantes nacionales, la colonia italiana y panameña, San Vito ha logrado sobresalir con moderna infraestructura y renovadas fuentes de producción y empleo.
Moraleja. En estos días en que se menciona un desfile de “propuestas y agendas” políticas para el mejoramiento de la sociedad costarricense, que se asemejan a meros ejercicios académicos, valdría la pena que el Estado se decidiera a distribuir realmente el poder a favor de las regiones del país, tomando como punto de partida el legado y la positiva experiencia de las organizaciones cívicas y los grupos de voluntarios allí existentes; mejor confiar en éstas “la cultura de la ejecución” de los planes y proyectos sociales, puesto que desde allí fue como Costa Rica alcanzó "economía del bien común", cuando eran desconocidas además esas palabras rimbombantes que enredan más bien las cosas.
RONALD OBALDÍA GONZÁLEZ (OPINIÓN PERSONAL)
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